Platón & el amor de El Banquete – Platón

El Discurso de Sócrates (199c – 212b)

Dijo Sócrates- Y entonces precisamente comprendí que había hecho el ridículo cuando me comprometí con ustedes a hacer, llegado mi turno, un encomio a Eros (Amor) en su compañía y afirmé que era un experto en las cosas del amor, sin saber de hecho nada del asunto, o sea, cómo se debe hacer un encomio cualquiera. Llevado por mi ingenuidad, creía, en efecto, que se debía decir la verdad sobre cada aspecto del objeto encomiado y que esto debía constituir la base, pero que luego deberíamos seleccionar de estos mismos aspectos las cosas más hermosas y presentarlas de la manera más atractiva posible.

Ciertamente me hacía grandes ilusiones de que iba a hablar bien, como si supiera la verdad de cómo hacer cualquier elogio. Pero, según parece, no era éste el método correcto de elogiar cualquier cosa, sino que, más bien, consiste en atribuir al objeto elogiado el mayor número posible de cualidades y las más bellas, sean o no así realmente; y si eran falsas, no importaba nada. Pues lo que antes se nos propuso fue, al parecer, que cada uno de nosotros diera la impresión de hacer un encomio a Eros, no que éste fuera realmente encomiado. Por esto, precisamente, supongo, remueven todo tipo de palabras y se las atribuyen a Eros y afirman que es de tal naturaleza y causante de tantos bienes, para que parezca el más hermoso y el mejor posible, evidentemente ante los que no le conocen, no, por supuesto, ante los instruidos, con lo que el elogio resulta hermoso y solemne. Pero yo no conocía en verdad este modo de hacer un elogio y sin conocerlo les prometí hacerlo también yo cuando llegara mi turno. La lengua lo prometió, pero no el corazón. ¡Que se vaya, pues, a paseo el encomio! Yo ya no voy a hacer un encomio de esta manera, pues no podría. Pero, con todo, estoy dispuesto, si quieren, a decir la verdad a mi manera, sin competir con los discursos de ustedes, para no exponerme a ser objeto de risa. Mira, pues, Fedro, si hay necesidad todavía de un discurso de esta clase y quieren oír expresamente la verdad sobre Eros, pero con las palabras y giros que se me puedan ocurrir sobre la marcha.

Entonces, Fedro y los demás le exhortaron a hablar como él mismo pensaba que debía expresarse.

– Pues bien, Fedro -dijo Sócrates-, déjame preguntar todavía a Agatón unas cuantas cosas, para que, una vez que haya obtenido su conformidad en algunos puntos, pueda ya hablar.

-Bien, te dejo -respondió Fedro-. Pregunta, pues.

* * *

[199c Inicio del Discurso de Sócrates]

Después de esto, comenzó Sócrates más o menos así:

– En verdad, querido Agatón, me pareció que has introducido bien tu discurso cuando decías que había que exponer primero cuál era la naturaleza de Eros [el Amor]mismo y luego sus obras. Este principio me gusta mucho. Ea, pues, ya que a propósito de Eros me explicaste, por lo demás, espléndida y formidablemente, cómo era, dime también lo siguiente: ¿es acaso Eros de tal naturaleza que debe ser amor de algo o de nada? Y no pregunto si es amor de una madre o de un padre -pues sería ridícula la pregunta de si Eros es amor de madre o de padre-, sino como si acerca de la palabra misma «padre» preguntara: ¿es el padre de alguien o no? Sin duda me dirías, si quisieras respóndeme correctamente, que el padre es padre de un hijo o de una hija. ¿O no?

– Claro que sí -dijo Agatón.

– ¿Y no ocurre lo mismo con la palabra «madre»?

También en esto estuvo de acuerdo.

– Pues bien -dijo Sócrates- respóndeme todavía un poco más, para que entiendas mejor lo que quiero. Si te preguntara: ¿ y qué ?, ¿un hermano, en tanto que hermano, es hermano de alguien o no?

Agatón respondió que lo era.

¿Y no lo es de un hermano o de una hermana?

Agatón asintió.

– Intenta, entonces -prosiguió Sócrates-, decir lo mismo acerca del amor. ¿Es Eros amor de algo o de nada?

Por supuesto que lo es de algo.

– Pues bien -dijo Sócrates-, guárdate esto en tu mente y acuérdate de que cosa es el amor. Pero ahora respóndeme sólo a esto: ¿desea Eros aquello de lo que es amor o no?

– Naturalmente -dijo.

¿Y desea y ama lo que desea y ama cuando lo posee, o cuando no lo posee?

– Probablemente -dijo Agatón- cuando no lo posee.

– Considera, pues -continuó Sócrates-, si en lugar de probablemente no es necesario que sea así, esto es, lo que desea aquello de lo que está falto y no lo desea si no está falto de ello. A mí, en efecto, me parece extraordinario, Agatón, que necesariamente sea así. ¿Y a tí cómo te parece?

– También a mí me lo parece -dijo Agatón.

– Dices bien. Pues, ¿desearía alguien ser alto, si es alto, o fuerte, si es fuerte?

– Imposible, según lo que hemos acordado.

– Porque, naturalmente, el que ya lo es no podría estar falto de estas cualidades.

– Tienes razón.

– Pues si -continuó Sócrates-, el que es fuerte, quisiera ser fuerte, el que es rápido, ser rápido, el que está sano, ser sano… -tal vez, en efecto, alguno podría pensar, a propósito de estas cualidades y de todas las similares a éstas, que quienes son así y las poseen desean también aquello que poseen; y lo digo precisamente para que no nos engañemos. -Estas personas, Agatón, si te fijas bien, necesariamente poseen en el momento actual cada una de las cualidades que poseen, quieran o no. ¿Y quién desearía precisamente tener lo que ya tiene? Mas cuando alguien nos diga: Yo, que estoy sano, quisiera también estar sano, y siendo rico quiero también ser rico, y deseo lo mismo que poseo, le diríamos: Tú, hombre, que ya tienes riqueza, salud y fuerza, lo que quieres realmente es tener eso también en el futuro, pues en el momento actual, al menos, quieras o no, ya lo posees. Examina, pues, si cuando dices ‘deseo lo que tengo’ no quieres decir en realidad otra cosa que ‘quiero tener también en el futuro lo que en la actualidad tengo’ ¿Acaso no estaría de acuerdo?

Agatón afirmó que lo estaría. Entonces Sócrates dijo:

¿Y amar aquello que aún no está a disposición de uno ni se posee no es precisamente esto, es decir, que uno tenga también en el futuro la conservación y mantenimiento de estas cualidades?

– Sin duda -dijo Agatón.

– Por tanto, también éste y cualquier otro que sienta deseo, desea lo que no tiene a su disposición y no está presente, lo que no posee, lo que él no es y de lo que está falto. ¿No son éstas, más o menos, las cosas de las que hay deseo y amor?

– Por supuesto -dijo Agatón.

– Ea, pues, recapitulemos los puntos en los que hemos llegado a un acuerdo. ¿No es verdad que Eros es, en primer lugar, amor de algo y, luego, amor de lo que tiene realmente necesidad?

– Sí -dijo.

– Siendo esto así, acuérdate ahora de qué cosas dijiste en tu discurso que era objeto Eros. O, si quieres, yo mismo te las recordaré. Creo, en efecto, que dijiste más o menos así, que entre los Dioses se organizaron las actividades por amor de lo bello, pues de lo feo no había amor. ¿No lo dijiste más o menos así?

– Así lo dije, en efecto.

– Y lo dices con toda razón, compañero. -dijo Sócrates-. Y si esto es así, ¿no es verdad que Eros sería amor de la belleza y no de la fealdad?

Agatón estuvo de acuerdo en esto.

¿Pero no se ha acordado que ama aquello de lo que está falto y no posee?

– Sí -dijo.

– Luego Eros no posee belleza y está falto de ella.

– Necesariamente -afirmó.

– ¿Y qué? Lo que está falto de belleza y no la posee en absoluto, ¿dices tú que es bello?

– No, por supuesto.

– ¿Reconoces entonces todavía que Eros es bello, si esto es así?

– Me parece, Sócrates -dijo Agatón-, que no sabía nada de lo que antes dije.

– Y, sin embargo -continuó Sócrates-, hablaste bien, Agatón. Pero respóndeme todavía un poco más. ¿Las cosas buenas no te parece que son también bellas?

– A mí, al menos, me lo parece.

– entonces, si Eros está falto de cosas bellas y si las cosas buenas son bellas, estará falto también de cosas buenas.

– Yo, Sócrates -dijo Agatón-, no podría contradecirte. Por consiguiente, que sea como dices.

En absoluto -replicó Sócrates-; es a la verdad, querido Agatón, a la que no puedes contradecir, ya que a Sócrates no es nada difícil.

* * *

Pero voy a dejarte por ahora y les contaré el discurso sobre Eros que oí un día de labios de una mujer de Matinea, Diotima, que era sabia en éstas y otras muchas cosas. Así por ejemplo, en cierta ocasión consiguió para los atenienses, al haber hecho un sacrificio por la peste, un aplazamiento de diez años de la epidemia. Ella fue, precisamente, la que me enseñó también las cosas del amor. Intentaré, pues, exponerles, yo mismo por mi cuenta, en la medida en que pueda y partiendo de lo acordado entre Agatón y yo, el discurso que pronunció aquella mujer. En consecuencia, es preciso, Agatón, como tú explicaste, describir primero a Eros mismo, quién es y cuál es su naturaleza, y exponer después sus obras. Me parece, por consiguiente, que lo más fácil es hacer la exposición como en aquella ocasión procedió la extranjera cuando iba interrogándome. Pues poco más o menos también yo le decía lo mismo que Agatón ahora a mí: que Eros era un gran Dios y que lo era de las cosas bellas. Pero ella me refutaba con los mismos argumentos que yo a él: que, según mis propias palabras, no era ni bello ni bueno.

– ¿Cómo dices, Diotima? -le dije yo-. ¿Entonces Eros es feo y malo?

– Habla mejor -dijo ella-. ¿Crees que lo que no sea bello necesariamente habrá de ser feo?

Exactamente.

¿Y lo que no sea sabio, ignorante? ¿No te has dado cuenta de que hay algo intermedio entre la sabiduría y la ignorancia?

– ¿Qué es ello?

– ¿No sabes -dijo- que el opinar rectamente, incluso sin poder dar razón de ello, no es ni saber, pues una cosa de la que no se puede dar razón no podría ser conocimiento, ni tampoco ignorancia, pues lo que posee realidad no puede ser ignorancia? la recta opinión es, pues, algo así como una cosa intermedia entre el conocimiento y la ignorancia.

– Tienes razón.

– No pretendas, por tanto, que lo que no es bello sea necesariamente feo, ni lo que no es bueno, malo. Y así también respecto a Eros, puesto que tú mismo estás de acuerdo en que no es ni bueno ni bello, no creas tampoco que ha de ser feo y malo, sino algo intermedio entre estos dos.

– Sin embargo, se reconoce por todos que es un gran dios.

– ¿Te refieres a todos los que no saben o también a los que saben?

– Absolutamente a todos, por supuesto.

Entonces ella, sonriendo, me dijo:

– ¿Y cómo podrían estar de acuerdo, Sócrates, en que es un gran dios aquellos que afirman que ni siquiera es un dios?

– ¿Quiénes son ésos? -dije.

– Uno eres tú y otra yo.

– ¿Cómo explicas eso? -repliqué.

– Fácilmente. Dime ¿no afirmas que todos los dioses son felices y bellos? ¿O te atreverías a afirmar que alguno de entre los dioses no es bello y feliz?

– ¡Por Zeus!, yo no.

– ¿Y no llamas felices, precisamente, a los que poseen las cosas buenas y bellas?

– Efectivamente.

– Pero en relación con Eros al menos has reconocido que, por carecer de cosas buenas y bellas, desea precisamente eso mismo de que está falto.

– Lo he reconocido, en efecto.

– ¿Entonces, cómo podría ser dios el que no participa de lo bello y de lo bueno?

– De ninguna manera, según parece.

– ¿Ves, pues, que tampoco tú consideras dios a Eros?

– ¿Qué puede ser entonces Eros, un mortal?

– En absoluto.

– ¿Pues qué entonces?

– Como en los ejemplos anteriores, algo intermedio entre lo mortal y lo inmortal.

– ¿Y qué es ello Diotima?

– Un gran «genio» (daimon), Sócrates. Pues también todo lo que es genio está entre la divinidad y lo mortal.

– ¿Y qué poder tiene?

– Interpreta y comunica a los dioses las cosas de los hombres y a los hombres las de los dioses, súplicas y sacrificios de los unos y de los otros órdenes y recompensas por los sacrificios. Al estar en medio de unos y otros llena el espacio entre ambos, de suerte que el todo queda unido consigo mismo como un continuo. A través de él funciona toda la adivinación y el arte de los sacerdotes relativa tanto a los sacrificios como a los ritos, ensalmos, toda clase de mántica y de magia. La divinidad no tiene contacto con el hombre, sino que es a través de este genio como se produce todo contacto entre dioses y hombres, tanto como si están despiertos como si están durmiendo. Y así, el que es sabio en tales materias es un hombre demónico [genial], mientras que el que lo es en cualquier otra cosa, ya sea en las artes o en los trabajos manuales, es un simple artesano. Estos démones [genios], en efecto, son numerosos y de todas clases, y uno de ellos es también Eros.

* * *

– ¿Y quién es su padre y su madre?

– Es más largo de contar, pero, con todo, te lo diré Sócrates. Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y, entre otros, estaba también Poros, el hijo de Metis. Después que terminaron de comer, vino a mendigar Penía, como era de esperar en una ocasión festiva, y estaba cerca de la puerta. Mientras, Poros, embriagado de néctar -pues aún no existía el vino-, entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la embriaguez, se durmió. Entonces Penía, tramando, impulsada por su carencia de recursos, hacerse un hijo de Poros, se acuesta a su lado y concibió a Eros. Por esta razón, precisamente, es Eros también acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta del nacimiento de la Diosa y al ser, a la vez, por naturaleza un amante de lo bello, dado que también Afrodita es bella. Siendo hijo, pues, de Poros y Penía, Eros se ha quedado con las siguientes características. En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es más bien duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo a la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, filosofa a lo largo de toda su vida, y es un charlatán terrible, un embelesador y un sofista. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además, en el medio de la sabiduría y la ignorancia. Pues la cosa es como sigue: ninguno de los dioses filosofa ni desea ser sabio, porque ya lo es, como tampoco ama la sabiduría cualquier otro que sea sabio. Por otro lado, los ignorantes ni filosofan ni desean hacerse sabios, pues en esto estriba el mal de la ignorancia: en no ser ni noble, ni bueno, ni sabio y tener la ilusión de serlo en grado suficiente. Así, pues, el que no cree estar necesitado no desea tampoco lo que no cree necesitar.

– ¿Quiénes son, Diotima, entonces, los que aman la sabiduría, si no son ni los sabios ni los ignorantes?

– Hasta para un niño es ya evidente que son los que están en medio de estos dos, entre los cuales estará también Eros. La sabiduría, en efecto, es una de las cosas más bellas y Eros es amor de lo bello, de modo que Eros es necesariamente amante de la sabiduría [filósofo], y por ser amante de la sabiduría está, por tanto, en medio del sabio y del ignorante. Y la causa de esto es también su nacimiento, ya que es hijo de un padre sabio y rico en recursos y de una madre no sabia e indigente. Ésta es, pues, querido Sócrates, la naturaleza de este genio. Pero, en cuanto a lo que tú pensaste que era Eros, no hay nada sorprendente en ello. Tú creíste, según me parece deducirlo de lo que dices, que Eros era lo amado y no lo que ama [el amante]. Por esta razón, me imagino, te parecía

Eros totalmente bello, pues lo que es susceptible de ser amado es también lo verdaderamente bello, delicado, perfecto y digno de ser tenido por dichoso, mientras que lo que ama [el amante] tiene un carácter diferente, tal como yo lo describí.

* * *

– Sea así, extranjera, pues hablas bien. Pero siendo Eros de tal naturaleza, ¿qué función [utilidad] tiene para los hombres?

– Esto, Sócrates, es precisamente lo que voy a intentar enseñarte a continuación. Eros, efectivamente, es como he dicho y ha nacido así, pero a la vez es amor de las cosas bellas, como tú afirmas. Más si alguien nos preguntara: ¿En qué sentido, Sócrates y Diotima, es Eros amor de las cosas bellas? O así, más claramente: el que ama las cosas bellas desea, ¿qué desea?

– Que lleguen a ser suyas.

– Pero esta respuesta exige aún la siguiente pregunta: ¿qué será de aquel que haga suyas las cosas bellas?

Entonces le dije que todavía no podía responder de repente a esa pregunta.

– Bien. Imagínate que alguien, haciendo un cambio y empleando la palabra ‘bueno’ en lugar de ‘bello’, te preguntara: ‘Veamos Sócrates, el que ama las cosas buenas desea, ¿qué desea?’

– Que lleguen a ser suyas.

– ¿Y qué será de aquel que haga suyas las cosas buenas?

– Esto ya puedo contestarlo más fácilmente: que será feliz.

– Por la posesión de las cosas buenas, en efecto, los felices son felices, y ya no hay necesidad de añadir la pregunta de por qué quiere ser feliz el que quiere serlo, sino que la respuesta parece que tiene su fin.

– Tienes razón.

– Ahora bien, esa voluntad y ese deseo, ¿crees que es común a todos los hombres y que todos quieren poseer siempre lo que es bueno? ¿O cómo piensas tú?

– Así, que es común a todos.

– ¿Por qué entonces Sócrates, no decimos que todos aman, si realmente todos aman lo mismo y siempre, sino que decimos que unos aman y otros no?

– También a mí me asombra eso.

– Pues no te asombres, ya que, de hecho, hemos separado una especie particular de amor y, dándole el nombre del todo, la denominamos amor, mientras que para las otras especies usamos otros nombres.

– ¿Me podrías poner un ejemplo? -le pregunté.

– Lo siguiente. Tú sabes que la idea de ‘creación’ es muy amplia, pues en realidad toda causa que haga pasar cualquier cosa del no ser al ser es creación, de suerte que también los trabajos realizados en todas las artes son creaciones y los artífices de éstas son todos creadores o «poetas».

– Tienes razón.

– Pero también sabes -prosiguió Diotima- que no se llaman poetas, sino que tienen otros nombres y que del concepto total de creación se ha separado una parte, la concerniente a la música y al verso, y se la denomina con el nombre del todo. Únicamente a esto se llama, en efecto, ‘poesía’, y ‘poetas’ a los que poseen esta porción de creación.

– Tienes razón.

– Pues bien, así ocurre también con el amor. En general, todo deseo de lo que es bueno y de ser feliz es amor, «ese amor grandísimo y engañoso para todos». Pero unos se dedican a él de muchas y diversas maneras, ya sea en los negocios, en la afición a la gimnasia o en el amor a la sabiduría [filosofía], y no se dice ni que están enamorados ni se les llama amantes, mientras que los que se dirigen a él y se afanan según una sola especie reciben el nombre del todo, amor, y de ellos se dice que están enamorados y se les llama amantes.

– Parece que dices la verdad.

– Y se cuenta, ciertamente, una leyenda, según la cual los que busquen la mitad de sí mismos son los que están enamorados, pero, según mi propia teoría, el amor no lo es ni de una mitad ni de un todo, a no ser que sea, amigo mío, realmente bueno, ya que los hombres están dispuestos a amputarse sus propios pies y manos, si les parece que esas partes de sí mismos son malas. Pues no es, creo yo, a lo suyo propio a lo que cada cual se aferra, excepto si se identifica lo bueno con lo particular y propio de uno mismo y lo malo, en cambio, con lo ajeno. Así que, en verdad, lo que los hombres aman no es otra cosa que el bien. ¿O a ti te parece que aman otra cosa?

– a mi no, ¡por Zeus!.

– ¿entonces, se puede decir así simplemente que los hombres aman el bien?

– Sí.

– ¿Y qué? ¿No hay que añadir que aman también poseer el bien?

– hay que añadirlo.

– ¿y no sólo poseerlo, sino también poseerlo siempre?

– también eso hay que añadirlo.

– entonces, el amor es, en resumen, el deseo de poseer siempre el bien.

– es exacto lo que dices.

– pues bien, puesto que el amor es siempre esto, ¿de qué modo deben perseguirlo los que lo persiguen y en qué acción para que su solicitud y su intenso deseo se pueda llamar amor? ¿Cuál es justamente esta acción especial? ¿Puedes decirla?

– si pudiera, no estaría admirándote, Diotima, por tu sabiduría ni hubiera venido una y otra vez a ti para aprender precisamente estas cosas.

– pues yo te lo diré. Esta acción especial es, efectivamente, una procreación en la belleza, tanto según el cuerpo como según el alma.

– lo que realmente quieres decir necesita adivinación, pues no lo entiendo.

– pues te lo diré más claramente. Impulso creador, Sócrates, tienen, en efecto, todos los hombres, no sólo según el cuerpo, sino también según el alma, y cuando se encuentran en cierta edad, nuestra naturaleza desea procrear. Pero no puedo procrear en lo feo, sino sólo en lo bello. La unión de hombre y mujer es, efectivamente, procreación y es una obra divina, pues la fecundidad y la reproducción es lo que de inmortal existe en el ser vivo, que es mortal. Pero es imposible que este proceso llegue a producirse en lo que es incompatible, e incompatible es lo feo con todo lo divino, mientras que lo bello es, en cambio, compatible. Así pues, la belleza es la moira y la ilitía del nacimiento. Por esta razón, cuando lo que tiene impulso creador se acerca a lo bello, se vuelve propicio y se derrama contento, procrea y engendra; pero cuando se acerca a lo feo, ceñudo y afligido se contrae en sí mismo, se aparta, se encoge y no engendra, sino que retiene el fruto de su fecundidad y lo soporta penosamente. De ahí, precisamente, que al que está fecundado y ya abultado le sobrevenga el fuerte arrebato por lo bello, porque libera al que lo posee de los grandes dolores del parto. Pues el amor, Sócrates, no es amor de lo bello, como tú crees.

– ¿pues qué es entonces?

– amor de la generación y procreación en lo bello.

– sea así.

– por supuesto que es así. Ahora bien, ¿por qué precisamente de la generación? Porque la generación es algo eterno e inmortal en la medida en que pueda existir en algo mortal. Y es necesario, según lo acordado, desear la inmortalidad junto con el bien, si realmente el amor tiene por objeto la perpetua posesión del bien. Así, pues, según se desprende de este razonamiento, necesariamente el amor es también amor de la inmortalidad.

Todo esto, en efecto, me enseñaba siempre que hablaba conmigo sobre cosas del amor.

* * *

Pero una vez me preguntó:

– ¿Qué crees tú, Sócrates, que es la causa de ese amor y de ese deseo? ¿O no te das cuenta de en qué terrible estado se encuentran todos los animales, los terrestres y los alados, cuando desean engendrar, cómo todos ellos están enfermos y amorosamente dispuestos, en primer lugar en relación con su mutua unión y luego en relación con el cuidado de la prole, cómo por ella están prestos no sólo a luchar, incluso los más débiles contra los más fuertes, sino también a morir, cómo ellos mismos están consumidos por el hambre para alimentarla y así hacen todo lo demás? Si bien podría pensarse que los hombres hacen esto por reflexión [cálculo]; respecto a los animales, sin embargo, ¿cuál podría ser la causa de semejantes disposiciones amorosas? ¿Puedes decírmela?

Y una vez más yo le decía que no sabía.

– ¿Y piensas llegar a ser algún día experto en las cosas del amor, si no entiendes esto?

– Pues por eso precisamente, Diotima, como te dije antes, he venido a ti, consciente de que necesito maestros. Dime, por tanto, la causa de esto y de todo lo demás relacionado con las cosas del amor.

– Pues bien, si crees que el amor es por naturaleza amor de lo que repetidamente hemos convenido, no te extrañes, ya que en este caso, y por la misma razón que en el anterior, la naturaleza mortal busca, en la medida de lo posible, existir siempre y ser inmortal. Pero sólo puede serlo de esta manera: por medio de la procreación, porque siempre deja otro ser nuevo en lugar del viejo. Pues incluso en el tiempo en que se dice que vive cada una de las criaturas vivientes y que es la misma, como se dice, por ejemplo, que es el mismo un hombre desde su niñez hasta que se hace viejo, sin embargo, aunque se dice que es el mismo, ese individuo nunca tiene en sí las mismas cosas, sino que continuamente se renueva y pierde otros elementos, en su pelo, en su carne, en sus huesos, en su sangre y en todo su cuerpo. Y no sólo en su cuerpo, sino también en el alma: los hábitos, caracteres, opiniones, deseos, placeres, tristezas, temores, ninguna de estas cosas jamás permanecen la misma en cada individuo, sino que unas nacen y otras mueren. Pero mucho más extraño todavía que esto es que también los conocimientos no sólo nacen unos y mueren otros en nosotros, de modo que nunca somos los mismos ni siquiera en relación con los conocimientos, sino que también le ocurre lo mismo a cada uno de ellos en particular. Pues lo que se llama practicar [repasar] existe porque el conocimiento sale de nosotros, ya que el olvido es la salida de un conocimiento, mientras que la práctica, por el contrario, al implantar un nuevo recuerdo en lugar del que se marcha, mantiene el conocimiento, hasta el punto de que parece que es el mismo. De esta manera, en efecto, se conserva todo lo mortal, no por ser siempre completamente lo mismo, como lo divino, sino porque lo que se marcha y está ya envejecido deja en su lugar otra cosa nueva semejante a lo que era. Por este procedimiento, Sócrates, lo mortal participa de inmortalidad, tanto el cuerpo como todo lo demás; lo inmortal, en cambio, participa de otra manera. No te extrañes, pues, si todo ser estima por naturaleza a su propio vástago, pues por causa de inmortalidad ese celo y ese amor acompaña a todo ser.

Cuando hube escuchado este discurso, lleno de admiración le dije:

– Bien, sapientísima Diotima, ¿es esto así en verdad?

Y ella, como los auténticos sofistas, me contestó:

– Por supuesto, Sócrates, ya que, si quieres reparar en el amor de los hombres por los honores, te quedarías asombrado también de su irracionalidad, a menos que medites en relación con lo que yo he dicho, considerando en qué terrible estado se encuentran por el amor de llegar a ser famosos y «dejar para el futuro una fama inmortal». Por esto, aún más que por sus hijos, están dispuestos a arrostrar todos los peligros, a gastar su dinero, a soportar cualquier tipo de fatiga y a dar su vida. Pues, ¿crees tú que Alcestis hubiera muerto por Admeto o que Aquiles hubiera seguido en su muerte a Patroclo o que vuestro Codro se hubiera adelantado a morir por el reinado de sus hijos, si no hubiera creído que iba a quedar de ellos el recuerdo inmortal que ahora tenemos por su virtud? Ni mucho menos, sino que más bien, creo yo, por inmortal virtud y por tal ilustre renombre todos hacen todo, y cuanto mejores sean, tanto más, pues aman lo que es inmortal. En consecuencia, los que son fecundos según el cuerpo se dirigen preferentemente a las mujeres y de esta manera son amantes, procurándose mediante la procreación de hijos inmortalidad, recuerdo y felicidad, según creen, para todo tiempo futuro. En cambio, los que son fecundos según el alma … pues hay, en efecto, quienes conciben en las almas aún más que en los cuerpos, aquello que corresponde al alma concebir y dar a luz. ¿Y qué es lo que le corresponde? :La sabiduría moral y las demás virtudes, de las que precisamente son procreadores todos los poetas y cuantos artistas se dice que son inventores. Pero el conocimiento mayor y el más bello es, con mucho, la regulación de lo que concierne a las ciudades y familias, cuyo nombre es mesura [moderación] y justicia. Ahora bien, cuando uno de éstos se siente desde joven fecundo en el alma, siendo de naturaleza divina, y, llegada la edad, desea ya procrear y engendrar, entonces busca también él, creo yo, en su entorno la belleza en la que pueda engendrar, pues en lo feo nunca engendrará. Así, pues, en razón de su fecundidad, se apega a los cuerpos bellos más que a los feos, y si se tropieza con un alma bella, noble y bien dotada por naturaleza, entonces muestra un gran interés por el conjunto; ante esta persona tiene al punto abundancia de razonamientos sobre la virtud, sobre cómo debe ser el hombre bueno y lo que debe practicar, e intenta educarlo. En efecto, al estar en contacto, creo yo, con lo bello y tener relación con ello, da a luz y procrea lo que desde hacía tiempo tenía concebido, no sólo en su presencia, sino también recordándolo en su ausencia, y en común con el objeto bello ayuda a criar lo engendrado, de suerte que los de tal naturaleza mantienen entre sí una comunidad mucho mayor que la de los hijos y una amistad más sólida, puesto que tienen en común hijos más bellos y más inmortales. Y todo el mundo preferiría para sí haber engendrado tales hijos en lugar de los humanos, cuando echa una mirada a Homero, a Hesíodo y demás buenos poetas, y siente envidia porque han dejado de sí descendientes tales que les procuran inmortal fama y recuerdo por ser inmortales ellos mismos; o si quieres, los hijos que dejó Licurgo en Lacedemonia, salvadores de Lacedemonia y, por así decir, de la Hélade entera. Honrado es también entre nosotros Solón, por haber dado origen a nuestras leyes, y otros muchos hombres lo son en otras muchas partes, tanto entre los griegos como entre los bárbaros, por haber puesto de manifiesto muchas y hermosas obras y haber engendrado toda clase de virtud. En su honor se han establecido ya también muchos templos y cultos por tales hijos, mientras que por hijos mortales todavía no se han establecido para nadie.

* * *

Éstas son, pues, las cosas del amor en cuyo misterio también tú, Sócrates, tal vez podrías iniciarte. Pero en los ritos finales y suprema revelación, por cuya causa existen aquéllas, si se procede con buen método, no sé si serías capaz de iniciarte. Por consiguiente, yo misma te los diré y no escatimaré ningún esfuerzo; intenta seguirme, si puedes. Es preciso, en efecto, que quien quiera ir por el recto camino a ese fin comience desde joven a dirigirse hacia los cuerpos bellos. Y, si su guía lo dirige rectamente, enamorarse en primer lugar de un solo cuerpo y engendrar en él bellos razonamientos; luego debe comprender que la belleza que hay en cualquier cuerpo es afín a la que hay en otro y que, si es preciso perseguir la belleza de la forma, es una gran necedad no considerar una y la misma belleza que hay en todos los cuerpos. Una vez adquirido este concepto, debe hacerse amante de todos los cuerpos bellos y calmar ese fuerte arrebato por uno solo, despreciándolo y considerándolo insignificante. A continuación debe considerar más valiosa la belleza de las almas que la del cuerpo, de suerte que si alguien es virtuoso del alma, aunque tenga un escaso esplendor, séale suficiente para amarle, cuidarle, engendrar y buscar razonamientos tales que hagan mejores a los jóvenes, para que sea obligado, una vez más, a contemplar la belleza que reside en las normas de conducta y a reconocer que todo lo bello está emparentado consigo mismo, y considere de esta forma la belleza del cuerpo como algo insignificante. Después de las normas de conducta debe conducirle a las ciencias, para que vea también la belleza de éstas y, fijando ya su mirada en esa inmensa belleza, no sea, por servil dependencia, mediocre y corto de espíritu, apegándose como esclavo, a la belleza de un solo ser, cual la de un muchacho, de un hombre o de una norma de conducta, sino que, vuelto hacia ese mar de lo bello y contemplándolo, engendre muchos bellos y magníficos discursos y pensamientos en inagotable filosofía, hasta que fortalecido entonces y crecido descubra una única ciencia cual es la ciencia de una belleza como la siguiente. Intenta ahora prestarme la máxima atención posible. En efecto, quien hasta aquí haya sido instruido en las cosas del amor, tras haber contemplado las cosas bellas en ordenada y correcta sucesión, descubrirá de repente, llegando ya al término de su iniciación amorosa, algo maravillosamente bello por naturaleza, a saber, aquello mismo, Sócrates, por lo que precisamente se hicieron todos los esfuerzos anteriores, que, en primer lugar, existe siempre y ni nace ni perece, ni crece ni decrece; en segundo lugar, no es bello en un aspecto y feo en otro, ni unas veces bello y otras no, ni bello respecto a una cosa y feo respecto a otra, ni aquí bello y allí feo, como si fuera para unos bello y para otros feo. Ni tampoco se le aparecerá esta belleza bajo la forma de un rostro ni de unas manos ni de cualquier otra cosa de las que participa un cuerpo, ni como razonamiento, ni como una ciencia, ni como existente en otra cosa, por ejemplo, en un ser vivo, en la tierra, en el cielo o en algún otro, sino la belleza en sí, que es siempre consigo misma específicamente única, mientras que todas las otras cosas participan de ella de una manera tal que el nacimiento y muerte de éstas no le causa ni aumento ni disminución, ni le ocurre absolutamente nada. Por consiguiente, cuando alguien asciende a partir de las cosas de este mundo mediante el recto amor de los jóvenes y empieza a divisar aquella belleza, puede decirse que toca casi el fin. Pues ésta es justamente el recto método de acercarse a las cosas del amor o de ser conducido por otro: empezando por las cosas bellas de aquí [de este mundo] y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente, sobre la base de aquella belleza, de uno solo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y partiendo de éstos terminar en aquél conocimiento que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca al fin lo que es la Belleza en sí. En este periodo de la vida, querido Sócrates, más que en ningún otro, le merece la pena al hombre vivir: cundo contempla la Belleza en sí. Si alguna vez llegas a verla, te parecerá que no es comparable ni con el oro ni con los vestidos, ni con los jóvenes y adolescentes bellos, ante cuya presencia ahora te quedas extasiado y estás dispuesto, tanto tú como otros muchos, con tal de poder ver al amado y estar siempre con él, a no comer ni beber, si fuera posible, sino únicamente a contemplarlo y estar en su compañía. ¿Qué debemos imaginar, pues, si le fuera posible a alguno ver la belleza en sí, pura, limpia, sin mezcla y no infectada de carnes humanas, ni de colores ni, en suma, de otras muchas fruslerías mortales, y pudiera contemplar la divina Belleza en sí, específicamente única? ¿Acaso crees que es vana la vida de un hombre que mira en esa dirección, que contempla esa belleza con lo que es necesario contemplarla y vive en su compañía? ¿O no crees que sólo entonces, cuando vea la belleza con lo que es visible, le será posible engendrar, no ya imágenes de virtud, al no estar en contacto con una imagen, sino virtudes verdaderas, ya que está en contacto con la verdad? Y al que ha engendrado y criado una virtud verdadera, ¿no crees que le es posible hacerse amigo de los dioses y llegar a ser, si algún otro hombre puede serlo, inmortal también él?

* * *

Esto, Fedro y demás amigos, dijo Diotima y yo quedé convencido; y convencido intento también persuadir a los demás de que para adquirir esta posesión difícilmente podría uno tomar un colaborador de la naturaleza humana mejor que Eros. Precisamente, por eso, yo afirmo que todo hombre debe honrar a Eros, y no sólo yo mismo honro las cosas del Amor y las practico sobremanera, sino que también las recomiendo a los demás y ahora y siempre elogio el poder y valentía de Eros, en la medida en que soy capaz. Considera, pues, Fedro, este discurso, si quieres, como un encomio dicho en honor de Eros o, si prefieres, dale el nombre que te guste y como te guste.

[212b Término del Discurso de Sócrates]

Platón & el alma del Fedro o de la Belleza – Platón

Publicado por el Centro E.Eskenazi

Una vez, pues, que aparece como inmortal lo que, por sí mismo, se mueve, nadie tendría reparos en afirmar que esto mismo es lo que constituye el ser del alma y su propio concepto. Porque todo cuerpo, al que le viene de fuera el movimiento, es inanimado; mientras que al que le viene de dentro, desde sí mismo y para sí mismo, es animado. Si esto es así, y si lo que se mueve a sí mismo no es otra cosa que el alma, necesariamente el alma tendría que ser ingénita e inmortal.

Sobre la inmortalidad, baste ya con lo dicho. Pero sobre su idea hay que añadir lo siguiente: Cómo es el alma, requeriría toda una larga y divina explicación; pero decir a qué se parece, es ya asunto humano y, por supuesto, más breve. Podríamos entonces decir que se parece a un carro que, como si hubieran nacido juntos, lleva a una yunta alada y a su auriga. Pues bien, los caballos y los aurigas de los dioses son todos ellos buenos, y buena su casta, la de los otros es mezclada.

Por lo que a nosotros se refiere, hay, en primer lugar, un conductor que guía un tronco de caballos y, después, estos caballos de los cuales uno es bueno y hermoso, y está hecho de esos mismos elementos, y el otro de todo lo contrario, como también su origen. Necesariamente, pues, nos resultará difícil y duro su manejo.

Y ahora, precisamente, hay que intentar decir de dónde le viene al viviente la denominación de mortal e inmortal. Todo lo que es alma tiene a su cargo lo inanimado, y recorre el cielo entero, tomando unas veces una forma y otras otra. Si es perfecta y alada, surca las alturas, y gobierna todo el Cosmos. Pero la que ha perdido sus alas va a la deriva, hasta que se agarra a algo sólido, donde se asienta y se hace con cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo en virtud de la fuerza de aquélla. Este compuesto, cristalización de alma y cuerpo, se llama ser vivo, y recibe el sobrenombre de mortal. El nombre de inmortal no puede razonarse con palabra alguna; pero no habiéndolo visto ni intuido satisfactoriamente, nos figuramos a la divinidad, como un viviente inmortal, que tiene alma, que tiene cuerpo, unidos ambos, de forma natural, por toda la eternidad. Pero, en fin, que sea como plazca a la divinidad, y que sean estas nuestras palabras. Consideremos la causa de la pérdida de las alas, y por la que se le desprenden al alma. Es algo así como lo que sigue.

El poder natural del ala es levantar lo pesado, llevándolo hacia arriba, hacia donde mora el linaje de los dioses. En cierta manera, de todo lo que tiene que ver con el cuerpo, es lo que más unido se encuentra a lo divino. Y lo divino es bello, sabio, bueno y otras cosas por el estilo. De esto se alimenta y con esto crece, sobre todo, el plumaje del alma; pero con lo torpe y lo malo y todo lo que le es contrario, se consume y acaba. Por cierto que Zeus, el poderoso señor de los cielos, conduciendo su alado carro, marcha en cabeza, ordenándolo todo y de todo ocupándose. Le sigue un tropel de dioses y démones ordenados en once filas. Pues Hestia se queda en la morada de los dioses, sola, mientras todos los otros, que han sido colocados en número de doce, como dioses jefes, van al frente de los órdenes a cada uno asignados. Son muchas, por cierto, las miríficas visiones que ofrece la intimidad de las sendas celestes, caminadas por el linaje de los felices dioses, haciendo cada uno lo que tienen que hacer, y seguidos por los que, en cualquier caso, quieran y puedan. Está lejos la envidia de los coros divinos. Y, sin embargo, cuando van a festejarse a sus banquetes, marchan hacia las empinadas cumbres, por lo más alto del arco que sostiene el cielo, donde precisamente los carros de los dioses, con el suave balanceo de sus firmes riendas, avanzan fácilmente, pero a los otros les cuesta trabajo. Porque el caballo entreverado de maldad gravita y tira hacia la tierra, forzando al auriga que no lo haya domesticado con esmero. Allí se encuentra el alma con su dura y fatigosa prueba. Pues las que se llaman inmortales, cuando han alcanzado la cima, saliéndose fuera, se alzan sobre la espalda del cielo, y al alzarse se las lleva el movimiento circular en su órbita, y contemplan lo que está al otro lado del cielo.

A ese lugar supraceleste, no lo ha cantado poeta alguno de los de aquí abajo, ni lo cantará jamás como merece. Pero es algo como esto -ya que se ha de tener el coraje de decir la verdad, y sobre todo cuando es de ella de la que se habla-: porque, incolora, informe, intangible esa esencia cuyo ser es realmente ser, vista sólo por el entendimiento, piloto del alma, y alrededor de la que crece el verdadero saber, ocupa, precisamente, tal lugar. Como la mente de lo divino se alimenta de un entender y saber incontaminado, lo mismo que toda alma que tenga empeño en recibir lo que le conviene, viendo, al cabo del tiempo, el ser, se llena de contento, y en la contemplación de la verdad, encuentra su alimento y bienestar, hasta que el movimiento, en su ronda, la vuelva a su sitio. En este giro, tiene ante su vista a la misma justicia, tiene ante su vista a la sensatez, tiene ante su vista a la ciencia, y no aquella a la que le es propio la génesis, ni la que, de algún modo, es otra al ser en otro -en eso otro que nosotros llamamos entes-, sino esa ciencia que es de lo que verdaderamente es ser. Y habiendo visto, de la misma manera, todos los otros seres que de verdad son, y nutrida de ellos, se hunde de nuevo en el interior del cielo, y vuelve a su casa. Una vez que ha llegado, el auriga detiene los caballos ante el pesebre, les echa, de pienso, ambrosía, y los abreva con néctar.

Tal es, pues, la vida de los dioses. De las otras almas, la que mejor ha seguido al dios y más se le parece, levanta la cabeza del auriga hacia el lugar exterior, siguiendo, en su giro, el movimiento celeste, pero, soliviantada por los caballos, apenas si alcanza a ver los seres. Hay alguna que, a ratos, se alza, a ratos se hunde y, forzada por los caballos, ve unas cosas sí y otras no. Las hay que, deseosas todas de las alturas, siguen adelante, pero no lo consiguen y acaban sumergiéndose en ese movimiento que las arrastra, pateándose y amontonándose, al intentar ser unas más que otras. Confusión, pues, y porfías y supremas fatigas donde, por torpeza de los aurigas, se quedan muchas renqueantes, y a otras muchas se les parten muchas alas. Todas, en fin, después de tantas penas, tienen que irse sin haber podido alcanzar la visión del ser; y, una vez que se han ido, les queda sólo la opinión por alimento . El porqué de todo este empeño por divisar dónde está la llenura de la Verdad, se debe a que el pasto adecuado para la mejor parte del alma es el que viene del prado que allí hay, y el que la naturaleza del ala, que hace ligera al alma, de él se nutre.

Así es, pues, el precepto de Adrastea. Cualquier alma que, en el séquito de lo divino, haya vislumbrado algo de lo verdadero, estará indemne hasta el próximo giro y, siempre que haga lo mismo, estará libre de daño. Pero cuando, por no haber podido seguirlo, no lo ha visto, y por cualquier azaroso suceso se va gravitando llena de olvido y dejadez, debido a este lastre, pierde las alas y cae a tierra. Entonces es de ley que tal alma no se implante en ninguna naturaleza animal, en la primera generación, sino que sea la que más ha visto la que llegue a los genes de un varón que habrá de ser amigo del saber, de la belleza o de las Musas tal vez, y del amor; la segunda, que sea para un rey nacido de leyes o un guerrero y hombre de gobierno; la tercera, para un político o un administrador o un hombre de negocios; la cuarta, para alguien a quien le va el esfuerzo corporal, para un gimnasta, o para quien se dedique a curar cuerpos; la quinta habrá de ser para una vida dedicada al arte adivinatorio o a los ritos de iniciación; con la sexta se acoplará un poeta, uno de ésos a quienes les da por la imitación; sea la séptima para un artesano o un campesino; la octava, para un sofista o un demagogo, y para un tirano la novena. De entre todos estos casos, aquel que haya llevado una vida justa es partícipe de un mejor destino, y el que haya vivido injustamente, de uno peor. Porque allí mismo de donde partió no vuelve alma alguna antes de diez mil años -ya que no le salen alas antes de ese tiempo-, a no ser en el caso de aquel que haya filosofado sin engaño, o haya amado a los jóvenes con filosofía. Éstas, en el tercer período de mil años, si han elegido tres veces seguidas la misma vida, vuelven a cobrar sus alas y, con ellas, se alejan al cumplirse esos tres mil años. Las demás, sin embargo, cuando acabaron su primera vida, son llamadas a juicio y, una vez juzgadas, van a parar a prisiones subterráneas, donde expían su pena; y otras hay que, elevadas por la justicia a algún lugar celeste, llevan una vida tan digna como la que vivieron cuando tenían forma humana. Al llegar el milenio, teniendo unas y otras que sortear y escoger la segunda existencia, son libres de elegir la que quieran. Puede ocurrir entonces que un alma humana venga a vivir a un animal, y el que alguna vez fue hombre se pase, otra vez, de animal a hombre.

Porque nunca el alma que no haya visto la verdad puede tomar figura humana. Conviene que, en efecto, el hombre se dé cuenta de lo que le dicen las ideas, yendo de muchas sensaciones a aquello que se concentra en el pensamiento. Esto es, por cierto, la reminiscencia de lo que vio, en otro tiempo, nuestra alma, cuando iba de camino con la divinidad, mirando desde lo alto a lo que ahora decimos que es, y alzando la cabeza a lo que es en realidad. Por eso, es justo que sólo la mente del filósofo sea alada, ya que, en su memoria y en la medida de lo posible, se encuentra aquello que siempre es y que hace que, por tenerlo delante, el dios sea divino. El varón, pues, que haga uso adecuado de tales recordatorios, iniciado en tales ceremonias perfectas, sólo él será perfecto. Apartado, así, de humanos menesteres y volcado a lo divino, es tachado por la gente como de perturbado, sin darse cuenta de que lo que está es «entusiasmado».

Y aquí es, precisamente, a donde viene a parar todo ese discurso sobre la cuarta forma de locura, aquella que se da cuando alguien contempla la belleza de este mundo, y, recordando la verdadera, le salen alas y, así alado, le entran deseos de alzar el vuelo, y no lográndolo, mira hacia arriba como si fuera un pájaro, olvidado de las de aquí abajo, y dando ocasión a que se le tenga por loco. Así que, de todas las formas de «entusiasmo», es ésta la mejor de las mejores, tanto para el que la tiene, como para el que con ella se comunica; y al partícipe de esta manía, al amante de los bellos, se le llama enamorado.

Así que, como se ha dicho, toda alma de hombre, por su propia naturaleza, ha visto a los seres verdaderos, o no habría llegado a ser el viviente que es. Pero el acordarse de ellos, por los de aquí, no es asunto fácil para todo el mundo, ni para cuantos, fugazmente, vieron entonces las cosas de allí, ni para los que tuvieron la desdicha, al caer, de descarriarse en ciertas compañías, hacia lo injusto, viniéndoles el olvido del sagrado espectáculo que otrora habían visto. Pocas hay, pues, que tengan suficiente memoria. Pero éstas, cuando ven algo semejante a las de allí, se quedan como traspuestas, sin poder ser dueñas de sí mismas, y sin saber qué es lo que les está pasando, al no percibirlo con propiedad. De la justicia, pues, y de la sensatez y de cuanto hay de valioso para las almas no queda resplandor alguno en las imitaciones de aquí abajo, y sólo con esfuerzo y a través de órganos poco claros les es dado a unos pocos, apoyándose en las imágenes, intuir el género de lo representado. Pero ver el fulgor de la belleza se pudo entonces, cuando con el coro de bienaventurados teníamos a la vista la divina y dichosa visión, al seguir nosotros el cortejo de Zeus, y otros el de otros dioses, como iniciados que éramos en esos misterios, que es justo llamar los más llenos de dicha, y que celebramos en toda nuestra plenitud y sin padecer ninguno de los males que, en tiempo venidero, nos aguardaban. Plenas y puras y serenas y felices las visiones en las que hemos sido iniciados, y de las que, en su momento supremo, alcanzábamos el brillo más límpido, límpidos también nosotros, sin el estigma que es toda esta tumba que nos rodea y que llamamos cuerpo, prisioneros en él como una ostra.

Sea todo esto en gracias al recuerdo que, en el anhelo de lo de entonces, ha hecho que ahora se hable largamente aquí. Como íbamos diciendo, y por lo que a la belleza se refiere, resplandecía entre todas aquellas visiones; pero, en llegando aquí, la captamos a través del más claro de nuestros sentidos, porque es también el que más claramente brilla. Es la vista , en efecto, para nosotros, la más fina de las sensaciones que, por medio del cuerpo, nos llegan; pero con ella no se ve la mente -porque nos procuraría terribles amores, si en su imagen hubiese la misma claridad que ella tiene, y llegase a sí a nuestra vista y lo mismo pasaría con todo cuanto hay digno de amarse. Pero sólo a la belleza le ha sido dado el ser lo más deslumbrante y lo más amable.

Ahora bien, el que ya no es novicio o se ha corrompido, no se deja llevar, con presteza, de aquí para allá, para donde está la belleza misma, por el hecho de mirar lo que aquí tiene tal nombre, de forma que, al contemplarla, no siente estremecimiento alguno, sino que, dado al placer, pretende como un cuadrúpedo, cubrir y hacer hijos, y muy versado ya en sus excesos, ni teme ni se avergüenza de perseguir un placer contra naturaleza. Sin embargo, aquel cuya iniciación es todavía reciente, el que contempló mucho de las de entonces, cuando ve un rostro de forma divina, o entrevé, en el cuerpo, una idea que imita bien a la belleza, se estremece primero, y le sobreviene algo de los temores de antaño y, después, lo venera, al mirarlo, como a un dios, y si no tuviera miedo de parecer muy enloquecido, ofrecería a su amado sacrificios como si fuera la imagen de un dios. Y es que, en habiéndolo visto, le toma, después del escalofrío, como un trastorno que le provoca sudores y un inusitado ardor. Recibiendo, pues, este chorreo de belleza por los ojos, se calienta con un calor que empapa, por así decirlo, la naturaleza del ala, y, al caldearse, se ablandan las semillas de la germinación que, cerradas por la aridez, les impedía florecer; y, además, si el alimento afluye, se esponja el tallo del ala y echa a nacer desde la raíz, por dentro de la sustancia misma del alma, que antes, por cierto, estuvo toda alada. Anda, pues, en plena ebullición y burbujeo, y como con esa sensación que tienen los que están echando los dientes cuando ya van a romper, ese picor y escozor en las encías, así le pasa al alma del que empieza a echar las plumas. Bullen, escuecen, cosquillean las nacientes alas; y si pone los ojos en la belleza del muchacho y recibe de allí partículas que vienen fluyendo -que por eso se llaman ‘río de deseos’ -, se empapa y calienta y se le acaban las penas y se llena de gozo. Pero cuando está separada y aridece, los orificios de salida, por donde empuja la pluma, se resecan entonces y, al cerrarse, impiden el brote de la pluma que, ocluida dentro con el deseo, salta como una arteria que late, y pincha cada una en su propia salida, de forma que, aguijoneada el alma toda y por todas partes, se revuelve de dolor.

Sólo, en cambio se alegra, si le viene el recuerdo de la belleza del amado. Por la mezcla de estos sentimientos encontrados, se aflige ante lo absurdo de lo que le pasa, y no sabiendo por donde ir, se enfurece, y, así enfurecida, no puede dormir de noche ni parar de día y corre deseosa a donde piensa que ha de ver al que lleva consigo la belleza. Y cuando lo ha visto, y ha encauzado el deseo, abre lo que antes estaba cerrado, y, recobrando aliento, ceden sus pinchazos y va cosechando, entretanto, el placer más dulce. De ahí que no se presten a que la abandonen -a nadie coloca por encima del hermoso muchacho-, olvidándose de madre, hermanos y amigos todos, sin importarle un bledo que, por sus descuidos, se disipen sus bienes y desdeñando todos aquellos convencionalismos y fingimientos con los que antes se adornaba, presto a hacerse esclavo y a poner su lecho donde le permita estar lo más cerca del deseado.

Y es que, además de venerarle, ha encontrado en el poseedor de la belleza al médico apropiado para sus grandísimos males. A esta pasión, pues, hermoso muchacho, al que precisamente van enhebradas mis palabras, llaman los hombres amor; pero si oyes cómo la llaman los dioses, por lo chocante que es, acabarás por reírte. Dicen algunos, sobre el Amor, dos versos sacados, creo, de poemas no publicados de los homéridas, el segundo de los cuales es muy desvergonzado, y no demasiado bien medido. Suenan así: Los mortales, por cierto, volátil al Amor llaman; los inmortales, alado, porque obliga a ahuecar el ala. Se puede o no se puede creer esto; no obstante, la causa de lo que les sucede a los amantes es eso y sólo eso.

Así pues, el que, de entre los compañeros de Zeus, ha sido preso, puede soportar más dignamente la carga de aquel que tiene su nombre de las alas. Pero aquellos que, al servicio de Ares, andaban dando vueltas al cielo, cuando han caído en manos del Amor, y han llegado a pensar que su amado les agravia, se vuelven homicidas, y son capaces de inmolarse a sí mimos y a quien aman. Y así, según sea el dios a cuyo séquito se pertenece, vive cada uno honrándole e imitándole en lo posible, mientras no se haya corrompido, y sea ésta la primera generación que haya vivido; y de tal modo se comporta y trata a los que ama y a los otros. Cada uno escoge, según esto, una forma del Amor hacia los bellos, y como si aquel amado fuera su mismo dios, se fabrica una imagen que adorna para honrarla y rendirle culto. En efecto, los de Zeus buscan que aquel al que aman sea, en su alma, un poco también Zeus. Y miran, pues, si por naturaleza hay alguien con capacidad de saber o gobernar, y si lo encuentran se enamoran, y hacen todo- lo posible para que sea tal cual es. Y si antes no se habían dado a tales menesteres, cuando ponen las manos en ello, aprenden de donde pueden, y siguen huellas y rastrean hasta que se les abre el camino para encontrar por sí mismos la naturaleza de su dios, al verse obligados a mirar fijamente hacia él. Y una vez que se han enlazado con él por el recuerdo, y en pleno entusiasmo, toman de él hábitos y maneras de vivir, en la medida en que es posible a un hombre participar del dios.

Por cierto que, al convertir al amado en el causante de todo, lo aman todavía más, y lo que sorben, como las bacantes en la fuente de Zeus, lo vierten sobre el alma del amado, y hacen que, así, se asemejen todo lo más que puedan al dios suyo. Los que, por otro lado, seguían a Hera, buscan a alguien de naturaleza regia y, habiéndolo encontrado, hacen lo mismo con él. Y así los de Apolo, y los de cada uno de los dioses, que al ir en pos de determinado dios, busc an a un amado de naturaleza semejante. Y cuando lo han logrado, con su ejemplo, persua sión y orientación conducen al amado a los gustos e idea de ese dios, según la capacidad que cada uno tiene. Y no experimentan, frente a sus amados, envidia alguna, ni malquerencia impropia de hombres libres, sino que intentan, todo lo más que pueden, llevarlos a una total semejanza con ellos mismos y con el dios al que veneran. La aspiración, pues, de aquellos que verdaderamente aman, y su ceremonia de iniciación -si llevan a término lo que desean y tal como lo digo- llega a ser así de bella y dichosa para el que es amado por un amigo enloquecido por el Amor, sobre todo si acaba siendo conquistado. Y esta conquista tiene lugar de la siguiente manera.

Tal como hicimos al principio de este mito, en el que dividimos cada alma en tres partes, y dos de ellas tenían forma de caballo y una tercera forma de auriga, sigamos utilizando también ahora este símil. Decíamos, pues, que de los caballos uno es bueno y el otro no. Pero en qué consistía la excelencia del bueno y la rebeldía del malo no lo dijimos entonces, pero habrá que decirlo ahora. Pues bien, de ellos, el que ocupa el lugar preferente es de erguida planta y de finos remos, de altiva cerviz, aguileño hocico, blanco de color, de negros ojos, amante de la gloria con moderación y pundonor, seguidor de la opinión verdadera y, sin fusta, dócil a la voz y a la palabra. En cambio, el otro es contrahecho, grande, de toscas articulaciones, de grueso y corto cuello, de achatada testuz, color negro, ojos grises, sangre ardiente, compañero de excesos y petulancias, de peludas orejas, sordo, apenas obediente al látigo y los acicates. Así que cuando el auriga, viendo el semblante amado, siente un calor que recorre toda el alma, llenándose del cosquilleo y de los aguijones del deseo, aquel de los caballos que le es dócil, dominado entonces, como siempre, por el pundonor, se contiene a sí mismo para no saltar sobre el amado. El otro, sin embargo, que no hace ya ni caso de los aguijones, ni del látigo del auriga, se lanza, en impetuoso salto, poniendo en toda clase de aprietos al que con él va uncido y al auriga, y les fuerza a ir hacia el amado y traerle a la memoria los goces de Afrodita. Ellos, al principio se resisten irritados, como si tuvieran que hacer algo indigno y ultrajante. Pero, al final, cuando ya no se puede poner freno al mal, se dejan llevar a donde les lleven, cediendo y conviniendo en hacer aquello a lo que se les empuja. Y llegan así junto a él, y contemplan el rostro resplandeciente del amado.

Al presenciarlo el auriga, se trasporta su recuerdo a la naturaleza de lo bello, y de nuevo la ve alzada en su sacro trono y en compañía de la sensatez. Viéndola, de miedo y veneración cae boca arriba. Al mismo tiempo, no puede por menos de tirar hacia atrás de las riendas, tan violentamente que hace sentar a ambos caballos sobre sus ancas, al uno de buen grado, al no ofrecer resistencia, al indómito, muy a su pesar. Un poco alejado ya el uno, de vergüenza y pasmo rompe a sudar empapando toda el alma; pero el otro, al calmarse el dolor del freno y la caída y aún sin aliento, se pone a injuriar con furia dirigiendo toda clase de insultos contra el auriga y contra su pareja de tiro, como si por cobardía y debilidad hubiese incumplido su deber y su promesa. Y, de nuevo, obligando a acercarse a los que no quieren, consiente a duras penas, cuando se lo piden, en dejarlo para otra vez.

Pero cuando llega el tiempo señalado, refresca la memoria a los que hacen como si no se acordaran, les coacciona con relinchos y tirones, hasta que les obliga de nuevo a aproximarse al amado para decirle las mismas palabras. Cuando ya están cerca, con la testuz gacha y la cola extendida, tascando el freno, los arrastra con insolencia. Con todo, el auriga que experimenta todavía más el mismo sentimiento, se tensa, como si estuviera en la línea de salida, arrancando el freno de los dientes del avasallador corcel por la fuerza con que, hacia atrás, ahora le aguanta. Se le llena de sangre la malhablada lengua y las quijadas, y ‘entrega al sufrimiento’ las patas y la grupa, clavándolas en tierra. Pero cuando el mal caballo ha tenido que soportar muchas veces lo mismo, y se le acaba la indocilidad, humillado, se acopla, al fin, a la prudencia del auriga, y ante la visión del bello amado, se siente morir de miedo. Y ocurre, entonces, que el alma del amante, reverente y temerosa, sigue al amado. Así pues, cuidado con toda clase de esmero, como igual a un dios, por un amante que no finge sino que siente la verdad, y siendo él mismo, por naturaleza, amigo de quien así le cuida -si bien en otra época pudiera haber sido censurado por condiscípulos u otros cualesquiera, diciéndole lo vergonzoso que era tener relaciones con un amante y, por ello, lo hubiera apartado de sí-, la edad y la fuerza de las cosas le empujan a aceptar, con el paso del tiempo, la compañía. Porque, en verdad, que no está escrito que el malo sea amigo del malo, ni el bueno no lo sea del bueno. Y, una vez que le ha dejado acercarse, y aceptado su conversación y compañía, la benevolencia del amante, vista de cerca, conturba al amado que se da cuenta de que todos los otros juntos, amigos y familiares, no le pueden ofrecer parcela alguna de amistad como la del amigo entusiasta. Y cuando vaya pasando el tiempo de este modo, y se toquen los cuerpos en los gimnasios y en otros lugares públicos, entonces ya aquella fuente que mana, a la que Zeus llamó ‘deseo’, cuando estaba enamorado de Ganimedes, inunda caudalosamente al amante, lo empapa y lo rebosa. Y semejante a un aire o a un eco que, rebotando de algo pulido y duro, vuelve de nuevo al punto de partida, así el manantial de la belleza vuelve al bello muchacho, a través de los ojos, camino natural hacia el alma que, al recibirlo, se enciende y riega los orificios de las alas, e impulsa la salida de las, plumas y llena, a su vez, de amor el alma del amado. Entonces sí que es verdad que ama, pero no sabe qué. Ni sabe qué le pasa, ni expresarlo puede, sino que, como al que se le ha pegado de otro una oftalmía, no acierta a qué atribuirlo y se olvida de que, como en un espejo, se está mirando a sí mismo en el amante. Y cuando éste se halla presente, de la misma manera que a él, se le acaban las penas; pero si está ausente, también por lo mismo desea y es deseado. Un reflejo del amor, un anti-amor, (Anteros) es lo que tiene. Está convencido, sin embargo, de que no es amor sino amistad, y así lo llama. Ansía, igual que aquél, pero más débilmente, ver, tocar, besar, acostarse a su lado.

Y así, como es natural, se seguirá rápidamente, después de esto, todo lo demás. Y mientras yacen juntos, el caballo desenfrenado del amante tiene algo que decir al auriga, pues se cree merecedor, por tan largas penalidades, de disfrutar un poco. Pero el del amado no tiene nada que decir, sino que, henchido de deseo, desconcertado, abraza al amante y lo besa, como se abraza y se besa a quien mucho se quiere, y cuando yacen juntos, está dispuesto a no negarse, por su parte, a dar sus favores al amante, si es que se los pide. En cambio, el compañero de tiro y el auriga se oponen a ello con respeto y buenas razones. De esta manera, si vence la parte mejor de la mente, que conduce a una vida ordenada y a la filosofía, transcurre la existencia en felicidad y concordia, dueños de sí mismos, llenos de mesura, subyugando lo que engendra la maldad en el alma, y dejando en libertad a aquello en lo que lo excelente habita. Y, así pues, al final de sus vidas, alados e ingrávidos, habrán vencido en una de las tres competiciones verdaderamente olímpicas, y ni la humana sensatez, ni la divina locura pueden otorgar al hombre un mayor bien. Pero si acaso escogieron un modo de vida menos noble y, en consecuencia, menos filosófico y más dado a los honores, bien podría ocurrir que, en estado de embriaguez o en algún momento de descuido, los caballos desenfrenados de ambos, cogiendo de improviso a las almas, las lleven juntamente allí donde se elige y se cumple lo que el vulgo considera la más feliz conquista.

Y una vez cumplido, se atan a ello en lo sucesivo, si bien no con frecuencia, porque siempre hay una parte de la mente que no da su asentimiento. Es cierto que éstos también son amigos entre sí, pero menos que aquéllos, tanto mientras dura el amor como si se les ha escapado, en la idea de que se han dado y aceptado las mayores pruebas de fidelidad, que sería desleal incumplirlas, para caer, entonces, en enemistad. Al fin emigran del cuerpo, es verdad que sin alas, pero no sin el deseo de haberlas buscado. De modo que no es pequeño el trofeo que su locura amorosa les aporta. Porque no es a las tinieblas de un viaje subterráneo a donde la ley prescribe que vayan los que ya comenzaron su ruta bajo el cielo, sino a que juntos gocen de una vida clara y dichosa y, gracias al amor, obtengan sus alas, cuando les llegue el tiempo de tenerlas.

Dones tan grandes y tan divinos, muchacho, te traerá la amistad del enamorado. Pero la intimidad con el que no ama, mezclada de mortal sensatez, y dispensadora también de lo mortal y miserable, produciendo en el alma amiga una ruindad que la gente alaba como virtud, dará lugar a que durante nueve mil años ande rodando por la tierra y bajo ella, en total ignorancia.

Sea ésta, querido Amor, la más bella y mejor palinodia que estaba en nuestro poder ofrecerte, como dádiva y recompensa, y que no podía por menos de decirse poéticamente y en términos poéticos, a causa de Fedro. Obteniendo tu perdón por las primeras palabras y tu gracia por éstas, benevolente y propicio como eres, no me prives del amoroso arte que me has dado, ni en tu cólera me lo embotes, y dame todavía, más que ahora, la estima de los bellos.

Mircea Eliade y C.G.Jung – Mircea Eliade

Extracto de El Vuelo Mágico, por Mircea Eliade

1ª Edición: «Rencontre avec Jung», en Combat, 9 de octubre de 1952.

Este verano en Ascona se ha hablado mucho de Job y Yahvé; el último libro de Jung se llama, en efecto, Respuesta a Job. Como todos los años desde 1932, el profesor Jung ha pasado la segunda quincena de agosto en Ascona, a orillas del Lago Mayor, para asistir a las conferencias organizadas por el círculo Eranos. Algún día tendrá que escribirse la historia de este círculo tan difícil de definir. Fue Rudolf Otto quien le dio nombre: en griego, eranos significa «comida frugal donde cada uno aporta su parte». Eranos es la creación del entusiasmo, de la voluntad y de la perseverancia de la Sra. Olga Fröbe-Kapteyn, holandesa educada en Inglaterra pero establecida en Ascona desde hace treinta años. Interesada por el simbolismo, apasionada por las investigaciones de jung, la Sra. Olga Fröbe-Kapteyn se ha propuesto invitar todos los años a un cierto número de sabios para discutir un tema común desde la perspectiva de la especialidad de cada uno de ellos. Así, se han tratado temas tan diferentes como El Hombre y la Máscara, la Gran Diosa, la Meditación en Oriente y Occidente, el Tiempo, el Yoga, los Ritos, etc. La intención de Eranos consiste en considerar el simbolismo desde todos los ángulos posibles: psicología, historia de las religiones, teología, matemática e incluso biología. Sin dirigirlo directamente, jung es el spirítus rector de este círculo al que ha comunicado sus primeras investigaciones sobre la alquimia, el proceso de individuación y, recientemente (1951), sus hipótesis concernientes a la sincronicidad. Un editor con coraje y clarividencia, el Dr. Brody, se ha encargado de publicar los textos de estas conferencias. Hoy en día los veinte volúmenes de Eranos-Jahrbücher constituyen con sus ocho mil páginas una de las mejores colecciones científicas referidas al estudio de los simbolismos.

A sus setenta y siete años el profesor jung no ha perdido nada de su extraordinaria vitalidad, de su sorprendente juventud. Ha publicado uno tras otro tres libros nuevos: sobre el simbolismo del Aíon, sobre la sincronicidad y, finalmente, esta Respuesta a Job que ha provocado ya reacciones sensacionales, sobre todo entre los teólogos.

Siempre había pensado en este libro -me confiesa el profesor jung, una tarde en la terraza de la Casa Eranos-; pero he tardado cuarenta años en escribirlo. Cuando leí por vez primera, aún niño, el Libro de Job, quedé terriblemente conmocionado. Descubrí que Yahvé era injusto, que incluso es un malhechor. Pues se deja persuadir por el diablo. Acepta torturar a Job por la sugestión de Satán. En la omnipotencia de Yahvé, ninguna consideración hacia el sufrimiento humano. Por lo demás, aún subsisten en ciertos escritos judíos rastros de la injusticia de Yahvé: en un texto tardío, Yahvé pide la bendición del gran sacerdote, como si el hombre fuera superior a Él…

Pudiera suceder que todo esto fuera una cuestión de lenguaje. Pudiera ser que lo que usted llama «injusticia» y «crueldad» de Yahvé no fueran más que fórmulas> aproximativas, imperfectas, para expresar la total trascendencia de Dios. Yahvé es «aquel que es», por tanto está por encima del Bien y del Mal. Es imposible captarlo, comprenderlo, formularlo; por consiguiente, es a la vez «el misericordioso» y «el injusto». Eso es un modo de decir que ninguna definición puede circunscribir a Dios, ningún atributo lo agota…

Yo hablo como psicólogo -continúa el profesor jung- y, sobre todo, hablo del antropomorfismo de Yahvé ¿y no de su realidad teológica. Como psicólogo compruebo que Yahvé es contradictorio y también creo que se puede interpretar psicológicamente esta contradicción. Para poner a prueba la fidelidad de Job, Yahvé concede a Satán una libertad casi sin límites. Ese hecho no carece de consecuencias para la humanidad: se esperan acontecimientos futuros muy importantes a causa del papel que Yahvé pensó tener que ceder a Satán. Ante la crueldad de Yahvé, Job calla. Ese silencio es la más hermosa y noble respuesta que el hombre haya podido dar a un Dios todopoderoso. El silencio de Job anuncia ya a Cristo. En efecto, Dios se hace hombre, Cristo, para redimir su injusticia con respecto a Job…

El teólogo protestante Hans Schär, al que ya se debe un bello volumen sobre la psicología religiosa de Jung, se pregunta si dentro de cien años Respuesta a Job no será considerado un libro profético. Cuando Jung había publicado sus primeros estudios sobre el inconsciente colectivo y, por consiguiente, se había despegado del freudismo, parece ser que Freud decía de su antiguo colaborador: «Al principio era un gran sabio, ¡pero ahora se ha convertido en profeta!». ¡En la broma del Maestro algunos ven el mayor de los elogios: en efecto, consideran al profesor Jung como un profeta de los tiempos modernos. Pues si Freud tuvo el gran mérito de descubrir el inconsciente personal, Jung descubrió el inconsciente colectivo y sus estructuras, los arquetipos. Y con ello aportó una luz nueva a la interpretación de los mitos, las visiones y los sueños. Más aún: muy pronto Jung se liberó de los prejuicios cientifistas y positivistas del psicoanálisis freudiano: no redujo la vida espiritual y la cultura a epifenómenos de complejos sexuales de la infancia. Finalmente Jung tiene en cuenta la Historia: mira la psique como naturalista y como historiador; según él, la vida de las profundidades psíquicas es la Historia. Dicen los junguianos que sus descubrimientos cambiarán completamente el universo mental del hombre moderno. Freud no se equivocó: Jung no podía quedarse en ser un simple «sabio», tenía que ampliar cada vez más el horizonte de sus descubrimientos y trazar un camino para que el hombre moderno saliera de su crisis espiritual. Pues para Jung, como para muchos otros, el mundo moderno está en crisis, y esta crisis está provocada por un conflicto aún no resuelto en las profundidades de la psique.

El gran problema de la psicología -continúa jung-, es la reintegración de los contrarios: eso se encuentra por todas partes y en todos los niveles. Ya en mi libro Psicología y alquimia (1944) tuve ocasión de ocuparme de la integración de Satán. Pues mientras Satán no sea integrado, el mundo no se curará y el hombre no se salvará. Pero Satán representa el Mal y ¿cómo integrar el Mal? Sólo existe una posibilidad: asimilarlo, es decir, elevarlo a la conciencia, hacerlo consciente. Eso es lo que la alquimia llama «conjunción de dos principios». Porque realmente la alquimia retorna y prolonga el cristianismo. Según los alquimistas, el cristianismo ha salvado al hombre, pero no a la naturaleza. El alquimista sueña con curar el mundo en su totalidad: la piedra filosofal es concebida como el Filíus Macrocosmi que cura el mundo. El fin último de la «obra» alquímica es la apokatastasís, la Salvación cósmica.

Jung ha comprendido muy bien que la alquimia, desde sus orígenes hasta su fin, no fue sólo una pre-química, una «ciencia experimental» embrionaria, sino una técnica espiritual. El objetivo de los alquimistas no era estudiar la Materia, sino liberar al Alma de la materia. Jung llegó a esta conclusión leyendo los textos de los alquimistas clásicos. Se sorprendió ante la semejanza entre los procesos alquímicos por los cuales se pensaba obtener la piedra filosofal y las imágenes en los sueños de algunos de sus pacientes que, sin darse cuenta, estaban trabajando en la integración de su personalidad. En estudios acerca de la alquimia asiática publicados entre 1935 y 1938, mostramos que las operaciones de los alquimistas chinos e indios perseguían igualmente la liberación del alma y la «perfección de la materia», es decir, la colaboración del hombre en la obra de la naturaleza. Esta convergencia de resultados adquiridos en ámbitos diferentes y por métodos diferentes nos parece una confirmación manifiesta de la hipótesis de jung.

He estudiado alquimia durante quince años, pero no se lo dije nunca a nadie. No quería sugestionar ni a mis pacientes ni a mis colaboradores. Pero después de quince años de investigaciones y de observaciones, las conclusiones se impusieron con una fuerza ineluctable: las operaciones alquímicas eran reales, sólo que esa realidad no era fisica sino psicológica. La alquimia representa la proyección de un drama en términos de laboratorio que es a un tiempo cósmico y espiritual. El opus magnum tenía como finalidad tanto la liberación del alma humana como la curación del Cosmos. Lo que los alquimistas llamaban «materia» era en realidad el «sí mismo». El «alma del mundo», anima mundi, identificada por los alquimistas con el spírítus mercurius, estaba aprisionada en la materia. Por eso los alquimistas creían en la verdad de la materia: pues la materia era en efecto su propia vida psíquica. Se trataba de liberar esa materia, de «salvarla»; en una palabra, obtener la piedra filosofal, es decir, el «cuerpo glorioso», el corpus glorificationis. Pero ese trabajo es dificil y está sembrado de obstáculos: la «obra» alquímica es peligrosa. Ya en el inicio se encuentra al «Dragón», el espíritu ctónico, el «Diablo», o como lo llaman los alquimistas, el «Negro», la nigredo. Y ese encuentro produce sufrirmiento. La «materia» sufre hasta la desaparición de la «negrura»; en términos psicológicos el alma se encuentra en las ansias de la melancolía luchando con la «Sombra». El misterio de la conjunción, misterio central de la alquimia, persigue justamente la síntesis de los opuestos, la asimilación del «Negro», la integración del Diablo. Para el cristiano «despierto» eso constituye un acontecimiento psíquico muy grave, pues es la confrontación con su «Sombra»: ésta representa la «negrura» (nigredo), lo que permanece separado, es decir, lo que jamás podrá ser totalmente integrado en la persona humana. Al interpretar la confrontación del cristiano con su «Sombra» en términos psicológicos, se descubre el miedo secreto de que el Diablo sea más fuerte, de que Cristo no haya logrado vencerle completamente. De otro modo, ¿por qué se ha creído, y se continúa creyendo, en el Anticristo? ¿Por qué se ha esperado, y se espera aún, la llegada del Anticristo? Pues sólo después del reino del Anticristo y después de la segunda venida de Cristo, el Mal será vencido definitivamente en el mundo y en el alma humana. Todos estos símbolos y creencias son solidarias en el plano psicológico: siempre hay que luchar contra el Mal, con Satán, y vencerle, esto es, asimilarlo, integrarlo en la conciencia. En el lenguaje alquímico la materia sufre hasta la desaparición de la nigredo, cuando la «aurora» es anunciada por la cauda pavonis y aparece un día nuevo, la leukosis, albedo. Pero en ese estado de «blancura» no se vive en el sentido propio del término. De algún modo, es una especie de estado ideal, abstracto; para vivificarle se necesita «sangre» y hay que obtener lo que los textos alquímicos llaman la rubedo, lo rojo de la Vida. Sólo la experiencia total del ser puede transformar ese estado «ideal» de la albedo en una existencia humana integral. Sólo la sangre puede reanimar una consciencia gloriosa en la que se ha disuelto el último rastro de la «negrura» en la que el Diablo ya no tiene una existencia autónoma sino que se incorpora a la unidad profunda de la psique. Entonces la «obra», el opus magnum de los alquimistas, ha sido realizada: el alma humana está perfectamente integrada…

No voy a analizar aquí esta grandiosa reconstrucción de la alquimia emprendida por Jung. Baste con recordar que la integración del «Mal» constituye para él el gran problema de la consciencia moderna. Algunos le han reprochado su esfuerzo orientado a la Unidad Total, a costa de sacrificar las polaridades, la abolición de contradicciones, la integración de Satán. Pero jung no pretende hacer ni teología ni filosofía de la religión.

Yo soy un psicólogo. No me ocupo de lo que trasciende el contenido psicológico de la experiencia humana. Ni siquiera me planteo el problema de saber si es posible semejante trascendencia, pues en todos los casos lo transpsicológico ya no es asunto del psicólogo. Ahora bien, en el plano psicológico, me enfrento con experiencias religiosas que poseen una estructura y un simbolismo susceptibles de ser interpretados. Yo considero que la experiencia religiosa es real, es verdadera. Compruebo que semejantes experiencias pueden «salvar» el alma, pueden acelerar su integración e instaurar el equilibrio espiritual. Como psicólogo compruebo que el estado de gracia existe: es la perfecta serenidad del alma, el equilibrio creador, fuente de energía espiritual. Sin dejar de hablar como psicólogo, corroboro que la presencia de Dios se manifiesta en la estructura profunda de la psique como una coincidentia oppositorum. Y toda la historia de las religiones, todas las teologías están ahí para confirmar que la coincídentia opposítonim es una de las fórmulas más utilizadas y más arcaicas para expresar la realidad de Dios. Como decía Rudolf Otto, la experiencia religiosa es numinosa, y yo como psicólogo distingo esa experiencia de las otras por el hecho de que trasciende las categorías ordinarias de tiempo, espacio y causalidad. Últimamente he estudiado mucho la sincronicidad (brevemente expresado: la «ruptura del tiempo») y he comprobado que está muy cerca de la experiencia numinosa: espacio, tiempo y causalidad están abolidos. No pretendo establecer ningún juicio de valor acerca de la experiencia religiosa. Compruebo que el conflicto interior es siempre fuente de crisis psicológicas profundas y peligrosas; tan peligrosas que pueden destruir la integridad humana. Psicológicamente, ese conflicto interior se manifiesta por medio de las mismas imágenes y por el mismo simbolismo atestiguados en todas las religiones del mundo y utilizados también por los alquimistas. De ese modo he llegado a ocuparme de la religión, de Yahvé, Satanás, Cristo, la Virgen. Comprendo muy bien que un creyente vea en esas imágenes algo diferente de lo que yo, como psicólogo, tengo el derecho de ver. La fe del creyente es una gran fuerza espiritual y es la garantía de su integridad psíquica. Pero yo soy médico: me ocupo de la curación de mis semejantes. Por desgracia, la fe y sólo ella ya no tiene el poder de curar a ciertos seres. El mundo moderno está desacralizado; por eso está en crisis. El hombre tiene que volver a descubrir una fuente más profunda de su propia vida espiritual. Pero para ello tiene la obligación de luchar contra el Mal, de enfrentarse con su «Sombra», de integrar al «Diablo». No hay otra salida. Por eso Yahvé, Job, Satanás, representan psicológicamente situaciones ejemplares: son como los paradigmas del eterno drama humano…

En toda su obra, que es inmensa, Jung parece obsesionado con la reintegración de los opuestos. A su modo de ver, el hombre no puede alcanzar la unidad más que en la medida en que logra superar los conflictos que lo desgarran interiormente. La reintegración de los contrarios, la coincidencia opposítorum, es la piedra angular del sistema de Jung. Por eso mismo está interesado en las doctrinas y técnicas orientales. El taoísmo y el yoga le han revelado los medios utilizados por el asiático para transcender las múltiples polaridades y alcanzar la unidad espiritual. Pero este esfuerzo orientado a la unidad por la integración de los opuestos se encuentra también en Hegel aunque sea en un plano bien distinto. Uno se podría preguntar si no se debería llevar aún más lejos la comparación entre Hegel y Jung. Hegel descubre la Historia y su gran esfuerzo tiene como fin la reconciliación del hombre con su propio destino histórico. Jung descubre el inconsciente colectivo, es decir, todo lo que precede a la historia personal del ser humano, y se dedica a descifrar las estructuras y la «dialéctica» con intención de facilitar la reconciliación del hombre con la parte inconsciente de su vida psíquica y conducirle a la reintegración de su personalidad. A diferencia de Freud, Jung tiene en cuenta la Historia: los arquetipos, estructuras del inconsciente colectivo, están cargados de «historia». Ya no se trata, como en Freud, de una espontaneidad «natural» del inconsciente de cada individuo, sino de una inmensa cantera de «recuerdos históricos»: la memoria colectiva donde en su esencia sobrevive la Historia de toda la humanidad. Jung cree que el hombre debería aprovechar más esa cantera: su método analítico está dirigido justamente a elaborar los medios para utilizarla.

El inconsciente colectivo es más peligroso que la dinamita, pero existen medios para manejarlo sin demasiados riesgos. Cuando se desencadena una crisis psíquica, se está mejor situado que cualquier otro para resolverla. Se tienen sueños y «sueños de vigilia»: hay que esforzarse por observarlos. Se podría decir que cada sueño lleva a su manera un mensaje: no sólo te dice que algo no funciona en tu ser profundo, sino que además te proporciona también la solución para salir de la crisis. Pues el inconsciente colectivo, que te envía estos sueños, posee ya la solución. En efecto, nada se ha perdido de toda la experiencia inmemorial de la humanidad. Todas las situaciones imaginables y todas las soluciones posibles parecen estar previstas por el inconsciente colectivo. No tienes más que observar con sumo cuidado el «mensaje» transmitido por el inconsciente y «descifrarlo». El análisis ayuda a leer correctamente esos mensajes…

Jung concede una importancia capital a la interpretación de los sueños, esa mitología camuflada en el hombre moderno. No deja de ser interesante recordar que el surrealismo, que representa el esfuerzo más sistemático de renovación de la experiencia poética contemporánea, había aceptado la realidad onírica. 0 mejor aún: el surrealismo ha perseguido, entre otras cosas, la integración del estado de sueño para conseguir la «situación total», más allá de la dualidad consciencia-inconsciencia. Por mucho que los freudianos le hayan acusado de ser más «teórico» que práctico, Jung no ha querido abandonar la perspectiva del psicólogo para proponernos una filosofía basada en la dialéctica de la coincidencia oppositorum. Pero es permisible esperar que sus discípulos retomen y prolonguen un día sus esfuerzos por precisar las relaciones entre la experiencia consciente del individuo y la «Historia» conservada en el inconsciente colectivo. Los sueños representan para jung un lenguaje coherente y, tanto más rico aún por cuanto está libre de las leyes del tiempo y de la causalidad. Fue a consecuencia de sus sueños, que vanamente había tratado de interpretar en términos del psicoanálisis freudiano, cuando Jung llegó a suponer la existencia del inconsciente colectivo. Eso tuvo lugar en 1909. Dos años más tarde, Jung empezaba a darse cuenta de la importancia de su descubrimiento. Finalmente, en 1914, siempre a consecuencia de una serie de sueños y de «sueños de vigilia», comprende que las manifestaciones del inconsciente colectivo son en parte independientes de las leyes del tiempo y de la causalidad. Como el profesor Jung ha tenido a bien autorizarnos a hablar de esos sueños y de esos «sueños de vigilia», que han desempeñado un papel capital en su carrera científica, ofrezco seguidamente un resumen:

En octubre de 1913, encontrándose en el tren que le llevaba de Zurich a Schaffhausen, le sucedió este extraño hecho: una vez en el túnel, pierde la conciencia de tiempo y de lugar, y despierta al cabo de una hora oyendo anunciar al conductor la llegada a Schaffhausen. Durante todo ese tiempo fue víctima de una alucinación, de un «sueño de vigilia»: veía el mapa de Europa y veía cómo el mar la iba cubriendo país por país empezando por Francia y Alemania. Poco tiempo después, todo el continente se encontraba bajo el agua, a excepción de Suiza, que era como una montaña muy alta que las olas no podían sumergir. Jung se veía sentado sobre la montaña. Y, al mirar mejor alrededor de él, se dio cuenta de que el mar era sangre: comenzó a distinguir sobre las olas los cadáveres, los tejados de las casas, vigas medio quemadas…

Tres meses más tarde, en diciembre de 1913, se repite el mismo «sueño de vigilia» a la entrada del mismo túnel. («Era como una inmersión en el inconsciente colectivo», comprendería más tarde.) El joven psiquiatra se preocupa. Se pregunta si no estará «haciendo una esquizofrenia» (según el lenguaje de la época). Finalmente, algunos meses más tarde, sueña lo siguiente: se encuentra con un amigo durante el verano en los mares del sur, cerca de Sumatra. Por los periódicos se enteran de que Europa ha sido invadida por una ola de frío terrible como jamás antes se había conocido. Jung decide partir a Batavia y embarcarse para regresar a Europa. Su amigo le dice que viajará en un velero de Sumatra hasta Hadramaout y que luego continuará su camino por Arabia y Turquía. Jung llega a Suiza. Sólo ve nieve. Una viña inmensa se eleva en algún lugar con muchos racimos. Se acerca y se pone a coger racimos distribuyéndolos entre desconocidos que le rodean pero que no puede ver…

A su tercera repetición, el sueño llegó a inquietarme en el más alto grado. Justamente preparaba una comunicación sobre la esquizofrenia para el congreso de Aberdeen y me decía: » ¡Hablaré de mí mismo! Probablemente me volveré loco después de la lectura de la comunicación… «. El congreso tenía lugar en julio de 1914: exactamente en el período en que en mis tres sueños me veía en los mares del sur. El 31 de julio, inmediatamente después de mi conferencia, me enteré por los diarios de que la guerra acababa de estallar. ¡Por fin comprendía! Y cuando al día siguiente el barco me dejó en Holanda, no había nadie más feliz que yo. Ahora estoy seguro de que no me amenazaba ninguna esquizofrenia. Había comprendido que mis sueños y visiones procedían del subsuelo del inconsciente colectivo. Sólo tenía que trabajar para profundizar y dar validez a este descubrimiento. Y es a lo que me dedico desde hace casi cuarenta años…

Poco tiempo después Jung tuvo la alegría de recibir una segunda confirmación a su sueño. Los diarios no tardaron en hablar de las aventuras del capitán de barco alemán Von Mücke, que en un velero había recorrido los mares del sur desde Sumatra hasta Hadramaout y después se había refugiado en Arabia para alcanzar desde allí Turquía…

Extracto de El Vuelo Mágico, por Mircea Eliade

1ª Edición: «Rencontre avec Jung», en Combat, 9 de octubre de 1952.

Imágenes & Símbolos (1955) – Mircea Eliade

(ed. Taurus, versión española de Carmen Castro)

REDESCUBRIMIENTO DEL SIMBOLISMO

La gran boga actual del psicoanálisis ha puesto en circulación palabras claves como imagen, símbolo y simbolismo, que son hoy del lenguaje corriente. Por otra parte, las investigaciones sistemáticas realizadas sobre el mecanismo de la «mentalidad primitiva» han revelado la importancia que tiene el simbolismo para el pensamiento arcaico, así como el papel fundamental que desempeña en cualquier sociedad tradicional. La superación en la filosofía del «cientificismo», el renacimiento después de la primera guerra mundial del interés religioso, las múltiples experiencias poéticas y, sobre todo las búsquedas del surrealismo (con el redescubrimiento del ocultismo, de la literatura negra, del absurdo, etc.) han atraído la atención del gran público–en planos diferentes y con resultados dispares-sobre el símbolo considerado en tanto que modo autónomo de conocimiento. Semejante situación forma parte de la reacción contra el racionalismo, el positivismo y el cientificismo del siglo XIX, y basta por sí misma para caracterizar el segundo cuarto del siglo XX. Pero esta entrega a los diversos simbolismos no es, en realidad, un «descubrimiento» inédito, mérito del mundo moderno. El mundo moderno, al restaurar el símbolo en su carácter de instrumento de conocimiento, no ha hecho sino volver a una orientación que fue general en Europa hasta el siglo XVIII y que es, además, connatural a las demás culturas extraeuropeas, ya sean «históricas» (por ejemplo, las de Asia o de América Central) o «arcaicas y primitivas» .

Nótese que la invasión de Europa Occidental por el simbolismo coincide con el advenimiento de Asia al horizonte de la Historia, advenimiento que, esbozado por la revolución de Sun Yat Sen, se ha afirmado sobre todo en el curso de los últimos años; sincrónicamente, grupos étnicos que hasta el momento no habían participado en la Historia, en la historia con mayúscula, sino de un modo esporádico y por alusiones (así, los oceánicos, los africanos, etc.), se preparan a su vez para enrolarse en las corrientes de la historia contemporánea y se sienten impacientes por participar en ellas. No se trata de que exista una relación causal cualquiera entre el nacimiento del mundo «exótico», o «arcaico”, en el horizonte de la historia, y el nuevo interés vigente en Europa, por el conocimiento simbólico. El hecho es que este sincronismo resulta especialmente feliz; nos preguntamos cómo la Europa positivista y materialista del siglo XIX habría podido dialogar espiritualmente con culturas «exóticas» que exigen, todas, sin excepción, vías de pensar que no sean el empirismo o el positivismo. He aquí una razón, al menos, para esperar que Europa no se paralice ante las imágenes y los símbolos, que, en el mundo exótico, ocupan el lugar de nuestros conceptos o son sus vehículos y los prolongan. Sorprende que de toda la espiritualidad europea moderna tan sólo dos mensajes interesen realmente a los mundos extraeuropeos: el cristianismo y el comunismo. Los dos, de modo distinto, es cierto, y en planos netamente opuestos, son soteriologías, doctrinas de salvación, y, por tanto, aprehenden los «símbolos» y los «mitos» dentro de una escala que sólo tiene par en la humanidad extraeuropea.

Decíamos que una feliz conjunción temporal ha hecho que la Europa de Occidente redescubra el valor cognoscitivo del símbolo en el momento en que no es ya ella sola la que «hace la historia», cuando la cultura europea, a menos de enclaustrarse en un provincionalismo estéril, tiene obligación de contar con otras vía de conocimiento, con otras escalas de valoración que no son las suyas. A este respecto, todos los descubrimientos y todas las modas sucesivas, por lo que respecta a lo irracional, a lo inconsciente, al simbolismo, a las experiencias poéticas, a las artes exóticas y no figurativas, etc., han servido indirectamente a Occidente, preparándole para una comprensión más viva, y, por tanto, más profunda de los valores extraeuropeos y, en definitiva, al diálogo con los pueblos no europeos. Basta con tener en cuenta la actitud del etnólogo del siglo XIX ante su “objeto” y, sobre todo, los resultados de sus investigaciones para medir el progreso gigante realizado por la etnología en el curso de los últimos treinta años. El etnólogo de hoy ha comprendido la importancia que el simbolismo tiene para el pensamiento arcaico, y a la vez su coherencia intrínseca, su validez, su audacia especulativa, su «nobleza».

Todavía más: Hoy comprendemos algo que en el siglo XIX ni siquiera podía presentirse; que símbolo, mito, imagen, pertenecen a la sustancia de la vida espiritual; que pueden camuflarse, mutilarse, degradarse, pero jamás extirparse. Valdría la pena estudiar la supervivencia de los mitos a lo largo del siglo XIX. Se vería cómo, humildes, aminorados, condenados a cambiar incesantemente de apariencia, han resistido a esta hibernación, gracias, sobre todo, a la literatura .

Así, el simbolismo del «paraíso terrestre» ha llegado hasta nuestros días adoptando la forma de «Paraíso Oceánico»; desde hace ciento cincuenta años, todos los grandes escritores europeos han celebrado a porfía las islas paradisíacas del Gran Océano, sede de todas las felicidades, cuando la realidad era muy otra: «paisaje liso y monótono, clima insalubre, mujeres feas y obesas, etc.». Asimismo, la imagen de este «paraíso oceánico» estaba ya a prueba de cualquier «realidad» geográfica o de cualquiera otra índole. Nada tenían que ver con el «paraíso oceánico» las realidades objetivas: este paraíso era de orden teológico; había recibido, asimilado y readaptado todas las imágenes paradisíacas rechazadas por el positivismo y el cientificismo. El Paraíso Terrestre, en el que todavía creía Cristóbal Colón (¿pues no pensó haberlo descubierto?), había llegado a ser en el siglo XIX una isla oceánica, pero su fundación en la economía de la psique humana continuaba siendo la misma: allí, en la «isla», en el «Paraíso», la existencia transcurría fuera del «Tiempo» y de la Historia; el hombre era feliz, libre, sin restricciones; no tenía que trabajar para vivir; las mujeres eran bellas, eternamente jóvenes, ninguna «ley» pesaba sobre sus amores. Hasta la desnudez recobraba en la isla lejana su sentido metafísico: la condición del hombre perfecto, de Adán antes de la caída .La «realidad» geográfica podía desmentir este paisaje paradisíaco, ante los viajeros podían desfilar mujeres feas y obesas: nada se percibía; cada cual no veía más que la imagen que llevaba en sí mismo.

SIMBOLISMO y PSICOANÁLISIS

El pensar simbólico no es haber exclusivo del niño, del poeta o del desequilibrado. Es consustancial al ser humano: precede al lenguaje y a la razón discursiva. El símbolo revela ciertos aspectos de la realidad -los más profundos que se niegan a cualquier otro medio de conocimiento. Imágenes, símbolos, mitos, no son creaciones irresponsables de la psique; responden a una necesidad y llenan una función: dejar al desnudo las modalidades más secretas del ser. Por consiguiente, su estudio permitirá un mejor conocimiento del hombre; del «hombre sin más», que todavía no ha contemporizado con las exigencias de la historia. Cada ser histórico lleva en sí una gran parte de la humanidad anterior a la Historia. Sin duda, esto jamás se ha olvidado, ni siquiera en los tiempos más inclementes del positivismo: ¿Quién mejor que un positivista sabe que el hombre es un «animal», definido y regido por los mismos instintos que sus hermanos los animales? Constatación exacta pero parcial, fondo de un plano exclusivo de referencias. Hoy comienza a verse que la parte ahistórica de todo ser humano no se pierde, como se pensaba en el siglo XIX, en el reino animal y, en definitiva, en la «Vida», sino que, por el contrario, se bifurca y eleva muy por encima de ella: esta parte ahistórica del ser humano lleva, como una medalla, la huella del recuerdo de una existencia más rica, más completa, casi beatífica. Cuando un ser históricamente condicionado, por ejemplo, un occidental de nuestros días, se deja invadir por la parte no histórica de sí mismo (lo cual le sucede al hombre con mucha mayor frecuencia, y mucho más radicalmente de lo que se imagina), no es necesariamente para retrotraerse al estadio animal de la humanidad, para bajar a las fuentes más profundas de la vida orgánica: infinitas veces, mediante las imágenes y los símbolos que pone a contribución, vuelve a recuperar la situación paradisíaca del hombre primordial (cualquiera que fuere la existencia concreta de éste, porque este «hombre primordial» se revela sobre todo como un arquetipo, imposible de realizar plenamente en ninguna existencia humana). Al escaparse de su historicidad, el hombre no abdica de su cualidad de ser humano para perderse en la «animalidad»; vuelve a encontrar el lenguaje y, a veces, la experiencia de un «paraíso perdido». Los sueños, los ensueños, las imágenes de sus nostalgias, de sus deseos, de sus entusiasmos, etc., son otras tantas fuerzas que proyectan al ser humano, condicionado históricamente, hacia un mundo espiritual infinitamente más rico que el mundo cerrado de su «momento histórico».

Al decir de los surrealistas, en todo hombre hay un poeta: basta con saber abandonarse a un escribir automático. Esta técnica se justifica plenamente en sana psicología. El «inconsciente», como se dice, es mucho más «poético” -y, añadiremos, más «filosófico”, más «mítico”- que la vida consciente. No siempre es necesario conocer la mitología para vivir los grandes temas míticos. Bien lo saben los psicólogos, que descubren las mitologías más bellas en los ensueños o en los sueños de sus pacientes. Porque no sólo monstruos pueblan el inconsciente: dioses, diosas, héroes, hadas también habitan en él, y, por lo demás, los monstruos del inconsciente son también ellos mitológicos, puesto que siguen realizando los mismos papeles que tuvieron en todas las mitologías : en último análisis, ayudan al hombre a liberarse, a realizar su iniciación. Muchas veces, el lenguaje brutal de Freud y de sus discípulos más ortodoxos ha irritado a los lectores pacatos. En realidad, este lenguaje brutal se debe a un malentendido: no era la sexualidad en cuanto tal lo que irritaba, era la ideología que Freud había levantado sobre su «sexualidad pura». Fascinado por su misión se creía el «Gran Clarividente», cuando no era sino el Ultimo Positivista , Freud no podía darse cuenta de que la sexualidad jamás ha sido «pura», de que en todas partes siempre ha sido una función polivalente, cuya primera valencia, y acaso la suprema, es la función cosmológica; que traducir una situación psíquica en términos sexuales no es, en modo alguno, rebajarla, porque, con excepción hecha para el mundo moderno, la sexualidad ha sido siempre y en todas partes una hierofanía, y el acto sexual, un acto integral (por tanto, también un modo de conocimiento).

La atracción que experimenta el niño por la madre, y el corolario de esta atracción, el complejo de Edipo, no son «escandalosos» más que en la medida en que se traducen en cuanto tales, en vez de presentarse, como debe hacerse, en tanto que Imágenes. Porque la Imagen de la Madre es lo que es verdad, y no de ésta o aquella madre hic et nunc, como dejaba entender Freud. La Imagen de la Madre es lo que revela la que sólo puede revelar su realidad y sus funciones a la vez cosmológicas, antropológicas y psicológicas.

«Traducir» las Imágenes en términos concretos es una operación carente de sentido: sin duda, las Imágenes engloban todas las alusiones a lo «concreto» puestas de manifiesto por Freud, pero la realidad que intentan significar no se agota en semejantes referencias a lo «concreto». El «origen» de las Imágenes es, además, un problema sin sentido, como si se contestara la verdad matemática alegando que el «descubrimiento histórico» de la geometría procede de los trabajos emprendidos por los egipcios para la canalización del Delta. Filosóficamente, carecen de sentido estos problemas del “origen” y de la «verdadera traducción» de las Imágenes. Baste con recordar que la atracción materna, interpretada sobre el plano inmediato y «concreto» como deseo de poseer a la propia madre , no significa más de lo que significa; por el contrario, si se tiene en cuenta que se trata de la Imagen de la Madre, este deseo significa a la vez muchas cosas, puesto que es el deseo de devolver su beatitud a la Materia viva, todavía no “formada», con todas las quebraduras posibles, cosmológica, antropológica, etc., la atracción ejercida sobre el «Espíritu» por la «Materia», la nostalgia de la unidad primordial y, por tanto, el deseo de abolir los opuestos, las polarizaciones, etc. Ahora bien, como hemos dicho y harán ver las páginas que siguen, las Imágenes son multivalentes por su propia estructura. Si el espíritu se vale de las Imágenes para aprehender la realidad última de las cosas, es precisamente porque esta realidad se manifiesta de un modo contradictorio y, por consiguiente, no puede expresarse en conceptos. (Son bien conocidos los desesperados esfuerzos que realizaron diversos teólogos y metafísicos, tanto orientales como occidentales, para expresar conceptualmente la coincidentia oppositorum, modo de ser fácil y, además, abundantemente expresado por las Imágenes y los símbolos.) Por tanto, la Imagen en cuanto tal, en tanto que haz de significaciones, es lo que es verdad, y no una sola de sus significaciones o uno solo de sus numerosos planos de referencia. Traducir una Imagen a una terminología concreta, reduciéndola a uno solo de sus planos de referencia, es peor que mutilarla, es aniquilarla, anularla en cuanto instrumento de conocimiento.

No ignoramos que en ciertos casos la psique fija una imagen sobre un solo plano de referencia: el plano “concreto”; pero esto mismo es ya prueba de desequilibrio psíquico. Sin duda, existen casos en que la Imagen de la Madre no es más que el deseo incestuoso de la propia madre; pero los psicólogos están de acuerdo en ver la señal de una crisis psíquica en semejante interpretación carnal de un símbolo. Sobre el propio plano de la dialéctica de la Imagen, toda reducción exclusiva es aberrante. La historia de las religiones abunda en interpretaciones unilaterales y, por tanto, aberrantes de los símbolos. Difícilmente se hallará un solo gran símbolo religioso cuya historia no sea la trágica sucesión de innumerables «caídas». No hay ninguna herejía monstruosa, ni orgía infernal, ni crueldad religiosa, ni locura, ni absurdo o insania mágico-religiosa que no se «justifiquen», en su propio principio, por una interpretación falsa porque parcial, incompleta de un símbolo grandioso.

PERENNIDAD DE LAS IMÁGENES

No hace falta recurrir a los descubrimientos de la psicología profunda, o a los de la técnica surrealista de la escritura automática, para probar que existe en el hombre moderno la supervivencia subconsciente de una mitología abundante y, en cuanto a nosotros, de un género espiritual superior a la vida «consciente». Se puede prescindir de los poetas, o de los psiquismos en crisis, para confirmar la actualidad y la fuerza de las Imágenes y de los Símbolos. La existencia más mediocre está plagada de símbolos. El hombre más realista vive de imágenes. Repetimos, y más adelante se verá con claridad, que jamás desaparecen los símbolos de la actualidad psíquica: los símbolos pueden cambiar de aspecto; su función permanece la misma. Se trata sólo de descubrir sus nuevas máscaras.

La «nostalgia» más abyecta disfraza la «nostalgia del paraíso». Hemos aludido a las imágenes del «paraíso oceánico» que pueblan libros y películas. (¿Quién ha dicho que el cine era «fábrica de sueños»?) También pueden analizarse las imágenes que liberan repentinamente una música cualquiera, a veces la romanza más vulgar, y se constatará que estas imágenes revelan la nostalgia de un pasado mitificado, transformado en arquetipo, y que este «pasado» encierra, además de la nostalgia de un tiempo perdido, otros mil sentidos: expresa todo cuanto pudo ser y no fue, la tristeza de toda existencia que no es sino dejando de ser otra cosa, la pena de no vivir en el paisaje y en el tiempo que evoca la romanza (sean cuales fueren los colores locales o históricos: («el tiempo pasado mejor», Rusia de las balalaikas, Oriente romántico, Haití de las películas, millonarios americanos, príncipes exóticos, etc.); en fin de cuentas, el deseo de algo completamente distinto del instante presente; en definitiva, de algo inaccesible o perdido irremediablemente: el «Paraíso».

Lo importante, en estas imágenes de la «nostalgia del paraíso», es que siempre dicen más de lo que podría decir con palabras el sujeto que las ha experimentado. La mayoría de los seres humanos serían, por lo demás, incapaces de referirlas: no es que sean menos inteligentes que otros, es que no confieren demasiada importancia a nuestro lenguaje analítico. Sin embargo, estas imágenes aproximan a los hombres más efectiva y realmente que cualquier lenguaje analítico. En realidad, si existe una solidaridad total del género humano, no puede sentirse y «actualizarse», sino en el nivel de las imágenes (no decimos del subconsciente porque nada prueba que no exista también un transconsciente).

No se ha conferido bastante atención a estas «nostalgias»; tan sólo se han reconocido en ellas fragmentos psíquicos sin significación. Todo lo más, se ha dicho que podían ser interesantes para ciertas investigaciones acerca de las formas de evasión psíquica. Ahora bien, las nostalgias se hallan, a veces, cargadas de significados, que implican la propia situación del hombre; en este respecto, se imponen tanto al filósofo como al teólogo. Pero no se tomaron en serio; se consideraron «frívolas»; la Imagen del Paraíso Perdido, lanzada de pronto por la música de un acordeón, ¡qué tema de estudio más arriesgado! Y es que se olvida cómo la vida del hombre moderno está plagada de mitos medio olvidados, de hierofanÍas en desuso, de símbolos gastados. La desacralización ininterrumpida del hombre moderno ha alterado el contenido de su vida espiritual, pero no ha roto las matrices de su imaginación: un inmenso residuo mitológico perdura en zonas mal controladas.

Por lo demás, la parte más «noble» de la conciencia de un hombre moderno es menos «espiritual» de lo que pudiera creerse. Un análisis rápido descubriría en esta esfera de la conciencia «noble y elevada» algunas reminiscencias librescas, muchos prejuicios de diversos órdenes (religioso, moral, social, estético, etc.), algunas ideas ya acuñadas sobre el «sentido de la vida», la «realidad última», etc. No se pretenda ir a buscar el paradero, por ejemplo, del mito del Paraíso Perdido, la imagen del Hombre perfecto, el misterio de la Mujer y del Amor, etc. Todo ello, y otras muchas cosas secularizado, degradado y maquillado , se encuentra en el flujo medio-consciente de la existencia más ramplona: en los ensueños, las melancolías, en el juego libre de las imágenes durante las «horas vacías» de la conciencia (en la calle, en el metro, etc.), en las distracciones y en las diversiones de toda índole. Pero, vuelvo a repetir, este tesoro mítico yace aquí «secularizado» y «modernizado». A estas imágenes les ha sucedido lo que Freud ya demostró sucedía con respecto a las alusiones demasiado crudas o realidades sexuales: han cambiado de «forma». Para asegurar su supervivencia, las Imágenes se han hecho «familiares».

Mas, con esto, su interés no ha disminuido. Porque estas imágenes degradadas ofrecen un punto de partida posible para la renovación espiritual del hombre moderno. Pensamos que tiene importancia capital encontrar toda una mitología, si no una teología, emboscada en la vida más «vulgar» del hombre moderno: depende el remontar la corriente y redescubrir la significación profunda de todas las imágenes marchitas y de todos estos mitos degradados. Que no se nos diga que este desecho no interesa ya al hombre moderno, que pertenece a un «pasado supersticioso» felizmente liquidado por el siglo XIX, que conviene a los poetas, a los niños y a las gentes que van en metro el recuperar imágenes y nostalgias, pero que ¡por caridad! se se deje a las personas serias el seguir pensando y «haciendo la historia»: semejante separación entre lo «serio de la vida» y los «sueños» no corresponden a la realidad. Libre es el hombre moderno de despreciar las mito y las teologías. Mas por ello no dejará de nutrirse de mitos caídos y de imágenes degradadas. La crisis histórica más terrible del mundo moderno -la segunda guerra mundial y lo que consigo trajo, y tras sí desencadenó- ha demostrado suficientemente que es ilusoria la extirpación de los mitos y de los símbolos. Incluso en la situación histórica más desesperada (en las trincheras de Stalingrado, en los campos de concentración nazis y soviéticos) los hombres y las mujeres ha cantado canciones, han escuchado narraciones (han llegado hasta sacrificar por tenerlas, parte de su escasa ración); esas narraciones no hacían sino actualizar mitos; aquellas canciones estaban cargadas de «nostalgias» Toda la parte del hombre, esencial e imprescriptible, que se llama «imaginación», nada en pleno simbolismo y continúa viviendo de mitos y de teologías arcaicas. Decíamos que al hombre moderno le compete «despertar» este tesoro inestimable de imágenes que lleva consigo mismo; despertar las imágenes para contemplarlas en su pureza virginal y asimilarse su mensaje.

Mil veces la sabiduría popular ha significado la importancia de la imaginación incluso para la salud del individuo, para el equilibrio y la riqueza de su vida interior. Algunas lenguas modernas siguen considerando a quien «carece de imaginación» como un ser limitado, mediocre, triste, un pobre desgraciado. Los psicólogos, entre los que se encuentra en primer lugar C. G. Jung, han mostrado hasta dónde los dramas del mundo moderno proceden del profundo desequilibrio de la psique -tanto de la vida individual como de la colectiva-, provocado, en gran parte, por la creciente esterilización de la imaginación. «Tener imaginación» es disfrutar de una riqueza interior de un flujo de imágenes ininterrumpido y espontáneo. Pero, aquí, espontaneidad no quiere decir invención arbitraria. Etimológicamente, imaginación» es solidaria de imago, «representación, imitación» , y de imitar, «imitar, reproducir». Esta vez la etimología responde tanto a las realidades psicológicas como a la verdad espiritual. La imaginación imita modelos ejemplares: las Imágenes, los reproduce, los reactualiza, los repite indefinidamente. Tener imaginación es ver el mundo en su totalidad; porque la misión y el poder de las Imágenes es hacer ver todo cuanto permanece refractario al concepto. De aquí procede el que la desgracia y la ruina del hombre que «carece de imaginación» sea el hallarse cortado de la realidad profunda de la vida y de su propia alma.

Al recordar estos principios hemos querido mostrar que el estudio de los simbolismos no es un mero trabajo de pura erudición, sino que, al menos indirectamente, interesa al conocimiento del hombre mismo; es decir, que tiene cabida allí donde se hable de un humanismo nuevo, o de una nueva antropología.

Reflexiones de Paracelso – Selección E.Eskenazi

Sobre su personalidad

Nada está en mí, sino en lo mejor de lo que es capaz la medicina, en lo mejor que hay en la Naturaleza, en lo mejor que la naturaleza de la tierra sabe dar fielmente a los enfermos. Por eso no parto de mí, sino de la Naturaleza, de lo que también yo he salido (Escritos de Nuremberg 1527)

Soy Teofrasto, y más que aquellos que se me comparan; soy yo y soy monarcha medicorum además, y puedo demostraros lo que vosotros no podéis demostrar. Que Lutero se ocupe de sus asuntos, y yo me ocuparé de los míos y le sobrepujaré en lo que me corresponda, además los Arcana me elevan… no ha sido el cielo el que me ha hecho médico; Dios me ha hecho…. No puedo oponeros armadura alguna, coraza alguna; como no sois ni tan eruditos ni experimentados que podáis enseñarme ni la menor letra, protegeré mi brillo de las moscas, igual que mi monarquía… No protegeré mi monarquía con cataplasmas sino con arcanos, ni con lo que coja de la farmacia, que no es más que polvo para sopa y no se saca de ello más que polvo para sopa, pero vosotros, guardaos con vuestros placeres y compras. ¿Cuánto tiempo creéis que perdurarán?… Os digo que el pelo de mi nuca sabe más que vosotros y todos vuestros escribientes, y los cordones de mis zapatos son más eruditos que vuestros Galeno y Avicena, y mi barba ha visto más que todas vuestras universidades… (Escritos de Nuremberg 1527)

Esto prometo: ejercer mi medicina y no apartarme de ella mientras Dios me consienta ejercerla, y refutar todas las falsas medicinas y doctrinas. Después, amar a los enfermos, a cada uno de ellos más que si de mi propio cuerpo se tratara. No cerrar los ojos, y orientarme por ellos, ni dar medicamentos sin comprenderlo ni aceptar dinero sin ganarlo. No confiarme en ningún boticario ni entregar ningún niño a la violencia. No llorar, sino saber… (Escritos años 1537/41)

Sobre la medicina

Pero como en la Medicina se ha mezclado tan inútil población, que no contempla ni busca más que su propio beneficio, ¿cómo puede ocurrir o seguirse que yo los invite al amor? Por mi parte me avergüenzo de la medicina prestigiosa, que ha caído en tal estafa (Escritos 1537/41)

El médico no es más que el servidor de la Naturaleza, y no su dueño. Por eso corresponde a la Medicina seguir la voluntad de la Naturaleza (Tres libros de cirugía, 1528)

El médico procede de la Naturaleza, ella le hace; sólo aquel que obtiene su experiencia de la Naturaleza es un médico, y no aquel que con la cabeza y con ideas elaboradas escribe, habla y obra en contra de la Naturaleza y de sus peculiaridades (Tres libros de cirugía, 1528)

En una planta hay más virtud y energía que en todos los gruesos libros que se leen en las universidades, a los que no ha sido concedida larga vida (De las cosas naturales, 1526)

Es necesario que todo médico posea rica experiencia, y no sólo de lo que viene en los libros, sino que los enfermos han de ser su libro, ellos no le extraviarán… y no será engañado por ellos. Sin embargo, aquel que se conforma con meras letras es igual que un muerto, y también como médico está por así decirlo muerto. Entonces, como hombre y como médico mata a los enfermos. Ni siquiera un mataperros puede aprender a desollar en los libros sino tan sólo en la experiencia. Tanto más se aplicará esto al médico (Opus Paramirum)

La Medicina descansa sobre cuatro columnas: la Filosofía, la Astronomía, la Alquimia y la Ética. La primera columna debe comprender filosóficamente la tierra y el agua; la segunda debe aportar el pleno conocimiento de lo que es de naturaleza ígnea y aérea; la tercera debería explicar sin falta las propiedades de los cuatro elementos -es decir, de todo el Cosmos- e iniciar en el arte de su elaboración, y finalmente la cuarta debería mostrar al médico aquellas virtudes que han de acompañarle hasta su muerte y deben apoyar y completar las otras tres columnas. (Liber Paragranum)

Así pues, el que la Medicina y los médicos sean obra de Dios explica porqué una y otros han sido creados del fuego y en el fuego. El médico por otra parte existe no por sí mismo, sino por la medicina; razón por la cual resulta necesario que se someta al examen de la naturaleza del mundo y de todo cuanto ella contiene. En semejantes condiciones todo cuanto aprenda de la naturaleza debe confiarlo a su sabiduría, sin pretender al contrario interpretar la naturaleza desde las especulaciones de su inteligencia (Opus Paramirum Libro I cap. 1)

El arte de la Medicina echa sus raíces en el corazón. Si tu corazón es falso, también tu medicina lo será; si tu corazón es recto, también lo será el médico que haya en tí. (Liber Paragranum)

Lo cierto es que en el mismo lugar de la tierra donde existe un veneno mortal, existe también un exacto contraveneno y que del mismo modo que se engendran las enfermedades se produce la salud. Lo lamentable es que haya tan pocos médicos que se interesen por estas cuestiones y las estudien como se merecen. Y que la mayoría se anulen en la simple profesión de contempladores de orinas. Sus sórdidas y culinarias ganancias bastan a esos tales para colmarlos de satisfacción y para persuadirlos de vivir en sus casas, contentos de no hacer nada, ya que sólo ejercen la Medicina para acumular el dinero que con tanta liberalidad les procura el examen de las orinas. ¿Para qué han de complicarse la vida con trabajos más penosos? (Opus Paramirum)

La Naturaleza posee, en efecto, una industria cierta para su propia curación que el médico ignora, por lo que su papel queda reducido al de simple protector o defensor de la Naturaleza» (Opus Paramirum)

Así podéis juzgar, según este principio, cómo en todas las enfermedades hay una ciencia en el médico y otra en la naturaleza del Microcosmos. Ello quiere decir que entre el hombre y las cosas externas hay siempre un cierto acuerdo o similitud que hace que se convengan y ayuden entre sí, y que sólo cuando el hombre ha percibido, admitido y conocido la naturaleza de las cosas, puede llegar a poseer verdaderamente el conocimiento de la anatomía. Pues siendo el Limbo la totalidad del Mundo (Universus-Mundus) y estando el hombre formado en él, se puede establecer que todo debe acordarse con lo que le es semejante. (Opus Paramirum)

Cada miembro externo (macrocósmico) sea la mejor medicina para su correlativo miembro interno y así sucesivamente unos para otros en el mismo orden, pues no cabe duda que en el Gran Mundo están todas las proporciones humanas, divisiones, partes y miembros, así como el hombre en su totalidad (Opus Paramirum)

El poder del astro es siempre superior al poder del médico (Libro de las Entidades)

Sólo la causa celeste puede determinar estos movimientos. Por eso es pura fantasía la de esos médicos que no toman el cielo en consideración, atribuyendo todo al Microcosmos y envolviéndose más y más en el error (Opus Paramirum, Libro II, cap.1)

El hombre debe aprender toda su sabiduría del gran Mundo o Macrocosmos, y no de un solo organismo o Microcosmos. Todo médico se hace, pues, en esta concordancia; el conocimiento del Mundo y, en él y por él, el conocimiento del hombre, Lo cual no constituye dos cosas sino una, que ha de ser finalmente complementada por la experiencia. (Opus Paramirum, Libro I, cap. 1)

Pues por más que la percepción de las apariencias exteriores esté al alcance de todos, corresponde a los médicos esa especial visión interior (contuitio) por la cual nos es dado el secreto de las cosas (Opus Paramirum, Libro 1, cap.2)

Visible e invisible, mitad del cielo.

La maquinaria del universo se divide en dos partes, un cuerpo visible y un cuerpo invisible. Lo visible y tangible es el cuerpo del universo, que consta de tres principios, Azufre, Mercurio y Sal. Este es el cuerpo elemental del universo, y los mismos elementos son ese cuerpo. El cuerpo que no es tangible, sino impalpable e invisible, el cielo sideral o firmamento. El firmamento que vemos es corpóreo, visible y material. Este, empero, no es el firmamento mismo, sino su cuerpo. Nadie ha visto nunca al firmamento, sino sólo su cuerpo, así como el alma del hombre no es visible. El universo entero está así dividido en dos partes, en cuerpo y firmamento. Además, el firmamento consiste de dos partes. Una es el cielo entre las estrellas; el otro en el globo de la tierra. De aquí que el firmamento se compone de dos esencias. Una es peculiar al firmamento del cielo, y la otra es peculiar al elemento de este globo y esfera. El firmamento del globo o esfera es de naturaleza tal que a partir suyo nace todo los que el cuerpo de la tierra o los elementos proporcionan. Así, del fundamento del firmamento del globo brotan los frutos, lo que no podría realizarse sin el firmamento. Y lo mismo con todas las cosas que se producen desde el suelo. El otro firmamento tiene su especial operación en el cielo, esto es, se relaciona solamente con el hombre. Ahora, aunque ambos sistemas estelares, el superior y el inferior, están vinculados, conjuntos, unidos, y van el uno con el otro, hay sin embargo esta diferencia, que las estrellas superiores gobiernan los sentidos superiores, y que las inferiores gobiernan las cosas que crecen; esto es, el sistema superior ordena el intelecto animal, y el inferior aquellas cosas que crecen, brotando de la esfera misma. (Astrología Magna)

El hombre está dividido en sí mismo; efectivamente, en el cuerpo del globo y el cuerpo de los sentidos, esto es, en un cuerpo visible, palpable, y un cuerpo invisible e impalpable; o, en otras palabras, en un cuerpo elemental de los tres principios, Sal, Azufre y Mercurio, y un cuerpo estelar. Por lo que se refiere al cuerpo del hombre, es meramente carne y sangre. Aquello que es impalpable en el, se llama espíritu. Así el hombre está formado de carne, sangre y espíritu. Además, la carne y la sangre no son el hombre, sino el espíritu que existe en sí mismo. El espíritu del hombre es sabiduría, sentido e intelecto; y esto son el hombre. El cuerpo es meramente materia bruta. El espíritu está sujeto a as estrellas, y el cuerpo está sujeto al espíritu. Así, el astro gobierna al hombre en su espíritu, y el espíritu gobierna al cuerpo en la carne y la sangre. Ese espíritu, empero, es mortal, puesto que no es el alma. El alma es sobrenatural, y aquí no hablo de eso sino de lo que, siendo creado en Adán, se atrinchera en la Naturaleza, es decir, carne, sangre y este espíritu. (Astronomía Magna)

Al igual que los elementos celestes, también el hombre tiene una constelación y un firmamento (Libro de las Entidades)

Las cosas no están en los objetos para experimentar solamente lo que concierne al cuerpo visible, pues éste no es sino una parte del cuerpo total del hombre. (Opus Paramirum)

Sabed que nuestro mundo y todo lo que vemos y podemos tocar en nuestro entorno no son más que la mitad del Cosmos. Aquel mundo que no vemos es igual al nuestro en peso y medida, en esencia y condición. De donde se sigue que también hay otra mitad del hombre que actúa en ese mundo invisible. Cuando sabemos de la existencia de ambos mundos, entendemos que sólo las dos mitades forman un hombre completo; porque son por así decirlo como dos hombres unidos en un cuerpo (Opus Paramirum)

Antes que nada, el médico tiene que saber que debe entender al hombre en esa otra mitad que concierne a la astronomicam philosophiam, y que ha de transferir el hombre a ella y transferir los cielos al hombre. De otro no podrá curar a los hombres, los cielos retienen dentro de su esfera la mitad de todos los cuerpos y los males. ¿Quién puede ser un médico y no conocer las enfermedades de otra mitad?… ¿Qué es un médico que no sea experto en cosmografía? Es un tema en el que debiera estar especialmente versado… puesto que todo conocimiento se origina en la cosmografía, y sin él nada ocurre» (Liber Paragranum)

Observad que el cuerpo se nutre exclusivamente a través de esos cuatro miembros, y que todo lo demás son planetas que no necesitan alimentarse, al igual que el resto del firmamento. O sea, que el cuerpo es doble: planetario y terrestre. Y que el hombre se compone de esas dos criaturas: el conjunto de cosas nutritivas y el conjunto de cosas que necesitan ser alimentadas. (Libro de las Entidades)

Sólo vemos, normalmente, al hombre y a las criaturas por la mitad (Opus Paramirum, Libro V, prefacio)

Cuando nos hallemos ante enfermedades cuyo origen no nos sea posible conocer por medio del cuerpo visible, debemos encender la luz que nos permita hablar, pues si no, las obras que esas enfermedades representan nos exhortarán a callar, por más que esto nos parezca en todo caso un tanto incomprensible. Si nos guiamos por esa luz podremos reconocer que ésa otra mitad invisible del hombre existe realmente y que su cuerpo no es sólo carne y sangre, sino una cosa demasiado brillante para nuestros groseros ojos. En esa parte están pues las enfermedades invisibles de todas las enfermedades (Opus Paramirum, Libro V, prefacio, 309)

Por eso nos conviene buscar siempre la causa por la que cada obra ha sido hecha tal cual es y por eso, si su razón visible no nos convence, debemos buscar inmediatamente la invisible. Lo invisible puede así hacerse visible igual que lo que no posee esa propiedad, siempre que esté presente su propia luz y sepamos buscarlo bajo su resplandor. Esas enfermedades están escondidas en las grandes iniciales (Versahlen) y pueden subsistir en nosotros como enfermedades espirituales… En el caso de las enfermedades, el espíritu es visible a su luz, por cuanto constituye la mitad del hombre. (Opus Paramirum, Libro V, Prefacio)

En definitiva: sabed que la Fe puede producir todo cuanto el cuerpo produce, incluso la misma muerte, tan bien como con un disparo de arcabuz. Válgaos pues este ejemplo como enseñanza y aprended por él que sois desde luego visibles y corporales, pero además y al mismo tiempo no lo sois, y que todo cuanto hace nuestro cuerpo visible lo hace también invisible (Opus Paramirum, Libro V, cap. 3)

Recordad ahora que hay algo en nuestro organismo que no necesita de los alimentos exteriores y que llamamos el firmamento del cuerpo, ya que de la misma manera que el cielo vive en su firmamento sin necesitar alimento alguno, así también el firmamento corporal se nutre por sí mismo (se habet) (Libro de las Entidades)

El hombre es hijo de dos padres; el uno es la «tierra», el otro el «cielo»… De la tierra recibe el cuerpo material, del «cielo» su índole. Así aquélla conforma su figura, y el cielo le regala la «luz de la Naturaleza». Todo hombre refleja la índole de su padre; puede hacer aquello que es innato. Y se ha dado poder a los hijos para disponer sobre la herencia de sus padres (Opus Paramirum)

La estructura del mundo está hecha de dos partes; de una parte aprehensible y sensible y de otra invisible e insensible. La parte aprehensible es el cuerpo, la invisible el «astro». La aprehensible a su vez está compuesta de tres partes: azufre, mercurio y sal; la invisible consiste también en tres: ánimo, sabiduría y arte. Ambas partes juntas constituyen la vida (Astronomia Magna: Wie jetzo gemelt is das Machina Mundi fabricirt ist in zwei theil: in einem greiflichen unnd empfindlichen; Der ander Theil ungreifbaren und unempfinddlichen. Der Greiflich ist der Leib, der unsichtbar das Gestirn. Das greisslich: ist gesetzt auss dreien Stücken, auss Sulhure, Mercurio und Sale; der ungreiflich ist auch in drey gesetzt, in das Gemüth, Weisheit und Kunst und sie beide seind gesezt in das Leben… Unnd alles vom Gestirn… Aber di Bildniss Gottes nicht)

Aún cuando sea hijo de Saturno, y Saturno haya ensombrecido su nacimiento, el hombre puede dominar a Saturno y convertirse en hijo del Sol (Astronomia Magna)

Porque como por fuera, así por dentro; lo que no está fuera, tampoco está dentro del hombre. Lo exterior y lo interior son UNA sola cosa, UNA constelación, UNA influencia, UNA concordancia, UNA duración… UN fruto. (Liber Paragranum)

El cielo es el hombre y el hombre el cielo, y todos los hombres juntos son el cielo, y el cielo no es más que un hombre. Hay que saber eso para entender por qué las cosas son así en un lugar y en otro de otro modo, por qué aquí hay un nuevo, allá un viejo y en todas partes tantas cosas distintas. Pero todo esto no se ve en el cielo, sino en la distribución de las fuerzas actuantes en él… Nosotros los hombres tenemos un cielo y éste también está en cada uno de nosotros en toda su plenitud, indiviso y correspondiente a la naturaleza de cada cual. Por eso cada vida humana sigue su propio curso, por eso fallecimiento, muerte y enfermedad están desigualmente repartidas, según la acción de cada cielo. Porque si el mismo cielo estuviera en todos nosotros, todos los hombres tendrían que estar enfermos al mismo tiempo y sanos al mismo tiempo. No obstante no es así, porque la unidad del Gran Cielo se disolvió en nuestra multiplicidad en los instantes del parto. En cuanto un hijo es concebido, recibe su propio cielo. Si todos los niños fueran dados a luz en el mismo instante, todos llevarían el mismo cielo en sí, y su vida seguiría el mismo curso. Así pues, según como se encuentre la bóveda estelar, así se inculcará el «cielo interior» del hombre. ¡Un milagro sin igual! (Astronomia Magna)

Qué maravillosamente ha sido creado y configurado el hombre, cuando se penetra en su verdadero ser… y es una grandeza -pensad en esto- que no haya nada en el cielo ni en la tierra que no se encuentre también en el hombre… En él está Dios, que también está en el cielo, y todas las fuerzas del cielo se reflejan también en el hombre. ¿En qué otro sitio puede hallarse el cielo si no es en el hombre? Dado que actúa desde nosotros, sin duda tiene que estar también en nosotros. Por eso conoce nuestro ruego antes de que lo formulemos, porque está más cercano a nuestro corazón que a nuestra palabra… Dios ha construido su cielo en el hombre, hermoso y grande, noble y bueno; porque Dios está en su cielo, es decir, en el hombre. Él mismo dice que Él está en nosotros y nosotros somos su templo (Opus Paramirum)

Igual que el firmamento con todas sus constelaciones forma un todo en sí mismo, así también el hombre es en sí un firmamento poderoso y libre. E igual que el firmamento descansa en sí mismo y no es regido por ninguna criatura, tampoco el firmamento del hombre es regido por otras criaturas, sino que es por sí, solo y sin atadura de ninguna clase. Porque hay dos clases de lo creado: cielo y tierra son una, el hombre la otra… Todo lo que la ciencia astronómica ha averiguado profunda y ponderadamente mediante la contemplación de los aspectos y de las estrellas… puede ser para vosotros una enseñanza y una ciencia para el «firmamento corporal» (Escritos más tempranos, alrededor de 1520)

Así como el cielo existe según sus atributos, por él y para él mismo, así el hombre aparece en su interior constelado de astros. Y al igual que el firmamento, que está en el cielo en su propio poder (pro se), libre de toda dependencia, el firmamento del hombre está en él libre también de toda obediencia, poderoso e independiente de las influencias de todas las criaturas. De lo cual debéis concluir que hay en verdad dos clases de seres: una, el cielo y la tierra (Macrocosmos) y otra, el hombre (Microcosmos) (Libro de las Entidades)

Tan grande como la diferencia entre los dos cuerpos -el visible y el invisible, el material y el etéreo- en forma y figura es la que distingue su esencia entre sí… Son como un matrimonio, que es uno en la carne, pero doble en esencia… Y como esto es así, en el hombre habita una contradicción… A saber, que el astro en él tiene otra índole, otro ánimo, otra intención que los elementos inferiores; y por otra parte estos elementos tienen a su vez otra sabiduría y otra índole que el astro del hombre. De ello se sigue que sean contrapuestos entre sí. Por ejemplo; el cuerpo elemental, material, quiere exuberancia, concupiscencia; el astro, en cambio, estudiar, aprender, practicar las artes, etc. De ahí surge una contradicción en el hombre mismo. El cuerpo visible, material, quiere lo uno, el invisible, etéreo, lo otro, y ninguno quiere lo mismo. Por eso cada uno de estos cuerpos vive el impulso de superar lo que le ha sido dado, y ninguno quiere mantenerse en el centro y actuar con medida. Ambos quieren desbordar sus límites y el uno quiere desplazar al otro; así surge la enemistad entre ellos. Porque todo lo que supera su medida trae la perdición (Astronomia Magna)

En la Naturaleza hallamos una luz que nos ilumina como no pueden hacerlo el Sol y la Luna. Porque está hecha de tal modo que sólo a medias vemos a los hombres y a todas las demás criaturas, y por eso tenemos que seguir investigando… No debemos ahogarnos en nuestra labor diaria, porque quien busca… encuentra… Y si seguimos la luz de la Naturaleza resultará que también está ahí la otra mitad del hombre, y que el hombre no está hecho tan sólo de carne y sangre… sino también de un cuerpo invisible para nuestro burdo ojo. (Opus Paramirum)

La Luna emite una luz, pero a ella no se advierten los colores; pero en cuanto se alza el Sol es posible distinguirlos a todos entre sí. Así pues, la Naturaleza tiene una luz que brilla como el Sol; e igual que la luz del Sol respecto a la de la Luna, así la luz de la Naturaleza brilla más allá de la fuerza de los ojos. A su luz se hace visible lo invisible; por ello, tened siempre presente que una luz eclipsa a la otra (Opus Paramirum)

Como el Sol puede brillar a través de un cristal y el fuego irradia calor de las estufas, aunque no atraviesen ambos cuerpos, así el cuerpo humano puede hacer que su fuerza actúe a lo lejos y seguir quieto en su sitio, como el Sol que brilla a través del cristal y sin embargo no lo atraviesa. Por eso no se puede atribuir nada al cuerpo mismo, sino sólo a las fuerzas que brotan de él, igual que el olor del almizcle, aunque su cuerpo pueda estar quieto. (Opus Paramirum)

Los pensamientos son libres y nada los domina. En ellos reposa la libertad del hombre, y ellos aventajan la luz de la Naturaleza. Porque de los pensamientos nace una fuerza creadora que no es elemental ni sideral… Los pensamientos crean un nuevo cielo, un nuevo firmamento, una nueva fuente de energía (Kraft) de la que fluyen nuevas artes… Si uno se propone crear algo, crea por así decirlo un nuevo cielo, y del mismo afluye a él la obra que quiere crear… Porque tan poderoso es el hombre, que es más que cielo y tierra. (Astronomia Magna)

Sabed que hay dos filósofos, los filósofos del cielo y los de la tierra. Y del mismo modo cada esfera es sólo una cara del médico, y cada uno por sí no es aún un médico completo. El que tiene el conocimiento de las esferas inferiores es un filósofo, el que lo tiene de las superiores un astrónomo. Pero ambos tienen un solo entendimiento y un solo arte, y ambos participan del secreto de los cuatro elementos… Igual que en el cielo hay un Saturno de naturaleza ígnea, hay uno en la Tierra de naturaleza terrenal; e igual que hay un Sol en el agua, hay uno en el cielo. Y cada uno está por cuadruplicado en el hombre. Incluso lo que está en el más apartado rincón de la tierra arroja su sombra sobre el hombre, que también está impregnado de lo que yace en las profundidades del mar… ¿Cuál es la diferencia entre Sol, Luna, Mercurio, Saturno y Júpiter en el cielo y en el hombre? Sólo en la figura se fundamenta. Por eso no hay cuatro Arcana, sino sólo uno, pero en cuádruple orientación, igual que una torre está orientada a los cuatro vientos. Y del mismo modo que a la torre no le puede faltar una esquina, tampoco puede un médico prescindir de una de esas partes. Porque una parte no hace un médico entero, ni dos partes ni tres, sino las cuatro partes. Como los Arcana constan de cuatro partes, su integridad precisa también de los cuatro. (Liber Paragranum)

Debéis saber pues que el hombre ha sido colocado entre estas tres substancias y un cuerpo intermediario que es el «cuerpo vivo», «entidad viviente», «soplo vital» o «ánima», razón de ser de los médicos y de las enfermedades, siendo primera materia todo lo que está antes de esta vida, y última materia todo lo que está después (Opus Paramirum, Libro 1 cap. 3)

De este modo el cuerpo del hombre absorbe (assumit) el cuerpo del Mundo, lo mismo que el hijo recibe la sangre del padre. Estos no constituyen, en efecto, más que dos almas con un mismo cuerpo y una misma sangre, de lo que se deduce que también el cielo, la tierra, el aire y el agua están segun la Ciencia, en el cuerpo del hombre, dado que el hombre constituye por sí mismo un verdadero Mundo. Por eso el Saturno y el Júpiter del Microcosmos atraen (asciscit) al Saturno y al Júpiter celestes. Esa conjunción entre los dos cielos hace que existan también afinidades entre los elementos de la tierra. (Opus Paramirum)

Por eso importa mucho constituir una Medicina tal que encierre en ella el firmamento universal, tanto el de la esfera superior como el de la inferior. Y por eso la Naturaleza, llamando en su ayuda al cielo, a la tierra y a todas sus virtudes y potencias, puede resistir a la muerte con tanta intensidad (Opus Paramirum)

Con ello queda establecido que si el médico quiere conocer al hombre y a sus enfermedades, debe empezar por descubrir las enfermedades de todas las cosas universales que la naturaleza padece en el gran Mundo o Macrocosmos y que son las que en definitiva dan al hombre sus sufrimientos: así, tal cosa sufre de esta manera y tal otra de este modo, pero todo sufre en el hombre. Pues si el hombre proviene de la totalidad del limbo, es lógico que lleve en él todos los bienes y todos los males. Luego de lo cual ha establecido Dios un intermediario (medium) para que a través de él continuemos sin desviarnos con la medida y e orden que han sido prefigurados desde el comienzo de las cosas. (Opus Paramirum)

Es preciso, por lo tanto, conocer primero estas tres substancias y sus propiedades en el Macrocosmos (in magno mundo) para poderlas referir y hallar después fácilmente en el hombre (Microcosmos), comprendiendo así lo que él es y lo que en él existe (Opus Paramirum, Libro I, cap. 2)

Dios que está en el cielo, está a la vez en el hombre. ¿Dónde está el cielo sino en el hombre? Lo cierto es que la mejor manera que podemos tener de servirnos del cielo es tener el cielo en nosotros mismos. Gracias a ese cielo que tan íntimamente nos conoce puede Dios saber directamente nuestros deseos y llegar así más cerca de nuestros corazones, de nuestros pensamientos y de nuestras palabras. Con ello impregnará nuestro cielo con su cielo, haciéndolo según su semejanza, más espacioso, agraciado, noble y excelente, ya que no hay duda de que Dios está en el cielo y por ende en el hombre (Opus Paramirum, Libro IV, cap. 17)

Por medio de discursos puede conducirse al bien o al mal, ya que en este caso la palabra del orador posee un cielo y una inclinación indudables (Opus Paramirum, Libro IV, cap.. 18)

El ser humano. Macrocosmos/microcosmos

El hombre ha sido sacado de la tierra y de los elementos, y por tanto debe alimentarse con estos. Sin el gran mundo no podría vivir, sino que estaría muerto, y así es como el polvo las cenizas del gran mundo. Está asentado entonces, que el hombre se sostiene a partir de los cuatro elementos, y que tome de la tierra su alimento, del agua su bebida, del fuego su calor y del aire su aliento. Pero todos estos son sólo para sustentar su cuerpo, la carne y la sangre. Pero el hombre no es sólo carne y sangre, sino que en su interior está el intelecto que no proviene de los elementos, como las complexiones, sino de las estrellas. Y la condición de las estrellas es esta, que toda la sabiduría, inteligencia, industria del animal, y todas las artes peculiares del hombre están contenidas en ellas. De las estrellas el hombre tiene estas mismas cosas, y que se llaman la luz de la Naturaleza; en efecto, es lo que el hombre haya encontrado por la luz de la Naturaleza (Astronomia Magna)

Los sentidos no son corpóreos sino que son del espíritu así como las estrellas son del espíritu. El hombre entonces atrae por el espíritu de su astro, en quien ese espíritu es concebido y nace. Pues el espíritu del hombre se nutre tanto como el cuerpo… El hombre está dividido en dos partes; un cuerpo elemental, es decir, carne y sangre, por lo que ese cuerpo debe nutrirse; y en espíritu, de donde está obligado a mantener su espíritu del espíritu del astro. El hombre mismo es polvo y cenizas de la tierra. Tal, entonces, es la condición del hombre, viendo que él mismo está formado de ese modo (Astrología Magna)

Un hombre y una mujer no pueden generar un hombre, sino junto que aquellos dos, los elementos y el espíritu de las estrellas. Estos cuatro constituyen al hombre. El semen no está en el hombre, salvo en tanto entra en él elementalmente. Cuando, en el acto de concepción, los elementos no operan, no se genera ningún cuerpo. Donde el astro no opera, no se produce ningún espíritu… El cuerpo y el espíritu deben estar allí. Estos dos constituyentes forman al hombre… El astro, mediante su espíritu, confiere los sentidos (Astrología Magna)

No ignoramos vuestros conocimiento sobre los movimientos del firmamento, que habéis estudiado hasta en sus más pequeños detalles, así como los que poseéis sobre la tierra, los seres que la pueblan, los «elementos» y las «substancias». Lo único que nos extraña es que no hayáis reconocido ese mismo Universo en el hombre, al considerar los admirables movimientos de los cuerpos de los planetas y de las estrellas, sus exaltaciones, conjunciones y oposiciones y todo lo que la abstrusa y profunda doctrina astronómica encierra, tanto más cuanto que nadie que ignore la astronomía puede llegar a alcanzar una verdadera sabiduría médica. (Libro de las Entidades)

De dos gemelos que son idénticos, ¿cuál lo ha tomado del otro, de modo que pueda parecerse? Ninguno, ¿Por qué, entonces, nos llamamos criaturas de Júpiter y de la Luna, cuando de hecho somos a ellos como los gemelos el uno del otro? (Liber Paragranum)

No puede amarse el alma sin amar el cuerpo y no es posible cohibirlo y aherrojarlo sin que el alma resulte perjudicada en igual proporción (Opus Paramirum, Libro III)

Debes contemplar al hombre como un trozo de Naturaleza encerrado en el cielo. Éste te lo muestra pieza a pieza; porque de él está hecho el hombre, y la materia con la que fue creado te mostrará también a qué imagen está hecho… La naturaleza exterior marca la figura de lo interior, y si la exterior desaparece, pierde también la interior, porque el exterior es la madre del interior. Así el hombre es como el retrato de los cuatro elementos en un espejo; si se disgregan los cuatro elementos, el hombre se hunde. Si aquello que se encuentra ante el espejo está quieto, descansa también la imagen del espejo. Y así la Filosofía no es otra cosa que tan sólo el saber y el conocimiento de aquello que tiene su reflejo en el espejo. E igual que la imagen del espejo no da a nadie la clave de su ser y a nadie puede darse a conocer, sino que es tan sólo un retrato muerto, así es también el hombre en sí: no sabrá nada de sí mismo. Porque el conocimiento procede tan sólo de ese ser exterior cuyo retrato en el espejo es. (Astronomía Magna, 1537)

Hemos visto que en el «gran compuesto» se encuentra el Mundo entero, es decir, el cielo, las virtudes de la tierra y el hombre microcósmico, encerrados en una gota. El hombre se encuentra, pues, encerrado en la Farmacopea con todos sus miembros, articulaciones, naturaleza, propiedades y esencias, tanto buenas y sanas como malas y enfermas. Por eso, cuando absorbe algo de esa gran composición, se absorbe a sí mismo en el Limbo del que ha sido creado y entonces el cuerpo medio lo une, restituyéndole lo que le falta. (Opus Paramirum, Libro II, cap. 3)

El hombre no surgió de la nada, sino que está hecho de una materia… La Escritura dice que Dios tomó el limus terrae, la materia primigenia de la tierra, como una masa, y formó de ella al hombre. Además, dice también que el hombre es ceniza y polvo, arena y tierra, lo que demuestra ya suficientemente que procede de esa materia primigenia… Pero limus terrae es también y a la vez el Gran Mundo, y así el hombre está hecho de cielo y tierra. El limus terrae es un extracto del firmamento, del Universo, y a un tiempo de todos los elementos (Astronomia Magna, 1537)

Porque hay que saber que el hombre posee dos clases de vida: la vida «animal» y la «sideral»… Así también el hombre tiene un cuerpo «animal» y otro «sideral»; y ambos forman una unidad y no están separados. Ello ocurre de este modo: el «cuerpo animal», el cuerpo de carne y sangre, está siempre muerto por sí mismo. Sólo el «cuerpo sideral» hace que a ese cuerpo llegue el movimiento de la vida. El «cuerpo sideral» es fuego y aire; pero también está unido al cuerpo animal del hombre. Así que el hombre mortal consiste en agua, tierra, fuego y aire (Volumen Primum de la Philosophia Magna)

Los secretos del Gran y el Pequeño Mundo sólo se distinguen en su forma de manifestación, pues son UNA sola cosa y UN solo ser. Cielo y tierra fueron creados de la nada, pero están compuestos de tres cosas, de mercurio, azufre y sal… Igual que el Gran Mundo está así formado por las tres materias primigenias, así también el hombre -el Pequeño Mundo- fue hecho de aquellas en las que consiste. El hombre no es pues otra cosa que mercurio, azufre y sal (Liber Paragranum)

Porque como por fuera, así por dentro; lo que no está fuera, tampoco está dentro del hombre. Lo exterior y lo interior son UNA sola cosa, UNA constelación, UNA influencia, UNA concordancia, UNA duración… UN fruto. (Liber Paragranum)

Por más que nuestros ojos vean físicamente, estamos ciegos en realidad ante la luz de la Naturaleza… Bajo esta luz de la Naturaleza expondré ahora, pues, lo que hay en las cosas de invisible y que es tan admirable por cierto como lo visible. En verdad os digo que la luz de la Naturaleza hace visibles muchas cosas que espontáneamente no lo son… La percepción del Macrocosmos nos conducirá a la Filosofía del Gran Mundo (Opus Paramirum, Libro V, Prefacio)

¿Qué ha recibido el hombre de su padre y su madre de lo que pueda vanagloriarse? En su esencia y sus propiedades, no es sino lo que ellos fueron, nada más que un estómago hambriento y una burda y mísera sinrazón, nada más que una imagen desnuda, expuesta a la Muerte. ¿Qué va hacer de sí el hombre, o qué hacer consigo mismo, cuando no es más que un cuerpo desnudo? Sólo posee en realidad lo que le fue dado aparte de éste, nada más. Sólo lo que Dios depositó en él y lo que está contenido en ese don es lo que sabe y lo que es. (Un opúsculo De Generatione Hominis, 1520)

El mundo entero rodea al hombre como el círculo rodea a un punto. De ello se desprende que todas las cosas están referidas a este punto, de forma no diversa a la del corazón de una manzana, que está rodeado y mantenido por el fruto y obtiene de él su alimento… Así el hombre es también un corazón y el mundo su manzana; y como le sucede al corazón de la manzana, así le sucede al hombre en el mundo que le rodea… Cada cosa tiene su propio origen; por una parte en lo eterno, por otra en lo temporal. Y la sabiduría -ya sea la del cielo o la de la tierra- sólo se puede alcanzar mediante la fuerza de atracción del centro y del círculo. (Astronomia Magna)

Que piense el hombre quién es lo que tiene y ha de ser de él. Porque la compositio humana es poderosa y forma una unidad desde la pluralidad… El hombre necesita más que su entendimiento cotidiano para saber lo que él mismo es; sólo quien aprende a conocerse a sí mismo y sabe de dónde viene y quién es prestará más profunda atención a lo eterno (Astronomia Magna)

La luz de la Naturaleza es un administrador de la Sagrada Luz. ¿Qué daño hace a la lengua natural el que hable la lengua de fuego? ¿O qué pierde la lengua de fuego frente a la natural? Es como un hombre y una mujer que dan a luz un hijo, y sin ambos no podría ocurrir; no es distinto lo que ocurre con el hombre al que se dan las dos luces para que vivan en él (Astronomia Magna)

La muerte se mantiene (adsidet) a nuestro lado, esperando pacientemente que nuestras guerras intestinas le ofrezcan la ocasión para ponerse ante nosotros y poseernos, ya que la muerte ignora verdaderamente la hora en la que debe introducirse en nuestro cuerpo y en la que debe matar. El miedo de que escape ese preciso momento, la hace mantenerse atenta, exacta y cuidadosa del instante en que debe hacer su aparición, pero a pesar de todo jamás podrá la muerte desobedecer los designios y las órdenes que desde el cielo le dicta nuestro Señor. (Opus Paramirum)

Nada existe verdaderamente en el cielo ni en la tierra que no esté en el hombre (Opus Paramirum, Libro IV, cap. 17)

Pues el alma (Gemüt) del hombre es algo tan grande que nadie puede expresarlo. Y así como Dios mismo, y la materia prima y el cielo son los tres eternos e inmutables, así también lo es el alma humana. Por esa razón, el hombre encuentra la felicidad a través de y con su alma. Y si conociéramos adecuadamente nuestras almas, nada nos sería imposible sobre esta tierra (Liber de imaginibus 12)

El asiento y sede del alma esá en el corazón, en el centro del hombre; alimenta los espíritus que actúan en él, y que saben de lo bueno y de lo malo. Vive en el hombre en aquel punto en el que eá la vida, contra la que combate la muerte. (Astronomia Magna)

El cuerpo es la casa del alma, pero el alma es la cassa de los buenos y los alos espíritus que habitan en el hombre. (Astronomia Magna)

Aquél que se investiga a sí mismo es el que llega más lejos; porque ir al fondo de las cosas y acumular experiencia son cosas que conducen a Dios (Philosophia Magna)

Quien nada sabe nada ama. Quien nada sabe nada entiende… Pero quien entiende, quien ama, quien nota, quien vie… Cuanto más conocimiento haya en una cosa, tanto mayor el amor… Todo estriba en el conocimiento. De él viene todo fruto… Cada cual cree en aquello que conoce

Un creyente debe ser un sabio y un hombre ingenioso para saber qué es lo que cree. Cuando un inútil, un necio cree, su Fe está muerta. (Astronomia Magna)

Quien busca encuentra; quien busca en su cielo interior (Wer da sucht, der findet; wer da sucht in dem inneren Himmel- Philosophia Sagax, Libro II, prefacio)

Astro (Astrum, Gestirn) e Imaginación (Imaginatio, Einbildungskraft)

Sabe que en el astro hay muchas esencias, esto es, no un astro, sino muchos. También sabe que existe una estrella que es superior a todo el resto. Esta es la estrella Apocalíptica. La segunda estrella es aquella del ascendente. La tercera es la de los elementos, y de estas hay cuatro; así se establecen seis estrellas. Además de éstas hay aún otra estrella, la imaginación, que gesta una nueva estrella y un nuevo cielo (Astronomía Magna)

La medicina usa la imaginación fijada fuertemente en la naturaleza de las hierbas y en la curación. Aquí hay necesidad de fe de que tal imaginación pueda actuar en el médico. Si esto está presente, la imaginación concibe y produce el espíritu. El médico es espíritu, no cuerpo. De aquí se infiere que el mismo hecho vale en todas las artes. Además, hay médicos que sin imaginación, sin fe, que se llaman fantásticos. La fantasía no es imaginación, sino la frontera de la locura. Estos trabajan por cualquier resultado, pero no estudian en esa escuela en la que deberían. Aquél que nace en la imaginación descubre las fuerzas latentes de la Naturaleza, que el cuerpo con su mera fantasía no puede hallar; pues la imaginación y la fantasía difieren la una de la otra. La imaginación existe en el espíritu perfecto, mientras que la fantasía existe en el cuerpo sin el espíritu perfecto. Aquél que imagina compele a las hierbas a manifestar su naturaleza oculta. Del mismo modo la imaginación en las artes inciertas compele a las estrellas a hacer según aquél que imagina, cree y opera. Pero puesto que el Hombre no imagina o cree perfectamente en todo momento, las artes y las ciencias son inciertas, aunque de hecho en sí mismas sean ciertas y, obtenidas mediante la imaginación, puedan dar resultados verdaderos. (Astronomía Magna)

La estructura del mundo está hecha de dos partes; de una parte aprehensible y sensible y de otra invisible e insensible. La parte aprehensible es el cuerpo, la invisible el «astro». La aprehensible a su vez está compuesta de tres partes: azufre, mercurio y sal; la invisible consiste también en tres: ánimo, sabiduría y arte. Ambas partes juntas constituyen la vida (Astronomia Magna)

El «astro interior» del hombre es igual al «astro exterior» en su condición, índole y naturaleza, en su desarrollo y estado, y distinto únicamente en su forma y materia. Porque por naturaleza son un solo ser en el éter y también en el Microcosmos, en el hombre… Como el sol brilla a través de un cristal -por así decirlo sin cuerpo y sin sustancia- así también penetran las estrellas en el cuerpo… En el hombre están el Sol, la Luna y todos los planetas, igual que las estrellas y el entero caos… El cuerpo atrae al cielo… y esto ocurre conforme al gran orden divino. El hombre consta de cuatro elementos que no sólo corresponden -como algunos afirman- a los cuatro temperamentos, sino también a su naturaleza, su esencia y sus propiedades. En él está el «joven cielo», es decir todos los planetas están hechos a imagen del hombre y son hijos del Gran Cielo, que es su padre. ¡Pero el hombre ha sido creado de cielo y tierra, y es por tanto igual a ellos! (Liber Paragranum)

Ha de conocerse acabadamente a Marte en el cielo, que se ve allí como una brasa ardiente. Pero además de éste existen muchos otros Marte y, además, otros cuatro en los cuatro elementes, y finalmente, uno en la imaginación. (Astrología Magna)

Cuatro cosas forman parte de la concepción y el parto; el cuerpo, la imaginación, la forma y el efecto. El «cuerpo» sigue el mandato hereditario por el que ha de convertirse en cuerpo y en ninguna otra cosa. Porque es una ley de la Naturaleza que la encina tenga que nacer de una bellota, y así ocurre también con el cuerpo del hombre. De la «imaginación» y aquello a lo que se dirige su sentido recibe el hijo su razón. E igual que el cielo inculca al hijo su movimiento, su buena y mala manera, ora con más fuerza, ora con más finura, así también la imaginación del hombre sigue -como las estrellas- un curso marcado, y hace que la razón del niño se vuelva hacia lo más alto o hacia lo más bajo. La tercera cosa, la «forma», fuerza al niño a tener el aspecto de aquel de quien procede. Y por último, es el «efecto» el que condiciona la salud y enfermedad del cuerpo. Porque del mismo modo que un constructor fuerte hace un trabajo bueno y sólido y uno débil lo hace débil, así ocurre también en la concepción. (Escritos de Nuremberg de 1529)

Si el Astro nos ha enfermado, el Astro podrá curarnos, lo mismo que la sangre, pues en su propia naturaleza reside el verdadero socorro (auxilium) y no en las cosas extrañas (Opus Paramirum, Libro IV, cap. 19)

La imaginación de una mujer encinta es tan fuerte que es capaz de influir en la semilla y dirigir el fruto de su vientre en una u otra dirección. Sus «estrellas interiores» actúan fuerte y poderosamente sobre el fruto, de forma que su esencia queda fuerte y profundamente marcada y es configurada por ellas. Porque en el seno materno el hijo está expuesto a la influencia materna, y está por así decirlo confiado a la mano y a la voluntad de su madre, como el barro a la mano del alfarero. Este crea y modela de él lo que quiere y lo que le apetece. (Escritos de los años 1537/41)

Así que el niño no precisa ni de astro ni de planeta; su madre es su estrella y su planeta (De la concepción del hombre, 1520)

Hemos de discutir el medio entre las estrellas principales y el cuerpo. Hay un astro que gobierna todas las cosas; en el hombre la inteligencia animal, en las bestias la sensación, en los elementos sus operaciones. El astro es la cosa suprema creada a partir de destrucción o disolución; y es aquello en el Olimpo que tiene todas estas cosas bajo sí. Su oficio es operar en el hombre, operar en los elementos, operar en los animales, girar y cambiar sus sentidos y su mente. Ahora bien, es imposible hacer esto sin un medio. El mismo medio es y debe ser un astro situado en aquellas cosas donde opera el supremo. Por este medio se produce un efecto en la sustancia y sobre el cuerpo. Ilustremos este asunto con un ejemplo. Si Marte ha de actuar en un hombre, esto no puede hacerse sin un medio, que servirá como astro material. Por medio de este actúa Marta. Así, la estrella superior debe actuar en un loro, es necesario que haya en el loro un astro como un medio por el cual actúa el astro superior. Por tanto es claro que hay un astro en el hombre, en las aves y en todos los animales; y lo que estos hagan, lo hacen por el impulso de la influencia superior que se recibe de la constelación y regula la desigual concordancia. (Astrología Magna)

Hay un astro semejante en los elementos como en la tierra, y uno que es eficaz. El astro recibe una impresión de la estrella superior, y luego por sí mismo actúa sobre la tierra, de modo que se extrae de la tierra lo que existe o yace oculto en ella. Lo mismo ocurre con el elemento de agua y el resto. Así, una persona es primero de todo un astrólogo a partir del astro superior, y otro a partir del astro de los hombres. Hay un astrólogo del astro de los elementos, y hay un astrólogo del astro de los animales. Así, hay cuatro astrólogos de los elementos, dos de los astros de los hombres y de los animales respectivamente, lo que hacen seis; y luego uno del astro superior, que es el séptimo. Además de esto, hay aún otra astrología nacida de la imaginación en el hombre, superior a las demás, siendo la octava en este orden. Esto, como lo demás, ha sido descuidado y dejado de lado por los astrólogos; pero quienquiera ser considerado un astrólogo debe tener un conocimiento perfecto de los ocho. (Astrología Magna)

El astro se divide en ocho partes; uno es efectivo, seis están sometidos a él; el octavo es en sí mismo efectivo y como el primero, no, en algunos sentidos es superior y más excelente que el primero, como se verá más claramente cuando hablemos del nuevo cielo y el firmamento (Astrología Magna)

Lo que viene de la carne es todo animal y se rige por la naturaleza animal; el cielo tiene poca influencia en eso. Sólo lo que viene del «astro» es lo humano en nosotros; está abandonado a su acción. Pero lo que procede del espíritu, lo divino en el hombre, fue modelado en nosotros a imagen de Dios, y sobre esto no tienen influencia ni la tierra ni el cielo (Astronomia Magna)

La luz de la Naturaleza en el hombre viene del astro, y la carne y sangre del hombre forman parte de los elementos materiales. Así que hay dos influencias en el hombre; la una de la luz del firmamento; de ella forman parte sabiduría, arte, razón. Todas son hijas de este padre… La segunda influencia proviene de la materia… Y lo que procede de la carne y la sangre no debe ser atribuido al «astro». Porque el cielo no da ni concupiscencia ni codicia… Del cielo solo vienen sabiduría, arte y razón. (Astronomia Magna)

En el «astro» están ocultas todas las capacidades, todas las artes, todos los oficios y también toda sabiduría, toda razón y también la locura y lo que a ella pertenece; porque no hay nada en el hombre que no afluya a él desde la luz de la Naturaleza; pero lo que está en la luz de la Naturaleza está sometido a la acción del astro. El astro es para nosotros la escuela de la que hay que aprenderlo todo. (Volumen Primum de la Philosophia Magna)

El astro está sometido al sabio, ha de regirse por él y no él por el astro. El astro sólo rige, gobierna, coacciona y fuerza a un hombre que aún es animal, que no puede hacer más que seguirle -como el ladrón no puede rehuir a los galgos, el asesino a la rueda del tormento, el pescador a los peces, el pajarero a los pájaros o el cazador a la caza-. Pero ello se debe a que un hombre así no se conoce a sí mismo y no sabe utilizar las energías que yacen ocultas en él, y no sabe que también lleva el astro en sí, que es el Microcosmos y guarda en sí todo el firmamento con todas sus potencias. Por eso con razón puede ser llamado necio y tonto y ha de estar sometido en dura esclavitud a todo lo terreno y mortal. (Astronomia Magna)

Cuando nace un niño, nace al mismo tiempo con él su firmamento y sus siete miembros, que al igual que los planetas… se bastan a sí propio. Teniendo en cuenta que cuando hablamos de firmamento nos referimos al firmamento «lleno», es decir, ocupado, precisamente como el firmamento del niño.

El firmamento de cada niño, ya al nacer, tiene marcada su predestinación, que es el tiempo que la Entidad Natural debe seguir la ordenación de los planetas (Libro de las Entidades)

Considerad aquí conmigo las exaltaciones, conjunciones y oposiciones de cada caso, en relación a sus firmamentos respectivos, y tened en cuenta que dichas relaciones son de naturaleza espiritual y no material, pues así como los astros realizan su curso, la substancia permanece inanimada, ya que la rapidez del curso, o sean las mutaciones del firmamento corporal, no pueden concebirse en la naturaleza de la substancia. (Libro de las Entidades)

El espíritu es lo que engendramos en nuestras sensaciones y meditaciones y carece de materia dentro del cuerpo vivo, siendo diferente también del alma, que es lo que nace de nosotros en el momento de morir (Libro de las Entidades)

Es espíritu lo que suscita las enfermedades sin ningún impedimento en grado y forma semejante a como lo hacen las demás Entidades. Recordad acerca de esto que existen dos clases de terrenos capaces de albergar las enfermedades y de conservar en ellas profundas y duraderas huellas. Uno de estos terrenos es la materia, es decir, el cuerpo. El otro, inmaterial, es el espíritu del cuerpo, de naturaleza invisible e impalpable.

El espíritu puede sufrir, tolerar y soportar por sí mismo las mismas enfermedades que el cuerpo, razón por la cual ha sido designado como Entidad Espiritual (Ens Spirituale). Las tres Entidades que hemos estudiado hasta aquí -Astral, Natural y de los Venenos- pertenecen fundamentalmente al cuerpo. Correspondiendo al Espíritu las dos restantes; la del Espíritu, que ahora nos ocupa, y la de Dios… A pesar de esta aparente división debéis pensar que allí donde sufre el espíritu, el cuerpo sufre también y que el cuerpo puede mostrar las perturbaciones del espíritu. Esto se explica por la existencia en el Universo de dos clases de enfermedades: las materiales, que se caracterizan porque poseen o modifican el color (tinguntur) y que se nutren de las tres primeras Entidades, y las espirituales, emanadas de la Entidad Espiritual y de la Entidad Divina, no impregnadas de color material (Libro de las Entidades)

La finalidad del espíritu es conservar el cuerpo ni más ni menos como el aire que protege a las criaturas contra la sofocación. El espíritu de cada cuerpo es además substancial, visible, tangible y sensible para los demás espíritus, todos los cuales en su mutua aproximación pueden emparentarse lo mismo que lo hacen los cuerpos. Nuestro propio espíritu, por ejemplo, puede entablar conocimiento con el espíritu de otro hombre cualquiera y ambos tratarse y conocerse entre sí exactamente como podemos hacerlo corporalmente él y yo. Los espíritus utilizan entre ellos un idioma propio con el que se hablan libremente, sin que los unan o relacionen en cambio nuestros discursos humanos. De todo esto puede resultar, como comprenderéis, que os espíritus mantengan entre ellos afinidades, enemistades u odios y que el uno alcance a herir al otro, igual que los hombres entre sí. De esta manera decimos que puede haber lesiones del espíritu, por cuanto el espíritu mora en el cuerpo y se traduce en él; y el cuerpo, consiguiente, sufrir y enfermar, no materialmente, puesto que no se trata de una Entidad Material, sino por el espíritu (Libro de las Entidades)

Cuando dos seres se buscan y se unen en un amor ardiente y aparentemente insólito, hay que pensar que su afecto no nace ni reside en el cuerpo, sino que proviene de los espíritus de ambos cuerpos, unidos por mutuos lazos y superiores afinidades o bien por tremendos odios recíprocos, en los que pueden perdurar extrañamente. Son estos los que llamamos espíritus gemelos. Para aclarar aún más este discurso debo expresaros que los espíritus no están engendrados por la razón, sino por la voluntad. Todo lo que vive de acuerdo a su voluntad, vive en el espíritu así como todo lo que vive de acuerdo a la razón lo hace contra el espíritu.

De la razón nace el alma y no el espíritu, el cual es obra exclusiva de la voluntad, esto es, del «querer». (Libro de las Entidades)

Sólo los que poseen una voluntad perfecta y actúan de acuerdo a ella, son capaces de engendrar un espíritu substancial y constructivo, que nunca es un envío o una gracia del cielo, sino un producto que el hombre logra de sí mismo (fabricat). Del mismo modo que el pedernal produce el fuego, es engendrado el espíritu por la voluntad, pudiéndose afirmar que el espíritu será del mismo grado que haya alcanzado la voluntad. Tened así por cierto que los que vivan en la voluntad poseerán un espíritu; el cual podrá registrar todas las enfermedades que aflijan al cuerpo en que tal espíritu mora. (Libro de las Entidades)

Como consecuencia de nuestros pensamientos y meditaciones constreñimos a nuestra voluntad con una fuerza tal que llegamos a consentir, desear y buscar infligirle una pena o un trastorno cualquiera al cuerpo de otro individuo. En tal caso esa voluntad fija, firme e intensa es la «madre» que engendra el espíritu. Retened pues la doctrina de que, así como la cosa pensada (sententia) produce la palabra y se hace «madre» del discurso, del mismo modo donde no hay pensamiento, ni la palabra ni el discurso pueden producirse. Lo cual es aplicable exactamente a los espíritus. Por eso el espíritu estará en nosotros según que nuestra voluntad sea plena y perfecta. (Libro de las Entidades)

Hay una verdad que debéis entender y observar siempre, que es la enorme fuerza e importancia que tiene en Medicina la acción de la voluntad… No olvidéis pues la fuerza de la voluntad, capaz de engendrar semejantes malignos espíritus, con los que el espíritu de la razón (mens) nada tiene en común. (Libro de las Entidades)

El carpintero es la semilla de su casa. Según sea, tal será su casa. Es su imaginación la que hace la casa, y su mano la perfecciona. La casa es como la imaginación. Ahora, si tal es la propiedad de la imaginación que construye una casa, la Naturaleza también será una imaginación haciendo un hijo, y haciéndole de acuerdo a su imaginación. Así, la forma y la esencia son una cosa. (Astrología Magna)

El firmamento y el nuevo cielo se constituyen por la imaginación; y debiera saberse que esta imaginación es efectiva, y produce muchas cosas, siendo maravillosa en sus operaciones. Con frecuencia ocurre que la imaginación de los progenitores, padre y madre, confiere al retoño nacido en esa creación un cielo diferente, otra figura, otro ascendente además del que da la astrología. Así ocurre con frecuencia se gesta un retoño contrario al astro, y dispuesto de otra modo que la figura que dictan los cielos. Por la fuerza de esta imaginación han nacido muchos hombres cultos. (Astrología Magna)

La imaginación se ocupa, no de la carne y la sangre, sino del espíritu del astro que existe en cada hombre. Este espíritu sabe muchas cosas; futuras, presente y pasadas, todas las artes y ciencias. Pero la carne y la sangre son rudas e imperfectas, de modo que no pueden por sí mismas efectuar lo que el espíritu desea. Pero si la carne y la sangre se someten a los sentidos, y son purificadas por ellos, entonces el espíritu actúa en consecuencia, si tan sólo el cuerpo se aviniera. Estos sentidos son supremos en las artes inciertas. Por esta razón son llamadas artes inciertas; pues ¿quién puede saber qué imaginación hay en ellas? ¿Qué imagina y efectúa el espíritu que es dado a ellas? Sin embargo, el arte mismo es cierto. Pero el artista que lo usa puede ser inadecuado para la creación de nuevos cielos y la generación de un firmamento (Astrología Magna)

La imaginación atrae el astro a sí misma y lo gobierna, de modo que a partir de la imaginación la operación misma puede hallarse en el astro. Así como un hombre con su imaginación cultiva la tierra de acuerdo a su juicio, así mediante su imaginación construye un cielo en su astro… En adición a esto, la imaginación se fortalece y perfecciona por la fe, de modo que deviene realidad. Toda duda destruye la obra y la vuelve imperfecta en el espíritu de la Naturaleza. La fe, por tanto, debiera fortalecer la imaginación. La fe obliga a la voluntad. (Astrología Magna)

Es, entonces, la imaginación por la cual una piensa en proporción, en tanto fija su mente en Dios, o en la Naturaleza, o en el Diablo. Esta imaginación requiere fe. Así se concluye y perfecciona la obra. Aquello que concibe la imaginación es puesto en obra. (Astrología Magna)

El hombre tiene un cuerpo astral o sideral, que está asociado con el astro exterior, y los dos «fabulan» (fabulieren) el uno con el otro, de modo que el cuerpo sideral se despreocupa de los elementos. Como en el sueño, el cuerpo elemental se calma, así está el cuerpo sideral en su operación: así entonces vienen los sueños, como maneja el astro, así se encuentran (Erklärun der Gantzen Astronomey, vol. X: so der Mensch ein Synderischn Leib in ihm hatt, der vereignigt ist mir dem ausserlichen Gestirn, un die zwey Fabulieren mit einander, so der Syderich Leib unbekümmert ist von elementischen. Als im Shcalaff so der Elementische Leib ruhet, so ist der Syderische Leib in seiner Operation: als dann kommen die Traum, wie das Gestirn operieret, also begegnets)

Así como el hombre construye la tierra según su voluntad mediante su cuerpo, también así mediante su imaginación construye el cielo en su astro… la Imaginatio confirma, coronada mediante las creencias, de lo cual se sigue que la Imaginatio origina un Spiritum… La Fantasía no es Imaginatio, sino la piedra angular de los locos (Ein ander Erklarung des Gesammten Astronomey: «wie durch sein Leib ein Mensch die Erden bawet nach seinem willen, also auch durch sein Imagination bawer es auch den Himmel in seinem Gestirn… die Imaginatio confirmiert, wird unnd vollendt durcht den Glauben… aus dem folgt das Imaginatio ein Spiritum gebiert und macht unnd gibbt… Die Fantasey is nicht Imaginatio, sondern ein eckstein der Narren» )

El hombre visible tiene su laboratorio (el cuerpo físico), y allí trabaja el hombre invisible. El Sol tiene sus rayos, los cuales no es posible coger con las manos, y que sin embargo son bastantes fuertes (si se reúnen por medio de una lente) para incendiar edificios. (De virtute imaginativa)

La imaginación es como un sol, obra dentro de su mundo do quiera que luzca. El hombre es lo que piensa. Si piensa fuego está ardiendo, si piensa guerra está guerreando. (De virtute imaginativa).

La Fe confiere al hombre el poder de hacerse invisble como un espíritu, creando en él todo cuanto el cuerpo imagina y que por sus solas fuerzas es incapaz de realizar. A menos que la Providencia Divina disponga otra cosa, nos es posible reunir pues las virtudes del espíritu y la fuerza del cuerpo (Opus Paramirum; Libro V)

La Fe es triple: hay una fe en Dios… también hay otra fe, fe en el Diablo,… también hay aún una Fe que es fe en la Naturaleza, es decir en la Luz de la Naturaleza «Num seindt der Galuben drey; Es ist Glauben in Gott… noch sein ander Glauben, glauben in der Teufel… auch ist nocht ein Glauben, das ist, glauben an die Natur, das ist in das Liecht der Natur» (Eine ander Erklärung der ganzen Astronomey)

La imaginación toma precedencia sobre todo. Lo que esto descubre y da, el otro, que actúa fantásticamente, emplea. (Astronomía Magna)

El hombre no es cuerpo, sino que el corazón es el hombre; y el corazón es un astro completo a partir del cual está construido. Si, por tanto, un hombre es perfecto en su corazón, nada en toda la luz de la Naturaleza está oculto para él… El espíritu recién nacido y auto generado despliega su conocimiento e inteligencia en una figura y por medio de una figura a medida que el hombre imagina, y permanece firme dentro sin ninguna disolución. De este modo nace el espíritu de aquellas ciencias que finalmente opera y perfecciona lo que busca. El primer paso, además, en estas ciencias, es general el espíritu a partir del astro mediante la imaginación, para que pueda estar presente en su perfección. Segun eso la perfección está presente incluso en las artes inciertas. Pero cuando no está ese espíritu, no estarán presente ni el juicio ni la ciencia perfecta. De aquí que ahora se encuentren cosas maravillosas en las cosas ocultas y futuras, de las que se ríen y desprecian los inexpertos, que no se dan cuenta nunca en sí mismos cuál es el poder de la Naturaleza en su espíritu, ese espíritu, quiero decir, que nace de la manera descripta, y es dado y asignado por Dios para este especial propósito. (Astronomía Magna)

Actualmente, no existen tanta imaginación y fe; sino que la mayoría de los hombres fijan sus mentes en aquellas cosas que proveen a los placeres de la carne y la sangre. A éstas siguen; a éstas prestan su atención. Estas artes inciertas, por tanto, también por esto son inciertas, porque el hombre en su interior está tan lleno de dudas. Aquél que duda no puede realizar nada firme; aquél que vacila no puede llevar nada a su completamiento; aquél que mima el cuerpo no puede lograr nada sólido en el espíritu. Se debiera ser perfecto en aquello que se emprende. Así el espíritu estaría entero, y conquistaría el cuerpo, que no vale la pena. El espíritu es fructífero. Esto es lo que el hombre debiera tener perfecto en su interior, y dejar de lado la carne y la sangre (Astronomía Magna)

La imaginación tiene huella (efecto-impression) y la huella (efecto) hace imaginación. Por tanto de la huella (efecto) desciende la imaginación. De aquí se sigue que tal como sea la huella (el efecto), la influencia, la constelación, el astro – tal es la imaginación. También de aquí se sigue que la imaginación produce un nuevo cielo sobre la huella (efecto-impression), y que tal como sea la imaginación, tal es la figura del cielo. (Astronomia Magna)

Es necesario que sepas lo que puede lograrse mediante una fuerte imaginación. Es el principio de toda acción mágica (De Peste, Lib. 1)

La imaginación del hombre es una virtud expulsiva (De Peste, s.v. Additamenta De Pyromantica Peste)

La imaginación que mora en el cerebro es la luna del microcosmo (De Pestilitate, Tract. II, c.2, De Pyromantica Peste)

Todos nuestros sufrimientos, todos nuestros vicios no son nada más que imaginación… Y esta imaginación es tal que penetra y asciende en el cielo superior, y pasa de astro en astro. Vence y modera a este mismo cielo… Lo que en nosotros haya de inmoderado e inhumano, es una naturaleza imaginativa, que puede imprimirse en el cielo y, hecho esto, el cielo tiene el poder de devolver por otra parte esa impresión (De Peste, Additamente in Lib. 1., Prol.)

De modo que una fuerte imaginación es la fuente tanto de la buena como de la mala suerte (De Peste, Lib. II., c.2)

También es necesario saber cómo opera la Fe en la Naturaleza. La Fe da imaginationem , la imaginatio da un Sydus (astro), el Sydus da Effectum. Luego la Fe en Dios da imaginationem en Dios («Nun ist aauch sochs zu wissen, wie der Glauben in die Natur handel un wirket, un das also. Der Glauben gibt imaginationem, die imaginatio gibt ein Sydus; das Sydus gibt Effectum. Also Glauben in Gott gibt imaginationem in Gott» Erklärung der gantzer Astronomey)

Reconoceremos pues tres anatomías: la local, que indica la efigie del hombre, su proporción y naturaleza y todo cuanto con ello se relacione; la material, que se ocupa del Azufre vivo, del Mercurio volátil y de la Sal amarga, en cada miembro; y la que muestra la nueva anatomía que da la muerte, así como la naturaleza y efigie por las que sobreviene. Esta anatomía de la muerte llega y se presenta bajo formas tan variadas como pueden serlo las especies que provienen de los elementos. Habrá pues tantas clases de muertes como de corrupciones, y os digo que cada vez que una corrupción engendra algo diferente, allí mismo hay ya una anatomía, que irá sucesivamente cambiando hasta que la totalidad del ser se haya consumido en la corrupción.

Antes que todo esto, sin embargo, ya la ciencia de la anatomía de la Medicina obedecía a la misma ley, pues ya el cielo, la tierra, el aire y el agua se comportaban de la misma manera. La perfección actual está precisamente en haber podido hacer aparecer el firmamento de los astros en la vida nueva y que allí Saturno reproduzca a Saturno y Marte a Marte.

Pues de la misma manera que el árbol y la hierba salen de la semilla en la nueva vida es necesario que pongamos al descubierto todo aquello que normalmente permanece oculto, reduciéndolo hasta el extremo de hacerlo perceptible para nuestros propios ojos. Ya que si decimos que la luz de la Naturaleza es una verdadera luz, afirmamos implícitamente que ha de ser visible y no obscura o tenebrosa. Dicha luz ha de ser tal que nos perita ver todo directamente por más que nuestra contemplación sea y deba ser distinta que la que miran los ojos de los profanos. Nuestros ojos, en efecto, deben estar iluminados por la luz de la Naturaleza, en cuya virtud se funda el conocimiento de la anatomía, por todo lo cual resulta justo y equitativo que las enfermedades se donominen según la luz y no según las tinieblas. (La razón por la cual ninguna nueva vida puede perdurar está justamente en su fragilidad, lo cual es a la vez el motivo y fundamento de la muerte.

Todo el fundamento de esto está por consiguiente en que el hombre considere que sólo cuando se exponga y separe el cuerpo medio, han de manifestarse las cosas primeras. Sólo aquel que las reconozca para la vida nueva (ex nova vita) conocerá verdaderamente el objeto de esta vida.

Sobre esto existen dos partes (subjecta): una constituída por el enfermo, a solas, con su vida media vegetativa y cuya nueva vida, o sea la salud, se le ha escapado transitoriamente; y otra, en la que está la Medicina, que trata de proteger la vida media a través de la nueva vida. Por eso los Arcanos están en la vida nueva y no en la primera ni en la media. (Opus Paramirum, Libro I, cap. 6)

Por el poder del pensamiento, la imaginación se convierte en un sol (De virtute imaginativa).

Sal, azufre y mercurio. Alquimia. Ojos de fuego.

Los secretos del Gran y el Pequeño Mundo sólo se distinguen en su forma de manifestación, pues son UNA sola cosa y UN solo ser. Cielo y tierra fueron creados de la nada, pero están compuestos de tres cosas, de mercurio, azufre y sal… Igual que el Gran Mundo está así formado por las tres materias primigenias, así también el hombre -el Pequeño Mundo- fue hecho de aquellas en las que consiste. El hombre no es pues otra cosa que mercurio, azufre y sal (Liber Paragranum)

La tierra es negra, marrón y sucia, nada hay en ella hermoso ni agradable; pero en ella se ocultan los colores todos; verde, azul, blanco, rojo. No hay ninguno que no tenga. Cuando llegan la primavera y el verano, afloran todos los colores que -si no lo atestiguara la tierra misma- nadie hubiera supuesto en ella. Igual que de tal tierra negra y sucia surgen los colores más nobles y finos, así algunas criaturas han salido de la «materia originaria», que en su falta de separación sólo era suciedad al principio. ¡Mirad el elemento agua, cuando está sin separar! Y después, ved cómo de ella surgen todos los metales, todas las rocas, los brillantes rubís, los relucientes granates, los cristales, el oro y la plata; ¿pero quién los hubiera advertido en el agua… excepto Aquel que los engendró en ella? Así que Dios sacó de las materias básicas lo que había metido en ellas, y puso todo lo creado en su destino y en su sitio (Philosophia Tractatus Quinque)

El formador y el modelador del árbol está en el mismo, es decir, en su semilla. Otro tanto ocurre con las hierbas; tampoco la semilla representa más que el principio de la forma, para cuyo conocimiento se requieren además la lluvia, el licor de la tierra y otras cosas más, cada una de las cuales está representada en las ramas, los tallos, las hojas y las flores.

De esta manera todas las formas están ya contenidas en el exterior de todas las cosas capaces de crecer. Por eso cuando esas formas nos abandonan quedamos incapacitados para crecer, acabando por morir en un estado precario y bajo una forma elemental (deserta). Al contrario, cuando estamos en pleno crecimiento, necesitamos hacer acopio de esas formas o alimentos a fin de que en ningún momento lleguen a faltarnos, ya que sólo su esencia, semejante al fuego, puede incrementar nuestra forma e imagen, sin la cual pereceríamos de consunción.

Esa es la razón por la cual debemos conocernos a nosotros mismos, si no queremos morir por falta de forma (Opus Paramirum, 151).

¿Quién entre los profanos será capaz de ver aceite en la madera o agua en la piedra? Nadie sin duda. Nadie, excepto el médico, el cual buscará a la inversa, la madera en el aceite y la piedra en el agua. Lo que constituye la adopción de la más sutil filosofía (Philosophia Sagax). (Opus Paramirum, Libro III)

Los ojos no deben sólo ver, sino también sentir y las cosas deben instituirse según la naturaleza de la anatomía, es decir, deducidas del fundamento verdadero y natural, resueltas (consequi) las unas de las otras según sus propias bases, y no guiadas solamente por nuestra opinión o juicio. De este modo alcanzaremos a ver y percibir lo invisible como lo visible (Opus Paramirum, Libro IV)

La rosa, que es magnífica en su primera vida, cuando la anima la esplendidez de su perfume (gustus), no tiene utilidad médica alguna, siendo preciso que se pudra, muera y renazca después nuevamente, para que adquiera tal virtud. Sólo entonces podréis hablar de sus propiedades medicinales y administrarla en vuestras recetas.

Pues así como todo lo que pasa por el ventrículo (estómago) experimenta la putrefacción, con cuyos productos se construye el ser humano, así nada de lo que ha de formar la Medicina puede quedar imputrefacto.

La razón por la cual no existen remedios para la primera vida está en que no hay en ella nada que escrutar, dado que toda su complexión y todo su ser está destinado a perecer sin dejar ningún rastro. Así pues, nada de lo que no perdure y de lo que no resuelva en una nueva natividad está sometido a la Medicina. De lo que resulta que todo el trabajo del médico no estará encaminado sino a conseguir una nueva natividad. Ahí están y de ahí provienen el verdadero Azufre, el Mercurio y la Sal auténticas, en los que se contienen (extent) todos los Arcanos, obras, curaciones y fundamentos.

Sólo cuando la segunda vida ha sido introducida y que la primera se ha retirado del cuerpo, estamos en condiciones de usar y aprovechar la primera materia y de encontrar allí mismo la última. De esta vida media ha de salir pues la nueva vida, libre ya de toda otra enfermedad o muerte que no sea el gran fin en el que todas las cosas han de perecer. (Opus Paramirum, Libro I, cap. 6)

La razón por la cual ninguna nueva vida puede perdurar está justamente en su fragilidad, lo cual es a la vez el motivo y fundamento de la muerte.

Todo el fundamento de esto está por consiguiente en que el hombre considere que sólo cuando se exponga y separe el cuerpo medio, han de manifestarse las cosas primeras. Sólo aquel que las reconozca para la vida nueva (ex nova vita) conocerá verdaderamente el objeto de esta vida.

Sobre esto existen dos partes (subjecta): una constituída por el enfermo, a solas, con su vida media vegetativa y cuya nueva vida, o sea la salud, se le ha escapado transitoriamente; y otra, en la que está la Medicina, que trata de proteger la vida media a través de la nueva vida. Por eso los Arcanos están en la vida nueva y no en la primera ni en la media. (Opus Paramirum, Libro I, cap. 6)

No debéis sorprenderos de que cuando los ojos no están educados no puedan ver muchas de estas cosas, ya que el cuerpo medio (medium corpus) obscurece los ojos, poseyendo en cambio la ciencia sobre la que debe apoyarse todo médico. Esa ciencia revela más cosas al médico que al profano… La ciencia es verdaderamente el origen de la fuerza del médico, ya que sólo a través de él pueden revelarse públicamente los milagros de Dios… Así, ninguna cosa que esté escondida podrá dejar de ser revelada por el médico, cuya luz podrá ser proyectada sobre la tierra, el agua, el firmamento, el fuego y sobre todas las cosas, en fin, que quieran contemplar las maravillas del Dios que las ha creado y en cuya mente viven antes de todo.

El que aún haya cosas sin explicación se debe solamente a que el trabajo intelectual necesario no ha sido aún proyectado con la profundidad debida.

Puede decirse que la ceguera de los ojos, el glaucoma, la catarata y la mancha blanca, invaden también las otras profesiones… Estas cegueras se parecen todas entre sí e importa mucho que sean corregidas. Pues así como la ceguera de médico es la muerte del enfermo, así la otra ceguera es la muerte del alma (Opus Paramirum Libro I, cap. VI)

Las enfermedades extrañas requerirán así que el médico las estudio con métodos extraños, aplicándoles las concordancias que correspondan, preparando y separando las cosas visibles y reproduciendo sus cuerpos a su última materia con ayuda del arte espagírico o de la Alquimia… El médico, en efecto, sólo debe serlo de las enfermedades que conozca, pero no de las que ignore. Por eso no debe preocuparse como no nos preocupamos nosotros, de ser influidos por los árabes, bárbaros o caldeos. Y no creer en nada de los otros que no haya sufrido la prueba del fuego, pues eso no es verdadera Medicina, ya que como hemos dicho repetidamente, el fuego crea al médico. Aprended pues la Alquimia, también llamada Espagiria, y ella os enseñará a discernir lo falso de lo verdadero. Con ella poseeréis la luz de la Naturaleza y con ella por tanto podréis probar todas las cosas claramente, discurriéndolas de acuerdo a la lógica y no por la fantasía. (Opus Paramirum, Libro I, cap. 3)

Así pues es preciso que abramos bien los ojos en este arte a fin de que distingamos las cosas no sólo médicamente sino con la verdadera mirada del fuego y no con la sencilla contemplación de los rústicos y los profanos. Este ha de ser el fundamento desde el que acometeremos el estudio del tratamiento médico, a la vez que el motivo que nos haga separarnos definitivamente de las complexiones y de los cuatro humores… La verdad es que toda enfermedad tiene que ser caliente o fría. ¿Cuál podría carecer de estos «colores»? Diremos que ninguna; y sin embargo ésos no son más que signos y no enfermedades propiamente dichas. De modo que aquel que tome los signos por la materia se engañará fatalmente (Opus Paramirum, Libro I, cap. IV)

No puede existir ninguna verdad fundamental en las enfermedades o en el hombre que no haya recibido su luz de la Naturaleza, según puede probarse siempre por numerosos testimonios. Esa es en efecto la gran luz del Mundo. Y os digo que así como el oro puede contrastarse hasta siete veces por el fuego, así el médico debe probarse siete y más veces aún por el fuego, ya que el fuego probará a su vez las tres substancias, mostrándolas al desnudo, puras, limpias y sencillos. Por eso no puede decirse que nada haya sido probado debidamente en tanto no haya sido sometido a la prueba del fuego. El fuego prueba todas las cosas y siempre, al separar las impurezas, acaba haciendo aparecer las tres substancias puras. Así el médico será probado no por propia naturaleza sino según el arte teórico y práctico en que se haya iniciado bajo el bautismo del fuego. Porque estas tres cosas, estos tres principios, no son perceptibles para los ojos de los rústicos y no se dejan captar fácilmente, siendo justamente el fuego el que develará la obscuridad que los envuelve, exponiéndolos nítidamente a nuestros sentidos. (Opus Paramirum, Libro I, cap. 1)

Es necesario que las causas de la salud y de la enfermedad sean claramente visibles y que ninguna obscuridad se proyecte sobre ellas, razón por la cual nos hemos referido antes al fuego, en cuyo seno se encuentran escondidas todas las cosas y bajo cuya acción se ponen de manifiesto. De esta visibilidad (aspectu) nacen los testimonios de la ciencia médica. Por eso el médico es médico por la medicina y no sin la medicina, pues ésta es anterior a él y existe por sí misma; de lo que se deduce que su estudio está en la observación de los hechos y no en la fantasía del médico… Pues en verdad que el fuego ha sido conferido a los maestros y no a los discípulos.

Os aclararé esto: digo que no hay nada en el interior del hombre, por más brillante que sea su genio, que pueda hacer de él un médico. Nada en él pertenece al arte de la medicina, pues en esto su espíritu está tan vacío como una cesta; a pesar de ello ese espíritu -esa cesta- se halla en disposición de albergar las cosas que le sean entregadas y que son verdaderos tesoros. Todavía ese genio brillante y bien dispuesto carece de experiencia, de ciencia y de arte médico, pues en realidad todo lo que aprendemos y experimentamos debe quedar encerrado por un tiempo y sólo aplicarlo después en el momento oportuno.

Considerad ahora estos dos ejemplos:

Ved el vidriero y preguntaos de dónde o de quién ha recibido su arte. Convendréis conmigo en que no ha sido de él mismo, ya que su razón no ha podido aún penetrarse de los fundamentos de su arte, a pesar de lo cual le ha bastado tomar la materia y echarla en el fuego para que la luz de la Naturaleza haga aparecer el cristal ante sus ojos.

Ved ahora el carpintero. El carpintero que construye una casa puede a su vez alcanzar este arte por el simple impulso de su iniciativa razonada, con tal de que posea un hacha y una madera buena para su trabajo.

El médico es como el vidriero, pues por más que tenga ante él un enfermo y a su disposición los diversos medicamentos, carece de la ciencia y del conocimiento de las causas. Si por el contrario posee el hacha y la madera del carpintero, puede llegar a ser médico verdaderamente. Tanto de una manera como de la otra, por más que como buen artesano se prepare una buena hacha y ponga luego todo su talento personal en aprender a servirse de ella debidamente, necesitará del fuego para que el tesoro oculto se manifieste, esto es, para que la Farmacopea y la ciencia encerrada en su inteligencia alcancen la finalidad de su medicina….

Pues todo cuanto el fuego enseña no puede ser probado ni comprendido sin el fuego. (Opus Paramirum Libro I, cap. 1)

Porque va en contra de la Filosofía el que las florecillas no deban participar de la eternidad; aunque se marchiten, comparecerán cuando se reúnan todas las estirpes. Y no se ha creado nada en el Mysterium Magnum, en el Gran Mundo milagroso de Dios, que no esté representado también en la eternidad (Philosophia ad Athenienses, Libro II)

Nota

Estos fragmentos han sido tomados de distintas obras de Paracelso, así como de citas hechas por estudiosos en sus obras sobre Paracelso, como Cassirer, Koyré, Jung, etc.

El pensamiento de Marsilio Ficino – Ernst Cassirer

Extractos de «The individual and the cosmos in the Renaissance Philosophy»

Trad. Enrique Eskenazi

Lo que se requiere de la voluntad y el conocimiento humanos es que estén completamente vueltos hacia el mundo y sin embargo se distingan completamente de él. Voluntad y conocimiento pueden, o mejor deben dedicarse a cada parte del universo; pues sólo yendo hacia el universo entero puede el hombre atravesar el círculo de sus propias posibilidades. Pero esta completa apertura hacia el mundo no debe significar jamás una disolución en él, un perderse a sí mismo místico-panteísta. Pues la voluntad humana se posee a sí misma solo en tanto es consciente de que ningún objetivo aislado le satisfará; y el conocimiento humano se posee sólo en tanto sabe que ningún objeto aislado de conocimiento puede bastarle. Así, este volverse hacia la totalidad del cosmos siempre implica la capacidad de no limitarse a ninguna parte única. La fuerza de esta conversión total está equilibrada por la fuerza de un total regreso. La dualidad de hombre y mundo, «mente» y «naturaleza», se observa estrictamente. Pero por otro lado esta dualidad no deviene un dualismo absoluto del tipo de la escolástica medieval. Pues la polaridad no es una oposición absoluta, sino relativa. La diferencia entre los dos polos es sólo posible y concebible en tanto implica un relación recíproca entre ellos. Aquí tenemos ante nosotros una de las concepciones básicas del platonismo florentino, que nunca fue completamente sumergida o extinguida por las corrientes de ideas opuestas o por la tendencia hacia la «trascendencia» y hacia el ascetismo que gradualmente se volvieron más y más fuertes en esa escuela. Ciertamente, Pico y Ficino están generalmente bajo la influencia de temas neoplatónicos; pero en este caso, el sentido genuino platónico de los conceptos «chorismos» y «metexis» es re-capturado. La «Trascendencia» misma postula y requiere «participación», así como la «participación» requiere y postula «trascendencia». Objetivamente considerada, esta determinación recíproca puede parecer enigmática y paradójica; sin embargo resulta necesaria y singularmente clara, si tomamos como punto de partida la naturaleza del Ego, es decir, del sujeto volitivo y cognoscitivo. En el libre ACTO de querer y el libre ACTO de conocer, se unen aquellas cosas que en la SIMPLE existencia parecen huir siempre la una de la otra. Pues tanto el poder de distinción y el poder de unificación son propiedades de estos actos. Solos pueden distinguir hasta el grado más alto sin, a la vez, dejar que las cosas distinguidas caigan en una absoluta separación.

En este pensamiento, la relación del Ego con el mundo, es decir, la relación del sujeto con el objeto es entendida … como una coincidentia oppositorum.

En el Renacimiento el pensamiento astrológico, alimentado en fuentes paganas y árabes, no era menos influyente que el pensamiento cristiano. Y aunque la antigüedad podía usarse contra la tradición medieval cristiana y contra la teología dogmática cristiana medieval, era impotente, al principio, contra el nuevo oponente. En verdad, la antigüedad parecía apoyar la astrología, porque -al menos al comienzo- el sendero a la época «clásica» de la filosofía estaba cerrado para el Renacimiento, Sólo podía considerar esta filosofía disfrazada por su vestidura helenística; sólo podía ver la doctrina de Platón a través del medio del neoplatonismo. Así, con la revitalización del pensamiento antiguo, el antiguo mundo del mito también se acercó al Renacimiento. Incluso en Giordano Bruno uno siente aún que este mundo no ha desaparecido en absoluto; invade el mismo pensamiento filosófico y deviene uno de sus factores determinantes. Y cuando uno busca explicar la relación entre el Ego y el mundo, entre el individuo y el cosmos no a través del pensamiento conceptual sino a través del sentimiento y la emoción artística, la influencia del antiguo mundo del mito se vuelve más fuerte y más profunda. A medida que estas fuerzas emergen más independientemente y se expresan más desinhibidamente e el Renacimiento, las barreras puestas por la Edad Media contra el sistema de la astrología comienzan a caer con más facilidad. La Edad Media cristiana nunca pudo deshacerse de la astrología ni vencerla completamente. Adoptó el sistema astrológico, así como toleró y continuó antiguas concepciones paganas. Los viejos dioses siguieron vivos; pero fueron descendidos a demonios, a espíritus de rango inferior. No importa cuan fuertemente pudiera afirmarse el temor primitivo de los demonios, fue aliviado y contenido en sus límites por la fe en la omnipotencia del Dios único ante cuya voluntad debían inclinarse todas las fuerzas opuestas. Así, aunque el «conocimiento» medieval, en especial la medicina y la ciencia natural, estaba saturado con elementos astrológicos, la FE medieval representaba un constante correctivo contra ellos. La fe ni negaba ni los eliminaba; simplemente los subyugaba al poder de la Divina Providencia. En virtud de este yugo, la astrología pudo permanecer sin ser molestaba como un principio de sabiduría mundana. Hasta Dante la aceptaba en este sentido; en efecto, en el Convivio da un sistema completo de conocimiento que corresponde en cada detalle al sistema de la astrología. Las siete ciencias del Trivium y el Quadrivium se asignan a las siete esferas de los planetas: la gramática corresponde a la esfera de la Luna, la dialéctica a Mercurio, la retórica a Venus, la aritmética al Sol, la música a Marte, la geometría a Saturno y la astronomía a Saturno. El primitivo Humanismo no cambió la actitud hacia la astrología … pero a medida que avanzamos en el Renacimiento, sentimos más y más que el avance del espíritu mundano y la cultura mundana fortalece la tendencia hacia las doctrinas básicas de la astrología. En vida de Ficino, generalmente tan ordenada y equilibrada, hay un momento de inquietud y de constante tensión interior como resultado de su ambigua posición moral e intelectual respecto a la astrología. También acepta el punto de vista eclesiástico cristiano; también subraya que los cuerpo celestiales pueden ejercer poder sobre los cuerpos de los hombres pero que no pueden ejercer presión sobre la mente o sobre la voluntad. Desde esta posición también lucha contra cualquier intento de predecir el futuro por medio de la astrología … Y sin embargo es evidente que esta convicción teórica, que luchó por alcanzar, no cambia la esencia de su sentimiento sobre la vida. Ese sentimiento está aún dominado por la creencia en el poder de las estrellas, sobre todo por la creencia en el poder maléfico de Saturno, el planeta ascendente en el propio horóscopo de Ficino. El sabio no debiera intentar escapar del poder de su estrella. Sólo una cosa le queda por hacer; canalizar este poder hacia el bien fortaleciendo en sí mismo las influencias benéficas que vienen de su estrella y, siempre que sea posible, rechazando las dañinas. La posibilidad de dar una forma a la vida se base en esta capacidad e configurarla en unidad y perfección DENTRO del círculo prescrito. Nuestra lucha ni puede ni debiera ir más allá de este límite. En el tercer libro de su obra DE Triplici Vita, que tituló De Vita Coelitus Comparanda, Ficino desarrolló un sistema completo y detallado para configurar la propia vida de acuerdo a las determinaciones y el poder de las estrellas.

La visión astrológica del mundo siempre había estado ligada a la idea del microcosmos. En efecto, la astrología parecía no ser sino la simple consecuencia y realización de esta idea. La presentación de Ficino del sistema de la astrología en su obra De Vita Triplici comienza con la idea de que así como el mundo no es un agregado de elementos muertos sino más bien un ser animado, no puede haber en él meras «partes» que posean una existencia independiente junto a y fuera del mundo. Lo que exteriormente aparece como una parte del universo se entiende, cuando se la capta con más profundidad, como un ORGANO que posee su lugar definido y su función necesaria en el todo complejo de la vida del cosmos. La unidad de este complejo universal de actividades debe necesariamente articularse mediante una multiplicidad de órganos. Pero esta diferenciación no significa un aislamiento de la parte del todo; más bien significa un expresión siempre renovada del todo, un aspecto particular de su auto-presentación. Por el otro lado, la integridad del cosmos, esta concordia mundi, no sería posible si no existiera un orden jerárquico además de su mutua interpenetración. La actividad del universo no sólo mantiene una forma definida, sino que también muestra en todas partes un definida dirección. El camino conduce de arriba hacia abajo, del reino inteligible hacia el reino sensible. De las esferas celestiales arriba, fluyen hacia abajo continuamente corrientes, y estas sostienen los seres terrenales y siempre los vuelven a fructificar. Este tipo de física emanatista presentada por Ficino aún está completamente de acuerdo con las antiguas presentaciones, especialmente con el Picatrix, el manual clásico de magia y astrología helenística tardía. Pero no podía sostenerse mucho más, pues su fundamento más sólido se destruyó cuando el pensamiento filosófico del Quattrocento completó su decisiva crítica del concepto de cosmos graduado. En la nueva cosmología, que comienza con Nicolás de Cusa, no hay «arriba» o «abajo» absolutos y, por tanto, no puede haber sólo una dirección de influencia. La idea del organismo del mundo se expande aquí de tal modo que cada elemento del mundo puede con igual derecho considerarse el punto central del universo. Esta relación de dependencia hasta aquí unilateral entre el mundo inferior y el superior, toma ahora más y más la forma de una relación de pura CORRELACIÓN. Y con ello el tipo de fundamento de pensamiento astrológico debe transformarse gradualmente aún cuando los presupuestos generales de la astrología permanecen vigentes. En Alemania esta transformación toma lugar más claramente en la filosofía de la naturaleza de Paracelso.

Así, aún cuando la visión astrológica general del mundo permanece sin cuestionar, podemos observar el caro intento de conquistar un nuevo sitio para la subjetividad DENTRO de la misma visión del mundo. Aquí Paracelso sólo recoge las idea de un hombre a quien él -generalmente tan parco en alabanzas a sus predecesores- llamaba «el mejor doctor italiano». Ficino evidentemente merece el cumplido por sus tres libros De Vita, en los que intenta presentar una estructura completa de la medicina sobre una base astrológica. Sin embargo en esta obra Ficino modifica de un modo peculiar la doctrina de las radiaciones estelares que mediante su influencia gobiernan todo el estado físico y moral del hombre. Seguramente hay un lazo, dice Ficino, que uno cada hombre a «su» planeta desde el momento de su nacimiento; y ese lazo es indestructible. Continuamente se queja de la influencia que sobre él y el curso de su vida ejerce la mala estrella ascendente en su horóscopo. Esa facilidad y certeza en la conducta en la vida que Júpiter aporta tan liberalmente sobre los demás, le está negada a él, «hijo de Saturno». Y sin embargo este reconocimiento del destino astrológico no implica que deba renunciar para siempre a su independencia en la configuración de su propia vida. La resignación cansada y dolorosa con la que Ficino se entrega a la voluntad del destino gradualmente cede a un tono nuevo y más libre. Seguramente el hombre no puede escoger su estrella, como no escoge su naturaleza física y moral, ni su temperamento. Pero el libre de ejercitar su elección dentro de los límites prescritos por su estrella. Pues cada constelación contiene dentro de su círculo una multiplicidad de posibilidades de vida diferentes, incluso contradictorias, y deja abierta a la voluntad la elección final entre ellas. Saturno no es sólo el demonio de la inercia y de la melancolía estéril y auto indulgente; es también el genio de la observación intelectual y la meditación, de la inteligencia y contemplación. Esta polaridad, que está en las mismas estrellas, halla su reconocimiento y su expresión más clara y visible precisamente en el sistema de la astrología. Ahora despeja el camino para la libre voluntad humana.

Aunque la esfera de la acción y la volición humana está rígidamente circunscrita, la DIRECCIÓN de su voluntad no lo está. Esta dirección puede ser hacia lo superior o lo inferior, hacia los poderes intelectuales o sensibles, todos los cuales están contenidos como posibilidades indiferentes en el planeta. Según si la dirección es hacia lo uno o lo otro, las formas de vida resultantes pueden no sólo ser diferentes sino opuestas. Y, como la forma de vida, la felicidad y la infelicidad también dependen de este impulso de la voluntad. El mismo planeta puede volverse el amigo o el enemigo del hombre; puede desplegar aquellos poderes que traen júbilo o aquellos que traen mal, de acuerdo con la actitud interior que el hombre asuma hacia el planeta. Así, Saturno deviene el enemigo de todos los que llevan vidas vulgares; pero el amigo y protector de aquellos que tratan de desarrollar las virtudes más profundas que yacen dentro de él -aquellos que se entregan con toda su alma a la divina contemplación. Ficino retiene la idea de «ser criaturas de los planetas»; pero en adición a esta descendencia natural de los planetas también reconoce una descendencia intelectual -reconoce la posibilidad de ser «criatura de un planeta por elección». El hombre ha nacido bajo una cierta estrella y tiene que conducir su vida bajo su dominio; pero sin embargo depende de él decidir cuáles de los poderes y posibilidades contenidas por esta estrella desarrollará y madurarán plenamente en sí mismo. En verdad, de acuerdo a las tendencias intelectuales y las aspiraciones que deje florecer y alimente en su interior, puede colocarse ahora bajo la influencia de una estrella, ahora bajo la influencia de otra.

De este modo, Ficino intenta construir las doctrinas básicas de la astrología dentro de su sistema teológico. Para él hay un triple orden de cosas, que llama providentia, fatum, natura. Providencia es el reino de la mente, destino el reino del alma y naturaleza el reino del cuerpo. Los cuerpos en sus movimientos están sujetos a las leyes de la naturaleza; el alma «racional» en tanto está ligada al cuerpo y mora dentro de él como su fuerza moviente, está afectada por las influencias del mundo de los cuerpos y por tanto está limitada por la necesidad de este mundo; el principio puramente intelectual en el hombre, por el otro lado, puede liberarse de todas esas conexiones. Así, aunque el hombre está sujeto a este triple orden, puede sin embargo transferirse de uno al otro. En ello consiste lo que llamamos la «libertad» del hombre. Mediante nuestra mente estamos sujetos a la providencia; mediante nuestra imaginación y sensibilidad, al destino; mediante nuestras naturalezas particulares, a las leyes generales del universo. Y sin embargo, en virtud de nuestra razón, somos los amos no constreñidos de nosotros mismos (nostri juris), pues podemos someternos ahora a uno, ahora a otro. Con esto incluso el sistema astrológico de Ficino fluye hacia ese reino de ideas de la Academia Florentina, el reino en el cual reside la oración Sobre la Dignidad del Hombre de Pico. En cualquier orden de ser, el hombre sólo posee el sitio que se da a sí mismo.
Entre el alma y el cuerpo hay no sólo una relación de conexión, sino también de completa «concinnidad», o continua proporción, como dice el Cusano. Una concepción completamente opuesta se ofrece en las doctrinas de Averrores y de ciertos neoplatónicas. Pero el neo-platonismo renacentista de la Academia Florentina se pone, característicamente, completamente del Cusano en este problema decisivo. En la Theologia Platonica así como en sus cartas Ficino combate constantemente la doctrina de la unidad del «intelecto activo». En esta batalla se basa en la experiencia inmediata que siempre nos muestra nuestro ego y nuestro pensamiento en forma individual. No puede existir diferencia esencial, empero, entre la naturaleza del yo y aquello que es dado a nosotros en nuestra conciencia inmediata. Este proceso busca concretar los fundamentos teóricos y las condiciones de la subjetividad. Pero además de ello, hay otro proceso, uno que nos aclara por primera vez las fuerzas actuales que, en último análisis, determinan y dominan todo este movimiento intelectual. Ficino construye su doctrina del alma y su doctrina de la inmortalidad individual no tanto sobre su visión del conocimiento humano como sobre su visión de la voluntad humana. El pivote actual de la psicología de Ficino es la doctrina de Eros. Se vuelve el punto central de todos los esfuerzos filosóficos de la Academia Florentina. Como revelan las Disputationes Camaldulenses de Cristoforo Landino, la doctrina de Eros constituía el tema eterno, inagotable, de la conversación académica. Este tema central es la fuente de toda la influencia ejercida por la Academia en la vida intelectual, en la literatura, y en las artes plásticas visuales del Quattrocento. Y a la vez ocurre aquí una constante acción recíproca. … Ficino y Pico parecen querer sólo reproducir, lo más fielmente posible, la teoría Platónica del Eros. Ambos pensadores se basan directamente en El Simposio de Platón, al cual Ficino escribió un comentario muy detallado. Y sin embargo, acaso en ningún sitio emerge tan claramente la particularidad y el carácter especial del «platonismo cristiano» como en este tema …

La doctrina de Ficino del Eros es el punto en el que se encuentran su psicología y su teología, y en el que se funden indisolublemente la una con la otra. En Platón también el Eros pertenece al reino medio del ser. Está entre lo divino y lo humano, entre los mundos inteligible y sensible, y debe relacionar y unirlos. Sólo puede efectuar esta unió en tanto él mismo no pertenece exclusivamente a ningún mundo. Eros no es ni plenitud ni carencia, ni sabio ni ignorante, ni inmortal ni mortal; en cambio su naturaleza «demónica» es una mezcla de estos opuestos. La naturaleza contradictoria del Eros constituye el moment5o verdaderamente activo del cosmos platónico. Un motivo dinámico que penetra el complejo estático del universo. El mundo de la apariencia y el mundo del amor ya no están simplemente opuestos uno al otro; más bien, la apariencia misma «aspira» a la idea. Este aspirar es la fuerza básica a partir de la cual emerge todo devenir; esta insuficiencia interior representa la «inquietud» eternamente animadora que prescribe una cierta dirección a todas las ocurrencias -la dirección hacia el ser inmutable de la idea. Pero en el sistema platónico esta dirección no es reversible, Hay efectivamente un «volverse hacia el ser» (genesis eis ousian); pero no hay acción opuesta del ser hacia el devenir, esto es, de la idea hacia la apariencia. La idea de chorismos se retiene en todo su rigor. La idea del bien es una «causa» del devenir sólo en el sentido de que representa su meta y su fin; no en el sentido de que interfiere como una fuerza motriz en las operaciones de la realidad empírica y sensible. Más tarde, en el sistema neoplatónico, esta relación metodológica será interpretada e hipostasiada metafísicamente. En el neoplatonismo, también, el impulso a retornar a la primera causa es una propiedad de todos los seres condicionados y derivativos. Pero esta aspiración de lo condicionado por lo incondicionado no tiene contraparte correlativa en lo incondicionado. El super-ser y el super-uno del neoplatonismo también está «por encima de la vida». La pura objetividad del absoluto permanece, como tal, encima de la esfera de la consciencia subjetiva, no importa si esta se concibe como una consciencia práctica o teórica. Puesto que el conocimiento, como la aspiración, es una propiedad foránea al absoluto. Todo conocimiento presupone una relación con algo otro; pero la pura autarquía del absoluto, su ser cerrado en sí mismo, excluiría la posibilidad de tal relación.

La teoría del amor de Ficino va más allá de esta doctrina puesto que concibe el proceso del amor como un proceso completamente recíproco. La aspiración del hombre hacia Dios, representada en Eros, no sería posible sin una contra aspiración de Dios hacia el hombre. Así. Ficino resucita la noción básica del misticismo cristiano y así da un nuevo sello a su neoplatonismo. Dios, el ser objetivo absoluto, está vinculado a la subjetividad, y vinculado a ella como una contraparte necesaria y correlativa; así como toda subjetividad está relacionada y dirigida hacia él. El mismo amor no puede realizarse sino en esta doble forma. Es tanto la aspiración de lo superior por lo inferior, de lo inteligible por lo sensual, como el anhelo de lo inferior por lo superior. En un libre acto de amor, Dios se vuelve hacia el mundo; en un libre acto de su gracia, redime al hombre y a mundo; y la misma doble dirección de la aspiración es esencial para todas las inteligencias. «Es peculiaridad de todos los espíritus divinos que, mientras contemplan lo superior, no cesen de tomar en cuenta y de cuidar lo inferior. Es también característico de nuestra alma que se preocupe no sólo por su propio cuerpo sino por lo cuerpos de todas las cosas terrenales y por la tierra misma, para cultivarlas y hacerlas prosperar». Este cultivo, esta «cultura» del mundo sensible constituye un momento básico y una tarea básica del espíritu.

Esta concepción de la doctrina de Eros arroja nueva luz sobe el problema de la teodicea con el cual luchó constantemente el neoplatonismo. Sólo ahora se vuelve posible una teodicea en sentido estricto. Pues la materia ya no se concibe como el mero opuesto de la forma y, por tanto, como «mal» puro y simple; en su lugar, la materia es aquello con lo que ha de comenzar toda actividad de la forma y a través de lo cual la forma debe realizarse. Eros ha devenido el «lazo del mundo» en un verdadero sentido. Vence toda la diversidad de los variados elementos y reinos del mundo tomando a cada uno de ellos en su dominio. Reconcilia y resuelve la diversidad substancial de los elementos del ser dejándolos reconocerse como sujetos y como puntos centrales de una y la misma función dinámica. El espíritu desciende a lo sensible y lo corpóreo a través del amor, y el amor lo eleva de nuevo fuera de este reino. Pero en ambos movimientos el espíritu no sigue algún impulso extraño o una compulsión destinal, MÁS BIEN SIGUE SU PROPIA LIBRE DECISIÓN. Aquí tenemos un círculo espiritual, un circuitus spiritualis, que no requiere propósito externo, porque tiene su meta y su límite en sí mismo, y porque contiene en sí mismo tanto el principio de movimiento y el principio del descanso.

La filosofía del Renacimiento tomó estas ideas de la doctrina del amor de Ficino y buscó desarrollarlas en la filosofía natural y en la ética, y en la teoría del arte y la teoría del conocimiento. Por lo que respecta a la doctrina del conocimiento, la literatura neoplatónica, mística de la Edad Media ya había ligado conocimiento y amor indisolublemente. La mente no puede volverse a considerar ningún objeto de un modo puramente teórico a menos que sea impulsada a ello por un acto de amor. En la filosofía del Renacimiento está doctrina se asumida de nuevo y desarrollada sistemáticamente por Patrizzi. El acto del conocimiento y el acto del amor tienen una y la misma meta, ya que ambos aspirar a vencer la separación en los elementos del ser y retornar al punto de su unidad original … La versión de Ficino de la doctrina del Eros tuvo aún una influencia más fuerte y más profunda en la visión del Renacimiento de la esencia y significado del ARTE de lo que lo tuvo en la teoría del CONOCIMIENTO. Muchos de los grandes artistas del Renacimiento … vieron en ella no sólo una teoría del cosmos muy compatible con su propia visión básico, sino que, más importante aún, hallaron el secreto de su propia creación artística interpretada y expresada en estas doctrinas. La enigmática doble naturaleza del artista, su dedicación al mundo de la apariencia sensible y su continua aspiración y búsqueda más allá de él, ahora parecía comprendido, y a través de esta comprensión realmente justificado por primera vez. La teodicea del mundo dada por Ficino en su doctrina del Eros se había vuelto a la vez la verdadera teodicea del arte. Pues la tarea del artista, precisamente como la de Eros, siempre consiste en unir cosas que están separadas y opuestas. Busca lo «invisible» en lo «visible», lo «inteligible» en lo «sensible». Aunque su intuición y su are están determinados por su visión de la forma pura, sólo posee verdaderamente esta forma pura su logra realizarla en la materia. El artista siente esta tensión, esta oposición polar de los elementos del ser más profundamente que cualquiera. Pero, a la vez, sabe y se siente como un mediador. Aquí yace la esencia de toda armonía estética; pero aquí, también, yace la eterna insuficiencia inherente en toda armonía y belleza, en que no puede revelarse sino por la materia.

Encontramos la doctrina del amor de Ficino en esta forma y esta profundidad en los sonetos de Miguel Ángel. Y si comparamos esta influencia general de la doctrina con su ulterior desarrollo por Patrizzi en epistemología, y por Giordano Bruno en ética, podemos a ver plenamente las bases de su extraordinaria fertilidad. El platonismo florentino, con seguridad, concebía aún las ideas completamente como fuerzas, como potencias cósmicas y objetivas; pero en adición a esto descubrió un nuevo concepto de consciencia intelectual en su doctrina del Eros. Esta consciencia emerge ahora en su unidad y en su multiplicidad, en su división en las actividades básicas de conocimiento, volición y creación estética, así como en su inmanente autonomía e identidad. El yo, el «espíritu subjetivo», se separa en las varias direcciones de actividad, y de estas se deriva la variedad de la cultura, el reino del «espíritu objetivo», En una referencia a Plotino, Giordano Bruno también llama a Eros aquél que abre verdaderamente el reino de la subjetividad al hombre. En tanto nuestro ojo se da a la mera contemplación de los objetos percibidos, el fenómeno de la belleza, como el del amor, no puede nacer. La belleza y el amor sólo pueden emerger cuando la mente se retira de las formas externas de la imagen y se concibe a sí misma en su propia forma indivisible, alejada de toda visibilidad.
Para Ficino sólo la naturaleza puramente espiritual del hombre hace de él un «ser independiente» en sentido estricto y lo eleva por encima de la esfera de las meras cosas. La libertad del hombre, en la cual emerge su verdadero Ego, presupone la posibilidad de la liberación del alma respecto al cuerpo.