Entrevista a James Hillman, por Silvia Ronchey (2001)

Traducción de Enrique Eskenazi – Artículo original en italiano

Silvia Ronchey (SR)- Al final de este siglo, en el que podrían considerarse más libres las decisiones éticas, los jóvenes de los que Ud. habla parecen atraídos por la muerte. Lo vemos en las locas carreras de coches a la salida de la discoteca, o cuando toman drogas pesadas o se ponen pruebas en nuevos ritos de iniciación. Ud. que ya en 1964 escribió «El suicidio y el alma», ¿tiene idea de por qué la generación futura parece buscar cualquier modo de autodestruirse?

James Hillman (JH)- Estas son reflexiones de ancianos sobre los así llamados jóvenes. Hipólito corría en su carro y también Faetón corría en su carro en contra del Sol, e Icaro se precipitó. Todos estos se destruyeron a sí mismo ya hace mucho tiempo, en los mitos griegos. Que los jóvenes conduzcan a velocidad enloquecida no es necesariamente un acontecimiento contemporáneo. Los jóvenes siempre han tratado de ir lo más rápido posible, desde el comienzo. Perséfone quería descender al mundo inferior. Y el deseo total de lo azaroso, de la aventura, de entrar en la oscuridad, en el misterio, en la ciudad, en la noche, es un deseo fuerte y antiguo. Psique encontró el éxtasis con Amor en la noche más oscura y más profunda. No se trata sólo de hoy.

SR -¿Y la droga?

JH- La droga es otra cosa, porque la droga lleva de forma rápida y fácil a la nekya -el descenso a los infiernos, la aventura . La droga pertenece a una sociedad rápida y fácil: las dos son drogas, droga ilegal y droga legal. Pero si nos encontramos en la sociedad en la que hoy estamos, ¿dónde se encuentra la muerte? ¿Está en los jóvenes, o acaso el deseo de muerte está en los políticos, en los ministros, en los funcionarios de las instituciones que gobiernan el mundo? ¿Dónde está verdaderamente el deseo de muerte? De hecho, no creo que esté en los jóvenes

SR- ¿Quiere decir que el contacto con la muerte que buscan los jóvenes es un acto vital, y que el tomar distancia, al contrario, es un acto de negación, un acto -para usar uno de sus términos- saturnino?

JH- Lo que los jóvenes intentan realizar es el deseo de una vida que esté en contacto con la muerte -porque una vida que no está en contacto con la muerte es ya mortal, moribunda. Y esto es lo que se manifiesta en los sistemas de seguros y de seguridad que encontramos en las imágenes seniles de la sociedad política. Si buscamos la muerte en nuestra sociedad, es equivocado buscarla en los jóvenes, debemos buscarla en los ancianos y en su voluntad de tener control sobre todo, que es el lado Saturno de la vieja generación, de mi generación

SR- Efectivamente, Ud. escribió: «Cualquier acto que mantenga a distancia la muerte, obstaculiza la vida»

JH- Y esto se manifiesta en la obsesión por la seguridad. Los Estados Unidos están atrapados en las garras de las grandes compañías aseguradoras y de las grandes casas farmacéuticas. Grandes consorcios proporcionan a quien lo desee suficientes píldoras y suficientes garantías para protegerse y precaverse ante la muerte. Creo que en Europa es distinto. Está el día de todos los muertos. El día de los espíritus difuntos. Noviembre. Es una recurrencia importante en Europa…

SR- Pero también para Uds. en los Estados Unidos la noche de Halloween es una supervivencia del culto pagano de los muertos, que tiene sus fetiches en las espectrales pasteles y sus oficiantes en los niños, categoría desde siempre en relación privilegiada con los espíritus difuntos. ¿No le parece un residuo significativo?

JH- El dato significativo es que en los Estados Unidos la obsesión por la seguridad elimina cualquier posibilidad de fatalidad o de accidente o desastre, cualquier posibilidad de que los dioses se manifiesten y actúen en nuestra vida. La obsesión por la seguridad elimina toda intervención de los dioses. Si ocurre algún imprevisto, se hace una denuncia de siniestro y se obtiene una compensación. Un accidente hasta puede ser un buen negocio. Pero es un sentido insensato de protección pensar que la muerte será mantenida alejada. Y así, naturalmente, se tiene alejada a la vida! No hay riesgo, no hay transgresión, no hay peligro, no hay aventura. ¿Entonces, dónde la tomamos? ¿En los video juegos? ¿en el ciberespacio? Quizás. O mejor aún, en las drogas o en las carreras de coche, o en los accidentes de esquí. Tengo que recalcar que el lugar en el que hemos colocado la muerte es el propio de todos estos sistemas de protecciones, que nos impiden abrirnos al riesgo de la vida.. Y así estamos totalmente rodeados de los terroristas, que están abiertos a la muerte.

SR- La verdadera fuerza, si no la atracción del terrorismo, su capacidad de atraer sobre sí nuestra atención, en Londres como en París, en América como en Italia, ¿deriva por tanto del contraste con nuestra obsesión por la seguridad?

JH- Exactamente. Reside en el contraste con nuestra obsesión por la seguridad, con nuestra ansiedad paranoide: síntomas que representan el arquetipo mismo del sénex. La más grande amenaza para nosotros hoy no viene de un ejército militar, de carros armados o naves de guerra. En cambio imaginamos virus y gas y sustancias químicas en el agua que bebemos. Cosas invisibles. Paranoia. Imaginamos un hombre que irrumpe y hace saltar por los aires un aeropuerto, hace saltar por los aires el palacio: el terrorista. ¿Por qué el terrorista? Porque el terrorista vive al costado de la muerte, y en una sociedad que ha excluído la muerte y el riesgo de muerte, quien rechaza prever la eventualidad es quien posee la verdadera arma secreta. Y el arma no es la bomba que tiene en la mano, ni las sustancias químicas tóxicas que inocula: su arma secreta es su querer vivir al lado de la muerte.

SR- ¿Es por ello que el terrorismos ha sustituído aquella fantasía de muerte que en los 50′ y 60′ era la obsesión de la bomba nuclear?

JH- Hay un substrato de muerte en la sociedad presente, que se percibe en términos de catástrofe ecológica, o incluso de SIDA, de Ebola, de contagio, de catástrofe epidemiológica. Ahora bien, es justo que la sociedad busque tener alejada la muerte, las enfermedades, las carestías y afines. Debe hacerlo. Todos debemos buscar vivir. La muerte siempre está cerca, en toda sociedad y en todo periodo histórico.

Así, el Terrorista se ha vuelto una figura mítica, el portador de la muerte a la sociedad. Y este es el aspecto psicológicamente interesante. Su intento de muerte se concentra sobre la sociedad. Está teorizado y moralizado.. No es un asesino en serie o un pervertido psicópata que experimenta una excitación privada.

SR- Casi parece un elogio del terrorismo

JH- Yo no lo diría. Me interesa el fenómeno: el terrorismo quiere hacer explotar todo el sistema. ¿Qué hace un verdadero terrorista? Hace saltar por los aires edificios públicos, estaciones, sus gestos son simbólicos, rituales. Esto es lo interesante. Pero no es realmente un revolucionario con un programa elaborado en la mente, como Sendero Luminoso en Perú, o los zapatistas que propugnan la redistribución de las tierras en Chiapas. El terrorista es más bien un vengador solitario -profundamente desamorado, que viven en la ausencia de ley, en el anonimato, y rechaza vivir aún en tales condiciones. Prefiere la muerte -mientras que el revolucionario prefiere el cambio. Por eso el terrorista agrede al gobierno, al estado, los símbolos de la seguridad, el orden, la contención, la defensa. El sistema. De modo que hay que reflexionar sobre un punto: cómo recuperar esta metáfora, para que el sistema puede ser hecho saltar psicológicamente. Por ejemplo, ¿dónde han acabado las ideologías de los anarquistas?

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