Traducción del portugués de Enrique Galán
«Creo en mi rabia. Es mi demonio favorito. Ser valiente y escribir van juntos»
James Hillman
Quiero comenzar con tres imágenes.
En una reciente entrevista, concedida a la revista de la Asociación Internacional de Psicología Analítica -un número especial dedicado a sus cincuenta años de existencia-, al ser preguntado sobre cuándo cayó en la cuenta de que sus ideas y libros habían innovado el pensamiento junguiano, James Hillman responde:
No tengo una idea muy confortable de esa situación. Yo no decidí en un momento dado «innovar». No lo tenía previsto. No soy prudente. Trabajo a partir de la rabia cuando algo se siente insultado. Cuando oí a von Franz atacar al puer aeternus en sus conferencias de los años 50, a Esther Harding criticar de forma tan moralista la inercia a favor del héroe matador de dragones, a Neumann hablando y hablando de la Gran Madre hasta sentirme engullido por todo aquello, a otros conferenciantes agrediendo a Freud, aquella atmósfera de profesores elogiando la tierra, la tradición y la introversión, me sentí insultado. Yo era el puer, vengo de Atlantic City, New Jersey, donde se acaba la tierra. Todo ese moralismo era ofensivo con una vida que había conocido antes en la India, en París, en Dublín entre todo tipo de personas extraordinarias. Mi amigo Robert Stein fue a Londres en 1957 para hacer un periodo de análisis y volvió destruido por el cuadro transferencial y por la opresión de su espontaneidad y su locura. Le habían insultado, estaba furioso. La primera ponencia que escribí la presenté oficialmente en Londres, en el Club Junguiano de Londres de comienzos de los años sesenta. Se titulaba «Amigos y enemigos» y defendía la idea de que no se puede tener amigos sin tener a la vez enemigos, y que la amistad es una de las emociones más antiguas que conocemos, precede a la propia transferencia y es más arquetípica (…) Esto es una innovación, pero sólo surgió porque estaba furioso, rabioso y quería destruir algo. Desde esta perspectiva, todo lo que he sido nace de esta necesidad de destruir.
En otro texto, «Sobre cosmología», Hillman revela:
Marte me guía más que Saturno, Hermes más que Atenea. Me produce claustrofobia verme sometido a generalizaciones, y grito «paranoico» en cuanto me veo requerido a entrar en algún sistema unificador
En su último libro, El terrible amor por la guerra, sin duda el más confesional de los veintisiete que ha publicado, Hillman escribe:
He reconocido recientemente ser un «hijo de Marte», al modo de los humanistas del Renacimiento cuando describen ciertos personajes básicos con los nombres de los dioses planetarios. Una afinidad con la teoría marcial del dios de la guerra es natural a mi método. Mi camino en la vida y mi manera de atraer enemigos. Me gusta estimular la oposición e incendiar las pasiones del pensamiento. Me produce placer destruir la estupidez -Marte encuentra idiotas en todas partes por ser él mismo tan idiota. Es como si tuviese una necesidad innata de estar en guerra, como si tuviese que desempeñar el papel de Heráclito y no considerar sus palabras sólo «cosmología griega antigua». En consecuencia, la guerra se ha vuelto mi primavera constante, mi abril, mi mes de Marte.
Y unos párrafos más adelante, continúa:
Para mí, escribir libros es muy parecido a una campaña militar. Confieso que me abro camino a la fuerza utilizando metáforas militares. Hay una estrategia, un concepto general, y existen tácticas a lo largo de todo el camino. Cuando no pueda avanzar, no cave una trinchera, siga adelante. No se obceque en eliminar una fortaleza de un solo golpe o si eso le obliga a desviarse. Aíslela y caerá sola. No entre en batallas con las voces interiores de saboteadores, críticos o adversarios. Una pequeña batalla, una lluvia de flechas, todo esto desaparecerá en el párrafo siguiente. Camufle sus flaquezas, su falta de reservas exhibiéndose ostentosamente en desfiles al son del clarín. Acuérdese de que todos son tan vulnerables como usted. Saquee el almacén de las ideas, recupere materiales antiguos para reforzar sus líneas. Abandone el terreno que no puede explorar y, en cuanto aparezca un problema, avance todo el territorio que pueda (…) Este desafío permanece en mi vida debido a mi historia de orgullo y placer, soy un viejo veterano desfilando cuyas guerras fueron siempre «sólo» psicológicas.
Fijémonos en las imágenes, según propone como regla única la psicología arquetipal: rabia, insulto, furia, enemigos, destruir, guerra, Ares, Marte. Este es James Hillman.
Un hombre que se presenta como un pensador para quien la pasión violenta de las guerras de ideas es preferible a un pacifismo ingenuo y pasivo que acaba por embotar el pensamiento. Leyendo con cuidado y atención los escritos de Hillman, podemos afirmar que si la psicología arquetipal presupone la existencia de uno o más dioses, una psicología politeísta, entonces necesariamente sostiene que la paz, en cuanto condición de estabilidad y seguridad, se encuentra seriamente amenazada.
Considerar la posibilidad de varios dioses, esto es, el politeísmo, implica afirmar la tolerancia hacia las diferencias y la aceptación de la diversidad, representada por los propios dioses. El politeísmo es la condición necesaria para la polémica. El discurso politeísta está regido por la retórica de la polémica y caracterizado por la huida y evitación de cualquier tipo de pensamiento marcado por un deseo de totalitarismo y unificación en torno a un único centro, un único modo, un único discurso o una única verdad. Allí donde impera un Dios único no hay espacio para la polémica.
El monoteísmo, el culto exclusivo a un único Dios se confunde con el narcisismo, y como bien dice Caetano Veloso, «Narciso se encuentra feo y no tiene a mano un espejo». Abandonar el reflejo narcisista del espejo, ese espacio donde las diferencias son substraídas o apagadas, es adentrarse en el terreno rico y fértil de la diversidad del otro, una de las posibles intenciones de la psicología arquetipal de James Hillman. Politeísmo es considerar al otro en su radical diferencia. Es diálogo con la alteridad, y la polémica es una de las formas que puede asumir ese diálogo. En este sentido, polemizar es afirmar la identidad, y no someterse a los designios del otro, condición de individuación. Polemizar es declarar la guerra a lo mismo, provocar fricciones, crear resistencias. Pienso que Hillman y la psicología arquetipal son herederos directos del pensador presocrático Heráclito, cuando afirma en uno de sus fragmentos: «Guerra es padre de todas las cosas»
Dejémonos guiar por estas ideas: polémica como ruptura, polémica como transgresión, polémica como fundación, polémica como gesto inicial. Si observamos la historia de la psicología arquetipal, percibiremos que si alguien posee el arte retórico de la polémica es sin duda James Hillman.
El estilo de Hillman se asemeja a la potencia furiosa de un ácido. Un ácido que se desliza marcando el camino por donde pasa, corroyendo las superficies, engañosamente planas y brillantes, creando surcos, abriendo grietas, haciendo aflorar los pliegues, destruyendo para crear. En Hillman y sus escritos se conjuga un panteón de posibilidades míticas. De la violencia argumentativa de Ares al sentido estético de Afrodita, de las trampas intelectuales de Hermes al aspecto nómada y errante de Dioniso, del amor erótico por las ideas al carácter apolíneo de su erudición. Sus textos son escenarios y paisajes por donde desfilan los dioses que componen su particular politeísmo.
Desde su salida intempestiva del Instituto Jung de Zúrich, del que fue director de su centro de estudios durante diez años, Hillman ha ido coleccionando calurosos embates polémicos con diversas figuras del mundo junguiano y, sin duda, con la propia comunidad junguiana.
La relación de Hillman con los junguianos está marcada por algo que podríamos definir como una extrema tensión delicada. Por parte de la comunidad junguiana, la obra de Hillman siempre es vista con desconfianza y reservas. Es explícito el intento de aislar su pensamiento, y de ese modo intentar disminuir y despotenciar su impacto. Uno de los motivos que pueden justificar esta actitud frente a Hillman y sus escritos tal vez sea que ciertamente sacude violentamente algunas certezas que los junguianos se esfuerzan arduamente en preservar.
Uno de los principales objetivos de la psicología arquetipal de James Hillman es llevar el trabajo y el pensamiento de Jung más allá de los pequeños círculos de iniciados y de los institutos de formación clínica, considerar las principales corrientes intelectuales de nuestra cultura y dialogar con ellas. La psicología arquetipal encuentra en la tradición intelectual posmoderna un gran interlocutora. A lo largo de su obra, Hillman dialoga con Heidegger, Nietzsche, Bachelard, Freud, Deleuze, Lévinas. En varias entrevistas menciona los trabajos de Foucault, Derrida y Lacan. Independientemente de concordar o no con el punto de vista de estos autores, lo importante es el hecho de saber que son referencias leídas y trabajadas por el propio Hillman. En los últimos años, Hillman viene presentándose como un «terapeuta de las ideas», alguien que trabaja más con teorías e ideas que con clientes o casos clínicos. Para un analista clínico que ponga su atención e interés sólo en el campo de la práctica clínica y esté poco dispuesto a las aventuras del pensamiento filosófico, Hillman será, sin duda, un plato indigesto.
Hillman colecciona una serie de polémicas con personajes del mundo junguiano. Polemizó con Rafael López-Pedraza, uno de los padres junto a él de la psicología arquetipal, con Carl Meier, famoso y tradicional analista clásico junguiano (descrito por Hillman como su enemigo preferido), con Richard Noll y Wolfgang Giegerich. Quiero detenerme en la famosa polémica con Giegerich, pues gracias a ella podremos entender con mayor claridad que el acto de polemizar, condición fundamental del politeísmo, no significa en ningún momento cancelar la existencia del otro y sí convivir con la diversidad.
En julio de 1992 se celebró el primer festival del psicología arquetipal en homenaje a James Hillman. El evento tuvo lugar en la universidad de Nôtre Dame y reunió a cerca de 500 personas, entre analistas junguianos, artistas, filósofos, estudiantes y escritores, con el objetivo de examinar la obra de Hillman y su influencia en los campos de la cultura, el arte, la política, la ciudad y la psicoterapia. En la inauguración del festival, Hillman dice que «esperaba ansioso la oportunidad de estar juntos durante una semana en esta comunidad en torno al alma, pues la práctica de la psicología tiene el insidioso efecto de aislarnos, haciendo que permanezcamos encadenados en el gueto de la mente observadora».
Hillman desafió a los participantes a transgredir, a invocar a Dioniso, pues cuando Dioniso aparece, ¿no estará detrás también Eros? Hillman convocó a los participantes a ir más allá de lo «usualmente correcto», y el modo que encontró para alcanzar su objetivo fue hacer de la pornografía el tema principal de su conferencia inaugural del festival. Uno de los momentos principales del festival y, ciertamente, también uno de los más polémicos, fue la participación del analista junguiano Wofgang Giegerich.
Si Hillman invitó a ir más allá de lo «usualmente correcto», Giegerich no se hizo rogar e inició su conferencia, titulada «Matanza: el platonismo de la psicología y el eslabón perdido con la realidad», preguntando si la psicología arquetipal es de hecho una psicología con dioses o » la palabrería sobre los dioses en la psicología arquetipal es sólo un tipo de jerga glamurosa, distante en lo fundamental de la realidad a la que antes remitía la palabra ‘dioses'» . Giegerich argumenta que no se puede desistir de sacrificar toros y continuar afirmando que se cree en Zeus. Si se hace un festival para celebrar a los dioses es necesaria una matanza sacrificial, pues es ésta la que trae la presencia divina que transforma el día en festivo o sagrado.
La polémica cuestión que trae Giegerich a colación es si puede haber sacrificios sin matanza. Su crítica y cuestionamiento se refieren a que la psicología arquetipal reduce la experiencia del sacrificio a una simple metáfora, a un mero símbolo. Alerta que sin sacrificios, esto es, sin matar algo real, la psicología arquetipal permanecerá inevitablemente en lo que él llama «burbuja de irrealidad».
La conferencia de Giegerich causó una enorme polémica en el festival. Aunque varios participantes querían discutir las cuestiones planteadas por el tema propuesto por Giegerich, los organizadores del festival optaron por seguir con la programación oficial. En varias de las conferencias que siguieron se oyeron desde el patio de butacas gritos que decían «queremos discutir las cuestiones presentadas por Giegerich». Algo se había constelado y los organizadores del festival, en vez de ser fieles a la regla número uno de la psicología arquetipal -fijarse en la imagen- optaron por seguir con la programación oficial sin abrir un espacio a la discusión de las cuestiones suscitadas por la conferencia de Giegerich.
Entre tanto, para muchos de los participantes en el festival, la verdadera víctima sacrificial del festival fue el propio Hillman. Esta vez, Hillman, el polémico por excelencia, probó su propio veneno. Ahora era él el blanco de la polémica. Un mes después de realizado el evento, Hillman envió una carta a todos los participantes, en la que daba su opinión sobre las diferentes divisiones que se dieron en el festival. Dice Hillman: «Pienso que estas divisiones derivan en parte de los múltiples lados que componen el trasfondo politeísta de la psicología arquetipal, que nos invita a un pandemonium». Querría subrayar las expresiones usadas por Hillman: divisiones, múltiples lados, politeísmo.
Sin embargo, la respuesta definitiva de Hillman a este polémico episodio despertado por W. Giegerich sólo aparecerá dos años más tarde. En 1994, Hillman publica su artículo «Una vez más en la brecha», donde usa toda su ironía, erudición y refinada calidad literaria para deconstruir y responder a cada una de las acusaciones de Giegerich a la psicología arquetipal. Su principal argumento es que Giegerich se dejó engañar por tres falacias fundamentales: la falacia de los modelos históricos, la falacia ontológica y la falacia del concretismo. El debate prosigue con la réplica de Giegerich al artículo de Hillman y también con la publicación de su último libro, La vida lógica del alma, una severa y consistente crítica a los métodos de la psicología arquetipal.
Por otro lado, es fundamental destacar que Hillman y Giegerich, a pesar de las divergencias que los caracterizan, son profundos amigos y fecundos colaboradores de la psicología arquetipal. El debate transcurre en el campo de las ideas, sin ninguna intención de declararse fiel al pensamiento del fundador, que es al final lo que significa ser leal a alguien en el campo de las ideas. Pensar politeísticamente es deslizarse por varios lugares distintos, ocupar nuevas posiciones y crear lugares inéditos a ocupar.
De todos modos, continuemos nuestro camino preguntándonos por el curso de este polémico pensador. Si tenemos cien años de psicoterapia y el mundo va a peor, tenemos ochenta años de Hillman y podemos dividir su inmensa obra en cuatro momentos específicos. Voy a utilizar aquí una división propuesta por David Tacey, en un artículo titulado «Serpenteando y girando con James Hillman: Del ánima al alma del mundo, de la Academia al pop». David Tacey es profesor de literatura de la universidad La Trobe en Melbourne, Australia, y durante varios años, el periodo en que estuvo estudiando en Dallas, Estados Unidos, fue analizando de Hillman. Esos cuatro momentos son:
Primer momento
Hillman como analista junguiano. Director de estudios del Instituto C.G.Jung de Zúrich durante diez años (1959-1969), y ya entonces autor de numerosos trabajos donde demostraba todo su inmensamente vigoroso y articulado pensamiento. Hillman, en esa época, ya evidenciaba toda su originalidad, que destacaba dentro de los límites de la psicología junguiana clásica. De esa época son Emoción, Suicidio y el alma, Psicología y religión: una búsqueda interior.
Pertenece también a esta época un episodio sombrío en la historia de la psicología analítica, que ha salido a la luz recientemente en Los junguianos, del analista junguiano Thomas Kirsch. En este libro se hace un análisis histórico y en perspectiva del movimiento junguiano desde sus orígenes. Se menciona el polémico episodio que envuelve a Hillman en un asunto sexual con una paciente, y cómo ese episodio, que culminó con la salida de Hillman de Zúrich, movilizó a todo el Instituto Jung. Se evidenció una división latente que ya existía en el Instituto. En un lado, Jolande Jacobi y otros pedían la expulsión de Hillman, en el otro, gran parte del Instituto Jung defendía a Hillman, incluyendo al Presidente del Instituto en esa época, Franz Riklin.
Fue Franz Riklin quien, para defender la permanencia de Hillman en el Instituto, trajo a colación de nuevo la figura de Jung, refiriéndose a la relación que mantuvo con una paciente suya, Toni Wolff, episodio relegado por muchos a la sombra de la psicología analítica. Thomas Kirsch defiende que más importante que castigar a Hillman sería privilegiar el debate de las cuestiones éticas y clínicas que suscitaba este caso. Kirsch continúa su relato afirmando que toda esta polémica fue extremadamente severa y dura con Hillman, quien dimitió como director de estudios del Instituto y abandonó Zúrich. Es importante mencionar que Hillman, posteriormente, se casó con esta ex-paciente llamada Patricia Berry, más tarde una de las teóricas más famosas de la psicología arquetipal.
Segundo momento
Hillman y la psicología arquetipal. Creación de la psicología arquetipal. Profunda revisión del pensamiento junguiano. El primer movimiento posjunguiano de verdad. Aparición de importantes innovaciones teóricas en vez de la repetición estéril de lo mismo. Aquí quisiera destacar que considero a James Hillman y Michael Fordham los dos grandes innovadores y pensadores originales del pensamiento posjunguiano. Las grandes obras de Hillman en ese periodo son Re-imaginando la psicología, Los sueños y el inframundo, Ficciones curativas, El mito del análisis.
En ese momento se produce una aproximación de Hillman al movimiento posmoderno, que privilegia la pluralidad y la multiplicidad, la fragmentación, la renuncia a los metadiscursos y las narraciones totalizadoras. Hillman se aparta de la literatura metafísica de los arquetipos y su esencialismo; propone la fenomenología como método para lidiar con las imágenes. Si la regla de oro del psicoanálisis es la asociación libre, Hillman sigue las orientaciones de Rafael López-Pedraza al señalar que la regla de oro de la psicología arquetipal es fijarse en la imagen.
En ese periodo publica tres artículos fundamentales en la revista Spring sobre la cuestión de las imágenes: «Investigación sobre la imagen» (1977), «Nuevas notas sobre la imagen» (1978) e «Imagen y sentido» (1979). En estos artículos, ya clásicos en la literatura de la psicología arquetipal, Hillman propone una nueva conceptualización del término ‘arquetípico’, priorizando su aspecto adjetivo más que el sustantivo. El arquetipo será pensado como un valor, un atributo, algo que se hace con la imagen, una cualidad que se confiere a la imagen. Desde esta perspectiva, pensar y considerar la noción de ‘arquetípico’ implica renunciar a cualquier intento de contar con una lista preestablecida de imágenes arquetípicas o no, a cualquier intento de significación a priori y universalizante, como en los diccionarios de símbolos.
Textos fundamentales donde Hillman busca, cada vez de modo más radical y consistente, deconstruir la noción actual de imagen con la que tiende a trabajar la escuela clásica junguiana. Propone una revisión teórica, trasladando el trabajo con la imagen desde la perspectiva visual a una apreciación y ética literarias. El trabajo con las imágenes es literario, no literal. Hay un descenso del interés por la busca de los orígenes o los patrones formadores, de las estructuras llamadas arquetipos, a favor del elogio y el privilegio del fenómeno, la imagen. Una clínica de las imágenes no se confunde con una clínica de los arquetipos. Tal es la propuesta de la psicología arquetipal: relación imaginativa y ética con las imágenes a las que se atribuye valor arquetípico. Más allá de la tendencia esencialista, normativista, ahistórica y uniformizante de la teoría de los arquetipos, se opta por la primacía de las diferencias, de la peculiaridad, del contexto, de la trama que las imágenes presentan.
En ese mismo periodo, Hillman demuestra un inmenso interés por la Universidad e intenta introducir el discurso de la psicología arquetipal en la Academia. Da clases en las universidades de Yale, Chicago, Syracuse y Dallas. El pensamiento de Hillman en esa época interesa a pensadores junguianos directamente ligados al pensamiento contemporáneo, la posmodernidad y la cuestión del lenguaje. Cito algunos: Michael Vannoy Adams, analista junguiano que compara y encuentra analogías entre la psicología arquetipal y la filosofía de la deconstrucción, estableciendo semejanzas entre las ideas de James Hillman y el filósofo francés Jacques Derrida. Michael Vannoy Adams considera que las ideas que sustentan la psicología arquetipal se aproximan mucho al ejercicio filosófico de la deconstrucción propuesto por Derrida.
Paul Kluger es otro analista junguiano que utiliza ampliamente las ideas de Hillman en su aproximación al lenguaje desde una perspectiva arquetipal. En su libro La alquimia del discurso, originalmente su tesis de habilitación en el Instituto Jung de Zúrich, Paul Kluger se sirve del pensamiento de Jung y Hillman, junto a las ideas de Jacques Lacan, para profundizar en el estudio de la relación entre inconsciente y lenguaje. Destacan otros nombres en ese momento: David Miller, con su prolongado y riguroso interés por la cuestión de la posmodernidad, y Edward Casey, con su estudio de la fenomenología de los lugares basándose en la fenomenología de Heidegger. Ambos inseparables de Hillman en su intento de ampliar los horizontes de la psicología arquetipal más allá de los estrechos círculos de la psicología analítica. Estos pensadores buscan en Hillman puntos de articulación, puntos de convergencia entre la psicología arquetipal y el pensamiento contemporáneo entonces vigente.
Tercer momento
Es el momento del Anima mundi, una nueva revuelta del pensamiento de Hillman. Caracterizada por el intenso rescate de la idea neoplatónica del Anima mundi, es la creación de un discurso ecopolítico y un ataque innovador y furioso de Hillman al aspecto subjetivo e intrapsíquico existente en toda psicoterapia. Una crítica al énfasis hipervalorador de la subjetividad en detrimento de los problemas reales del mundo. Al personalizar y subjetivar todas las cuestiones del mundo, la psicoterapia acaba despolitizando al sujeto, retirándole la condición de ciudadano.
En ese momento, Hillman propone una nueva conceptualización del sí-mismo. Imagina al sí-mismo como interiorización de la comunidad. Propone también una nueva relectura de la psicología arquetipal, afirmando que lo que desea en ese momento, basándose en las ideas de la retórica del Anima mundi, es belleza, estética, profundidad, interioridad, ejercicio político y crear una psicología profunda de la extraversión. Las obras fundamentales de ese momento son El pensamiento del corazón y el alma del mundo, Ánima: anatomía de una noción personificada, un bellísimo artículo publicado en Spring en 1989, «Del espejo a la ventana. Curando al psicoanálisis de su narcisismo» y su polémico libro Cien años de psicoterapia y el mundo va peor.
En ese periodo Hillman da a conocer su texto, su canto de cisne, titulado «El amarillear de la obra», su ponencia en el congreso de la IAAP, celebrado en París en 1989, cuando comunica a la comunidad junguiana el final de sus actividades como analista. Hillman abandona la práctica clínica y continúa sus actividades como escritor y conferenciante, practicando la psicología en grupos amplios.
Cuarto momento
Finalmente, según la definición de David Tacey, Hillman entra en su fase pop. Vuelve al esencialismo platónico y las categorías metafísicas en El código del alma. Según Tacey, independiente de estar o no de acuerdo con su opinión -algo a discutir atentamente-, Hillman cede aquí al deseo de ser ampliamente reconocido y aumentar el número de lectores. No es una tontería que El código del alma fuera durante un año best seller en The New York Times en la sección de libros más vendidos y el libro más vendido de toda la carrera de Hillman.
Hillman entra en un circuito internacional de conferencias y entrevistas. Hace uso de un lenguaje más accesible y menos erudito. El código del alma y Formas de poder corresponden a esa fase. Es un momento delicado en la obra de este pensador, pues ya no es considerado por los junguianos clásicos, que lo habían abandonado hace mucho, mientras los junguianos posmodernos confusos se sienten atraídos por él. Nada más coherente que la trayectoria de Hillman, un hombre movido por el signo de Hermes/Mercurio: en un libro defiende con ardor una idea, en otro revisa sus conceptos y apunta en otra dirección, sus pensamientos se resisten siempre a ser coagulados en sentidos determinados. Nada más coherente con su espíritu puer, innovador y creativo.
Aquí Hillman revela otra faceta de su daimon. Se resiste a ser seguido, a ser tomado como un líder, mudando siempre de dirección, con lo que frustra a quienes le siguen, obligados a atender adónde se fue o en qué se tornó. Temas que antes ha despreciado deliberadamente pueden súbitamente convertirse en objeto de su interés y piedra angular de nuevos trabajos. Una idea amplia e intensamente defendida en un libro puede no ser más que un breve recuerdo tras algún tiempo. Estos son los efectos de alguien que escribe impelido por la obediencia a su espíritu mercurial. Fiel a una retórica plural y múltiple, tan característica de la psicología arquetipal, Hillman se niega, astutamente a mi ver, a ocupar un lugar de verdad absoluta, lugar de referencia última, lugar del Padre Fundador o del Maestro Originario
Hillman se niega a ser el poseedor de una palabra final definitiva, esto es, rechaza ocupar un lugar central en esos encuentros. Hillman funciona menos con una imagen fija del sí-mismo, estática, centralizadora y estabilizadora de los sentidos, poniéndose enteramente a disposición de las fuerzas arquetípicas de Hermes. Hillman es un verdadero aprendiz de Hermes: oscilante en los pensamientos, enigmático en su lenguaje, volátil con las ideas, imposible capturarle en cualquier definición, proposición fija.
En este sentido, pretendo demostrar tres momentos específicos donde Hillman polemiza con su propio trabajo, en donde él mismo se toma como blanco de su método. En otras palabras, Hillman revisando a Hillman.
En 1992, Hillman publica Cien años de psicoterapia y el mundo va peor, un diálogo y correspondencia con el escritor de Los Ángeles, Michael Ventura. En este libro, Hillman vuelve sus baterías contra el lema que durante quince años orientó y sustentó las principales ideas de la psicología arquetipal, esto es, la frase del poeta John Keats «Por favor, llamad al mundo valle de la creación del alma. Descubriréis entonces la utilidad del mundo».
Cito a Hillman:
Quiero dejar claro que la frase de Keats, que sustentó mi terapia durante tanto tiempo, contiene un error básico. Realmente desdeña el mundo, a pesar de encontrarle una utilidad anímica. Usted pasa por el mundo y crea su propia alma. ¿Pero es el alma del mundo? ¿Qué hace el Anima mundi?
En este libro Hillman reconoce la equivocación de lo que fue el norte de su práctica clínica durante mucho tiempo e intenta corregirse. El análisis, al dirigir todas las emociones de la vida a sí misma desvía la libido objetal hacia una reflexión narcisisita de sí misma. Para Hillman, la salida es hacer que el contenedor del análisis pueda romperse para que la libido objetal se vuelva, nuevamente, al exterior. Pues para Hillman, «la libido objetal es solamente un nombre psicoanalítico para el impulso que ama al mundo, el deseo erótico por el Anima mundi, por el alma del mundo»
Proponer una psicología del Anima mundi es invitar al sujeto a iniciar una relación íntima con el alma del mundo y sus objetos, sean naturales o hechos por el hombre. No sólo los objetos, también las situaciones y los acontecimientos poseen alma. Desde una perspectiva de rubedo, la realidad psíquica del alma del mundo se hace disponible para nosotros imaginalmente. No hay que separar el alma en nosotros del alma de los otros -otros significa aquí no sólo las personas, sino todo el medio ambiente. En consecuencia, desde esta perspectiva ya no es posible trabajar con la noción clásica de individuación y sus retóricas, como «mi viaje», «mi proceso» o «mi periplo» en busca ciega de un sí-mismo interior, ignorando la individuación del alma del mundo y de las cosas del mundo. El cultivo del alma no debe ser necesariamente identificado con la introversión o con la negación de la realidad del mundo de la materia y los objetos. No hay posibilidad de cultivar el alma si nos centramos exclusivamente en el sí-mismo y excluimos al mundo.
En 1989, en un artículo titulado «Volviendo al más allá. Sobre cosmología», Hillman escribe acerca del lugar que ocupa la metafísica en las ideas que sustentan la construcción teórica de la psicología arquetipal. Cito a Hillman:
Hasta ahora he evitado la metafísica en mi trabajo. Me he mantenido dentro de la tradición crítica. Un trabajo psicológico que he denominado «ver a través» y psicologizar. La psicología profunda de la «creación del alma» tal como la he formulado constituye su vía negativa. Sin ontología. Sin metafísica. Sin cosmología. Un caballero errante, siempre en la batalla, iconoclasta. La reivindicación de positividad en la psicología arquetipal ha sido su insistencia paradójica en permitir que las sombras sean iluminadas por su propia luz vistas en su relación con la psicopatología: el mundo de las tinieblas, la depresión, el suicidio, el senex y las patologías del puer. La insistencia en el valle de la creación del alma, posicionarse en el valle de la sombra ha estado a veces dirigido contra el iniciador de mi propia tradición, Jung, contra su visión ascensional, sus pronunciamientos respecto al sentido de la vida desde la cima de la montaña, las visiones del mundo, las teorías tipológicas generalizadoras, el sí-mismo y los mándalas. Tiendo a seguir al Jung psicólogo del alma, no al Jung metafísico del espíritu. Por su ímpetu pueril y famoso del ánima, mi trabajo se ha dedicado en rigor a las tácticas básicas, a la disciplina de la imagen, del fenómeno, de las patologías, como una forma de cientificismo crítico. Por eso es necesario ir más allá, como llevo diciendo hace algún tiempo.
En el mismo texto, comentando los encuentros que tuvieron lugar en Córdoba, Andalucía, en 1979, bajo el lema «Ciencia y consciencia», con la presencia de pensadores como David Miller, Gilbert Durand, David Bohm, entre otros, Hillman comenta:
Entendí entonces por qué Corbin, durante los últimos días de los encuentros en España, se volvió tan prominente, y comprendí lo que se esperaba de Jung: muchos recurren a él como metafísico, e indudablemente me desvío de esta línea principal de intereses de Jung, y he evitado, incluso trabajado para anular, su metafísica a fin de no perder su psicología. Por eso percibí en Córdoba que psicologizar no era suficiente. La tradición crítica de ver a través, del perspectivismo, de la ambigüedad metafórica, del relativismo y la desubstancialización -mi vía negativa en el valle de la creación del alma- es necesario pero no suficiente. Es insuficiente tanto interna como externamente (…) En Córdoba me di cuenta de que lo que estaba haciendo era meramente seguir otra línea occidental de cientificismo y nihilismo. Peor: por evitar entrar en la metafísica estaba incitando a la decadencia de la civilización dentro de la catástrofe del nihilismo concretizado. Mi vía negativa, incluso con un contenido distinto a la invocación a crear el alma, la vivificación de la imaginación y la restauración de los dioses, queda así retenida como método crítico, un análisis como los que encontramos en el existencialismo básico, en la filosofía lingüística, en el operacionalismo y las teorías de la deconstrucción. ¿Era tan diferente de aquellas a las que me opongo? Tenemos una cosa en común: el fracaso en la lucha de forma constructiva y positiva contra la metafísica (…).
Lo que el alma hace -fantasear imágenes- ha sido condenado por la metafísica como ausencia de verdad, irreal y amoral. ¿Puede alguien estar en el alma y, aún así, llevar en serio las necesidades del alma más allá? He escrito sobre la necesidad de cumplir con el alma estando preso del alma. En otras palabras, ¿cómo entender la sugestiva frase de Jung esse in anima (OC6, §§ 78-80) con una metafísica psicológica?
Al revisar su posición sobre la cuestión de la metafísica, considerándola a partir de ese momento como una necesidad legítima del alma a ir más allá, Hillman desarrolla en el resto del texto una propuesta de construcción de aquello que llama «cosmología psicológica», basada en la idea de que aquello que los planetas son o hacen por sí mismos, lo que acontece más allá de los asuntos humanos, puede ser calculado astronómica y astrológicamente, es decir, la matemática de los movimientos literales de los planetas de hecho. También lo que va más allá puede ser imaginado psicológicamente mediante ficciones míticas. El más allá es casi literalmente una región mítica. Literalmente, una región mítica de poiesis a través de imágenes. Al contrario de otro tipo de principios primarios alcanzados mediante la intuición de la autoevidencia o del raciocinio deductivo e inductivo, esa región es accesible a la imaginación. Más que simplemente accesible: las ficciones míticas estimulan la imaginación. Generan imaginaciones mitológicas y, posteriormente, la libertad especulativa del alma.
Por último, en 1996, en un artículo titulado «Psicología, ¿monoteísta o politeísta?. Veinticinco años después», Hillman revisa uno de los textos clásicos y fundadores de la psicología arquetipal. Ahí comenta que el trabajo de hace veinticinco años intentaba, por un lado, llevar la psicología más allá de la consulta, hacia la filosofía y la mitología, y, por otro, llamar la atención de las teorías terapéuticas sobre la grave escisión existente en el seno de la cultura occidental, la oposición entre paganos y cristianos, entre politeísmo y monoteísmo. Hillman recuerda en el texto el camino recorrido por su pensamiento en esa época. Afirma que este conflicto histórico ha permanecido durante siglos y nunca fue dejado de lado, resucitando en los poetas, pintores y compositores que intentaron restaurar los mitos de los dioses antiguos, en los festivales folclóricos con sus evidentes huellas del paganismo mediterráneo y en la controversia teológica respecto a las imágenes, promovida en los concilios de la Iglesia cristiana, y la condena de herejes. Este conflicto entre monoteísmo y politeísmo se ha constelado también dentro de la práctica psicológica, donde las fuerza paganas volvieron a surgir con toda su potencia, como bien señalaron Freud y Jung al basar las patologías en mitos y las dolencias en dioses.
Nuevamente, como estoy intentando demostrar, Hillman se revisa al escribir:
Como es bien sabido, en el trabajo de estos veinticinco años he intentado rejuvenecer la consciencia apagada de la guerra entre el monoteísmo y el politeísmo, lanzándome enteramente a la batalla en el lado del politeísmo pagano (…). Lo que no reconocí entonces y ahora comienzo a ver es que una visión monoteísta informaba mis propios ojos al leer e interpretar la posición monoteísta. En otras palabras, estaba luchando a mi manera marcial -intemperante, inflexible y ciega- no como un antiguo romano pagano, sino con las mismas actitudes, casi fanáticas, que estaba atacando. Lidié con la Biblia con el mismo literalismo del que la acusaba. (…)¿Cómo leería un pagano aquellas páginas?(…)
Quiero demostrar que podemos revisar las historias bíblicas fundamentales de tal modo que nuestro método de lectura y del significado que da origen a esa lectura concuerden con el sentimiento pagano. Por «sentimiento pagano» entiendo un estilo que celebre el mito, las personificaciones, la fantasía, la complejidad y, especialmente, el humor, en vez de la significación única que lleva al dogma. Ahora volvemos a la Biblia con una mirada renovada tras veinticinco años de sensibilidad mítica y comprensión metafórica.
En estos tres momentos somos testigos, sorprendentemente, de la confesión de Hillman sobre su propia posición teórica. Es decir, James Hillman, el gran desliteralizador arquetípico del pensamiento junguiano, se reconoce capturado por el fervor del literalismo en alguno de sus textos y se ve más identificado de lo que le gustaría creer con aquellos que, en algunos momentos de su obra, fueron el blanco de su implacable furia marcial.
De esta observación quiero privilegiar un aspecto que me interesa particularmente. Al operar esas revisiones de su propio trabajo, Hillman abre espacio e inaugura la posibilidad de pensar la psicología arquetipal no como un sistema cerrado de ideas o como un bloque estático de pensamientos que puedan funcionar con el estatuto de dogmas, sino que, por el contrario, nos invita a que la psicología arquetipal pueda ser imaginada, re-imaginada, metaforizada a partir de diferentes lugares, trayectorias, puntos de vista, miradas e historias, abriéndose a infinitas significaciones.
Con el coraje de revisar su texto, Hillman aplica a la psicología arquetipal su propio veneno, phármakon, transformándola en una imagen en sentido hillmaniano, esto es, hace de un evento una experiencia dotada de valor psicológico. Liberando la imagen «psicología arquetipal» de la prisión del significado fijo, Hillman permite a quien se interese por sus ideas establecer una relación particular y singular con ese grupo de ideas llamado «psicología arquetipal». Propongo denominar esta tarea de creación individuación del texto.
Hasta aquí, mi interpretación, un elogio de la posibilidad de tener múltiples transferencias con un autor y su obra. Es decir, a cada revisión, un nuevo texto, una nueva lectura, una nueva imagen, produciendo incesantemente nuevas redes polisémicas que generan interpretaciones inéditas, extendiendo y ampliando de modo rizomático las fronteras de la psicología arquetipal en sus infinitas metamorfosis de sentido. Diferentes interpretaciones del texto de Hillman producen y renuevan el propio texto de Hillman. Mercurius duplex como práctica y ética de lectura.
En el año 2000 tuvo lugar en California un simposio coordinado por Hillman bajo el lema «Psicología arquetipal: retrospectiva y adquisiciones recientes». Preguntado sobre si se consideraba el fundador de una nueva escuela de pensamiento, Hillman respondió: No soy el fundador único de una escuela. No hay una sola psicología arquetipal. Existen varias psicologías arquetipales. Cita a varios exponentes: Paul Kluger, David Miller, Ginette Paris, Wolfgang Giegerich, Stanton Marlan, Noel Cobb, entre otros.
¿No será esta la huella de pluralidad que también caracteriza la práctica y la enseñanza de la psicología arquetipal y de las propias ideas de James Hillman en Brasil? A fin de cuentas, ¿cuántas lecturas de Hillman existen en Brasil?
La respuesta sólo puede ser plural: muchas. Del trabajo de traducción y enseñanza de Gustavo Barcellos al de Farley Valentin, del grupo Sizigia, en Fortaleza, del proyecto pionero del tratamiento de las drogodependencias a partir de las ideas de la psicología arquetipal propuesto por John Burns en Vila Serena, también en Sao Paulo, al conocimiento riguroso del pensamiento de Hillman y Giegerich de Joel Brinco Nascimento, en Vitoria, del trabajo del grupo Kairós, con los nombres de Ajax, Rosa, Wladia y otros del grupo Himma-Estudios de Psicología Imaginal, a los trabajos de Santina Rodrigues, André Mendes, Aline Fiamenghi, Sêrgio Anaute y otros, como nuestro propio grupo Rubedo y su larga relación con el pensamiento de Hillman. Varios grupos, diversas lecturas, diferentes interpretaciones, muchos «Hillmans».
Pienso que con este elogio de la pluralidad y la multiplicidad, marcas identitarias del pensamiento de Hillman, la psicología arquetipal puede protegerse de aquello que podría constituir el opuesto de su discurso, esto es, la paranoia. La paranoia, su discurso y su razón, son la muerte de la psicología arquetipal.
No me parece fortuito que Hillman hiciera de este tema el objeto de uno de sus textos más importantes, «Paranoia», conferencia dictada en Eranos en 1986. En este escrito, Hillman apunta dos aspectos centrales presentes en la paranoia. El primero se refiere a que la paranoia es un desorden del significado, y si el arquetipo del significado es el sí-mismo, la paranoia es entonces un desorden del sí-mismo. El segundo aspecto es que en la paranoia se da una prevalencia del literalismo sobre la realidad metafórica presente en cada evento psíquico, esto es, la paranoia es una demencia del literalismo y el fracaso en el arte de la metáfora. Sin embargo, quiero ir más allá de estos dos términos apuntados por Hillman y proponer que la paranoia es una «tiranía de la unificación o la maldición del Uno».
Lo que la clínica nos enseña es que a diferencia de la experiencia esquizofrénica, caracterizada por un alto grado de disociación y fragmentación, en la paranoia está siempre presente la cuestión del sentido. Es más, la paranoia es el imperio del sentido, sentido que siempre se dirige contra el sujeto. Por eso resalto esta dimensión de sentido único, invariable, fijo, unívoco. Podemos concluir entonces que todo paranoico es narcisista por excelencia, pues todo está siempre directamente remitido a su persona. El paranoico es auto-referencial, lo que muchas veces explica el carácter megalomaniaco de sus delirios.
Esta megalomanía aparece en forma de varias imágenes en la paranoia, pues el sujeto se supone y cree ser el centro del mundo. Todos le miran, todos hablan de él, todos le odian, todos quieren destruirle, todos le aman. En consecuencia, para el sujeto paranoico la traición es inminente, siempre hay espías por todas partes. No se puede descuidar, ni siquiera confiar, es preciso estar vigilante todo el tiempo a riesgo de ser traicionado en cualquier momento. El paranoico no confía, vigila.
Un detalle fundamental: el paranoico siempre manifiesta el sentimiento de ser único, y creerse único es siempre paranoico. Esta creencia de ser único es lo que lleva al paranoico a quererse, siempre, modelo para los demás. El paranoico es aquel que sabe lo que es bueno para los otros, el conocedor de los mejores caminos, quien sabe actuar del modo más correcto en las cuestiones cotidianas. Creerse único tiene como inevitable consecuencia toda especie de fantasía de traición, complots, desconfianzas y sospechas, pues para él todo aquel que no le admira querría destituirlo del lugar que cree ocupar.
Vemos ese fenómeno extremadamente presente en la dinámica paranoica, el delirio de traición. Al designarse líder de un grupo, sea el que sea, el paranoico designa inevitablemente entre sus seguidores a aquel que lo traicionará, como en el delirio de celos. Podemos entender así toda la paranoia de masas y el ambiente de terror que puede desarrollarse en los grupos liderados por un sujeto paranoico, que interpretará, siempre a partir de la auto-referencia, toda acción de sus seguidores como si estuviera dirigida hostilmente contra él, un motivo de complots, conspiraciones y golpes para derribarlo de su poder.
¿No sería ésta una de las causas de la interminable historia de escisiones y separaciones que han marcado el trayecto de los grandes pensadores de lo inconsciente, la relación de Freud y Jung, la de Lacan con la IPA, y tantas otras?
¿No sería también de esta trampa paranoica de la que escapa Hillman al señalar que nunca fue su deseo fundar un instituto o cualquier otra especie oficial de institución de formación de psicología arquetipal? ¿Podríamos pensar que la errancia y el nomadismo de Hillman, representados por sus sucesivos cambios de posición -en la década de los setenta, en la Universidad de Dallas, junto a Robert Sardello, Patricia Berry y Gail Thomas, en los años ochenta, en Londres, con Noel Cobb y Eva Loewe en el London Convivium for Archetypal Studies, y en los noventa, en el Pacifica Graduate Institute, con Mary Watkins, Ginette Paris y David Miller-, funcionaron como antídotos contra la trama paranoica de querer creerse modelo de excepción para todos?
Al no querer fijarse en un determinado punto revisando su obra constantemente, Hillman escapa al literalismo paranoico de la lectura correcta, esto es, de la creencia paranoica en la existencia de la lectura correcta, definitiva, final y unívoca. La creencia en el sentido único es la condición para la muerte de la pluralidad de las diferencias. Al proponer diferentes perspectivas de lectura de su texto, al abrir el campo multifacético de significaciones, Hillman escapa de caer en la tentación de la paranoia del Uno, de la tiranía de la unificación, de posicionarse como sujeto excepcional que se cree único.
Si la razón paranoica es el lugar del discurso homogéneo, centralizador, apagador de las diferencias y promulgador de un lugar de verdad y un saber único, Hillman, mercurialmente, fiel a su espíritu puer y a su descendencia astrológica -Plutón en ascendente, Sol y Luna en Aries, un «hijo de Marte»- evita ser capturado en esa trama.
Luchar contra la paranoia es defender la multiplicidad y la diferencia como condiciones fundadoras de cualquier posibilidad de ejercicio del cultivo del alma, el amor por las imágenes. Se trata aquí de un imperativo ético en nombre de la libertad de expresión de las imágenes y del libre ejercicio del pensamiento y de las ideas. Esta es la batalla, este el combate.
Por último, para luchar contra la paranoia de la tiranía de la unificación, del pensamiento único, es necesario tener un verdadero amor por la guerra. Guerra no como aniquilación del otro, sino como condición de respeto por la alteridad, rescate de lo heterogéneo, convivencia de las diferencias, amor por la diferencia del otro.
Eros y Marte juntos.
Esta es la invitación: ¡Bienvenidos a la guerra!
Marcus Quintaes