La astrología, de la cual nacerá mucho más tarde la astronomía, es casi tan antigua como el alfabeto y ha sido patrimonio de sociedades tan arcaicas como los asirios y los babilonios. Se ha practicado en culturas tan dintistas como la hindú, la china, la egipcia o las culturas pre-colombinas. Esencialmente podría definirse, con todas las limitaciones en que incurren las definiciones, como el estudio de las relaciones entre las configuraciones celestiales y los acontecimientos terrenales, sean éstos personales, sociales o naturales. Es asombroso constatar que la humanidad podía determinar las posiciones astrales mucho antes de contar con instrumentos tales como el telescopio, es decir: se han requirido generaciones y generaciones de «observadores del cielo» para poder diferenciar entre constelaciones (llamadas «estrellas fijas») y planetas (los cuerpos que integran el sistema solar), y para poder estimar los ciclos planetarios, es decir: el tiempo aproximado que tarda un planeta determinado en dar la vuelta al Sol y recorrer así los doce signos.
Es probable que la astrología se haya constituído a partir de la necesidad humana de orientación. Antes de la brújula, los navegantes se orientaban -y también lo hacen hoy- por las posiciones celestiales. Esta necesidad de orientación ( palabra que proviene de «oriente», es decir: por donde nace el Sol) no era sólo geográfica, sino y ante todo existencial: en medio del laberinto de incertidumbres que configuran la existencia terrenal, el cielo muestra un modelo de orden y de regularidad en la constancia de los ciclos día-noche, de las estaciones, de las fases de la luna y así sucesivamente. La palabra «astro» significa «errante» Es casi natural que el ser humano haya percibido una similitud entre la situación de los «errantes en el cielo» y los «errantes en la tierra» . Ha habido filósofos que han caracterizado la situación existencial del hombre como «errancia», por ejemplo Kostas Axelos: estamos aquí en la tierra provisionalmente, y nuestro paso por la existencia es asimilable a un viaje. El tema del «viaje» y del «viajero» es tan antiguo que se pierde en la memoria de los tiempos, y se expresa en todas las culturas: desde la metáfora bíblica del «pueblo elegido» en exilio y en busca de la «tierra prometida» hasta la Odisea homérica, desde el clásico de Hollywood «El mago de Oz» hasta la saga de «Star Treck». Los planetas -y en especial el Sol y la Luna- son viajeros que atraviesan diversas «estaciones» significadas por los signos del zodíaco. El «viaje anual» del Sol a través de los doce signos del zodíaco es asimilable a tantos temás míticos como Hércules y sus doce trabajos, o a imágenes simbólicas como la de Cristo entre sus doce apóstoles. Este viaje del Sol por el zodíaco, se refleja en las cuatro estaciones terrestres, y ha sido dramatizado como un tema de nacimiento , muerte y renacimiento. Estos ritmos cuaternarios se manifiesten de diversidad de maneras: las 4 fases lunares, las 4 edades de la vida (infancia, juventud, madurez y vejez), los 4 puntos cardinales, los 4 momentos fundamentales del día (alba, medio día, ocaso, media noche), los cuatro temperamentos hipocráticos, etc. En astrología este cuaternario se expresa mediante las imágenes de los cuatro elementos: fuego, tierra, aire y agua.
La Astronomía se constituye en una ciencia tanto por su método como por su objeto. Su objeto, grosso modo, es el estudio de la naturaleza física de los planetas y del universo. La astrología, en cambio, pertenece al reino de lo simbólico: el astrólogo estudia a los planetas como símbolos de experiencias esencialmente humanas (o de maneras fundamentales de categorizar las experiencias). Así, para el astrónomo Venus es un planeta relativamente cercano al Sol, con una determinada constitución material, mientras que para el astrólogo Venus simboliza la fuerza de atracción que se expresa en el amor, en la aspiración a la armonía, en la apreciación de la belleza, en la búsqueda del acuerdo, y en lo que los griegos llamaron el ideal de «kalokagathía»: la unidad, la belleza, la bondad. Así, el planeta Venus más que un objeto en sí, es para el astrólogo un símbolo que puede manifestarse en una inagotable diversidad: en el plano físico (como as venas en el cuerpo), en el plano personal (el sentido de belleza, el establecimiento de sistemas de valores, la capacidad de amar), en el plano social (el matrimonio, las asociaciones), en el plano político (las relaciones diplomáticas, los acuerdos), etc. Es este arraigo en la actitud simbólica lo que, a mi juicio, implica que la astrología no es, ni será, una disciplina científica, lo cual no tiene acento peyorativo: al fin y al cabo ni la filosofía, ni el arte, ni la religión, ni la búsqueda de la felicidad son actividades «científicas», ni tienen por qué serlo. Es más, la astrología parte de una colocación ante la existencia esencialmente no-científica: el presupuesto de que en el cosmos hay una serie de «afinidades» o «similitudes», de tal manera que «todo» resuena en «todo».
Sin duda, hay astrólogos que intentan establecer una justificación científica de la astrología, pero no veo cómo puede «probarse» que hay una correspondencia «objetiva» entre la Luna, los sueños, la imaginación, los sentimientos, la intuición, el agua, la familia, el aparato digestivo, la infancia, la madre, la maternidad, la matriz, la brujería, la «feminidad»…y tantas otras «correspondencias» que, sin embargo, parecen validadas por la mitología, la poesía o la actividad onírica. En mi opinión, la astrología pertenece al ámbito de lo imaginario -o para decirlo aún con más precisión: de lo imaginal. La astrología es ante todo un lenguaje surgido de la imaginación, que no es en absoluto arbitrario. La imaginación tiene sus propias leyes, y son estas las leyes que se expresan en la investigación astrológica.
Así, hay una técnica astrológica sumamente difundida, que se conoce como «progresiones secundarias». Esta técnica consiste en averiguar las posiciones planetarias a partir de «x» días del nacimiento de una persona, y establecer una afinidad con los procesos y acontecimientos que le afectarán a los «x» años de su vida. Es decir: las posiciones celestiales que se hayan formado a los 20 días de mi nacimiento estarán en correspondencia con mis experiencias (tanto íntimas como «externas») a los 20 años de edad. Este analogía: un día de vida-un año de vida, es totalmente simbólica y no puede justificarse por ninguna influencia «causal». Dicho de otro modo: es imposible que las posiciones planetarias que había en el cielo el vigésimo día de mi nacimiento «causen» o «provoquen» las situaciones que aparecen en mi vida a mis veinte años.
Dicho de otro modo, el modo de enfoque «causal» es inoperante en la astrología. ¿Implica ésto que la astrología carezca de validez? En absoluto, si por validez se entiende capacidad de «orientación» y «reconocimiento». Así, el tema natal (es decir, el mapa de las posiciones de los planetas del sistema solar para el momento y lugar del nacimiento) se constituye en un «símbolo» que preside, orienta y configura el propio desarrollo y, si se quiere decir, el propio «destino». Pero la cuestión del «destino» elude también la problemática científica y nos remite a una preocupación existencial. ¿Hay algo así como el «destino» y, de haberlo, es equivalente a la «fatalidad»? Mientras más se sumerge uno en el estudio de la astrología, más y más respuestas iluminadoras aparecen a estas cuestiones. En mi experiencia, la astrología no hace sino confirmar lo que ya Heráclito expresó al decir: «El caracter es, para el hombre, su destino». Esto es una traducción aproximada, ya que la expresión empleada por Heráclito por «carácter» es «ethos», y «destino» es una traducción aproximada de la expresión «daimon». «Ethos antrophos daimon» puede entenderse como: la manera de instalarse en la existencia rige el despliegue de la propia vida. En mi experiencia, la astrología no hace sino confirmar una y otra vez este adagio.