Eugenio Carutti (antropólogo y astrólogo) es autor de los magníficos libros «las lunas, el refugio de la memoria» y «ascendentes en astrología» y fundador de la escuela de astrología Casa XI en Buenos Aires.
En este artículo nos ofrece su penetrante e inteligente visión sobre el sentido de los tiempos que estamos viviendo, tanto desde la perspectiva antropológica inherente a su bagaje intelectual, como desde la perspectiva astrológica, tras la cual se destila esta aguda visión del propósito de los grandes cambios que vive el conjunto del planeta tierra y por ello el conjunto de la humanidad.
Para profundizar en la comprensión de los cambios inherentes a nuestro tiempo, el artículo explicita la diferencia entre evolución (concepto darwiniano) e iniciación (salto evolutivo o cambio de paradigma). Transmite una renovada visión de la comprensión neoplatónica de la naturaleza (Ánima Mundi, los cuatro reinos aristotélicos de la naturaleza).
La premisa esencial arraiga en la idea que los cambios de la humanidad son esencialmente cambios en la evolución del planeta tierra, entendido este último como organismo viviente y evolutivo y el ser humano como expresión del mismo: del mismo modo que a través de la tecnología (producto de la creatividad humana) se expresa la mente humana, es a través de la humanidad (hija de la tierra) que se expresa la inteligencia evolutiva de ese gran organismo viviente que es la tierra.
Propone conceptos clave como el que denomina » inteligencia vincular» (producto de un nuevo tipo de conciencia y sensibilidad) y la idea del «forzoso» encuentro de diversidades, culturas, religiones, visiones del mundo (globalización, era Acuario) que hasta hace muy poco tiempo vivían escindidas bajo el terror a «lo distinto/al diferente» intrínsecos a toda tribu, clan, cultura y civilización humana.
La transformación de la tierra
Eugenio Carutti – Publicado en julio 2009 en la web de Casa XI.
La mayoría de nosotros percibimos que una gigantesca transformación se está produciendo en la vida de la Tierra; nos damos cuenta que está ocurriendo un cambio muy acelerado y que las categorías habituales que utilizamos para comprender la realidad no nos dan el resultado que esperamos; todo esto genera enormes expectativas y una gran incertidumbre se agita en nosotros. Vivimos tiempos de enorme turbulencia en los que la cantidad de estímulos que debemos aprender a procesar en simultáneo nos parece casi insoportable.
Vamos a intentar una reflexión lo más amplia posible en el tiempo y en el espacio como para contener toda esta turbulencia. Estamos preocupados y ansiosos por los cambios de la humanidad; por los procesos históricos, sociales, políticos. Pero vamos a enfocarlos de una manera diferente a la habitual; les propongo observar este proceso, no como una serie de hechos que protagonizamos simplemente los seres humanos a causa de nuestras limitaciones o de nuestras cualidades, sino como un proceso planetario, como un proceso que vive la Tierra entera. Nosotros somos criaturas de la Tierra, somos terrestres, y es la Tierra la que está haciendo un cambio gigantesco y por eso nosotros, los humanos estamos cambiando.
Vamos a llamar a la Tierra, tal como algunos hacen, Gea. El nombre es secundario, pero lo haremos para subrayar la vastedad del proceso y ubicarnos en la perspectiva de que formamos parte de un inmenso organismo compuesto por innumerables seres vivientes que tiene miles de millones de años de existencia; para tener muy presente que la Tierra es anterior a nosotros y que posiblemente continuará cuando quizás los humanos ya no estemos en ella, por lo menos con la forma que ahora tenemos. No podemos ubicarnos en una perspectiva capaz de abarcar la complejidad de este proceso si no comprendemos la verdadera dimensión de estos cambios y su origen; la fuente de los cambios que están ocurriendo y que tanto nos preocupan está mucho más allá de lo humano. Estamos diciendo que los cambios históricos y sociales que vivimos son una consecuencia de la transformación de la Tierra.
La vida de la Tierra, la vida de Gea, nuestro planeta, es nuestra vida; la Tierra es una gigantesco océano de existencias; un inmenso oleaje viviente, del cual cada uno de nosotros expresa solo un instante, una chispa transitoria; esa inmensa vida se transforma a sí misma y evoluciona como una parte de la galaxia que nos contiene. Nosotros los humanos no somos las criaturas autónomas y separadas del resto del universo que creemos ser; somos criaturas de la tierra y la tierra es un ser de la galaxia.
Como saben soy astrólogo y como tal estoy habituado a percibir todo proceso de cambio como una consecuencia particular y transitoria de movimientos muchos más vastos; el cielo se mueve y cambian las condiciones de la vida de la tierra; de la misma manera que las estaciones cambian y algunas plantas pierden sus hojas o desaparecen y otras nuevas surgen y florecen cambiando completamente el paisaje circundante. Ciclo tras ciclo cambian los climas de la vida y algunas cosas dejan de ser posibles y otras completamente nuevas se hacen posibles. Cada ciclo de la vida permite que ocurran algunas cosas e impide otras.
La vida de Gea y de todas sus criaturas se desarrolla en base a tres grandes pulsos interconectados: estos son, la evolución, los grandes ciclos planetarios y cósmicos que nos envuelven y el proceso de iniciación.
La evolución es la compleja dinámica viviente que la mente humana ha comenzado a comprender a partir del siglo XIX gracias a Darwin.
La evolución es una transformación lenta, paulatina, que se produce en base a una larga serie de ensayos y errores que realiza una inteligencia aparentemente semi-ciega, que llamamos no-consciente y que va trazando caminos en el plano físico-químico, en el plano biológico; sin detenerse jamás, creando y destruyendo formas de vida, ensayando nuevos y asombrosos senderos; volviendo aparentemente hacia atrás y repitiendo patrones básicos hasta desplegarlos de nuevo con una enorme complejidad acumulada; estos senderos exploratorios de la vida producen grandes creaciones y parecen cometer también enormes errores; tienen una fuerte tendencia a repetirse y a recorrer larguísimos ciclos en los cuales fueron creando innumerables formas vivientes en una gran variedad de tipos, hasta desarrollar la forma humana.
Este nivel de inteligencia que se expresa en la evolución parece perder mucha energía a través de sus ensayos y errores y sus largos, lentísimos y aparentemente azarosos pasos. Pero la visión que tenemos los humanos de nuestra época acerca de este proceso es muy limitada, porque no incluimos en nuestra perspectiva una lógica por completo diferente que se encabalga complementariamente con la evolución; un proceso diferente, que tradicionalmente es llamado iniciación.
Los dos grandes ritmos de la Tierra en respuesta a la inmensa dinámica de los ciclos y procesos cósmicos de la galaxia y el sistema solar del cual forma parte, son la evolución y la iniciación.
Seguramente habrán escuchado muchas veces esta palabra, «iniciación», aplicada a los seres humanos; pero quiero llevarlos a pensar en el planeta Tierra como una organización inteligente que también atraviesa por grandes iniciaciones. ¿Qué queremos decir con esto? Tendemos a imaginar la evolución como un proceso endógeno de la vida terrestre en el cual emergen recurrentemente formas de vida diferentes. Pero el llamado proceso de iniciación nos hace ver una dirección complementaria en la cual, en determinados momentos, alguna de las formas generadas por la evolución semi-ciega desarrolla una sensibilidad suficiente como para registrar por primera vez y entrar en contacto con alguna dimensión que existía anteriormente pero con la cual la vida de la Tierra no podía interactuar de manera alguna. Esa dimensión que siempre existió desde una perspectiva más amplia, parecía no existir en modo alguno desde la perspectiva de la evolución. Las sucesivas olas evolutivas de la Tierra alcanzan determinado nivel de sensibilidad y para esos niveles se hacen posibles determinadas relaciones a partir de aquello que pueden registrar; de lo que es tangible para ellos. Pero eso no quiere decir que no hayan existido otros niveles solo perceptibles para formas vivientes de una sensibilidad mucho mayor. Hasta que la evolución no genere una mayor sensibilidad esos niveles no existen para la Tierra, están completamente fuera de su rango de interacciones posibles.
Es decir, la evolución de la Tierra tiene un umbral de visibilidad, de «realidad» dentro del cual se producen sus interacciones; pero tarde o temprano generará nuevas formas con un rango mayor de sensibilidad; y estas entonces pueden registrar y vincularse con un campo de realidad que parecía no existir hasta ese momento; pueden sintonizarse con esa realidad más amplia y permitir que gradualmente –a través de esas formas y no las anteriores- ese nivel de realidad penetre en la vida de la Tierra y forme parte de ella; de esa manera se hará progresivamente tangible también para las demás y, más tarde o más temprano, alterará por completo los caminos anteriores de la evolución.
La iniciación provoca saltos. La evolución es progresiva, recurrente pero de pronto observamos que en ella ocurre un salto; se produce algo que no era previsible según la lógica anterior; porque lo que ocurrió fue el resultado del contacto con una dimensión que no formaba parte del juego anterior; súbitamente esta interviene y lo transforma por completo. Se crea un contexto completamente nuevo en el que la inteligencia evolutiva realiza un aprendizaje revolucionario.
Para verlo muy concretamente y a escala planetaria, digamos que una gran iniciación terrestre fue el surgimiento del reino vegetal. Este reino tiene una función fundamental para el conjunto de la Tierra y hace posible el surgimiento de otros reinos gracias a que desarrolló una sensibilidad muy especial a la energía solar. Ninguna de las formas de vida anteriores tenía la capacidad de fijar energía solar en la Tierra de la manera en la que los vegetales lo hacen. Esto fue posible gracias a que algunas células generaron una sustancia con un proceso químico absolutamente nuevo: la clorofila. La clorofila expresa una sensibilidad y una capacidad de interacción inéditas a la radiación solar. La energía solar física estuvo siempre presente en la vida de la Tierra, pero no podía entrar en ella sino como calor y de una manera muy limitada a través de los minerales o los hongos; para combinarse creativamente con las formas de vida terrestres y participar intensamente de su composición fue necesario que algunas células desarrollaran la capacidad de sintetizarla en organismos vivientes. Estas células permitieron que irrumpiera la energía del Sol físico en la Tierra en un caudal inusitado permitiendo así que hubiera mucha más energía disponible en la Tierra.
Podríamos decir, antes la Tierra no era verde. De pronto, estas células con clorofila se extendieron por todo el planeta y desarrollaron el reino vegetal, cubriendo con un manto verde toda su extensión. Esos nuevos seres –los vegetales, las algas, los árboles, etc.- se convirtieron en canales y almacenes de energía solar posibilitando nuevos procesos energéticos que antes eran imposibles. Los vegetales contienen mucha más energía, son vitalidad pura y una vez que ese inmenso caudal de vitalidad se estableció en la tierra, a la evolución le fue posible ensayar nuevas formas que necesitan consumir una enorme cantidad de energía para un dinamismo que hasta ese momento era imposible desarrollar. Esas formas vivientes mucho más dinámicas y con una nueva sensibilidad conforman lo que conocemos como reino animal.
Estamos enunciando un patrón que tenemos que aprender reconocer: en el momento que un nuevo tipo de formas cubren la Tierra, esta está en condiciones de hacer aparecer otra ola de formas completamente diferente que se apoya en la anterior. Un nuevo reino se hace posible. Gracias a que apareció el reino vegetal y cubrió la Tierra, fue posible el reino animal; como sabemos el reino animal se alimenta de la energía que toma del reino vegetal.
Quiero mostrarles este patrón que se repite cíclicamente. Primero veamos a la Tierra como un escenario donde ocurren un número limitado de interacciones y procesos que se repiten indefinidamente; de pronto ocurre un salto y aparecen formas nuevas. Estas son sensibles a algo que no existía para las anteriores; esa sensibilidad les permite incorporar «lo que no existía» y por eso se extienden y eventualmente triunfan; esto les permite introducir para todas las demás aquello que antes «no existía»; en el momento en que recubren a la Tierra como un manto, algo nuevo se hace posible, algo que no podría haber aparecido sin ese paso anterior.
De manera análoga, pensemos en ese prodigio que es el cerebro humano y todo nuestro sistema nervioso. Nosotros somos el producto de una larguísima evolución. Gracias a que la Tierra se cubre de vegetales, surge el reino animal. Este nuevo conjunto de formas vivientes ensaya durante millones de años infinitas formas y a través de innumerables ensayos va surgiendo el sistema nervioso de creciente complejidad; surgen células de una sensibilidad exquisita, con una capacidad de sintonía e interacción que aún no podemos comprender; y los organismos animados por esas células prodigiosas terminan cubriendo la Tierra. Los animales cubren el planeta y, en el momento que lo hacen, surge una nueva especie, de una complejidad tal que constituye un nuevo reino dentro del anterior. Algunos animales se convierten en animales mentales; aparece en la Tierra el animal mental. Eso somos nosotros. En el momento en que la evolución recubre la Tierra con el reino animal, por dentro de sus pliegues gracias a un increíble pulso creativo surge un nuevo reino; aparecemos nosotros en la Tierra.
Veamos lo más claramente posible este patrón evolutivo que se repite muchas veces. Y empecemos a pensar en la evolución de esta nueva especie, de este nuevo reino teniendo en cuenta la acción de este patrón que hemos podido reconocer. Las primeras formas pre-humanas y humanas eclosionan. Ellas encierran un misterio equivalente en otra escala al de la clorofila. Ese misterio es la capacidad de sensibilizarse a dimensiones que existieron desde siempre -como la luz del sol- pero eran intangibles para aquellos que no poseían la sensibilidad adecuada para conectarse con ella. El cerebro humano es un sintonizador que puede conectarse con múltiples dimensiones. Pero lo primero que hizo fue sintonizarse con la mente, con los procesos y actividades mentales; con la inteligencia misma de la a evolución. Eso significa ser un animal mental: un ser que puede captar la trama ordenadora subyacente a la vida material y que, gracias a la existencia complementaria de la mano, puede operar en ella, puede modificarla y «manipularla».
A partir de la aparición del animal mental, la Tierra entra en una nueva fase en la cual su nivel de inteligencia anterior se hace consciente y puede actuar de una manera muy diferente sobre si misma. Hace muy pocos años nosotros, los humanos pudimos descubrir el ADN, es decir, el código viviente, el lenguaje en el cual está codificada la evolución biológica; el código que constituye nuestros cuerpos. Decimos «nosotros descubrimos el ADN…». pero si pensamos con un poco más de profundidad, podríamos ver que la misma inteligencia del ADN, a través de sus incansables combinaciones, generó los seres capaces de ver el ADN. Es decir, en nosotros el ADN cobra conciencia, se ve a si mismo y puede operar o modificarse a sí mismo de una manera absolutamente nueva en la evolución. Esa primera inteligencia evolutiva, que es semi-ciega, en el animal mental abre sus ojos y empieza borrosamente a verse a sí misma. Las recombinaciones puramente biológicas del código genético generan un organismo que es capaz de realizar nuevas combinaciones genéticas por fuera de la mera estrategia biológica; esto es, la tecnología aparece como una estrategia más compleja de transformación de los códigos genéticos. Si pensamos más profundamente en nosotros como seres de la Tierra, como vehículos de la inteligencia de la Tierra, podemos ver que somos el vehículo que le permite a la Tierra crear formas que no podía generar a partir de los procesos biológicos ciegos; a través nuestro puede modificarse a sí misma de una manera que antes le era imposible.
Dentro de la lógica biológica, la Tierra tiene un techo en su evolución. Pero, a través del ser humano, la Tierra crea innumerables elementos y formas nuevas. El plástico no existiría sin el ser humano, el acero no existiría sin el ser humano. Existen un sinnúmero de aleaciones y sustancias que se han hecho posibles gracias a la intervención del ser humano. Y no sólo sustancias, sino formas. Tendemos a pensar que los aviones son construcciones humanas, lo cual es cierto; pero viéndolo con mayor perspectiva, los aviones son formas que la Tierra ha generado mediante los humanos. La Tierra hoy está llena de luz y podríamos decir que la luz la hemos generado los humanos; pero también podemos decir que la Tierra se ha cubierto de luz y electricidad a través de esa criatura que generó previamente por el método biológico, que es el ser humano.
Más aún, si miramos desde la perspectiva del Sistema Solar, podemos ver que este empieza a verse invadido por esos extraños aparatos que llamamos satélites. Como sabemos, esos vehículos metálicos y plásticos con inteligencia computacional han llegado hasta Plutón, han sacado fotos, han grabado sonidos. Esas formas las llamamos máquinas. Pero, vistas desde el Sistema Solar, esas máquinas son entidades terrestres; desde esa perspectiva es el planeta Tierra el que genera esas entidades de inteligencia mecánica que llamamos máquinas y que ahora recorren el entero Sistema. Y esas máquinas, son formas -en este caso inorgánicas- que están conectadas a una inteligencia biológica y obedecen a ellas; son vehículos inorgánicos sintonizados a la inteligencia humana; esos satélites obtienen imágenes que llegan a la inteligencia que los crea, emiten señales de radio que llegan a esa inteligencia, que es la nuestra y que les da órdenes acerca de cómo operar.
Las máquinas son formas generadas por una inteligencia más compleja, la cual está estrechamente ligada a ellas y opera a través de ellas. Nosotros los humanos, aún estamos en la etapa en que nos consideramos el centro de la vida terrestre y, eventualmente, del Universo mismo; nos concebimos como separados e independientes tanto de la Tierra, como del resto del Universo y de las máquinas. Pero, si pensamos con mayor profundidad, nos damos cuenta que somos expresiones de la Tierra. Y las máquinas son formas que estamos creando y que operan como vehículos operativos de nuestra conciencia; no se trata de que esa forma contenga una conciencia, sino que la conciencia humana las genera, las organiza y se expresa a través de ellas; del mismo modo en que la Tierra generó el organismo humano y se expresa a través de él.
Es decir, a través del ser humano la Tierra se transforma a sí misma. Y en ese sentido esta forma viviente que es el ser humano ha hecho un larguísimo proceso. La conciencia humana que conocemos ha sido la inteligencia de un complejo animal, de un predador, de impulsos y pasiones muy potentes; pero, a su vez, con una sensibilidad extraordinaria que le ha permitido desarrollar un tipo de conciencia que no existía previamente en la Tierra.
La larga historia humana que conocemos es sobre todo la historia de una exquisita y compleja sensibilidad que va aprendiendo progresivamente a calmar el intensísimo pulso animal sobre el cual está instalada. Esta enorme sensibilidad, a través de innumerables luchas y cruentas guerras, maravillosas obras y episodios de extrema crueldad desconocidos en los otros animales, ha aprendido y está aprendiendo a calmar sus pulsos corporales: a calmar los terrores, los impulsos terriblemente agresivos que hemos heredado evolutivamente, el ansía de dominio, etc… Nos vamos calmando y nos vamos asustando unos a otros, a través de esta primera fase de nuestra historia. Y en ese calmarse y asustarse se desarrolla una sensibilidad y una inteligencia que, poco a poco, va dando forma a la Tierra y, que poco a poco, va domesticando a ese predador que somos.
Desde el punto de vista del patrón que veíamos al principio, podríamos decir que hoy el animal mental se ha extendido por toda la Tierra. Después del reino vegetal que dio lugar al reino animal y después que éste se extendió por todo el planeta permitiendo que emergiera el animal mental, hoy el humano se ha extendido y domina todo el planeta. Y si este patrón que estamos siguiendo es cierto, esto quiere decir que, por simple lógica evolutiva, se debe estar formando algo nuevo; es más, ya debe estar formado el capullo que contiene una nueva sensibilidad capaz de registrar dimensiones que la mente no puede registrar; debe estar surgiendo en la Tierra una percepción capaz de hacer contacto y de vincularse con dimensiones que no forman parte de la realidad tal como esta aparece para el animal mental. Esa nueva sensibilidad ya está formada y se está empezando a abrir, porque el patrón dice que cuando aquello que estuvo en capullo millones de años atrás se abrió por completo y se extendió por todo el planeta, en ese mismo momento se empezará a manifestar una sensibilidad nueva; aparecerá una nueva forma inteligente que le permitirá a la Tierra sintonizarse con otras dimensiones; para atraer otros niveles de energía e inteligencia, para poder transformarse aún más profundamente como lo ha venido haciendo cada vez que ha atravesado por una iniciación…
stamos desplegando una perspectiva más amplia, en la que podemos reconocer este patrón que se extiende durante millones de años y que está mucho más allá de nosotros; este patrón opera en un tiempo y un espacio infinitamente más amplios de aquellos con los que el animal mental se mueve.
Vamos a observar un poco más de cerca la evolución del animal mental, de esta primera humanidad. Una primera humanidad que está tomando conciencia de sí misma. Y si aparece una primera humanidad es porque está por aparecer una inteligencia aún más sensible y compleja. El recorrido fundamental de la primera humanidad ha sido la domesticación del predador, la modulación inteligente de los pulsos animales básicos para transformarnos realmente en animales mentales.
Esta sustancia maravillosa que generó la Tierra que es el sistema nervioso, el cerebro humano, se desarrolló y realizó todo su aprendizaje en sitios aislados; en pequeños grupos interactivos muy aislados unos de os otros. Los primeros homínidos en el África que se fueron desparramando por toda la Tierra formaron nidos, pequeños grupos dentro de los cuales cada uno creía ser el único grupo humanos verdadero. El sistema nervioso humano se desarrolló en el aislamiento y se envolvió en los sistemas de creencias provenientes de la limitación de cada experiencia. Se desarrolló como un predador en lucha constante con la naturaleza y con los demás grupos humanos, protegiéndose y envolviéndose en nidos tribales que tejían sistemas de creencias contradictorios con los de los demás. Podemos imaginar la evolución de esos nidos, formando largas tradiciones, a través de guerras y sucesivas expansiones que fueron creando nidos aún más grandes y complejos que llamamos naciones, imperios y civilizaciones. Todas estas tradiciones son extensas cadenas de memorias, largas historias que se creen exclusivas, diferentes y especiales; cada una de ellas se cree la más importante, la portadora de una esencia superior envuelta en un atávico y casi mecánico terror hacia lo diferente; en el rechazo instintivo a las creaciones de otro nido humano, el rechazo a las otras tradiciones.
¿Qué está sucediendo en este momento? Podemos ver que la extensión misma del animal mental por toda la Tierra está provocando la destrucción de los nidos en los cuales se formó. Todas las experiencias humanas aisladas que conocemos, están destinadas a chocar unas contra las otras: la Tierra es simplemente redonda y esto quiere decir que no podemos evitar el encuentro definitivo y la hibridación de todo aquello que nació y creció en el aislamiento. Cada tradición, cada cultura, cada civilización como expresión del aprendizaje unilateral del antiguo cerebro aislado, pretende ser única, especial y dominante. Pero los proyectos de este antiguo cerebro están destinados al fracaso. Todos los nidos y todas las tradiciones sin excepción están chocando entre sí y se ven obligadas a mezclarse y reconocerse igualmente humanas en el mismo nivel de las demás. Esto es muy perturbador, porque nuestra vieja inteligencia, toda nuestra organización emocional, nuestra sensibilidad, hasta nuestro cuerpo, están condicionados por el aislamiento y el miedo a lo diferente.
El animal mental tiene una inteligencia tecnológica muy desarrollada; somos capaces de construir formas con mucha habilidad. Pero el animal mental tiene una inteligencia vincular muy pobre, porque creció en el aislamiento vincular. Aún no nos damos cuenta de la importancia que esto tiene, pero sí nos estamos dando cuenta de cuán difícil es vincularnos a escala planetaria; aprender a resolver problemas comunes entre todas las tradiciones y sobre todo cuán difícil nos es vincularnos con la naturaleza. Es imposible vincularse correctamente con aquello que creemos que es inferior a nosotros. Hoy vivimos una enorme destrucción de tradiciones, de creencias, de ideas, de modos de vida; pautas antiquísimas, viejas sensibilidades y códigos de conducta son rápidamente cuestionadas a la luz de otras conductas diferentes.. Todo está cambiando: la sexualidad, las emociones, el pensamiento, las creencias… Es inevitable que cambien, porque no puede ser que la misma especie crea en dioses diferentes y exclusivos que se pelean entre sí, no puede ser que una civilización se sienta superior a las demás, no puede ser que aún creamos que no somos terrestres, que creamos que estamos aquí por accidente y que no somos hijos de la Tierra.
La paradoja que estamos viviendo es que estamos dominados por una inteligencia muy antigua que creció en el aislamiento y que expresa una pobre o nula inteligencia vincular; no sabe cómo vincularse, se asusta y sólo sabe controlar y dominar o someterse; ese nivel de inteligencia nada sabe de vínculos reales y creativos. Y esta antigua conciencia, con sus creencias, sus modos de ser, con sus sensaciones y emociones ligadas a esta mente pequeña y aislada, hoy se encuentra atrapada en un conflicto que la supera, porque tiene que dar cuenta de una complejidad para la que no está preparada.
Leemos las noticias en el diario o vemos por televisión como a cada momento un grupo humano choca con el otro; con sus intereses, sus deseos, sus impulsos, de pronto siente la necesidad de saltar sobre otro grupo humano y eliminarlo, y del mismo modo lo hacen los otros.
Pregunta: ¿Y por qué decías antes que ahora somos menos agresivos ?
No sé si te recordás cómo éramos antes… (risas). Antes nos tirábamos unos arriba de los otros y nos despedazábamos. Ahora, sentimos ese mismo impulso pero a veces logramos no despedazarnos, logramos hallar un punto de encuentro y calmarnos. «No te enojes demasiado…», le dice una nación a la otra.
Pregunta: Pero hay otras formas de agresión; por ejemplo, el hambre…
Sí, pero en términos evolutivos el problema del hambre siempre existió; recién ahora existe una conciencia colectiva que cuestiona eso aunque aún no pueda resolverlo; es porque recién ahora estamos comenzando a calmarnos y en consecuencia podemos pensar de una manera más compleja. Eso es lo que quiero que ustedes vean; que recién ahora podemos tener colectivamente ideales que antes eran propios de algunos individuos excepcionales. Piensen que hace 100 ó 200 años, o en algunos lugares de la Tierra hoy mismo, que se reúnan tantas mujeres y tantos varones mezclados era algo imposible; no ideológicamente o religiosamente imposible, sino corporalmente imposible porque la excitación del pulso corporal no lo permitía. Y ahora algo se ha calmado en nosotros; trabajosamente, lo sabemos, pero se ha calmado. Del mismo modo, hoy uno se pregunta cómo puede ser que nos peleemos tanto, pero el sólo hecho de que existan las Naciones Unidas o que participemos de las Olimpíadas, en donde un asiático, un africano, un eslavo -esto es, todas las formas humanas que a través de la historia se desarrollaron aisladas, separadas y en enemistad – pueden dialogar nos revela que el pulso agresivo hacia lo diferente se va calmando paulatinamente. Si uno lo observa con una perspectiva profunda, el hecho que haya un afro-americano como candidato a presidente de EEUU es un cambio biológico, no un cambio ideológico, porque no son las ideas sino el pulso corporal el que no permitía que alguien tan diferente nos pueda organizar.
Digo esto para que comprendamos nuestras limitaciones y nuestras grandezas, porque estos momentos son muy difíciles. Difíciles desde el punto de vista de que quizás en algunos momentos volveremos a perder la calma y generemos algún enorme foco de destrucción; no podemos descartar que eso ocurra. Pero quiero mostrarles también la grandiosidad, desde el punto de vista evolutivo, de lo que está pasando. Estamos empezando a salir del aislamiento, a salir de nuestros escudos, de nuestras defensas, de nuestras idealizaciones; porque dentro de cada nido y de cada tradición, hemos llegado a creer que éramos «maravillosos» y que estábamos «cerca de los dioses», pero cuando aparece otra tradición, esos mismos dioses en los que creemos encuentran a otros que también se creen únicos y superiores y empiezan a pelear. Y cuando se trata de dioses muy diferentes quizás eso pueda entenderse, pero sabemos que en Medio Oriente se están peleando los que creen en el mismo dios. Uno se pregunta cómo es esto posible. La candidata republicana a la vicepresidencia de EEUU (Sarah Palin) hace un par de años dijo: «La Guerra de Irak es algo que quiere Dios…». Y sabemos que del otro lado dicen exactamente lo mismo. Y se trata del mismo dios. Quiero decir, ese humano, cuando está calmo y lúcido, reconoce que ambos creen en el mismo dios, pero su pulso corporal aún está demasiado excitado y por eso entra en esta contradicción enorme: los que creen en el mismo dios dicen que dios les ha dicho que solo ellos tienen razón y se matan…
Por eso la turbulencia que vivimos es inevitable; hasta hace muy poco tiempo –un instante en términos evolutivos- todos los varones de la Tierra estaban programados para ir a la guerra y todas las mujeres para tener hijos. Ese es un programa de un millón de años de antigüedad. Guerrero y madre son los lugares que la tribu adjudica a cada uno al nacer. Es en la década del 60, durante la Guerra de Vietnam, que por primera vez aparece en el nivel colectivo la legitimidad de negarse a morir por la patria. No solemos pensar en eso, pero que un varón soporte la carga psíquica de la deserción es algo extremadamente reciente; que una mujer no tenga hijos o los tenga cuando quiera, no era algo que antes no se pudiera hacer, sino que era psíquicamente insoportable.
Hasta muy poco tiempo que ha empezado a ceder dramáticamente la enorme presión que todo nido o tradición ejercía sobre la conciencia y la percepción de sus miembros; cada uno de nosotros tenía que pensar exactamente lo mismo que los compañeros de la tribu. Teníamos que querer lo mismo, pensar lo mismo, percibir lo mismo que el conjunto de humanos que nos rodeaban en una burbuja de percepciones homogéneas. Era imposible estar juntos con creencias muy diferentes, viendo la realidad de un modo completamente diferente. Las familias no toleraban esas diferencias internas que hoy nos parecen naturales pero que podemos ver que en la mayor parte del planeta aún son consideradas insoportables. Algo ha estallado. Una tremenda presión, un profundo control que se ejercía sobre nuestros cuerpos, emociones y mentes se ha soltado; han estallado millones de burbujas. Y ahora es posible sentarse juntos creyendo en cosas completamente distintas, viendo la realidad de una manera completamente distinta. Si eso estalló es porque estaba maduro para hacerlo. Esa malla, esa enorme tensión empequeñecedora de la sensibilidad humana, estalló. Pero es necesaria una readaptación nada fácil de realizar; por eso estamos en un estado de turbulencia tan grande, porque estamos aprendiendo a organizar ese estallido.
Ahora, observando todo esto, podemos decir que el animal mental ha triunfado. Se ha extendido por todo el planeta creando un asombroso mundo tecnológico que recubre la Tierra; la pregunta es: ¿alcanza con esto? Evidentemente no. Hace falta una sensibilidad diferente, una inteligencia vincular capaz de elaborar creativamente las diferencias particulares; la vieja mente controladora y manipuladora de formas no puede hacer eso porque es demasiado lenta y reactiva; solo una mente capaz de percibir espontáneamente relaciones y no identidades, de ver que somos intrínsecamente relación y que el aislamiento y la separación son ilusiones, puede afrontar la complejidad del presente. Es necesaria una inteligencia que nos permita ver espontáneamente, sin tener que pensarlo y discutirlo, que estamos profundamente ligados a los árboles, a los ríos, al océano y a los animales, que formamos parte del mismo tejido, de la misma inteligencia. Hace falta una inteligencia que permita sentir naturalmente, no a través de la idealización, la unidad de los seres humanos. Una cosa es tener el ideal de humanidad y otra muy distinta es sentir la humanidad. Una cosa es tener el ideal de una Tierra maravillosa, y otra es sentir realmente la vida de la Tierra.
El mismo proceso evolutivo, la lógica misma de la evolución nos obliga a reconocernos como miembros de la misma humanidad. Ignoramos por completo qué es una cultura verdaderamente humana. Hasta ahora sabemos qué es una cultura china, una cultura occidental, una hindú, una africana, pero todavía no sabemos que tipo de cultura generamos los humanos juntos; cuáles don las formas de vida, sensibilidades, símbolos y creencias que surgen de la totalidad de la humanidad. Eso todavía no ha sucedido. Evidentemente sucederá. ¿Con cuánto dolor, con cuánta destrucción y discordia previas?
Si lo observáramos solo desde el punto de vista de la evolución, estamos autorizados a creer que esto es imposible; que el salto que debemos dar no puede hacerse y que el Apocalipsis es inevitable; sabemos perfectamente que ésta sensación apocalíptica es muy fuerte en el inconsciente colectivo. Pero, si pensamos más complejamente e incluimos el patrón de iniciación en nuestra reflexión, tenemos que preguntarnos ¿podremos los humanos desarrollar una sensibilidad suficiente como para registrar espontáneamente nuestras relaciones intrínsecas y permitirnos experiencias plenamente humanas y no separativas? ¿podrá florecer en nosotros una sensibilidad suficiente como para sentirnos parte de la vida de la Tierra?
Quizás el humano no pueda hacerlo por sí mismo; pero esto es algo que está haciendo la Tierra a la cual pertenecemos. Esto que está sucediendo le está sucediendo en la Tierra, a Gea. Es Gea la que necesita desarrollar mayor sensibilidad, una nueva inteligencia. Y en este sentido, de acuerdo al proceso de iniciación, podemos estar seguros que la Tierra ya ha generado un tejido portador de una nueva sensibilidad, de una nueva inteligencia; y éste está listo para aparecer, o mejor dicho, ya está apareciendo, aunque no sea fácil distinguirlo para la mayoría. Porque era muy difícil darse cuenta durante el apogeo del reino animal, que un monito rodeado de fieras gigantescas fuera a hacer lo que hicimos nosotros; era prácticamente imposible verlo. Sin embargo, estaba ahí, el animal mental estaba en capullo y se manifestó.
Vamos a reflexionar un poco más acerca de este tejido, de esta sensibilidad capaz de sintonizarse con otras dimensiones de la realidad que permitan sentirnos y registrarnos espontáneamente vinculados.
A través de la historia de la humanidad han existido siempre individuos que llamamos excepcionales, que han tenido una sensibilidad muy diferente a todos los demás; eran humanos, que no parecían predadores, que incluso no parecían ser simplemente animales mentales, sino que poseían sensibilidades muy diferentes. Me refiero a seres como Buda, como Cristo y como muchísimos otros. Podríamos decir que ellos eran humanos mucho más maduros que los que los rodeaban. Desde una perspectiva histórica nos parecen seres excepcionales, pero si los miramos con mayor profundidad podríamos decir que ellos son las primeras células de un tejido que va creciendo dentro y más allá del animal mental; las mutaciones de la primera especie humana, que va realizando un salto evolutivo dentro de sí misma.
Podemos pensar en todos los seres que tradicionalmente llamamos espirituales que han existido, no refiriéndonos a ellos como personas excepcionales sino como formas evolutivas precursoras, como la progresiva creación de un nuevo tejido viviente. Del mismo modo que podemos pensar en la formación del lóbulo frontal en el cerebro humano: sabemos que los demás mamíferos no tienen lóbulo frontal desarrollado; nosotros heredamos el cerebro del mamífero y a partir de éste se fue desarrollando un nuevo tejido neuronal de características muy diferentes que coexiste y se superpone con el anterior. O cómo se formó la mano: ningún otro animal tiene mano, pero ésta se fue entretejiendo biológicamente a partir de las patas, de las garras y de esa primera mano que fue la del mono, pero aún sin un pulgar opuesto a los demás dedos. Hasta que esa inmensa inteligencia evolutiva generó –al mismo tiempo- el lóbulo frontal y la mano y esa forma viviente –ese salto evolutivo que somos- se expresó.
Los invito a pensar en Buda, Cristo y todos aquellos que llamamos individuos espirituales excepcionales, como los precursores de un nuevo tejido viviente, de una nueva humanidad; una nueva forma de la humanidad que ya está preparada dentro de la que conocemos; una nueva conciencia cuyos trazos fundamentales ya están formados dentro de la conciencia que hoy conocemos.
Al mismo tiempo que el animal mental se va calmando torpemente y se extiende dominante por el planeta creando el mundo de la tecnología, una nueva conciencia implicada en la forma anterior se está manifestando; como en todos los demás casos se trata de una sensibilidad mucho más rica que las anteriores, capaz de registrar nítidamente niveles de realidad que no existen para aquellas. Esto fue siempre así. Siempre hubo humanos de una sensibilidad mucho mayor que la de los demás seres humanos. Y esa reducida presencia les permitió sintonizarse con procesos mucho más globales, introduciendo un estado de equilibrio en la Tierra que moduló las torpezas del animal mental. Pero este tipo de conciencia existe hoy en una escala infinitamente más alta que en épocas anteriores; este tejido está generando una nueva especie, una nueva forma humana dentro de la anterior. No les estoy hablando del 2012, sino de un proceso de unos 200 ó 300 años. Sí es cierto que en el 2012 esto se va a empezar a ver, los que tengan ojos para verlo lo verán, en medio de la enorme e inevitable turbulencia de esta transición, en medio de situaciones muy difíciles, en medio de los estertores del predador humano asustado que aún quiere dominar y no tiene la inteligencia suficiente como para organizar tanta complejidad. Porque esto es lo que nos está pasando: no tenemos la inteligencia suficiente como para afrontar tanta complejidad. Sin embargo, tenemos que confiar en el proceso de la Tierra, porque la Tierra sí tiene la inteligencia necesaria para tanta complejidad. Gea tiene implicada dentro de sí esta sensibilidad capaz de sintonizarse con niveles de energía tan sorprendentes para el animal mental que los cree inexistentes. Y por eso Gea va a generar los humanos con la sensibilidad suficiente como para dar el salto.
Puedo estar completamente equivocado, pero mi sensación es que el salto va a ser difícil. La transición no va a ser nada fácil; las generaciones de transición no serán nada sencillas. Pero, en lo profundo, el proceso ya está hecho, el salto evolutivo ya está dado; es sólo cuestión de que se despliegue enteramente. Y para que se manifieste es muy importante darse cuenta que tenemos que estar calmos, que el humano tiene que aprender a calmar sus excesos de excitación en un sentido muy profundo. De hecho, todas las tradiciones espirituales tuvieron como objetivo central calmar el sistema animal que nos constituye. Calmarnos para que puedan entrar en actividad partes del cerebro que son capaces de sintonizarse con algo que está mucho más allá de lo que nuestra mente dominante puede registrar, para vincularse con ello y hacerlo entrar en la Tierra para que esta pueda incluirlo en su evolución.
En todo este proceso es muy importante observar el miedo. La energía del miedo se reproduce a sí misma e impide que nos calmemos, genera una excitación continua que impide la serenidad que el cerebro necesita para evolucionar; el juego del miedo-deseo produce una cadena de acción y reacción que tarde o temprano desemboca en profundas crisis. Lo que se está destruyendo es un tipo de conciencia; pero no tiene por qué destruirse más que eso. Es un modo de conciencia, un modo de inteligencia, el que está alcanzando su techo y por eso tienen que derrumbarse creencias, ideas, sensaciones a las cuales estamos habituados, emociones a las que estamos muy apegados, formas y símbolos con los cuales estamos identificados. Pero es eso lo que se cae. No tiene por qué caerse nada más que eso. Pero si el miedo es excesivo, inevitablemente se va a caer mucho más que eso. Esta inteligencia, de la cual debemos saber desprendernos, ya hizo lo que tenía que hacer; desde las pequeñas tribus, a través de las distintas civilizaciones, nos trajo hasta aquí, hasta la primera humanidad, los primeros verdaderos humanos. Esa inteligencia es la que se está cayendo, la que está terminando, pero sólo eso. Si tenemos miedo, si estamos muy excitados, mientras se caen las creencias y mientras se caen las limitaciones de esta antigua mente, nos vamos a pelear entre nosotros destruyendo mucho más de lo necesario.
Preg:¿Sería el surgimiento de otro reino..?
Es el surgimiento de un nuevo reino. Esa es la verdadera dimensión y magnitud del cambio que vivimos. El surgimiento de una sensibilidad completamente diferente capaz de vincularse con aquello que nuestra mente no puede registrar.