Traducción del portugués de Enrique Galán
«Creo en mi rabia. Es mi demonio favorito. Ser valiente y escribir van juntos»
James Hillman
Quiero comenzar con tres imágenes.
En una reciente entrevista, concedida a la revista de la Asociación Internacional de Psicología Analítica -un número especial dedicado a sus cincuenta años de existencia-, al ser preguntado sobre cuándo cayó en la cuenta de que sus ideas y libros habían innovado el pensamiento junguiano, James Hillman responde:
No tengo una idea muy confortable de esa situación. Yo no decidí en un momento dado «innovar». No lo tenía previsto. No soy prudente. Trabajo a partir de la rabia cuando algo se siente insultado. Cuando oí a von Franz atacar al puer aeternus en sus conferencias de los años 50, a Esther Harding criticar de forma tan moralista la inercia a favor del héroe matador de dragones, a Neumann hablando y hablando de la Gran Madre hasta sentirme engullido por todo aquello, a otros conferenciantes agrediendo a Freud, aquella atmósfera de profesores elogiando la tierra, la tradición y la introversión, me sentí insultado. Yo era el puer, vengo de Atlantic City, New Jersey, donde se acaba la tierra. Todo ese moralismo era ofensivo con una vida que había conocido antes en la India, en París, en Dublín entre todo tipo de personas extraordinarias. Mi amigo Robert Stein fue a Londres en 1957 para hacer un periodo de análisis y volvió destruido por el cuadro transferencial y por la opresión de su espontaneidad y su locura. Le habían insultado, estaba furioso. La primera ponencia que escribí la presenté oficialmente en Londres, en el Club Junguiano de Londres de comienzos de los años sesenta. Se titulaba «Amigos y enemigos» y defendía la idea de que no se puede tener amigos sin tener a la vez enemigos, y que la amistad es una de las emociones más antiguas que conocemos, precede a la propia transferencia y es más arquetípica (…) Esto es una innovación, pero sólo surgió porque estaba furioso, rabioso y quería destruir algo. Desde esta perspectiva, todo lo que he sido nace de esta necesidad de destruir.
En otro texto, «Sobre cosmología», Hillman revela:
Marte me guía más que Saturno, Hermes más que Atenea. Me produce claustrofobia verme sometido a generalizaciones, y grito «paranoico» en cuanto me veo requerido a entrar en algún sistema unificador
En su último libro, El terrible amor por la guerra, sin duda el más confesional de los veintisiete que ha publicado, Hillman escribe:
He reconocido recientemente ser un «hijo de Marte», al modo de los humanistas del Renacimiento cuando describen ciertos personajes básicos con los nombres de los dioses planetarios. Una afinidad con la teoría marcial del dios de la guerra es natural a mi método. Mi camino en la vida y mi manera de atraer enemigos. Me gusta estimular la oposición e incendiar las pasiones del pensamiento. Me produce placer destruir la estupidez -Marte encuentra idiotas en todas partes por ser él mismo tan idiota. Es como si tuviese una necesidad innata de estar en guerra, como si tuviese que desempeñar el papel de Heráclito y no considerar sus palabras sólo «cosmología griega antigua». En consecuencia, la guerra se ha vuelto mi primavera constante, mi abril, mi mes de Marte.
Y unos párrafos más adelante, continúa:
Para mí, escribir libros es muy parecido a una campaña militar. Confieso que me abro camino a la fuerza utilizando metáforas militares. Hay una estrategia, un concepto general, y existen tácticas a lo largo de todo el camino. Cuando no pueda avanzar, no cave una trinchera, siga adelante. No se obceque en eliminar una fortaleza de un solo golpe o si eso le obliga a desviarse. Aíslela y caerá sola. No entre en batallas con las voces interiores de saboteadores, críticos o adversarios. Una pequeña batalla, una lluvia de flechas, todo esto desaparecerá en el párrafo siguiente. Camufle sus flaquezas, su falta de reservas exhibiéndose ostentosamente en desfiles al son del clarín. Acuérdese de que todos son tan vulnerables como usted. Saquee el almacén de las ideas, recupere materiales antiguos para reforzar sus líneas. Abandone el terreno que no puede explorar y, en cuanto aparezca un problema, avance todo el territorio que pueda (…) Este desafío permanece en mi vida debido a mi historia de orgullo y placer, soy un viejo veterano desfilando cuyas guerras fueron siempre «sólo» psicológicas.
Fijémonos en las imágenes, según propone como regla única la psicología arquetipal: rabia, insulto, furia, enemigos, destruir, guerra, Ares, Marte. Este es James Hillman.
Un hombre que se presenta como un pensador para quien la pasión violenta de las guerras de ideas es preferible a un pacifismo ingenuo y pasivo que acaba por embotar el pensamiento. Leyendo con cuidado y atención los escritos de Hillman, podemos afirmar que si la psicología arquetipal presupone la existencia de uno o más dioses, una psicología politeísta, entonces necesariamente sostiene que la paz, en cuanto condición de estabilidad y seguridad, se encuentra seriamente amenazada.
Considerar la posibilidad de varios dioses, esto es, el politeísmo, implica afirmar la tolerancia hacia las diferencias y la aceptación de la diversidad, representada por los propios dioses. El politeísmo es la condición necesaria para la polémica. El discurso politeísta está regido por la retórica de la polémica y caracterizado por la huida y evitación de cualquier tipo de pensamiento marcado por un deseo de totalitarismo y unificación en torno a un único centro, un único modo, un único discurso o una única verdad. Allí donde impera un Dios único no hay espacio para la polémica.
El monoteísmo, el culto exclusivo a un único Dios se confunde con el narcisismo, y como bien dice Caetano Veloso, «Narciso se encuentra feo y no tiene a mano un espejo». Abandonar el reflejo narcisista del espejo, ese espacio donde las diferencias son substraídas o apagadas, es adentrarse en el terreno rico y fértil de la diversidad del otro, una de las posibles intenciones de la psicología arquetipal de James Hillman. Politeísmo es considerar al otro en su radical diferencia. Es diálogo con la alteridad, y la polémica es una de las formas que puede asumir ese diálogo. En este sentido, polemizar es afirmar la identidad, y no someterse a los designios del otro, condición de individuación. Polemizar es declarar la guerra a lo mismo, provocar fricciones, crear resistencias. Pienso que Hillman y la psicología arquetipal son herederos directos del pensador presocrático Heráclito, cuando afirma en uno de sus fragmentos: «Guerra es padre de todas las cosas»
Dejémonos guiar por estas ideas: polémica como ruptura, polémica como transgresión, polémica como fundación, polémica como gesto inicial. Si observamos la historia de la psicología arquetipal, percibiremos que si alguien posee el arte retórico de la polémica es sin duda James Hillman.
El estilo de Hillman se asemeja a la potencia furiosa de un ácido. Un ácido que se desliza marcando el camino por donde pasa, corroyendo las superficies, engañosamente planas y brillantes, creando surcos, abriendo grietas, haciendo aflorar los pliegues, destruyendo para crear. En Hillman y sus escritos se conjuga un panteón de posibilidades míticas. De la violencia argumentativa de Ares al sentido estético de Afrodita, de las trampas intelectuales de Hermes al aspecto nómada y errante de Dioniso, del amor erótico por las ideas al carácter apolíneo de su erudición. Sus textos son escenarios y paisajes por donde desfilan los dioses que componen su particular politeísmo.
Desde su salida intempestiva del Instituto Jung de Zúrich, del que fue director de su centro de estudios durante diez años, Hillman ha ido coleccionando calurosos embates polémicos con diversas figuras del mundo junguiano y, sin duda, con la propia comunidad junguiana.
La relación de Hillman con los junguianos está marcada por algo que podríamos definir como una extrema tensión delicada. Por parte de la comunidad junguiana, la obra de Hillman siempre es vista con desconfianza y reservas. Es explícito el intento de aislar su pensamiento, y de ese modo intentar disminuir y despotenciar su impacto. Uno de los motivos que pueden justificar esta actitud frente a Hillman y sus escritos tal vez sea que ciertamente sacude violentamente algunas certezas que los junguianos se esfuerzan arduamente en preservar.
Uno de los principales objetivos de la psicología arquetipal de James Hillman es llevar el trabajo y el pensamiento de Jung más allá de los pequeños círculos de iniciados y de los institutos de formación clínica, considerar las principales corrientes intelectuales de nuestra cultura y dialogar con ellas. La psicología arquetipal encuentra en la tradición intelectual posmoderna un gran interlocutora. A lo largo de su obra, Hillman dialoga con Heidegger, Nietzsche, Bachelard, Freud, Deleuze, Lévinas. En varias entrevistas menciona los trabajos de Foucault, Derrida y Lacan. Independientemente de concordar o no con el punto de vista de estos autores, lo importante es el hecho de saber que son referencias leídas y trabajadas por el propio Hillman. En los últimos años, Hillman viene presentándose como un «terapeuta de las ideas», alguien que trabaja más con teorías e ideas que con clientes o casos clínicos. Para un analista clínico que ponga su atención e interés sólo en el campo de la práctica clínica y esté poco dispuesto a las aventuras del pensamiento filosófico, Hillman será, sin duda, un plato indigesto.
Hillman colecciona una serie de polémicas con personajes del mundo junguiano. Polemizó con Rafael López-Pedraza, uno de los padres junto a él de la psicología arquetipal, con Carl Meier, famoso y tradicional analista clásico junguiano (descrito por Hillman como su enemigo preferido), con Richard Noll y Wolfgang Giegerich. Quiero detenerme en la famosa polémica con Giegerich, pues gracias a ella podremos entender con mayor claridad que el acto de polemizar, condición fundamental del politeísmo, no significa en ningún momento cancelar la existencia del otro y sí convivir con la diversidad.
En julio de 1992 se celebró el primer festival del psicología arquetipal en homenaje a James Hillman. El evento tuvo lugar en la universidad de Nôtre Dame y reunió a cerca de 500 personas, entre analistas junguianos, artistas, filósofos, estudiantes y escritores, con el objetivo de examinar la obra de Hillman y su influencia en los campos de la cultura, el arte, la política, la ciudad y la psicoterapia. En la inauguración del festival, Hillman dice que «esperaba ansioso la oportunidad de estar juntos durante una semana en esta comunidad en torno al alma, pues la práctica de la psicología tiene el insidioso efecto de aislarnos, haciendo que permanezcamos encadenados en el gueto de la mente observadora».
Hillman desafió a los participantes a transgredir, a invocar a Dioniso, pues cuando Dioniso aparece, ¿no estará detrás también Eros? Hillman convocó a los participantes a ir más allá de lo «usualmente correcto», y el modo que encontró para alcanzar su objetivo fue hacer de la pornografía el tema principal de su conferencia inaugural del festival. Uno de los momentos principales del festival y, ciertamente, también uno de los más polémicos, fue la participación del analista junguiano Wofgang Giegerich.
Si Hillman invitó a ir más allá de lo «usualmente correcto», Giegerich no se hizo rogar e inició su conferencia, titulada «Matanza: el platonismo de la psicología y el eslabón perdido con la realidad», preguntando si la psicología arquetipal es de hecho una psicología con dioses o » la palabrería sobre los dioses en la psicología arquetipal es sólo un tipo de jerga glamurosa, distante en lo fundamental de la realidad a la que antes remitía la palabra ‘dioses'» . Giegerich argumenta que no se puede desistir de sacrificar toros y continuar afirmando que se cree en Zeus. Si se hace un festival para celebrar a los dioses es necesaria una matanza sacrificial, pues es ésta la que trae la presencia divina que transforma el día en festivo o sagrado.
La polémica cuestión que trae Giegerich a colación es si puede haber sacrificios sin matanza. Su crítica y cuestionamiento se refieren a que la psicología arquetipal reduce la experiencia del sacrificio a una simple metáfora, a un mero símbolo. Alerta que sin sacrificios, esto es, sin matar algo real, la psicología arquetipal permanecerá inevitablemente en lo que él llama «burbuja de irrealidad».
La conferencia de Giegerich causó una enorme polémica en el festival. Aunque varios participantes querían discutir las cuestiones planteadas por el tema propuesto por Giegerich, los organizadores del festival optaron por seguir con la programación oficial. En varias de las conferencias que siguieron se oyeron desde el patio de butacas gritos que decían «queremos discutir las cuestiones presentadas por Giegerich». Algo se había constelado y los organizadores del festival, en vez de ser fieles a la regla número uno de la psicología arquetipal -fijarse en la imagen- optaron por seguir con la programación oficial sin abrir un espacio a la discusión de las cuestiones suscitadas por la conferencia de Giegerich.
Entre tanto, para muchos de los participantes en el festival, la verdadera víctima sacrificial del festival fue el propio Hillman. Esta vez, Hillman, el polémico por excelencia, probó su propio veneno. Ahora era él el blanco de la polémica. Un mes después de realizado el evento, Hillman envió una carta a todos los participantes, en la que daba su opinión sobre las diferentes divisiones que se dieron en el festival. Dice Hillman: «Pienso que estas divisiones derivan en parte de los múltiples lados que componen el trasfondo politeísta de la psicología arquetipal, que nos invita a un pandemonium». Querría subrayar las expresiones usadas por Hillman: divisiones, múltiples lados, politeísmo.
Sin embargo, la respuesta definitiva de Hillman a este polémico episodio despertado por W. Giegerich sólo aparecerá dos años más tarde. En 1994, Hillman publica su artículo «Una vez más en la brecha», donde usa toda su ironía, erudición y refinada calidad literaria para deconstruir y responder a cada una de las acusaciones de Giegerich a la psicología arquetipal. Su principal argumento es que Giegerich se dejó engañar por tres falacias fundamentales: la falacia de los modelos históricos, la falacia ontológica y la falacia del concretismo. El debate prosigue con la réplica de Giegerich al artículo de Hillman y también con la publicación de su último libro, La vida lógica del alma, una severa y consistente crítica a los métodos de la psicología arquetipal.
Por otro lado, es fundamental destacar que Hillman y Giegerich, a pesar de las divergencias que los caracterizan, son profundos amigos y fecundos colaboradores de la psicología arquetipal. El debate transcurre en el campo de las ideas, sin ninguna intención de declararse fiel al pensamiento del fundador, que es al final lo que significa ser leal a alguien en el campo de las ideas. Pensar politeísticamente es deslizarse por varios lugares distintos, ocupar nuevas posiciones y crear lugares inéditos a ocupar.
De todos modos, continuemos nuestro camino preguntándonos por el curso de este polémico pensador. Si tenemos cien años de psicoterapia y el mundo va a peor, tenemos ochenta años de Hillman y podemos dividir su inmensa obra en cuatro momentos específicos. Voy a utilizar aquí una división propuesta por David Tacey, en un artículo titulado «Serpenteando y girando con James Hillman: Del ánima al alma del mundo, de la Academia al pop». David Tacey es profesor de literatura de la universidad La Trobe en Melbourne, Australia, y durante varios años, el periodo en que estuvo estudiando en Dallas, Estados Unidos, fue analizando de Hillman. Esos cuatro momentos son:
Primer momento
Hillman como analista junguiano. Director de estudios del Instituto C.G.Jung de Zúrich durante diez años (1959-1969), y ya entonces autor de numerosos trabajos donde demostraba todo su inmensamente vigoroso y articulado pensamiento. Hillman, en esa época, ya evidenciaba toda su originalidad, que destacaba dentro de los límites de la psicología junguiana clásica. De esa época son Emoción, Suicidio y el alma, Psicología y religión: una búsqueda interior.
Pertenece también a esta época un episodio sombrío en la historia de la psicología analítica, que ha salido a la luz recientemente en Los junguianos, del analista junguiano Thomas Kirsch. En este libro se hace un análisis histórico y en perspectiva del movimiento junguiano desde sus orígenes. Se menciona el polémico episodio que envuelve a Hillman en un asunto sexual con una paciente, y cómo ese episodio, que culminó con la salida de Hillman de Zúrich, movilizó a todo el Instituto Jung. Se evidenció una división latente que ya existía en el Instituto. En un lado, Jolande Jacobi y otros pedían la expulsión de Hillman, en el otro, gran parte del Instituto Jung defendía a Hillman, incluyendo al Presidente del Instituto en esa época, Franz Riklin.
Fue Franz Riklin quien, para defender la permanencia de Hillman en el Instituto, trajo a colación de nuevo la figura de Jung, refiriéndose a la relación que mantuvo con una paciente suya, Toni Wolff, episodio relegado por muchos a la sombra de la psicología analítica. Thomas Kirsch defiende que más importante que castigar a Hillman sería privilegiar el debate de las cuestiones éticas y clínicas que suscitaba este caso. Kirsch continúa su relato afirmando que toda esta polémica fue extremadamente severa y dura con Hillman, quien dimitió como director de estudios del Instituto y abandonó Zúrich. Es importante mencionar que Hillman, posteriormente, se casó con esta ex-paciente llamada Patricia Berry, más tarde una de las teóricas más famosas de la psicología arquetipal.
Segundo momento
Hillman y la psicología arquetipal. Creación de la psicología arquetipal. Profunda revisión del pensamiento junguiano. El primer movimiento posjunguiano de verdad. Aparición de importantes innovaciones teóricas en vez de la repetición estéril de lo mismo. Aquí quisiera destacar que considero a James Hillman y Michael Fordham los dos grandes innovadores y pensadores originales del pensamiento posjunguiano. Las grandes obras de Hillman en ese periodo son Re-imaginando la psicología, Los sueños y el inframundo, Ficciones curativas, El mito del análisis.
En ese momento se produce una aproximación de Hillman al movimiento posmoderno, que privilegia la pluralidad y la multiplicidad, la fragmentación, la renuncia a los metadiscursos y las narraciones totalizadoras. Hillman se aparta de la literatura metafísica de los arquetipos y su esencialismo; propone la fenomenología como método para lidiar con las imágenes. Si la regla de oro del psicoanálisis es la asociación libre, Hillman sigue las orientaciones de Rafael López-Pedraza al señalar que la regla de oro de la psicología arquetipal es fijarse en la imagen.
En ese periodo publica tres artículos fundamentales en la revista Spring sobre la cuestión de las imágenes: «Investigación sobre la imagen» (1977), «Nuevas notas sobre la imagen» (1978) e «Imagen y sentido» (1979). En estos artículos, ya clásicos en la literatura de la psicología arquetipal, Hillman propone una nueva conceptualización del término ‘arquetípico’, priorizando su aspecto adjetivo más que el sustantivo. El arquetipo será pensado como un valor, un atributo, algo que se hace con la imagen, una cualidad que se confiere a la imagen. Desde esta perspectiva, pensar y considerar la noción de ‘arquetípico’ implica renunciar a cualquier intento de contar con una lista preestablecida de imágenes arquetípicas o no, a cualquier intento de significación a priori y universalizante, como en los diccionarios de símbolos.
Textos fundamentales donde Hillman busca, cada vez de modo más radical y consistente, deconstruir la noción actual de imagen con la que tiende a trabajar la escuela clásica junguiana. Propone una revisión teórica, trasladando el trabajo con la imagen desde la perspectiva visual a una apreciación y ética literarias. El trabajo con las imágenes es literario, no literal. Hay un descenso del interés por la busca de los orígenes o los patrones formadores, de las estructuras llamadas arquetipos, a favor del elogio y el privilegio del fenómeno, la imagen. Una clínica de las imágenes no se confunde con una clínica de los arquetipos. Tal es la propuesta de la psicología arquetipal: relación imaginativa y ética con las imágenes a las que se atribuye valor arquetípico. Más allá de la tendencia esencialista, normativista, ahistórica y uniformizante de la teoría de los arquetipos, se opta por la primacía de las diferencias, de la peculiaridad, del contexto, de la trama que las imágenes presentan.
En ese mismo periodo, Hillman demuestra un inmenso interés por la Universidad e intenta introducir el discurso de la psicología arquetipal en la Academia. Da clases en las universidades de Yale, Chicago, Syracuse y Dallas. El pensamiento de Hillman en esa época interesa a pensadores junguianos directamente ligados al pensamiento contemporáneo, la posmodernidad y la cuestión del lenguaje. Cito algunos: Michael Vannoy Adams, analista junguiano que compara y encuentra analogías entre la psicología arquetipal y la filosofía de la deconstrucción, estableciendo semejanzas entre las ideas de James Hillman y el filósofo francés Jacques Derrida. Michael Vannoy Adams considera que las ideas que sustentan la psicología arquetipal se aproximan mucho al ejercicio filosófico de la deconstrucción propuesto por Derrida.
Paul Kluger es otro analista junguiano que utiliza ampliamente las ideas de Hillman en su aproximación al lenguaje desde una perspectiva arquetipal. En su libro La alquimia del discurso, originalmente su tesis de habilitación en el Instituto Jung de Zúrich, Paul Kluger se sirve del pensamiento de Jung y Hillman, junto a las ideas de Jacques Lacan, para profundizar en el estudio de la relación entre inconsciente y lenguaje. Destacan otros nombres en ese momento: David Miller, con su prolongado y riguroso interés por la cuestión de la posmodernidad, y Edward Casey, con su estudio de la fenomenología de los lugares basándose en la fenomenología de Heidegger. Ambos inseparables de Hillman en su intento de ampliar los horizontes de la psicología arquetipal más allá de los estrechos círculos de la psicología analítica. Estos pensadores buscan en Hillman puntos de articulación, puntos de convergencia entre la psicología arquetipal y el pensamiento contemporáneo entonces vigente.
Tercer momento
Es el momento del Anima mundi, una nueva revuelta del pensamiento de Hillman. Caracterizada por el intenso rescate de la idea neoplatónica del Anima mundi, es la creación de un discurso ecopolítico y un ataque innovador y furioso de Hillman al aspecto subjetivo e intrapsíquico existente en toda psicoterapia. Una crítica al énfasis hipervalorador de la subjetividad en detrimento de los problemas reales del mundo. Al personalizar y subjetivar todas las cuestiones del mundo, la psicoterapia acaba despolitizando al sujeto, retirándole la condición de ciudadano.
En ese momento, Hillman propone una nueva conceptualización del sí-mismo. Imagina al sí-mismo como interiorización de la comunidad. Propone también una nueva relectura de la psicología arquetipal, afirmando que lo que desea en ese momento, basándose en las ideas de la retórica del Anima mundi, es belleza, estética, profundidad, interioridad, ejercicio político y crear una psicología profunda de la extraversión. Las obras fundamentales de ese momento son El pensamiento del corazón y el alma del mundo, Ánima: anatomía de una noción personificada, un bellísimo artículo publicado en Spring en 1989, «Del espejo a la ventana. Curando al psicoanálisis de su narcisismo» y su polémico libro Cien años de psicoterapia y el mundo va peor.
En ese periodo Hillman da a conocer su texto, su canto de cisne, titulado «El amarillear de la obra», su ponencia en el congreso de la IAAP, celebrado en París en 1989, cuando comunica a la comunidad junguiana el final de sus actividades como analista. Hillman abandona la práctica clínica y continúa sus actividades como escritor y conferenciante, practicando la psicología en grupos amplios.
Cuarto momento
Finalmente, según la definición de David Tacey, Hillman entra en su fase pop. Vuelve al esencialismo platónico y las categorías metafísicas en El código del alma. Según Tacey, independiente de estar o no de acuerdo con su opinión -algo a discutir atentamente-, Hillman cede aquí al deseo de ser ampliamente reconocido y aumentar el número de lectores. No es una tontería que El código del alma fuera durante un año best seller en The New York Times en la sección de libros más vendidos y el libro más vendido de toda la carrera de Hillman.
Hillman entra en un circuito internacional de conferencias y entrevistas. Hace uso de un lenguaje más accesible y menos erudito. El código del alma y Formas de poder corresponden a esa fase. Es un momento delicado en la obra de este pensador, pues ya no es considerado por los junguianos clásicos, que lo habían abandonado hace mucho, mientras los junguianos posmodernos confusos se sienten atraídos por él. Nada más coherente que la trayectoria de Hillman, un hombre movido por el signo de Hermes/Mercurio: en un libro defiende con ardor una idea, en otro revisa sus conceptos y apunta en otra dirección, sus pensamientos se resisten siempre a ser coagulados en sentidos determinados. Nada más coherente con su espíritu puer, innovador y creativo.
Aquí Hillman revela otra faceta de su daimon. Se resiste a ser seguido, a ser tomado como un líder, mudando siempre de dirección, con lo que frustra a quienes le siguen, obligados a atender adónde se fue o en qué se tornó. Temas que antes ha despreciado deliberadamente pueden súbitamente convertirse en objeto de su interés y piedra angular de nuevos trabajos. Una idea amplia e intensamente defendida en un libro puede no ser más que un breve recuerdo tras algún tiempo. Estos son los efectos de alguien que escribe impelido por la obediencia a su espíritu mercurial. Fiel a una retórica plural y múltiple, tan característica de la psicología arquetipal, Hillman se niega, astutamente a mi ver, a ocupar un lugar de verdad absoluta, lugar de referencia última, lugar del Padre Fundador o del Maestro Originario
Hillman se niega a ser el poseedor de una palabra final definitiva, esto es, rechaza ocupar un lugar central en esos encuentros. Hillman funciona menos con una imagen fija del sí-mismo, estática, centralizadora y estabilizadora de los sentidos, poniéndose enteramente a disposición de las fuerzas arquetípicas de Hermes. Hillman es un verdadero aprendiz de Hermes: oscilante en los pensamientos, enigmático en su lenguaje, volátil con las ideas, imposible capturarle en cualquier definición, proposición fija.
En este sentido, pretendo demostrar tres momentos específicos donde Hillman polemiza con su propio trabajo, en donde él mismo se toma como blanco de su método. En otras palabras, Hillman revisando a Hillman.
En 1992, Hillman publica Cien años de psicoterapia y el mundo va peor, un diálogo y correspondencia con el escritor de Los Ángeles, Michael Ventura. En este libro, Hillman vuelve sus baterías contra el lema que durante quince años orientó y sustentó las principales ideas de la psicología arquetipal, esto es, la frase del poeta John Keats «Por favor, llamad al mundo valle de la creación del alma. Descubriréis entonces la utilidad del mundo».
Cito a Hillman:
Quiero dejar claro que la frase de Keats, que sustentó mi terapia durante tanto tiempo, contiene un error básico. Realmente desdeña el mundo, a pesar de encontrarle una utilidad anímica. Usted pasa por el mundo y crea su propia alma. ¿Pero es el alma del mundo? ¿Qué hace el Anima mundi?
En este libro Hillman reconoce la equivocación de lo que fue el norte de su práctica clínica durante mucho tiempo e intenta corregirse. El análisis, al dirigir todas las emociones de la vida a sí misma desvía la libido objetal hacia una reflexión narcisisita de sí misma. Para Hillman, la salida es hacer que el contenedor del análisis pueda romperse para que la libido objetal se vuelva, nuevamente, al exterior. Pues para Hillman, «la libido objetal es solamente un nombre psicoanalítico para el impulso que ama al mundo, el deseo erótico por el Anima mundi, por el alma del mundo»
Proponer una psicología del Anima mundi es invitar al sujeto a iniciar una relación íntima con el alma del mundo y sus objetos, sean naturales o hechos por el hombre. No sólo los objetos, también las situaciones y los acontecimientos poseen alma. Desde una perspectiva de rubedo, la realidad psíquica del alma del mundo se hace disponible para nosotros imaginalmente. No hay que separar el alma en nosotros del alma de los otros -otros significa aquí no sólo las personas, sino todo el medio ambiente. En consecuencia, desde esta perspectiva ya no es posible trabajar con la noción clásica de individuación y sus retóricas, como «mi viaje», «mi proceso» o «mi periplo» en busca ciega de un sí-mismo interior, ignorando la individuación del alma del mundo y de las cosas del mundo. El cultivo del alma no debe ser necesariamente identificado con la introversión o con la negación de la realidad del mundo de la materia y los objetos. No hay posibilidad de cultivar el alma si nos centramos exclusivamente en el sí-mismo y excluimos al mundo.
En 1989, en un artículo titulado «Volviendo al más allá. Sobre cosmología», Hillman escribe acerca del lugar que ocupa la metafísica en las ideas que sustentan la construcción teórica de la psicología arquetipal. Cito a Hillman:
Hasta ahora he evitado la metafísica en mi trabajo. Me he mantenido dentro de la tradición crítica. Un trabajo psicológico que he denominado «ver a través» y psicologizar. La psicología profunda de la «creación del alma» tal como la he formulado constituye su vía negativa. Sin ontología. Sin metafísica. Sin cosmología. Un caballero errante, siempre en la batalla, iconoclasta. La reivindicación de positividad en la psicología arquetipal ha sido su insistencia paradójica en permitir que las sombras sean iluminadas por su propia luz vistas en su relación con la psicopatología: el mundo de las tinieblas, la depresión, el suicidio, el senex y las patologías del puer. La insistencia en el valle de la creación del alma, posicionarse en el valle de la sombra ha estado a veces dirigido contra el iniciador de mi propia tradición, Jung, contra su visión ascensional, sus pronunciamientos respecto al sentido de la vida desde la cima de la montaña, las visiones del mundo, las teorías tipológicas generalizadoras, el sí-mismo y los mándalas. Tiendo a seguir al Jung psicólogo del alma, no al Jung metafísico del espíritu. Por su ímpetu pueril y famoso del ánima, mi trabajo se ha dedicado en rigor a las tácticas básicas, a la disciplina de la imagen, del fenómeno, de las patologías, como una forma de cientificismo crítico. Por eso es necesario ir más allá, como llevo diciendo hace algún tiempo.
En el mismo texto, comentando los encuentros que tuvieron lugar en Córdoba, Andalucía, en 1979, bajo el lema «Ciencia y consciencia», con la presencia de pensadores como David Miller, Gilbert Durand, David Bohm, entre otros, Hillman comenta:
Entendí entonces por qué Corbin, durante los últimos días de los encuentros en España, se volvió tan prominente, y comprendí lo que se esperaba de Jung: muchos recurren a él como metafísico, e indudablemente me desvío de esta línea principal de intereses de Jung, y he evitado, incluso trabajado para anular, su metafísica a fin de no perder su psicología. Por eso percibí en Córdoba que psicologizar no era suficiente. La tradición crítica de ver a través, del perspectivismo, de la ambigüedad metafórica, del relativismo y la desubstancialización -mi vía negativa en el valle de la creación del alma- es necesario pero no suficiente. Es insuficiente tanto interna como externamente (…) En Córdoba me di cuenta de que lo que estaba haciendo era meramente seguir otra línea occidental de cientificismo y nihilismo. Peor: por evitar entrar en la metafísica estaba incitando a la decadencia de la civilización dentro de la catástrofe del nihilismo concretizado. Mi vía negativa, incluso con un contenido distinto a la invocación a crear el alma, la vivificación de la imaginación y la restauración de los dioses, queda así retenida como método crítico, un análisis como los que encontramos en el existencialismo básico, en la filosofía lingüística, en el operacionalismo y las teorías de la deconstrucción. ¿Era tan diferente de aquellas a las que me opongo? Tenemos una cosa en común: el fracaso en la lucha de forma constructiva y positiva contra la metafísica (…).
Lo que el alma hace -fantasear imágenes- ha sido condenado por la metafísica como ausencia de verdad, irreal y amoral. ¿Puede alguien estar en el alma y, aún así, llevar en serio las necesidades del alma más allá? He escrito sobre la necesidad de cumplir con el alma estando preso del alma. En otras palabras, ¿cómo entender la sugestiva frase de Jung esse in anima (OC6, §§ 78-80) con una metafísica psicológica?
Al revisar su posición sobre la cuestión de la metafísica, considerándola a partir de ese momento como una necesidad legítima del alma a ir más allá, Hillman desarrolla en el resto del texto una propuesta de construcción de aquello que llama «cosmología psicológica», basada en la idea de que aquello que los planetas son o hacen por sí mismos, lo que acontece más allá de los asuntos humanos, puede ser calculado astronómica y astrológicamente, es decir, la matemática de los movimientos literales de los planetas de hecho. También lo que va más allá puede ser imaginado psicológicamente mediante ficciones míticas. El más allá es casi literalmente una región mítica. Literalmente, una región mítica de poiesis a través de imágenes. Al contrario de otro tipo de principios primarios alcanzados mediante la intuición de la autoevidencia o del raciocinio deductivo e inductivo, esa región es accesible a la imaginación. Más que simplemente accesible: las ficciones míticas estimulan la imaginación. Generan imaginaciones mitológicas y, posteriormente, la libertad especulativa del alma.
Por último, en 1996, en un artículo titulado «Psicología, ¿monoteísta o politeísta?. Veinticinco años después», Hillman revisa uno de los textos clásicos y fundadores de la psicología arquetipal. Ahí comenta que el trabajo de hace veinticinco años intentaba, por un lado, llevar la psicología más allá de la consulta, hacia la filosofía y la mitología, y, por otro, llamar la atención de las teorías terapéuticas sobre la grave escisión existente en el seno de la cultura occidental, la oposición entre paganos y cristianos, entre politeísmo y monoteísmo. Hillman recuerda en el texto el camino recorrido por su pensamiento en esa época. Afirma que este conflicto histórico ha permanecido durante siglos y nunca fue dejado de lado, resucitando en los poetas, pintores y compositores que intentaron restaurar los mitos de los dioses antiguos, en los festivales folclóricos con sus evidentes huellas del paganismo mediterráneo y en la controversia teológica respecto a las imágenes, promovida en los concilios de la Iglesia cristiana, y la condena de herejes. Este conflicto entre monoteísmo y politeísmo se ha constelado también dentro de la práctica psicológica, donde las fuerza paganas volvieron a surgir con toda su potencia, como bien señalaron Freud y Jung al basar las patologías en mitos y las dolencias en dioses.
Nuevamente, como estoy intentando demostrar, Hillman se revisa al escribir:
Como es bien sabido, en el trabajo de estos veinticinco años he intentado rejuvenecer la consciencia apagada de la guerra entre el monoteísmo y el politeísmo, lanzándome enteramente a la batalla en el lado del politeísmo pagano (…). Lo que no reconocí entonces y ahora comienzo a ver es que una visión monoteísta informaba mis propios ojos al leer e interpretar la posición monoteísta. En otras palabras, estaba luchando a mi manera marcial -intemperante, inflexible y ciega- no como un antiguo romano pagano, sino con las mismas actitudes, casi fanáticas, que estaba atacando. Lidié con la Biblia con el mismo literalismo del que la acusaba. (…)¿Cómo leería un pagano aquellas páginas?(…)
Quiero demostrar que podemos revisar las historias bíblicas fundamentales de tal modo que nuestro método de lectura y del significado que da origen a esa lectura concuerden con el sentimiento pagano. Por «sentimiento pagano» entiendo un estilo que celebre el mito, las personificaciones, la fantasía, la complejidad y, especialmente, el humor, en vez de la significación única que lleva al dogma. Ahora volvemos a la Biblia con una mirada renovada tras veinticinco años de sensibilidad mítica y comprensión metafórica.
En estos tres momentos somos testigos, sorprendentemente, de la confesión de Hillman sobre su propia posición teórica. Es decir, James Hillman, el gran desliteralizador arquetípico del pensamiento junguiano, se reconoce capturado por el fervor del literalismo en alguno de sus textos y se ve más identificado de lo que le gustaría creer con aquellos que, en algunos momentos de su obra, fueron el blanco de su implacable furia marcial.
De esta observación quiero privilegiar un aspecto que me interesa particularmente. Al operar esas revisiones de su propio trabajo, Hillman abre espacio e inaugura la posibilidad de pensar la psicología arquetipal no como un sistema cerrado de ideas o como un bloque estático de pensamientos que puedan funcionar con el estatuto de dogmas, sino que, por el contrario, nos invita a que la psicología arquetipal pueda ser imaginada, re-imaginada, metaforizada a partir de diferentes lugares, trayectorias, puntos de vista, miradas e historias, abriéndose a infinitas significaciones.
Con el coraje de revisar su texto, Hillman aplica a la psicología arquetipal su propio veneno, phármakon, transformándola en una imagen en sentido hillmaniano, esto es, hace de un evento una experiencia dotada de valor psicológico. Liberando la imagen «psicología arquetipal» de la prisión del significado fijo, Hillman permite a quien se interese por sus ideas establecer una relación particular y singular con ese grupo de ideas llamado «psicología arquetipal». Propongo denominar esta tarea de creación individuación del texto.
Hasta aquí, mi interpretación, un elogio de la posibilidad de tener múltiples transferencias con un autor y su obra. Es decir, a cada revisión, un nuevo texto, una nueva lectura, una nueva imagen, produciendo incesantemente nuevas redes polisémicas que generan interpretaciones inéditas, extendiendo y ampliando de modo rizomático las fronteras de la psicología arquetipal en sus infinitas metamorfosis de sentido. Diferentes interpretaciones del texto de Hillman producen y renuevan el propio texto de Hillman. Mercurius duplex como práctica y ética de lectura.
En el año 2000 tuvo lugar en California un simposio coordinado por Hillman bajo el lema «Psicología arquetipal: retrospectiva y adquisiciones recientes». Preguntado sobre si se consideraba el fundador de una nueva escuela de pensamiento, Hillman respondió: No soy el fundador único de una escuela. No hay una sola psicología arquetipal. Existen varias psicologías arquetipales. Cita a varios exponentes: Paul Kluger, David Miller, Ginette Paris, Wolfgang Giegerich, Stanton Marlan, Noel Cobb, entre otros.
¿No será esta la huella de pluralidad que también caracteriza la práctica y la enseñanza de la psicología arquetipal y de las propias ideas de James Hillman en Brasil? A fin de cuentas, ¿cuántas lecturas de Hillman existen en Brasil?
La respuesta sólo puede ser plural: muchas. Del trabajo de traducción y enseñanza de Gustavo Barcellos al de Farley Valentin, del grupo Sizigia, en Fortaleza, del proyecto pionero del tratamiento de las drogodependencias a partir de las ideas de la psicología arquetipal propuesto por John Burns en Vila Serena, también en Sao Paulo, al conocimiento riguroso del pensamiento de Hillman y Giegerich de Joel Brinco Nascimento, en Vitoria, del trabajo del grupo Kairós, con los nombres de Ajax, Rosa, Wladia y otros del grupo Himma-Estudios de Psicología Imaginal, a los trabajos de Santina Rodrigues, André Mendes, Aline Fiamenghi, Sêrgio Anaute y otros, como nuestro propio grupo Rubedo y su larga relación con el pensamiento de Hillman. Varios grupos, diversas lecturas, diferentes interpretaciones, muchos «Hillmans».
Pienso que con este elogio de la pluralidad y la multiplicidad, marcas identitarias del pensamiento de Hillman, la psicología arquetipal puede protegerse de aquello que podría constituir el opuesto de su discurso, esto es, la paranoia. La paranoia, su discurso y su razón, son la muerte de la psicología arquetipal.
No me parece fortuito que Hillman hiciera de este tema el objeto de uno de sus textos más importantes, «Paranoia», conferencia dictada en Eranos en 1986. En este escrito, Hillman apunta dos aspectos centrales presentes en la paranoia. El primero se refiere a que la paranoia es un desorden del significado, y si el arquetipo del significado es el sí-mismo, la paranoia es entonces un desorden del sí-mismo. El segundo aspecto es que en la paranoia se da una prevalencia del literalismo sobre la realidad metafórica presente en cada evento psíquico, esto es, la paranoia es una demencia del literalismo y el fracaso en el arte de la metáfora. Sin embargo, quiero ir más allá de estos dos términos apuntados por Hillman y proponer que la paranoia es una «tiranía de la unificación o la maldición del Uno».
Lo que la clínica nos enseña es que a diferencia de la experiencia esquizofrénica, caracterizada por un alto grado de disociación y fragmentación, en la paranoia está siempre presente la cuestión del sentido. Es más, la paranoia es el imperio del sentido, sentido que siempre se dirige contra el sujeto. Por eso resalto esta dimensión de sentido único, invariable, fijo, unívoco. Podemos concluir entonces que todo paranoico es narcisista por excelencia, pues todo está siempre directamente remitido a su persona. El paranoico es auto-referencial, lo que muchas veces explica el carácter megalomaniaco de sus delirios.
Esta megalomanía aparece en forma de varias imágenes en la paranoia, pues el sujeto se supone y cree ser el centro del mundo. Todos le miran, todos hablan de él, todos le odian, todos quieren destruirle, todos le aman. En consecuencia, para el sujeto paranoico la traición es inminente, siempre hay espías por todas partes. No se puede descuidar, ni siquiera confiar, es preciso estar vigilante todo el tiempo a riesgo de ser traicionado en cualquier momento. El paranoico no confía, vigila.
Un detalle fundamental: el paranoico siempre manifiesta el sentimiento de ser único, y creerse único es siempre paranoico. Esta creencia de ser único es lo que lleva al paranoico a quererse, siempre, modelo para los demás. El paranoico es aquel que sabe lo que es bueno para los otros, el conocedor de los mejores caminos, quien sabe actuar del modo más correcto en las cuestiones cotidianas. Creerse único tiene como inevitable consecuencia toda especie de fantasía de traición, complots, desconfianzas y sospechas, pues para él todo aquel que no le admira querría destituirlo del lugar que cree ocupar.
Vemos ese fenómeno extremadamente presente en la dinámica paranoica, el delirio de traición. Al designarse líder de un grupo, sea el que sea, el paranoico designa inevitablemente entre sus seguidores a aquel que lo traicionará, como en el delirio de celos. Podemos entender así toda la paranoia de masas y el ambiente de terror que puede desarrollarse en los grupos liderados por un sujeto paranoico, que interpretará, siempre a partir de la auto-referencia, toda acción de sus seguidores como si estuviera dirigida hostilmente contra él, un motivo de complots, conspiraciones y golpes para derribarlo de su poder.
¿No sería ésta una de las causas de la interminable historia de escisiones y separaciones que han marcado el trayecto de los grandes pensadores de lo inconsciente, la relación de Freud y Jung, la de Lacan con la IPA, y tantas otras?
¿No sería también de esta trampa paranoica de la que escapa Hillman al señalar que nunca fue su deseo fundar un instituto o cualquier otra especie oficial de institución de formación de psicología arquetipal? ¿Podríamos pensar que la errancia y el nomadismo de Hillman, representados por sus sucesivos cambios de posición -en la década de los setenta, en la Universidad de Dallas, junto a Robert Sardello, Patricia Berry y Gail Thomas, en los años ochenta, en Londres, con Noel Cobb y Eva Loewe en el London Convivium for Archetypal Studies, y en los noventa, en el Pacifica Graduate Institute, con Mary Watkins, Ginette Paris y David Miller-, funcionaron como antídotos contra la trama paranoica de querer creerse modelo de excepción para todos?
Al no querer fijarse en un determinado punto revisando su obra constantemente, Hillman escapa al literalismo paranoico de la lectura correcta, esto es, de la creencia paranoica en la existencia de la lectura correcta, definitiva, final y unívoca. La creencia en el sentido único es la condición para la muerte de la pluralidad de las diferencias. Al proponer diferentes perspectivas de lectura de su texto, al abrir el campo multifacético de significaciones, Hillman escapa de caer en la tentación de la paranoia del Uno, de la tiranía de la unificación, de posicionarse como sujeto excepcional que se cree único.
Si la razón paranoica es el lugar del discurso homogéneo, centralizador, apagador de las diferencias y promulgador de un lugar de verdad y un saber único, Hillman, mercurialmente, fiel a su espíritu puer y a su descendencia astrológica -Plutón en ascendente, Sol y Luna en Aries, un «hijo de Marte»- evita ser capturado en esa trama.
Luchar contra la paranoia es defender la multiplicidad y la diferencia como condiciones fundadoras de cualquier posibilidad de ejercicio del cultivo del alma, el amor por las imágenes. Se trata aquí de un imperativo ético en nombre de la libertad de expresión de las imágenes y del libre ejercicio del pensamiento y de las ideas. Esta es la batalla, este el combate.
Por último, para luchar contra la paranoia de la tiranía de la unificación, del pensamiento único, es necesario tener un verdadero amor por la guerra. Guerra no como aniquilación del otro, sino como condición de respeto por la alteridad, rescate de lo heterogéneo, convivencia de las diferencias, amor por la diferencia del otro.
Eros y Marte juntos.
Esta es la invitación: ¡Bienvenidos a la guerra!
Marcus Quintaes

La distinción Alma/Espíritu como base para las diferencias entre psicoterapia y disciplina espiritual
de James Hillman (de Puer Papers, 1979)
Traducción de Enrique Eskenazi
“El camino hacia el mundo
es más difícil que el camino más allá de él”
Respuesta a Papini – Wallace Stevens
1. A la búsqueda del alma
Hace mucho y muy lejos de California y su acción, sus preocupaciones, sus compromisos, tuvo lugar en Bizancio, en la ciudad de Constantinopla, en el año 869, un Concilio de los Principales de la Sagrada Iglesia Católica, y es a causa de su reunión entonces y de otra reunión semejante cien años antes (Nicea, 787) que estamos reunidos esta noche en este cuarto.
Porque en ese Concilio en Constantinopla el alma perdió su dominio. Nuestra antropología, nuestra idea de la naturaleza humana, se transfirió de un cosmos tripartito de espíritu, alma y cuerpo (o materia) a un dualismo de espíritu (o mente) y cuerpo (o materia). Y esto porque en aquél otro Concilio, el de Nicea en 787, las imágenes fueron desposeídas de su inherente autenticidad.
Estamos esta tarde en este cuarto porque somos hombres modernos en busca de un alma, como una vez lo expresó Jung. Aún estamos a la búsqueda de reconstituir ese tercer lugar, ese reino intermedio de la psique -que es también el reino de las imágenes y el poder de la imaginación- del cual fuimos exiliados por hombres teológicos, espirituales, hace más de mil años: mucho antes de Descartes y las dicotomías a él atribuidas, mucho antes de la Ilustración y el positivismo y el cientificismo modernos. Estos antiguos acontecimientos históricos son responsables de las desnutridas raíces de nuestra cultura occidental y de la cultura de cada una de nuestras almas.
Lo que el Concilio de Constantinopla le hizo al alma sólo culminaba un largo proceso comenzado con Pablo, el Santo, de sustitución y ocultamiento, y de confusión para siempre después, de alma con espíritu. Pablo usa “psyché” sólo cuatro veces en sus Epístolas. “Psyché” aparece sólo cincuenta y siete veces en el Nuevo Testamento, comparada con las doscientas setenta y cuatro ocurrencias de “pneuma”. Toda una puntuación! De estas cincuenta y siete ocurrencias de la palabra “psyche”, más de la mitad están en los Evangelios y en los Hechos. Las Epístolas, la presentación de la doctrina, las enseñanzas de la escuela, podían exponer su teología y psicología sin demasiada necesidad de la palabra “alma”. Para Pablo, cuatro ocasiones fueron suficientes.
Gran parte de lo mismo es verdad respecto a los sueños y los mitos. La palabra “soñar” no aparece en el Nuevo Testamento; “sueno” (“onar”) acaece sólo en tres capítulos de Mateo (1, 2 y 26). “Mythos” acaece sólo cinco veces, peyorativamente. En cambio, hay un acento en los fenómenos del espíritu: milagros, hablar en lenguas, visiones, revelaciones, éxtasis, profecía, verdad, fe.
Porque nuestra tradición sistemáticamente si ha vuelto en contra del alma, cada uno de nosotros somos inconscientes de las distinciones entre alma y espíritu- equivocando por ello psicoterapia con disciplinas espirituales, confundiendo dónde coinciden y dónde difieren. Esta negación tradicional del alma continúa dentro de las actitudes de cada uno de nosotros, seamos cristianos o no, puesto que estamos inconscientemente afectados por la tradición de nuestra cultura, el aspecto inconsciente de nuestra vida colectiva. Desde que Tertuliano declaró que el alma (anima) es naturalmente cristiana, ha habido una cristiandad latente, una espiritualidad anti-alma, en nuestra alma occidental. Esto ha conducido eventualmente a una desorientación psicológica, y hemos tenido que volvernos a Oriente. Ubicamos, desplazamos o proyectamos en Oriente nuestra desorientación Occidental. Y mi tarea en esta clase es hacer lo que pueda por el alma. Parte de esta tarea, puesto que es ritualmente apropiado, es destacar el papel de C. G. Jung en lograr con esfuerzo aflojar los dedos muertos de estos dignatarios en la antigua Turquía, en parte restableciendo el alma como experiencia primaria y campo de trabajo, y mostrándonos modos -particularmente a través de las imágenes- de darnos cuenta de esa alma.
2. Psique e imagen
Los trescientos obispos reunidos en Nicea en 787 defendieron la importancia de las imágenes contra los enemigos de las imágenes, en especial el ejército imperial bizantino. Las imágenes eran veneradas y adoradas a lo largo del mundo antiguo -estatuas, íconos, pinturas y figuras de arcilla formaban parte de los cultos locales y eran el foco del conflicto entre el Cristianismo y las antiguas religiones politeístas. En la época del Concilio de Nicea había habido otra de estas largas batallas entre espíritu y alma, entre abstracciones e imágenes, entre iconoclastas e idólatras, tal como ocurren en la Biblia y en la vida de Mahoma, y tal como aquellas que ocurrieron en el Renacimiento y en la Reforma, cuando los hombres de Cromwell rompieron las estatuas de Cristo y de María en las iglesias de Inglaterra porque eran obra del Diablo y no cristianas. El odio a la imagen, el temor a su poder, y a la imaginación, es muy antiguo y muy profundo en nuestra cultura.
Ahora, en Nicea, se hizo una sutil y devastadora diferenciación. Ni los imaginistas ni los iconoclastas triunfaron completamente. Se sentó una distinción entre la “adoración” de las imágenes y la libre formulación de ellas por un lado, y la “veneración” de las imágenes y el control autorizado sobre ellas por el otro. Los concilios de la Iglesia separan cabellos, pero las raíces de estos cabellos están en nuestras cabezas, y la separación es de hecho profunda. En Nicea se hizo una distinción entre la imagen como tal, su poder, su plena realidad divina o arquetipal, y lo que la imagen representa, señala, significa. Así, las imágenes devinieron alegorías.
Cuando las imágenes se vuelven alegorías, los iconoclastas han vencido. La imagen misma se ha vuelto sutilmente debilitada. Sí, las imágenes son admitidas, pero sólo si son imágenes oficialmente aprobadas, ilustrativas de la doctrina teológica. La propia imaginería espontánea es espuria, demoníaca, diabólica, pagana, gentil. Sí, la imagen es admitida, pero sólo a fin de ser venerada por lo que representa: las ideas abstractas, las abstractas configuraciones, trascendentes detrás de la imagen. Las imágenes se vuelven modos de percibir doctrina, ayudas para enfocar la fantasía. Se vuelven representaciones, ya no más presentaciones, ya no más presencias del poder divino.
El año 787 marca otra victoria en nuestra tradición de espíritu sobre alma. La resurrección por parte de Jung de las imágenes era un regreso al alma y lo que él llamaba su formación espontánea de símbolos, su vida de fantasía (la cual, como él notaba, está inherentemente ligada al politeísmo) Al volverse a la imagen, Jung regresaba al alma, invirtiendo ese proceso histórico que en 787 había debilitado las imágenes y en 869 había reducido el alma al espíritu racional intelectual.
Aquí quiero recordar la posición de Jung, a partir de la cual he desarrollado la mía. La psicología de Jung se basa en el alma. Es una psicología tripartita. No se basa ni en la materia y el cerebro ni en la mente, el intelecto, el espíritu, la matemática, la lógica, la metafísica. No usa ni los métodos de la ciencia natural y la psicología de la percepción, ni los métodos de la ciencia metafísica y la lógica del conocimiento. Dice que su base está en un tercer sitio intermedio: “esse in anima”, “ser en el alma”. Y encontró esta posición al volverse directamente a las imágenes en sus pacientes enfermos y en sí mismo durante sus años de crisis.
El alma y sus imágenes, habiendo estado alienadas durante tanto tiempo de nuestra cultura consciente, podían ser reconocidas sólo por el alienista (o por el artista, para quien la imaginación y la locura siempre han sido primos que se besan en la antropología de nuestra cultura). De modo que, dijo Jung, si Ud. está en busca del alma, vaya en primer lugar a las imágenes de su fantasía, pues así es como la psique se presenta directamente. Toda consciencia depende de imágenes de la fantasía. Todo lo que sabemos sobre el mundo, sobre la mente, el cuerpo, sobre cualquier cosa en absoluto, “incluyendo el espíritu” y la naturaleza de lo divino, viene mediante imágenes y se organiza por fantasías en un patrón u otro. Esto es verdad incluso para tales estados espirituales como pura luz, el vacío, o la ausencia, o la gozosa fusión, cada uno de los cuales se capta o estructura en el alma de acuerdo a uno u otro patrón arquetipal de la fantasía. Puesto que estos patrones son arquetipales, siempre estamos en una u otra configuración arquetipal, una u otra fantasía, inclusive la fantasía del alma y la fantasía del espíritu. El “inconsciente colectivo”, que abarca los arquetipos, significa nuestra inconsciencia de la fantasía colectiva que domina nuestros puntos de vista, ideas, conductas, mediante los arquetipos.
Dejadme continuar sólo un momento con Jung -aunque ya casi estamos en la parte abstracta, intelectual, de esta clase- quien dice “Cada proceso psíquico es una imagen y un imaginar”. El único conocimiento que tenemos que sea inmediato y directo es conocimiento de estas imágenes psíquicas. Y además, cuando Jung emplea la palabra “imagen”, no quiere decir el reflejo de un objeto o una percepción; esto es, no quiere decir un recuerdo o una imagen derivada. En cambio dice que su término se deriva “del uso poético, propiamente, una figura fantasiosa o imagen de la fantasía”
He enunciado esto porque quiero que sepáis lo que estoy haciendo. Estoy mostrando cómo el alma mira al espíritu, como se ven los picos desde el valle, desde el mundo de fantasía que es la variable estructura de nuestra consciencia y de sus formulaciones, que siempre están configuradas por imágenes arquetipales. Siempre estamos en una u otra metáfora-raíz, fantasía arquetipal, perspectiva mítica. Desde el punto de vista del alma nunca podemos salir del valle de nuestra realidad psíquica.
3. Alma y espíritu
He llamado a esta charla “Picos y Valles”, esperando separar estas imágenes a fin de contrastarlas tan vívidamente como pueda. Parte de ese separar y contrastar es la emoción del odio. De modo que hablaré con odio y con impulso de lucha, o “eris”, o “polemos”, del cual Heráclito, el primer antepasado de la psicología, había dicho que es el padre de todo.
El significado contemporáneo de “pico” fue desarrollado por Abraham Maslow, quien a su vez estaba en resonancia con una imagen arquetipal, puesto que los picos han pertenecido al espíritu desde el Monte Sinaí y el Monte Olimpo, Monte Patmos y el Monte de los Olivos, y el Monte Moriah del primer Abraham patriarcal. Y podrían fácilmente nombrarse otra docena de montañas del espíritu. No requiere muchas explicaciones darse cuenta de que la experiencia pico es un modo de describir la experiencia pneumática, y que la escalada a los picos está en busca del espíritu o es el impulso del espíritu en busca de sí mismo. El lenguaje empleado por Maslow acerca de la experiencia pico -”auto-validante, auto-justificadora, y que lleva su propio valor intrínseco consigo”, la semejanza a Dios y proximidad a Dios, el absolutismo e intensidad- es un modo tradicional de describir las experiencias espirituales. Maslow se merece nuestra gratitud por haber reintroducido el “pneuma” en la psicología, incluso si su movimiento ha sido compuesto por la antigua confusión de pneuma con psyche. Pero ¿qué hay acerca de la “psyche” de la psicología?
Los valles en verdad necesita más exposición, así como todo lo que tiene que ver con el alma necesita ser cuidadosamente imaginado, lo más exactamente que podamos. “Valle” viene de los Románticos: Keats usa el término en una carta, y he tomado este fragmento de Keats como un lema psicológico: “Llama al mundo, si quieres, el valle de hacer alma. Entonces descubrirás el uso del mundo”
Valle, en el lenguaje religioso usual de nuestra cultura, es un lugar emocional hundido -el valle de las lágrimas; Jesús caminó por este valle solitario, el valle de la sombra de la muerte. La primera definición de “valle” en el Diccionario Oxford de Inglés es “gran depresión o vacío”. Los significados de “valle” y “cuenca” incluyen subcategorías enteras refiriéndose a tales tristes cosas como el declive de los años y la vejez, el mundo contemplado como un lugar de problemas, pena y llanto, y el mundo contemplado como el escenario de lo mortal, lo terrenal, lo vil.
Hay también una asociación femenina con los valles (a diferencia de los picos). Lo encontramos en el Tao Te King, 6; en las metáforas morfológicas freudianas, donde el río de valle rodeado de árboles y poblado de vida animal es un equivalente para la vagina; y también hallamos una connotación femenina del valle en la mitología. Pues los valles son los lugares de las ninfas. Una de las explicaciones etimológicas de la palabra “ninfa” considera que son personificaciones de los jirones y nubes de niebla adheridas a los valles, laderas de las montañas y fuentes de agua. Las ninfas velan nuestra visión, nos hacen cortos de vista, miopes, atrapados -no hay distancia de largo alcance, no hay proyectos ni profecías como desde los picos.
Este par pico/valle también es empleado por el catorceavo Dalai Lama del Tíbet. En una carta (a Peter Goullart) escribe:
“La relación de la altura con la espiritualidad no es meramente metafórica. Es una realidad física. Los pueblos más espirituales de este planeta viven en los lugares más altos. Y también las flores más espirituales… Llamo a los aspectos elevados y luminosos de mi ser “espíritu”, y a los aspectos oscuros y pesados, “alma”.
El alma está en casa en los valles profundos, sombríos. Allí crecen pesadas flores aletargadas, saturadas de negro. Los ríos fluyen como almíbar dulce. Se vacían en enormes océanos de alma.
El espíritu es una tierra de altura, blancos picos y lagos y flores como joyas resplandecientes. La vida es parca y los sonidos viajan grandes distancias.
Hay música del alma, comida del alma, danza del alma y amor del alma…
Cuando el alma triunfó, los pastores vinieron a los lamasterios, puesto que el alma es comunitaria y le gusta tararear al unísono. Pero el alma creativa anhela el espíritu. Fuera de las selvas del lamasterio, los monjes más bellos un día se despiden de sus camaradas y parten a hacer su viaje solitario hacia los picos, para aparearse allí con el cosmos…
El espíritu no procrea en la desolación altiva, pues la desolación es de las profundidades, como lo es la procreación. En estas alturas, el espíritu deja al alma muy atrás…
La gente necesita escalar la montaña no simplemente porque ésta se encuentra allí sino porque la divinidad animosa necesita aparearse con el espíritu…[abreviado]”
Quisiera señalar una o dos pequeñas curiosidades en esta carta. Pueden ayudarnos a ver aún más el contraste entre alma y espíritu. Primero, ¿habéis advertido cuán importante es ser “literal” y no “meramente metafórico” cuando uno toma el punto de vista espiritual? Además, este punto de vista requiere la “sensación física” de altura, de “subida”. Luego ¿habéis visto que son los monjes “más bellos” los que abandonan a sus hermanos, y que su apareamiento es con el cosmos, un apareamiento comparado con la nieve? (Una vez, en nuestra tradición Occidental de caza de brujas, un tiempo obsesivamente preocupado con proteger al alma de los espíritus erróneos -y viceversa- el diablo se identificó por su pene de hielo y su esperma fría). Y finalmente ¿habéis advertido los dos tipos de “simbolismo de anima”: las flores oscuras, pesadas, aletargadas al lado de los ríos de jarabe dulce y las flores de pétalos virginales de los glaciares?
Estoy tratando de dejar que las “imágenes” del lenguaje señalen nuestras distinciones. Este es el modo de proceder del alma, puesto que es el modo de los sueños, reflejos, fantasías, ensueños y pinturas. Podemos reconocer lo que es espiritual por su estilo de imaginería y de lenguaje: y lo mismo con el alma. Dar “definiciones” de espíritu y alma -el uno abstracto, unificado, concentrado; la otra concreta, múltiple, inmanente- pone la distinción y el problema en el lenguaje del espíritu. Habríamos ya dejado el valle; estaríamos haciendo diferencias como un investigador, estableciendo qué corresponde con qué de acuerdo a la lógica y la ley en lugar a hacerlo de acuerdo con la imaginación.
Volvámonos a otra cultura un poco más cercana a casa, si bien lejana en el tiempo: los antiguos santos del desierto en Egipto, a quienes podríamos llamar los fundadores de nuestra tradición ascética occidental, nuestra disciplina del espíritu.
Primero debemos recordar que estos hombres eran egipcios, y como ha mostrado Violet MacDermott, sus movimientos espirituales deben entenderse en relación con sus antecedentes religiosos egipcios. Como heredero de una duradera religión politeísta, el santo del desierto intentaba “invertir los efectos psicológicos de la antigua religión”. Su disciplina aspiraba a separar al monje de su comunidad humana y también de la naturaleza, las cuales eran de importancia vital para la religión politeísta en la que lo divino y lo humano se interpenetraban por doquier (esto es, en el valle, no sólo en el pica o el desierto). Al vivir en una cueva -el lugar de entierro de la antigua religión- el santo del desierto realizaba una mimesis de la muerte: los rigores de su disciplina espiritual, sus posturas peculiares, el ayuno, el insomnio, la oscuridad, etc. Estos rigores le ayudaban a soportar el asalto de los demonios, las influencias ancestrales de los muertos, así como su historia personal y cultural.
“El mundo de los Dioses era, en Egipto, también el mundo de los muertos. Mediante los sueños, los muertos se comunicaban con los vivos… y por ello el sueño representaba un tiempo en que su alma se veía sometida a su cuerpo y a aquellas influencias que derivaban de su antigua religión… su ideal era dormir lo menos posible”
De nuevo habréis advertido el alejarse del sueño y los sueños, lejos de la naturaleza y la comunidad, lejos de la historia personal y ancestral y de la complejidad politeísta. Estos factores de los cuales quiere liberarse la disciplina espiritual dan indicaciones específicas sobre la naturaleza del alma.
Hallamos otro contraste entre alma y espíritu, expresado en términos diferentes de los espirituales que hemos examinado, en el pequeño volumen de E.M. Forster “Aspectos de la Novela”, en el que establece los componentes básicos del arte de la novela. Distingue entre fantasía y profecía. Dice que ambas suponen la mitología, los dioses. Entonces conjura a la fantasía con estas palabras:
“…ahora invoquemos todos los seres que habitan el aire inferior, las aguas poco profundas, y las colinas más pequeñas, todos los Faunos y Dríades y deslices de memoria, todas las coincidencias verbales, Pans y juegos de palabras (“puns” en inglés), todo lo que es medieval de este lado de la tumba [por lo cual presiento que quiere decir lo burdo, común y humorístico, lo diario, lo grotesco y lo extraño, incluso bestial, pero también festivo]”
Cuando Forster llega a la profecía obtenemos aún más imágenes del espíritu, puesto que la profecía en la novela pertenece a:
“lo que trasciende nuestras habilidades, aún cuando es la pasión humana la que las trasciende, las deidades de la India, Grecia, Escandinavia y Judea, a todo lo que es medieval más allá de la tumba y a Lucifer hijo de la mañana [y esto último lo tomo como significando “el problema del bien y del mal”]. Por sus mitologías distinguiremos estos dos tipos de novelas”
Por sus mitologías también distinguiremos nuestras terapias.
Forster continúa con las comparaciones, pero debemos partir, recogiendo sólo unas pocas observaciones dispersas. El espíritu (o el estilo profético) es humilde pero sin humor. “Puede implicar cualquiera de las fe que han perseguido a la humanidad -Cristianismo, budismo, dualismo, Satanismo, o la mera elevación del amor y el odio humano a tal poder que sus receptáculos normales ya no los contienen“. (Recordaréis el lama apareándose con el cosmos, el solitario santo del desierto). La profecía (o el espíritu) es principalmente un tono de voz, un acento, tal como hallamos en las novelas de D. H. Lawrence y Dostoievski. La fantasía (o alma, en mis términos) es una cualidad maravillosa de la vida diaria. “El poder de la fantasía penetra en cada rincón del universo, pero no en las fuerzas que lo gobiernan -las estrellas que son el cerebro de los cielos, el ejército de la ley inalterable, permanecen intocados- y las novelas de este tipo tienen un aire improvisado…” Aquí pienso en las asociaciones libres de Freud como un “método” en psicología, o en el modo de escribir de Jung, donde ningún parágrafo sigue lógicamente al anterior, o en la figura de Lévi-Strauss, el “bricoleur”, el artesano y su manera casual de juntar collages, y cuán diferente es este estilo psicológico de aquél de la meditación trascendental intensamente enfocada, el alejamiento, el vaciamiento.
Y finalmente para nuestro propósitos, Forster dice acerca de las novelas de fantasía, o escritura del alma: “Si ha de invocarse especialmente a un dios, que sea Hermes- mensajero, ladrón y conductor de las almas…”
Forster apunta a algo más acerca del alma (mediante su noción de fantasía) y este algo más es “historia”. El alma nos involucra en la historia -nuestra historia de caso individual, la historia de nuestra terapia, nuestra cultura como historia. (Hemos visto al asceta copto intentando vencer la historia ancestral mediante prácticas espirituales). Aquí también hablo el lenguaje del alma al recurrir todo el tiempo a ejemplos históricos, tal como el viejo E. M. Forster, hombrecillo melindroso en su cuarto de Cambridge, ahora muerto, y los ya muertos Freud y Jung, regresando a viejos mitos y a sus estudiosos, a las etimologías y la historia en palabras, y hasta algunas localidades geográficas específicas, los valles actuales del mundo. Pues este es el modo en que procede el alma. Este es el método psicológico, y el método psicológico permanece dentro de este mundo de valle, a través del cual pasa la historia y deja sus rastros, nuestros “antepasados”.
Los picos cancelan la historia. La historia debe vencerse. La historia es sin sentido, Henry Ford, fabricante profético de obsolescencia, y el pasado es un cubo de cenizas, dijo Carl Sandburg, cantante profético. De modo que los operarios del espíritu y los buscadores del espíritu ante todo deben escalar por encima de los deshechos de la historia, o profetizar su fin o su irrealidad, el tiempo como ilusión, así como la historia de sus localidades individuales y particulares, sus particulares raíces étnicas y religiosas (el nada favorecido término de Jung “inconsciente racial”). Así, desde el punto de vista del espíritu, no hay diferencia si nuestro maestro es un Zaddik de un “shtetl” polaco, un indio debajo de un cactus mejicano o un maestro japonés en un jardín de piedras; estas diferencias no son sino condicionantes de la historia, residuos personales. El espíritu es impersonal, arraigado no en el alma local, sino intemporal.
Cabalgaré este caballo de la historia hasta que caiga, porque sostengo que la historia se ha vuelto la Gran Reprimida. Si en la época de Freud la sexualidad era la Gran Reprimida y la creadora del fermento interno de la psiconeurosis, hoy lo que no toleramos es la historia. No; cada uno somos Prometeos con un saco de posibilidades, esperanzas de Pandora, abiertos, sin preocupaciones, el futuro ante nosotros, tan variados, tan bellos, tan nuevos -hombres y mujeres nuevos y liberados viviendo hacia delante en una ficción científica. De modo que la historia retumba por debajo, funcionando en nuestros complejos psíquicos.
Nuestros complejos son historia en obra en el alma: el socialismo de nuestro padre, el fundamentalismo de su padre, y me reacción en contra de ellos como Hefner al Metodismo, Kinsey a los Boy Scouts, Nixon a los Quakeros. Es tanto más fácil trascender la historia escalando la montaña y que venga lo que sea, que trabajar en la historia en nuestro interior, nuestras reacciones, hábitos, morales, opiniones, síntomas que impiden un verdadero cambio psíquico. El cambio en el valle requiere el reconocimiento de la historia, una arqueología del alma, un cavar en las ruinas, una re-colección (recordar). Y un plantar en un suelo geográfico e histórico específico con su propio olor y sabor, en conexión con los espíritus de los muertos, el “alma -po“ sumergida en el suelo de abajo.
Desde el punto de vista del alma y la vida en el valle, el escalar la montaña parece una deserción. Los lamas y santos “se despiden de sus camaradas”. Como aquí estoy como abogado del alma, tengo que presentar su punto de vista. Su punto de vista aparece en la gran depresión vacía del valle, en el abatimiento interior y cerrado que acompaña a la exaltación del ascenso. El alma se siente dejada detrás, y vemos a esta alma reaccionar con resentimientos de anima. Las enseñanzas espirituales advierten con frecuencia al iniciado acerca de murmuraciones introspectivas, acerca de los celos, el despecho, y la mezquindad, acerca de apegos a sensaciones y recuerdos. Estas precauciones presentan una fenomenología precisa de cómo se siente el alma cuando el espíritu se despide.
Si una persona está a la vez en terapia y en una disciplina espiritual -Vedanta, ejercicios respiratorios, meditación trascendental, etc. – el maestro espiritual bien podría considerar el análisis como una pérdida de tiempo con ilusiones y trivialidades. El analista podría considerar los ejercicios espirituales como una raja en la vasija psíquica, una huida o bien a la fisicidad (somatizar, un tipo de conversión histérica sofisticada) o hacia la metafisicidad. Estas son condiciones que crecen en el mismo seto, pues ambas fisicizan, substancian, hipostatizan, tomando sus conceptos como cosas. Ambas pierden el “como si”, el enfoque metafórico de Hermes, olvidando que la metafísica también es un sistema de fantasía, si bien uno que desgraciadamente debe tomarse a sí mismo como literalmente real.
Además de estas mutuas acusaciones de trivialidad, hay una cuestión más esencial que nos preguntamos en nuestros sillones psicoanalíticos: “Quién” está haciendo el viaje? No hay discusión aquí acerca del valor relativo de las doctrinas o los objetivos; ni es un análisis de las visiones vistas y las experiencias sentidos. La situación esencial no es el análisis del contenido de las experiencias espirituales, puesto que hemos visto experiencias semejantes en los hospitales del estado, en sueños, en viajes con drogas. Tener visiones es fácil. La mente nunca deja de exudar y manar la savia y el jugo de la fantasía, y luego congela este juego en monumentos paranoides de verdad eterna. Y luego, ¿no son con frecuencia estos acontecimiento aparentemente sorprendentes de luz, de sincronicidad, de visión espiritual en un viaje de LSD, triviales -ver el universo revelado en la costura de un botón o en un rastro de linóleo- al menos tan trivial como lo usualmente ocurre en la sesión de terapia que separa los embrollos de la escena doméstica cotidiana?
La cuestión de qué es trivial y qué es significativo depende del arquetipo que da significado, y esté -dice Jung, es el sí-mismo. Una vez que se constela el sí-mismo, el “significado” viene con él. Pero como con cualquier acontecimiento arquetipal, tiene su lado locamente indiferenciado. De modo que uno puede verse abrumado por una significación desubicada, inferior, paranoide, así como un puede verse abrumado por eros y la propia alma (anima) sometida a las angustias de un amor ridículo y desesperado. La desproporción entre el contenido trivial de un acontecimiento sincronístico por un lado, y por el otro el sentimiento gigantesco de significado que viene con él, muestra lo que quiero decir. Como una persona que se ha enamorado (fallen into love), así una persona que ha caído fascinada por el significado (fallen into meaning) comienza el proceso de auto-validación y autojustificación de trivialidades que pertenecen a la experiencia del arquetipo dentro de cada complejo y forma parte de su defensa. Por ello hay poca diferencia, psicodinámicamente, si caemos en la sombra y justificamos nuestros desórdenes de moralidad, o el ánima y nuestros desórdenes de belleza, o el si-mismo y nuestros desórdenes de significado. La paranoia ha sido definida como un desorden del significado -esto es, puede referirse a la influencia de un arquetipo de sí-mismo poco diferenciado. Parte de este desorden es la misma sistematización que, por medios defensivos de la doctrina de la sincronicidad, podría dar un profundo orden significativo a una coincidencia trivial.
Aquí volvemos a M. Forster, quien nos recordaba que la voz del espíritu es humilde y la del alma llena de humor. La humildad es temida y evitada por el significado: el alma se toma los mismos acontecimientos más como los equívocos (puns) y travesuras de Pan. Humildad y humor son dos modos de descender al “humus”, a la condición humana. La humildad haría que nos inclináramos al mundo y pagáramos lo que se debe a su realidad. Devolver al Cesar. El humor nos trae abajo con una metida de pata. Una realidad pesadamente significativa se vuelve sospechosa, se miramos a través de ella, el mundo se vuelve risible -la paranoia se disuelve y la sincronicidad se vuelve espontaneidad.
Así, la relación del analista del alma con el acontecimiento espiritual no es en términos de las doctrinas o de los contenidos. Nuestro interés es por la persona, el Quién, que asciende la montaña. También preguntamos, ¿Quién ya está allá arriba, llamando?
Esta pregunta no es tan diferente de una planteada en las disciplinas espirituales, y es crucial. Puesto que no es el viaje y sus estaciones y senderos, ni el ritmo del ascenso o la pendiente de la ladera, o el pico y su experiencia, ni siquiera el regreso- es la persona en la persona que incita toda la empresa. Y aquí recurrimos a la historia, al ego histórico, a nuestra voluntad de poder Nor-Occidental, la misma voluntad de poder que traía a California a los misioneros y a los cazadores, los ganaderos y los rancheros y los sembradores, los cultivadores de naranjas y los cultivadores de viñedos, y los sectarios, y los buscadores de oro y los constructores de trenes . ¿Puede dejarse esto detrás de la puerta como un polvoriento par de zapatos gastados, como cuando avanza hacia la perfumada alfombrilla del cuarto de meditación? ¿Puede cerrarse la puerta a la persona que en primer lugar lo trajo a uno hasta el umbral?
El movimiento de un lado del cerebro al otro, de la tediosa vida cotidiana al supermercado de la superconsciencia, de la basura a la trascendencia, el enfoque de “estados alterados de conciencia” -para resumirlo- niega este ego histórico. Es un enfoque que se retrotrae a Saul cuando se volvió Pablo, conversión en lo opuesto, deshaciéndose del propio trasero en un relámpago.
De modo que podéis ver que la cuestión arquetipal no es ni “cómo” ocurre el conflicto alma/espíritu, ni “por qué”, sino “quién” de entre la variedad de figuras de que estamos compuestos, qué figura arquetipal o persona está involucrada en este acontecimiento. ¿Qué Dios está en obra al llamarnos hacia la montaña o al contenernos en los valles? Para la psicología arquetipal hay un Dios en cada perspectiva, y en cada posición. Todas las cosas están determinadas por imágenes psíquicas, inclusive nuestras formulaciones del espíritu. Todas las cosas se presentan a la conciencia en las formas de una u otra perspectiva divina. Nuestra visión es mimética con uno u otro de los Dioses.
¿Quién asciende la montaña: es el inconsciente bienhechor cristiano en nosotros, aquél que ha perdido su cristiandad histórica y es un inconsciente cruzado, caballero andante, misionero, salvador? (Tiendo a ver más peligroso socialmente al “Soldado Cristiano” latente de nuestro cristianismo inconsciente que a la llamada psicosis latente, u homosexualidad latente, o a la depresión latente y enmascarada)
¿Quién asciende la montaña: es el Escalador, un hombre que quisiera ser la montaña misma, yo sobre el Monte Rushmore -ahora humilde, para aguardad y ya veréis…?
¿Es el ego heroico? ¿Es Hércules, todavía con las mismas tareas: limpiar los establos de la polución, matar a las criaturas de las ciénagas, apalear a sus animales, rechazar la llamada de las mujeres, progresar a través de doce estadios (al final para enloquecer y casarse con Hebe, que es Hera, Mamá, en su forma más joven dulce, sonrientemente hebefrénica)?
¿Es el que asciende es el ímpetu espiritual del “puer aeternus”, la imagen del dios alado en cada uno de nosotros, el hermoso muchacho del espíritu -Icaro en su camino hacia al sol, y luego cayendo a plomo con las alas de cera; Faetón conduciendo el carro del sol y perdiendo el control, quemando el mundo; Belerofonte, ascendiendo en su blanco caballo alado para caer en las planicies y quedar cojo para siempre? Estos son los escaladores puer, los salteadores del cielo, cuyo eros refleja la antorcha y la escalera de Eros y su flecha buscadora, un anhelo de lo más alto y lo más lejano y más y más puro y mejor. Sin este componente arquetipal afectando nuestras vidas, no habría impulso espiritual, ni nuevas chispas, ni ir más allá de lo dado, ni grandeza ni sentido de destino personal.
De modo que psicológicamente, y quizás también espiritualmente, la situación es una de hallar conexiones entre el impulso ascensional del puer y el abrazo empañado y atrapador del alma. Mi noción de esta conexión evitaría dos tendencias. La primera sería llevar también el alma hacia arriba, “liberarla” de su valle -la demanda trascendentalista. La segunda reduciría el espíritu a un complejo y negaría así la legítima ambición del puer y arte del vuelo -la demanda psicoanalítica. Recordemos aquí que aquél que no puede volar no puede imaginar, como dijo Gaston Bachelard, y también Mohammad Ali. Imaginar en un verdadero vuelo elevado, un modo de caída libre, caminar sobre el aire, para experimentar la realidad neumática y su inflación concomitante, uno debe imaginar fuera del valle, por encima de los campos de cereales y el pan cotidiano. A veces esto es demasiado para los analistas profesionales, y al no reconocer los reclamos arquetipales del puer, frustran la imaginación.
Volvámonos ahora a la conexión puer-psique sino forzar las aspiraciones de ninguna de esas figuras sobre la otra.
4. El matrimonio puer-psique
La acomodación entre el espíritu que busca ascender por un lado y la ninfa, el valle o el alma por el otro, puede imaginarse como el matrimonio puer-psique. Ha sido re-contado de muchas maneras – por ejemplo, en “Mysterium coniunctionis” de Jung como una conjunción alquímica de substancias personificadas, o en el cuento de Apuleyo sobre Eros y Psique. De la misma manera que en estos modelos, imaginemos en un estilo personificado. Entonces podremos sentir las diferentes necesidades dentro de nosotros como voliciones de personas distintas, donde puer es el Quien en nuestro vuelo espiritual, y anima (o psique) es el Quien en nuestra alma.
Ahora, lo importante acerca del anima es aquello que siempre se ha dicho sobre la psique: es insondable, inaprensible. Pues el anima, “el arquetipo de la vida”, como Jung la ha llamado, es esa función de la psique que es su vida actual, la confusión presente en la que está, su descontento, deshonestidades y emocionantes ilusiones, junto con las encaladas esperanzas de un resultado mejor. Las situaciones que presenta son tan infinitas como profunda es el alma, y acaso estos mismos “problemas” laberínticos son su profundidad. El anima enreda y tuerce y nos enrolla hasta el punto de ruptura, realizando la “función de relación”, otra de las definiciones de Jung, una definición que se vuelve convincente sólo cuando nos damos cuenta de que relación significa perplejidad.
Esta confusión de psique es lo que la consciencia “puer” necesita para casarse a fin de emprender “la batalla de los sexos”. Los oponentes del espíritu son antes que nada las molestias bajo su propia piel: los humores matinales, los síntomas, las prevaricaciones en las que se entrampa, y la vanidad. El puer necesita combatir la irritabilidad de esta “mujer” interior, su pereza pasiva, sus ilusiones por los dulces y los halagos -todo lo cual el análisis llama “autoerotismo”. Este combatir es un combatir “con”, más que un combatir por o un combatir contra el anima, un abrazo estrecho, tenso, dedicado en muchas posiciones de intercambio, donde la locura del puer se encuentra con la confusión y la desviación psíquica, y donde esta locura se refleja en ese espejo deformante. No es recto ni es claro. Ni siquiera conocemos qué armas usar o dónde esta el enemigo, puesto que el enemigo parece ser mi propia alma y mi corazón y mis más queridas pasiones. El puer es dejado solo con su locura a la cual, a lo largo de la batalla, ha de recurrir con tanta frecuencia que aprende así a cuidarla como valiosa, como la única cosa que él es verdaderamente, su unicidad y limitación. El reflejo en el espejo del alma conduce a que uno vea la locura del propio impulso espiritual, y la importancia de esta locura.
Precisamente de ésto es de lo que se trata en la lucha con el anima y lo que la psicoterapia es en tanto que el sitio de esta lucha: descubrir la propia locura, el propio espíritu singular, y ver la relación entre el propio espíritu y la propia locura, que hay locura en el propio espíritu y que hay espíritu en la propia locura.
El espíritu necesita testimoniar esta locura. O dicho de otro modo, el puer toma su impulso y su meta literalmente a menos que haya un reflejo que haga posible una comprensión metafórica de su impulso y su meta. Al testimoniar como el experimentador receptivo y el imaginador de las acciones del espíritu, el alma puede contener, nutrir y elaborar en fantasía el impulso del puer, aportarle sensualidad y profundidad, comprometerlo en los engaños de la vida, cuidarlo para mejor o para peor. Entonces el individuo en quien estos dos componentes se están desposando comienza a llevar consigo su propio espejo reflejante y su eco. Se vuelve consciente de lo que significan sus acciones espirituales en términos de la psique. El espíritu vuelto hacia la psique, en lugar de desertarla por los sitios elevados y el amor cósmico, encuentra siempre posibilidades ulteriores de ver a través de las opacidades y ofuscaciones en el valle. La luz del sol entra en el valle. La Palabra participa de la charla y el cotilleo.
El espíritu demanda que la psique le ayude, no que lo rompa o lo subyugue o lo deje de lado como una rareza o una enfermedad. Y pide al analista que actúa en nombre de la psique, que no vuelva al alma en contra de la aventura del puer sino que, en su lugar, prepare el deseo de ambos el uno por el otro.
Desgraciadamente gran parte del cosmos psicoterapéutico está dominado por la perspectiva de la adaptación social de Hera (y su siervo favorito, el fuerte ego de Hércules que se hace cargo). Hera sale a coger al renegado espíritu puer para “hacer” algo sensato de él. El espíritu puer no es visto en su auténtico valor arquetipal. Los sacerdotes y sacerdotisas de Hera de la consulta psicológica intentan aclarar los problemas, dar apoyo terapéutico, tratando de comprender qué inquieta a una persona. El asesoramiento psicológico literaliza entonces los problemas y, matando la posibilidad de ver a través de su locura, mata el espíritu.
Los psicólogos que no atienden lo suficiente al espíritu olvidan que es uno de los componentes esenciales de la conjunción y no puede ser despachado como un viaje mental, como intelecto, como sólo teología o metafísica o una huida más del puer. El espíritu descuidado entra en la psicología a través de la puerta trasera, disfrazado como sincronicidad, magia, oráculos, ciencia ficción, auto-simbolismo, mandalas, tarot, astrología, y otras indiscriminaciones, igualmente proféticas, ahistóricas y carentes de humor. Porque se requiere espíritu para discernir entre los espíritus.
”Diakrisis” en sí misma es un don del espíritu, y el psicólogo que rechaza al puer traquetea fortalecido por mecanismos doctrinales de maestros muertos, con sus propias velas imaginativas decaídas o nunca siquiera desplegadas, girando en círculos en las planicies de un bajo perfil, una humildad de horizontes chatos: la práctica de la psicoterapia.
Una vez que el espíritu se ha vuelto hacia el alma, el alma puede contemplar sus propias necesidades de un modo nuevo. Entonces estas necesidades ya no son intentos de adaptarse a los requerimientos civilizadores de Hera, o la insistencia de Venus de que amor es Dios, o las curas médicas de Apolo, o incluso a la tarea de Psyche de hacer-alma (soul making). No sólo presenta la psique sus síntomas y sus reclamos neuróticos por aprender solamente el amor, o por la comunidad, o por mejores matrimonios y mejores familias, o por la independencia. Por el contrario, estas demandas piden también inspiración, visión de largo alcance, eros ascencional, vivificación e intensificación (NO relajamiento), radicalidad, trascendencia y significado -en breve, la psique tiene necesidades espirituales, que la parte puer de nosotros puede satisfacer. El alma pide que sus preocupaciones no sean despachadas como triviales sino vistas a través en términos de perspectivas más elevadas y más profundas, las verticalidades del espíritu. Cuando nos damos cuenta de que nuestro malestar psíquico apunta a un ansia espiritual más allá de lo que la psicología ofrece y que nuestra sequedad espiritual apunta a una necesidad de aguas psíquicas más allá de lo que ofrece la disciplina espiritual, entonces comenzamos a cambiar tanto terapia como disciplina.
El matrimonio puer-psique resulta en primer lugar en una interioridad acrecentada. Construye un espacio amurallado, el tálamo o la cámara nupcial, ni pico ni valle, sino más bien un sitio donde ambos pueden ser mirados a través de ventanas de cristal o cerrados con puertas. Esta interioridad aumentada significa que cada nueva inspiración del puer, cada idea ardiente, en cualquier momento de la vida y en cualquier persona, recibe psiquización. Será primero arrojada a través de los caminos laberínticos del alma, que serpentea y la vuelve más lenta y la alimenta desde varios lados (las “muchas” ayas y las “muchas” ménades) transformando al espíritu de su manía unidireccional hacia arriba en “polytropos”, la multivariedad del viejo héroe Hermético, Ulises. El alma realiza el servicio de tortuosidad a la flecha del puer, aportando a las compulsiones sulfúricas del espíritu la sal duradera del alma.
De modo similar para el alma: la cámara nupcial intensifica el linaje, le da calor y presión, construyendo alma a partir de nubes amorfas en necesidades impulsivas. Y estas, por beneficio del puer, se formulan en lenguaje. Hay un sentido de proceso, dirección, continuidad dentro la propia vida interior de sueños y deseos. El sufrimiento comienza a tener sentido. En lugar de los apareamientos repetitivos y usuales de jóven-ninfa de virginal inocencia acoplada con semillas desperdiciadas insensatamente por todas partes, la concepción psíquica toma lugar y la obra de la propia vida comienza a formarse.
El matrimonio puer-psique finalmente implica sacar nuestros complejos a la vez fuera del mundo y fuera del reino de los sistemas espirituales. Significa que la búsqueda e investigación pasen por una búsqueda e investigación psicológica, una exploración del alma por el espíritu para la fecundación psíquica. El movimiento mesiánico, liberador, trascendente conecta primero con el alma y se preocupa en primer lugar con su movimiento: no “¿qué significa esto?” -la pregunta que hace el espíritu al espíritu -sino “¿qué mueve esto en mi alma?” -la interiorización de la pregunta. Esto solo pone cuerpo psíquico en el mensaje y el viaje del puer, añadiéndole valores psíquicos, de modo que el mensaje del puer pueda tocar el alma y enrojecerla en la vida. Pues es especialmente en este reino del alma -tan perdido, vaciado e ignorante- que los dones del espíritu puer son primeramente necesarios. Es el alma, la psique, y la psicología que necesitan la atención del espíritu. Descended de las montañas, monjes, y como el hermoso John Keats, venid a los valles del hacer-alma.
5. Cuatro puntos de diferencia
En este punto abandono la entusiasta perspectiva del puer para regresar de nuevo al alma. Quiero sugerir ahora tres cualidades fundamentales del hacer-alma en distinción con las disciplinas espirituales. Estas tres son: (1) Patologizar -un interés en las psicopatologías de nuestras vidas – esto es, una preocupación atenta por el logos del pathos de la psique. Manteniendo un oído sintonizado a las patologizaciones del alma, preservamos el vínculo estrecho del alma con la mortalidad, limitación y muerte. (2) Anima -una lealtad a los humores nublados de las fuentes de agua, a los giros y vueltas seductoras de las figuras femeninas internas que personifican el sendero laberíntico de la vida psíquica, aquellas ninfas, brujas oscuras, cenicientas perdidas, y Perséfones de destrucción, y las fantasías evasivas e ilusorias que el ánima crea, las imágenes del alma en el alma. (3) Politeísmo -compromiso unívoco a la discordia y la cacofonía, a la variedad y al no tenerlo todo atado, al derrumbarse, la multiplicidad de las diez mil cosas, a las periferias y sus tangentes (más que a los centros), a los movimiento episódicos, ocasionales del alma (como esta clase) y sus compulsiones para repetir en los valles de sus errores, y la necesidad de errancia y de error para descubrir los múltiples modos de los múltiples Dioses.
Soy consciente de que estas clases fueron organizadas a fin de relacionar Este y Oeste, disciplinas religiosas y psicoterapia, y por ello debo hacer una contribución a una situación que creo que no es la principal (el par Este/Oeste). Porque creo que la verdadera pasión es entre Norte y Sur, entre las regiones superiores e inferiores, ya sean el Protestantismo represivo de Europa del Norte y América por un lado, y por el otro el Sur, el Mediterráneo oprimido, la oscuridad Latina debajo de las fronteras, a lo largo de los ríos, bajo los alpes; ya sea esta división entre el industrial Norte maníaco y el deprimido Sur ritualístico, o entre San Francisco y Los Angeles.
Pero el profesor Needleman dice que es borrosa la línea entre el terapeuta y el guía espiritual, y él dibujaría esa línea espiritualmente -esto es, verticalmente- creando Este y Oeste a lo largo de las cumbres de las montañas, quizás como la División Continental, mientras que yo dibujaría la línea horizontalmente, como fluyen los ríos, hacia abajo. Las tres cualificaciones que acabo de hacer -patologizar, anima, politeísmo- son mi modo de dibujar la línea más pesada y apretadamente, espesada con sombra.
Cualquiera que esté comprometido con estos tres factores, considerándolos importantes, incluso como religiosos, me parece estar comprometido en terapia y psicología. Cualquiera que tienda a menospreciar patologizar a favor del crecimiento, o las confusiones de anima por la fortaleza del ego o la iluminación espiritual, o quien descuide la diferenciación de multiplicidad y variedad en nombre de la unidad está comprometido en la disciplina espiritual.
Yo dibujaría las líneas entre las dos labores de este modo. Pero también sugeriría que se dibujan no por lo que predica una persona sino de acuerdo al peso de importancia que atribuya a las trivialidades, las pequeñas cosas en la práctica diaria. Hay, por ejemplo, muchos que se llaman psicoterapeutas y fingen su práctica, pero que de acuerdo a estos criterios, están de echo comprometidos diariamente en el espíritu. En el acento que ponen y en los valores que escogen, su principal preocupación es con el ascenso (crecer hacia arriba), fortalecimiento, unidad e integridad. Mientras que yo creo, aunque estoy menos familiarizado con el lado espiritual de las cosas (viniendo de Suiza, donde nuestras palabras principales son «complejo», «esquizofrenia», «introvertido-extravertido», «Rorschach» y «Bleuler», y el espectro de fármacos de Ciba-Geigy, Sandoz y Hoffmann-La Roche; esto es, nuestra fantasía es más psiquiátrica, más psicopatológica que la de vosotros, que está más determinada espiritualmente por vuestra historia y geografía, este Golden State, sus misiones fundadoras, sus nombres completamente espirituales -Eureka, Sacramento, Berkeley (el Obispo), Los Angeles, San Diego, Santa Cruz, Carmel, Santa Barbara). Creo que los maestros espirituales pueden, pese a su doctrina, comprometerse con frecuencia en psicoterapia cuando siguen la figura interna femenina como guía, el «paredros» o ángel, cuando dejan que florezcan la visión y la fantasía, cuando dejan hablar a las múltiples voces en los síntomas y transforman el patologizar en maestros internos, cuando se alejan de todas las generalidades y abstracciones hacia la inmediatez concreta y la multivalencia de los acontecimientos.
En otras palabras, las líneas entre terapia y disciplina, entre alma y espíritu no dependen del tipo de paciente o del tipo de maestro, o de si el paciente o el maestro nacieron en las Cascadas o los Himalayas, sino que dependen de cual dominante arquetipal esté operando a través de los propios puntos de vista. La situación siempre vuelve a «Quién», en la subjetividad del individuo, está formulando las preguntas y dando las respuestas.
Patologizar, anima y politeísmo están además íntimamente conectados el uno con el otro. Nos llevaría demasiado lejos en esta charla intentar mostrar la lógica interna de esta conexión y no estoy preparado para hacerla rápida y sucintamente. Además, esta interconexión ha sido un tema principal de muchos de mis escritos, porque uno pronto descubre en el trabajo consigo mismo y otros que cada uno de estos criterios de hacer-alma tiende a implicar al otro. Las diversas figuras de anima, inspiraciones élficas y humores que mueven a una persona, hombres y mujeres por igual (pues es absurdo sostener que las mujeres sólo pueden tener animus, no almas, como si un arquetipo o una diosa pudiera limitarse a la psicología personal del género sexual) dan un doble sentimiento peculiar. Hay un sentido de mismidad, de importancia personal, sentido de alma, que no es una inflación del ego, y a la vez hay una conciencia de que la propia subjetividad es fluida, aérea, fogosa, terrenal, hecha de varios componentes, móvil, inaprensible, ahora íntima y prójima y servicial como Atenea dando sabios consejos, ahora astuta y desapareciendo, arrastrándolo a uno ingenuamente hacia huecos desesperados como Perséfone, y al siguiente momento Afrodita sugiriendo murmullos fantasiosos en el oído interno, espuma de mar, vulva rosada y luego Artemisa elevada y orgullosa, manteniendo todo en su sitio, uno mismo en la distancia, en unidad sólo con la naturaleza, un alma virgen entre hermanos y hermanas, únicamente.
Anima nos hace sentir muchas partes.
Anima, como dijo Jung, es un equivalente de y una personificación del aspecto politeísta de la psique. «Politeísmo» es un concepto teológico o antropológico para la experiencia de un mundo multi-animado
Esta misma experiencia de multiplicidad puede alcanzarnos también a través de síntomas. También nos hacen conscientes de que el alma tiene otras voces e intenciones que la del ego. Patologizar da testimonio tanto a la naturaleza inherentemente compleja del alma como a los muchos Dioses reflejados en esta composición. Aquí tomo mis pistas de dos observaciones hechas al pasar por Jung. «Lo divino en nosotros funciona como neurosis del estómago o el colon o la vejiga, simplemente molestias del submundo. Nuestros Dioses se han ido a dormir, y sólo se agitan en las profundidades de la tierra». Y de nuevo: «Los dioses se han vuelto enfermedades; Zeus ya no rige el Olimpo sino en su lugar el plexo solar, y produce curiosos especímenes para la consulta del médico…»
A veces escalando la montaña uno busca huir de este submundo, y así los Dioses aparecen desde abajo trayendo todo tipo de desórdenes fisiológicos. Han de ser oídos, aunque sea sólo a través de truenos intestinales y sus ardores fogosos en la vejiga.
Como ascensos a la montaña, pero bajo el disfraz de la psicología, son las terapias conductistas y las terapias de relajamiento y liberación. Curan los síntomas y pierden los Dioses. Si Jacob no hubiera aferrado al Demon no hubiera sido herido ciertamente, y tampoco hubiera sido Jacob. Pierde el síntoma y devuelve el mundo al ego.
Aquí mi propuesta es que el hacer-alma no niega los Dioses y la búsqueda de ellos. Pero mira más de cerca, encontrándolos más al modo de los griegos y los egipcios, para quienes los Dioses toman parte en todas las cosas. Toda existencia esta llena con ellos, y los seres humanos están siempre involucrados con ellos. Este estar involucrados es de lo que tratan los mitos -las historias tradicionales de interacciones humanas y divinas. No ha sitio donde uno pueda estar, ni acto que uno pueda hacer ni pensamiento que uno pueda pensar sin ser mimético con un Dios. Así estudiamos la mitología para entender la estructura de la personalidad, la psicodinámica, el patologizar. Los dioses están dentro, como solía decir Heinrich Zimmer, y están dentro de nuestros actos, ideas y sentimientos. No tenemos que aventurarnos a lo largo de los espacios estrellados, el cerebro de los cielos, o sacarlos de su ocultamiento con fármacos alucinógenos. Están ahí en la precisas manera en que uno siente y piensa y experimenta sus humores y síntomas. Aquí está Apolo, aquí mismo, haciéndonos distantes y deseando formar ingeniosas ideas claras, distintas; aquí está el viejo Saturno, aprisionado en sistemas de juicio paranoides, maniobras defensivas, conclusiones melancólicas; aquí está Marte, teniendo que enrojecer el rostro y matar a fin de establecer un punto; y aquí está la ninfa del bosque Dafne-Diana, retirándose hacia el follaje, el camuflaje de la inocencia, suicida a través de la naturalidad.
Finalmente quisiera señalar otra diferencia, la cuarta, entre picos y valles, la diferencia que tiene que ver con la muerte.
Si el espíritu trascendería la muerte de alguna de diversas maneras -unificación de modo que uno no esté sujeto a la disolución; unión con el sí-mismo, donde sí-mismo es dios; la construcción de un cuerpo inmortal o cuerpo diamantino; los desplazamientos hacia la ausencia de tiempo y de espacio y de imágenes y de mente; morir al mundo como lugar de apegos – el hacer-alma en cambio tallaría y biselaría el barco de la muerte, la vasija de la muerte, un contenedor para sostener el morir que acaece en el alma. Se imagina que la vida psíquica se refiere más fundamentalmente a la vida del alma-po, aquello que se desliza hacia el fondo -no sólo en el momento de la muerte física sino que siempre se está deslizando hacia el fondo, siempre descendiendo, siempre yendo más profundamente hacia las realidades concretas y animándolas.
De modo que no puedo concluir con posiciones últimas, palabras finales, sabios enunciados de maestros. No hay final para un discurso errabundo, no hay resumen, no hay culminación, pues acabarlo sería llegar a una detención. Preferiría dejarlo inconcluso y nublado, sin mensaje espiritual abstracto- ni siquiera una imagen particular. Vosotros tenéis las propias. El alma las genera incesantemente.
Extraído por E.Eskenazi del libro «El pensamiento del corazón» ed. Siruela, 2001
Para hablar, para ser escuchado hoy en el mundo, es necesario dirigirse al mundo, pues el mundo está entre el público que está escuchando lo que decimos. Por lo tanto estas palabras van dirigidas al mundo, a sus problemas, a su sufrimiento en el alma. Hablaré como psicólogo, como hijo del alma que le habla a la psique.
Decir «hijo del alma» es hablar de una manera renacentista, florentina, siguiendo los pasos de Marsilio Ficino, que fue el primero en situar el alma en el centro de su visión, una visión que no excluye ningún elemento del mundo porque la psique incluye el mundo: todas las cosas ofrecen alma. Todas y cada una de las cosas de nuestra artificial vida urbana tienen importancia psicológica.
El renacimiento de una psicología que le devuelva la realidad psíquica al mundo encontrará su punto de partida en la psicopatología, en las situaciones en las que se produce el sufrimiento de la propia psique, allí donde siempre nace la psicología profunda, y no en una concepción psicológica de esa realidad. En ningún otro lugar la divergencia entre la realidad psíquica efectiva y los conceptos de la psicología se revelan tan claramente como en la propia psicología, que hoy está más agotada que los pacientes que recurren a ella. La psicología profunda busca su propio renacimiento. Se ha encerrado en sí misma, se ha vuelto pretenciosa y comercial, impregnándose de la mauvaise foi (mala fe) que caracteriza al poder camuflado; esa mala fe que ya no refleja aquel sentimiento ficiniano, sino que se adapta insidiosamente a un mundo que desatiende cada vez más al alma. Sin embargo, la psicología refleja al mundo en el que opera; esto implica que el retorno del alma a la psicología, el renacimiento de su profundidad, requiere un retorno a las profundidades psíquicas del mundo.
Veo que los pacientes son ahora más sensitivos que el mundo en el que viven: no es que no sean capaces de percibir las cosas y de adaptarse «de manera realista», sino más bien que la realidad de los fenómenos del mundo parece incapaz de adaptarse a la sensibilidad de los pacientes. Me asombra su vitalidad y su belleza, en contraste con la inercia y la fealdad del mundo en el que viven. La conciencia cada vez mayor de las realidades subjetivas -ese refinamiento del alma resultante de cien años de psicoanálisis- se ha vuelto incompatible con el atraso de la realidad externa, que durante esos cien años ha degenerado en una brutal uniformidad y en una enorme degradación.
Cuando digo que los trastornos de los pacientes son reales, quiero decir realistas, conformes al mundo exterior. Es decir que las distorsiones de la comunicación, la sensación de acoso y alienación, la falta de intimidad en el entorno, el sentimiento de falsedad y de vacío interior, que implacablemente experimentamos en esta nuestra morada común, son auténticas valoraciones realistas y no sólo percepciones de nuestro yo intrasubjetivo. Mi profesión me enseña que ya no puedo distinguir claramente entre neurosis del yo y neurosis del mundo, entre psicopatología del yo y psicopatología del mundo. Me enseña también que ubicar las neurosis y psicopatologías exclusivamente en la realidad personal es una represión imaginaria de lo que estamos experimentando verdadera y realmente. Esto implica que mis teorías de la neurosis y las categorías de la psicopatología deben ampliadarse radicalmente para no alimentar las patologías mismas que me dedico a curar.
No hace mucho tiempo el trastorno del paciente estaba solo en el paciente. Un problema psicológico era considerado intra-subjetivo, y la terapia consistía en reordenar la dinámica de la psique interna. Complejos, funciones, estructuras, recuerdos, emociones…, la persona debía ser readaptada, liberada, desarrollada en su interior. Más recientemente, con las terapias de grupo y las terapias de familia, el trastorno del paciente fue localizado en sus relaciones sociales: el problema psicológico era considerado inter-subjetivo, y la terapia consistía en reordenar las psicodinámicas interpersonales en las relaciones entre los compañeros, o entre los diversos miembros de la familia. En ambos casos, la realidad intrapsíquica y la realidad interpsíquica estaba focalizada en lo subjetivo. En ambos casos el mundo seguía siendo exterior, material y muerto, un mero telón de fondo en el cual y alrededor del cual la subjetividad seguía haciendo su aparición. El mundo no era, pues, el centro de la atención terapéutica. Los terapeutas que se centraban en él eran de un orden inferior, más superficial: trabajadores sociales, asistentes, consejeros. El trabajo en profundidad se llevaba a cabo en la subjetividad psíquica de la persona.
Es cierto que la psiquiatría social, ya sea conductista, marxista o social en sentido propio, da mucha importancia a las realidades externas y sitúa los orígenes de la psicopatología en factores determinantes objetivos. Según esta teoría, lo que está «ahí fuera» determina en gran medida lo que hay «aquí dentro». Así era el sueño americano, un sueño de inmigrantes: cambia el mundo y cambiarás al sujeto. Sin embargo estos determinantes sociales siguen siendo condiciones externas -económicas, culturales o sociales-; no son psíquicos o subjetivos en sí mismos. Lo exterior puede causar sufrimientos pero el ser humano no los padecía psiquicamente. Pese a todo su interés por el mundo exterior, la psiquiatría social se mueve también dentro de la idea del mundo que nos han transmitido Santo Tomás, Descartes, Locke y Kant. Esa visión del mundo como algo externo y no subjetivo es precisamente lo que necesita una nueva elaboración.
Antes de seguir adelante con ella, es preciso recordar la idea de realidad que suele caracterizar a la psicología profunda. Los diccionarios de psicología y las escuelas de todas las tendencias coinciden en que hay dos tipos de realidad. En primer lugar, el término alude a la totalidad de los objetos materiales existentes, o bien a la suma de las condiciones del mundo exterior. La realidad es pública, objetiva, social y habitualmente física. En segundo lugar, hay una realidad psíquica, que no se extiende en el espacio y constituye la esfera de la experiencia privada, que es interior, imaginativa, y está cargada de deseo. Habiendo separado la realidad psíquica de la realidad concreta o externa, la psicología elabora diversas teorías para relacionar los dos órdenes, pues su separación resulta en verdad inquietante. Ello significa que la realidad psíquica no es ni pública, ni objetiva, ni física, mientras que la realidad exterior, que es la suma de las condiciones y los objetos materiales existentes, carece por completo de alma: puesto que el alma ha sido privada del mundo, así también el mundo ha sido privado del alma.
Por consiguiente, cuando algo va mal en la vida de una persona, la psicología profunda sigue buscando la causa y la terapia en la intrasubjetividad y en la intersubjetividad. El mundo público, objetivo y físico de las cosas -edificios y formularios burocráticos, colchones y señales de tráfico, cartones de leche y autobuses- está excluido, por definición, de la etiología y de la terapia psicológica. Las cosas están situadas fuera del alma.
La psicoterapia ha intervenido con éxito en el campo de la realidad psíquica entendida como subjetividad, pero no ha revisado el concepto de subjetividad propiamente dicho. Y ahora se pone en duda incluso su éxito, porque los trastornos de los pacientes revelan problemas que ya no son sólo subjetivos en el sentido inicial. Cada vez que la psicoterapia consigue elevar la conciencia de la subjetividad humana, el mundo en el que están situadas todas las subjetividades se desmorona. El derrumbamiento se produce ahora en otros lugares: Vietnam y Watergate, escándalos bancarios que salpican al gobierno, contaminación y delincuencia callejera, disminución del número de personas que saben leer y escribir, aumento de la basura, el engaño y la ostentación. Ahora encontramos la patología en la psique de la política y de la medicina, en el lenguaje y en el diseño, en los alimentos que comemos. La enfermedad está ahora «ahí fuera».
El uso contemporáneo de la palabra «derrumbamiento» muestra lo que quiero decir. Las centrales nucleares como Three Mile Island y Chernóbil constituyen ejemplos evidentes de derrumbamientos crónicos y posiblemente incurables. El sistema del tráfico, los sistemas educativos, el sistema judicial, los gigantes de la industria, los gobiernos municipales, la economía, la banca… todo está en crisis, se derrumba, o debe ser apuntalado ante la amenaza de un colapso. Los términos «colapso», «desorden funcional», «estancamiento», «disminución de la productividad», «depresión», y «derrumbamiento» son aplicables tanto a las personas como a los sistemas públicos objetivos y a las cosas que hay dentro de esos sistemas. El derrumbamiento se extiende a todos los componentes de la vida civil porque la vida civil es ahora una vida artificial: ya no vivimos en un mundo biológico en el que la descomposición, la fermentación, la metamorfosis y el catabolismo son los equivalentes de la disfunción de las cosas artificiales.
Robert Sardello, colega y amigo mío, escribe:
En el siglo XIX era el individuo el que acudía a la terapia; en el siglo XX, en cambio, el paciente que sufre el derrumbamiento es el propio mundo (…). Los nuevos síntomas son la fragmentación, la especialización, la «maestría», la depresión, la inflación, la pérdida de energía, las jergas y la violencia. Nuestros edificios están anoréxicos, nuestras empresas paranoicas, nuestra tecnología neurótica.
Allí donde se manifiesta el lenguaje de la psicopatología (crisis, derrumbamiento, colapso), la psique habla de sí misma en términos patologizados y se presenta como sujeto del pathos. De la misma manera que el derrumbamiento aparece en todos los síntomas de la lista de Sardello, así también aparece la psique o la realidad psíquica. Precisamente gracias a su derrumbamiento, el mundo está entrando en una nueva fase de conciencia: al llamar la atención sobre sí mismo por medio de sus síntomas, puede comenzar a tomar conciencia de sí mismo como realidad psíquica. El mundo es ahora objeto de un enorme sufrimiento y presenta una serie de síntomas graves y llamativos, por medio de los cuales se defiende del colapso.
A la psicoterapia y a quienes la practican corresponde, pues, retomar aquella línea iniciada por Freud y que consiste en examinar la cultura con ojos de patólogo. Freud, en las páginas finales de El malestar en la cultura, escribió:
Hay una pregunta que me resulta difícil rehuir. Si el desarrollo de la civilización tiene (…) tantas semejanzas con la evolución del individuo (…) ¿no estará justificado el diagnóstico según el cual algunas civilizaciones -y posiblemente toda la humanidad- se han vuelto neuróticas? Una disección analítica de tales neurosis podría dar lugar a recomendaciones terapéuticas de gran interés práctico.
Traslademos lo que Freud pensaba sobre la neurosis y su análisis terapéutico , desde los individuos individualmente hasta la esfera comunitaria. Este análisis, así como el eros terapéutico que lleva al psicólogo hacia el mundo convertido en paciente, está viciado desde el principio, desde que se intentó localizar en la subjetividad individual la disfunción del mundo. La psicología profunda ha sostenido que la arquitectura no podrá cambiar, como tampoco la política o la medicina, mientras los arquitectos, políticos y médicos no se psicoanalicen; y ha insistido en que la patología del mundo exterior deriva simplemente de la patología del mundo interior. Los trastornos del mundo son obra del hombre, son representaciones y proyecciones de la subjetividad humana.
Pero esta visión ¿no es acaso, por parte de la psicología, una negación de las cosas tal como son a fin de conservar su propia visión del mundo? ¿No será que la psicología no es consciente de sus propias «defensas yoícas»? Si la psicología profunda se equivoca en este punto, entonces habrá que darle la vuelta a otra de sus defensas: la idea de proyección. No es sólo que mi patología se proyecte sobre el mundo, sino que éste me inunda porque no escucho su sufrimiento . Después de los cien años de soledad del psicoanálisis, soy más consciente de lo que proyecto hacia el exterior que de lo que la inconsciencia del mundo proyecta sobre mí.
Trabajar con un paciente dos o incluso cinco horas a la semana, y ampliar ese trabajo hacia una terapia del entorno, de la familia o de los compañeros de oficina, no puede impedir que la infección psíquica se extienda como una epidemia. No podemos vacunar al alma individual, ni aislarla contra las enfermedades del alma del mundo. Un matrimonio que se rompe puede ser analizado en sus raíces intra- e inter-subjetivas, pero mientras no tomemos también en consideración los aspectos materiales y la decoración de las habitaciones donde reside este matrimonio, el lenguaje que utiliza, la ropa con la que se viste, los alimentos y el dinero que comparte, los fármacos y cosméticos que usa, los sonidos, olores y sabores que a diario entran el corazón de este matrimonio, mientras la psicología no deje entrar al mundo en la esfera de la realidad psíquica, no habrá ninguna mejoría; antes bien, cargando el peso sobre las relaciones humanas y las esferas subjetivas, olvidaremos la inconsciencia reprimida que se proyecta desde el mundo de las cosas, y estaremos contribuyendo así a la destrucción de este matrimonio.
La inclusión de estos materiales en la terapia puede tener un efecto práctico inmediato. Los dos cónyuges ya no se concentrarán sólo en sí mismos y en su relación, sino que volverán juntos la mirada sobre las ofensas que les inflige el mundo. La rabia personal mutua se transforma en indignación con el mundo que los rodea, e incluso en compasión, a medida que despiertan de su anestesiado sopor subjetivo. Salen de la gruta con una nueva actitud ante la posibilidad de amistad, para adentrarse como compañeros de armas entre la luz solar saturada de smog , que el psicoanálisis les había presentado como un lugar de meras sombras, simple escenario y maquinaria sobre cuyo telón de fondo ponían en escena su drama inter- e intra-subjetivo. Ahora pueden analizar las fuerzas sociales, las condiciones ambientales, el diseño de las cosas que los rodean, con la misma agudeza que hasta entonces habían reservado solo para sí mismos. Quienes hacían una terapia de pareja se convierten así en la pareja terapéutica que tiene al mundo por paciente.
Del libro “El Mito del Análisis. Tres ensayos de psicología arquetípica”, ed. Siruela
Volvamos ahora a nosotros mismos. Podemos sacar algunas conclusiones de nuestras propias experiencias afectivas profundas, que son siempre las que tienen la última palabra en las discusiones psicológicas.
Reconocemos al eros psicológicamente creativo en los momentos de plenitud, en el flujo liberador de lo erótico y en esas aproximaciones al alma a las que puede llamarse fálicas por su repentino erigirse, la cópula que supera la distancia y la penetración en busca del engendramiento. Pero, asimismo, reconocemos lo creativo en el daimon cuando sentimos el vacío de la necesidad, de la pobreza, del no tener nada para dar, del aislamiento de la clausura, del admonitorio “no” del daimon. Demonio y daimon son uno; si se suprime la compulsión, se pierde el contacto con la voz guía del daimon. Sócrates conservó el daimon creativo durante toda su vida, posiblemente porque, como lo dice en el Banquete (212b), había venerado todos los elementos del amor e iba a continuar rindiendo homenaje a los poderes del amor por el resto de su vida. Aceptando lo demoníaco, Sócrates se mantuvo en contacto con el daimon. Podemos oír el “no” inhibidor, sólo cuando estamos abiertos a la compulsión, lo cual nos pone frente a la paradoja de la unión del amor y el miedo, que a su vez origina una especie de temor reverente del que surge una nueva percepción de la psique, cargada de sentido religioso, que la obliga a moverse con cuidado, temerosa pero gozosamente.
El miedo pertenece también al eros, habla a través del thymos e inhibe mediante la intervención psíquica. Este miedo nos mantiene unidos a la humilde realidad; es el calambre admonitorio que inhibe la superbia, el Hochgefühl, del ascendente Eros alado. “Estate atento”, “ve despacio”, “no hagas nada”, son también expresiones del eros. Tales negativas (proferidas por la misma voz que afirma) estimulan al anima a distinguir sus necesidades psicológicas. El anima se hace consciente de sus propias intenciones, se distancia en el tiempo y el espacio, y expande así el campo de la realidad psíquica, observando, por ejemplo, sus fantasías eróticas, sus sensaciones corporales, sus estados de ánimo, sus propias huidas. La psique, conteniendo esa tensión incrementada, puede transformar al eros y enseñarle a diferenciar las metas de sus pulsiones.
La psique puede también reflejar como un espejo, asumir la guía con su lámpara, dejar el hilo a lo largo del laberinto, para encontrar el camino en una relación exterior o en la incertidumbre interior. El miedo, en tanto inhibición perteneciente a la parte demoníaca del daimon, es el inicio de la psicología. El rechazo, la impotencia y la frigidez pueden también ser expresiones del eros, parte del “no” del daimon. Dicho miedo es un regalo espontáneo del eros en la misma medida que lo es el impulso erótico mismo. Confiar y dudar, conceder y negar, abrir y cerrar, retroceder y avanzar, son parte del juego recíproco entre el eros y la psique -a través del cual el uno se va configurando por el otro-, que abarca desde el más tímido escarceo amoroso infantil hasta el ritmo de los opuestos del mysterium coniunctionis.
A la importancia del miedo se le ha prestado una escasa atención verdaderamente psicológica. No poseemos más que investigaciones fisiológicas, iniciadas principalmente por Cannon; interpretaciones sexualizadas en concordancia con la teoría freudiana de la angustia; y descripciones filosóficas de conceptos como el pavor existencial. La afirmación bíblica de que el miedo es el inicio de la sabiduría tiene un denso significado psicológico. El miedo no es meramente algo negativo que debe ser superado con el coraje o, en el mejor de los casos, un mecanismo instintivo protector; es más bien positivo, una forma de sabio consejo. Jung, en sus inéditas Seminar Notes, habla del miedo (phobos), y no del poder, como del verdadero opuesto del eros. Esta idea nos resulta familiar, pues en la primera carta de san Juan (4, 17-18) se relaciona el miedo con el amor como su enemigo. El amor aviva el miedo. Tenemos miedo de amar y tenemos miedo cuando amamos, realizamos propiciaciones mágicas, buscamos signos y pedimos protección y guía. Aunque es cierto que todo el mundo ama a un amante, también lo es que el mundo teme a los amantes a causa de la destrucción que acompaña su alegría. Cuando Psique, en nuestra fábula, cae presa del pánico y se arroja al río, es salvada por Pan, que es tanto pánico como la caprina compulsión erótica. Thanatos y Eros no están tan lejos uno de otro como Freud quiso hacernos creer. En el nivel más profundo del miedo aparece un eros, como lo muestran las frenéticas copulaciones en los tiempos de terror y de guerra o las pesadillas causadas por Pan, que son también eróticas. El miedo parece ser una necesidad inherente a la experiencia del eros; en el caso de que se encuentre ausente, podría llegarse a dudar incluso de la pena validez del amor. Una consecuencia de este miedo es que podemos fiarnos del eros. El instinto contiene su propio autorregulador, el eros su propio daimon. La compulsión es refrenada por los consejos del sabio miedo, por su elaboración, por su ritualización; si no se escucha al daimon, la compulsión queda refrenada por los consejos de la neurosis y de los síntomas.
Suponiendo que fuera posible, no tendríamos necesidad de controlar lo creativo en psicología con censuras prohibitivas del Yo o con reglas técnicas, pues el daimon, cuando se le da suficiente confianza, puede gobernar por medio de las inhibiciones naturales. Sólo hay que prestarle atención, recibirlo, escucharlo, incluirlo; sólo es menester estar pendiente de sus calambres admonitorios, de su frialdad, de su serenidad. Entonces el eros no tiene ninguna necesidad de ser combatido, controlado, o transformado en algo más noble. Su meta es siempre, en cualquier caso, la psique. Estamos obligados a confiar en el eros y en su meta. ¿Puede vivir alguien con autenticidad si no cree y confía en que los movimientos de su amor tengan un sentido último y sean fundamentalmente correctos? Podemos ser transformados por el eros, pero, aun empleando todo nuestro esfuerzo, no podemos transformarlo a él directamente, pues el eros es el impulso hacia lo alto o -en lenguaje aristotélico- la actualización, el movimiento de autorrealización que determina las transformaciones de la psique. Una idéntica ascensión y un mismo abatimiento súbito acontecen en la experiencia erótica individual en relación con la gloriosa inflación que tiene lugar siempre que se “cae” presa del amor.
Mientras que la reflexión es un movimiento hacia lo interno o un volverse hacia atrás y la actividad se dirige hacia delante y hacia lo externo, lo creativo, en cambio -equiparado al eros en los pensamientos órfico, platónico y neoplatónico-, es un movimiento hacia lo alto. El eje es vertical: Omnis amor aut ascendit aut descendit (san Agustín). Los escritores clásicos nunca dejaron de señalar este extremo en sus advertencias sobre el descenso hacia el polo de la physis y de la carne. Por eso, en la literatura sobre el eros, se encuentran recurrentemente los símbolos de las chispas caídas, la escalera, el fuego ascendente, las alas y la meta olímpica de la inmortalidad. La función trascendente, entendida como ese aspecto del proceso de individuación que supera opuestos inconmensurables mediante la creación de símbolos, debe ser también atribuida al eros en tanto impulso hacia lo alto. Eros, visto como sintetizador, vinculante e intermediario, reúne los dos dominios; forma símbolos. Eros es más que la dynamis de hacer símbolos y de la función trascendente; al eros se le debe atribuir el impulso para el desencadenamiento del proceso en sí, que Jung describe mediante la tradicional idea de la espiral hacia lo alto. El énfasis sobre el movimiento hacia arriba sitúa la descripción junguiana de la individuación (entendida como un proceso dialéctico de tipo socrático con visiones de inmortalidad) cerca de la tradición precristiana del eros. Lo cual contrasta con el típico pensamiento cristiano, para el que la redención a través del descenso de la gracia depende más de la caritas y de la agape que del eros.
Por lo demás, la cuestión de la confianza y de la traición en la relación eros-psique es una cuestión, en realidad, más de la psique que del eros, aunque en la antigüedad las advertencias incidían sobre todo en la necesidad de precaverse de las tormentosas consecuencias del eros, al que se etiqueta en las tragedias de “dios hostil” y en la poesía lírica de “loco, mentiroso, portador de calamidades, tirano, falso” o de “un dios a temer por los estragos que causa en la vida humana (…), un tigre, y no un gatito con el que juguetear”. Estas descripciones concuerdan con el eros cuando éste no se encuentra todavía contenido en la psique, cuando es todavía inconstante y se halla poseído por el complejo materno, cuando pertenece al anima que todavía no se ha liberado de los falsos valores, de las vanas nociones de belleza y de la incertidumbre psicológica sobre sí misma en cuánto alma, y no es todavía, por eso, el recipiente capaz de contener adecuadamente la fuerza creativa del eros.
Debido a que la destrucción constituye uno de los polos del instinto creativo, el desarrollo psíquico se lleva a cabo a través de prolongadas experiencias de destrucción erótica. El anima va aprendiendo merced a las posibilidades que le abre el amor y a los súbitos vaivenes, frustraciones y decepciones del impulso erótico, que es tan irresistible como poco fiable, que se compromete totalmente para desaparecer acto seguido. El movimiento que va del anima a la psique supone el descubrimiento del aspecto psíquico de las perversiones eróticas, de los odios malignos del amor y de sus crueldades, y no el mero rechazo de todo ello con una mezcla de inocencia, resentimiento y lágrimas del anima. Si falta la interacción con la destrucción erótica, la psique permanece virgen. Nosotros hemos encontrado esta psique virginal en los síntomas histéricos, en esa feminidad desaforada de una psique todavía bregando por emerger de la crisálida de su anima.
Pero la psique virginal no es meramente una pseudoanima. Se caracteriza principalmente por un desplazamiento de la libido instintiva, de tal manera que el papel de lo creativo pierde su potencial y queda usurpado por otras pulsiones, principalmente por la reflexión. Tenemos tendencia a cometer el pecado de confundir reflexión con creatividad y a definir así inadecuadamente el objetivo de la psicoterapia con el de un “devenir consciente”. Nietzsche ya advirtió que la introspección por la introspección carece de sentido: “Llegará un día en el que estaremos completamente enredados en ella”. Dudo que haya alguien que no esté en la actualidad de acuerdo con esta afirmación.
La psique asociada a la reflexión es una unión de idénticos que carece de la tensión de los opuestos, ya que la psique es en sí misma lo reflectante femenino, la mente lunar especular. Una unión de idénticos reúne dos cosas que no deberían haberse escindido. Cose y cura, pero no crea, porque la radical ambigüedad de los opuestos y sus recíprocamente incómodos efectos destructivos no se constelan nunca. La psique unida a la reflexión da lugar a la unio mentalis, o salud mental. Sin embargo, el alma que no está conectada al cuerpo a través del eros se encuentra, por más que haga, separada de él. En otras palabras, es consciente, sí, pero no lúcida; es mental, cierto, pero con una consciencia que no procede del corazón ni del thymos. De ahí la importancia del aspecto fálico del eros, de ese absurdo movimiento hacia abajo que lleva a la psique a abismarse en el cuerpo, que quema las alas del alma en las llamas del vivir y que, al mismo tiempo, curiosamente, la exalta e idealiza.
Cuando la psique virginal queda fascinada por sueños o visiones, se sitúa al borde del descubrimiento, pero todavía permanece atada a la reflexión. No se debe confundir la creatividad psicológica con un cúmulo de bellas imágenes interiores. Las drogas alucinógenas pueden abrir panoramas interiores a voluntad, proporcionándonos la «hip-gnosis» de los equivalentes modernos de los antiguos sacerdotes-puer de largos cabellos pertenecientes a la Gran Madre. Las ilusiones y las visiones indican no tanto una psique fértil cuanto la fertilidad de la ardiente riqueza natural de la Gran Madre y su atrayente modo de satisfacer las necesidades orales de sus hijos con banquetes visuales. Los sueños, los panoramas interiores y las visiones no son creativos; hasta que no traspasen el umbral de la vinculación erótica sólo son distintos aspectos de la reflexión. La imaginación creativa que revela el reino imaginal -sobre el cual tendremos oportunidad de extendernos en la segunda parte- se deriva de la vitalidad y de la pasión. Nace en la sangre de la psique despierta, no de la que está soñando. La verdadera imaginación no es ni una retirada a la fantasía ni una maniaca noción extravertida de la creatividad en tanto productividad física. La verdadera imaginación puede valerse de los espejos de la reflexión, pero su impulso emocional es el instinto creativo. Como se encuentra implícitamente el el Banquete 202e, Eros es necesario para tomar parte en el mundo imaginal, a través del cual el hombre traba íntimo contacto con los dioses, ya sea despierto, dormido o en trance, ya sea en las visiones, en las profecías o en los misterios. Por la experiencia analítica sabemos que la mera imaginería, e incluso la observación activa de la fantasía, si no se acompañan de una vívida participación libidinal, tienen un efecto escaso.
La condición primera para entrar en lo imaginal es el amor lleno de interés; lo imaginal es una creación de la fe, de la necesidad y del deseo. Debemos desearlo apasionadamente, aún cuando no podamos obtenerlo con la voluntad. La alquimia, Avicena, el yoga taoísta, Paracelso y Alberto Magno nos han dejado instrucciones acerca de cómo distinguir entre el imaginar falso y el verdadero, el cual, como se dijo previamente, viene del corazón (el lugar del thymos y del daimon) y se dirige al corazón del universo, al sol, y de ahí al macrocosmos. El verdadero imaginar va más allá de la unio mentalis de nuestra microcósmica vida fantástica, más allá del cavilar reflexivo de la mente del que surge su “consciencia”.
La consciencia imaginal es hermafrodita, une la polaridad masculina con la femenina, aunque su constelación no pueda ser sino momentánea. Una consciencia tal difiere de la habitual consciencia yoica de la reflexión. Porque ésta última discrimina, tiende a producir divisiones, jerarquizando de mejor a peor; y su continuidad depende en gran medida de la voluntad. Por su parte, la consciencia imaginal, reuniendo inconmensurables, es simbólica. El hermafrodita pone de relieve el aspecto unificador y por ende, curativo del eros de este tipo de consciencia. Además, dado que toda unión de opuestos es paradójica, no puede ser querida voluntariamente. Esta consciencia simplemente sucede, como suceden los momentos de sincronicidad, como suceden los símbolos.
El psicólogo que se dedica a hacer alma, resulta comparable al pintor que pone su vida en la pintura, sacrificándose a los limitados requerimientos del opus. Pero cuando este matrimonio con la obra significa “ver el mundo psicológicamente”, entonces está basado en la reflexión, lo que equivale a despotenciar los efectos eróticos del amor, tomando tan sólo una parte suya y transformándola en el instrumento mental del análisis. Nos hallamos entonces ante un falso matrimonio, en el que la psique del análisis permanece como una esposa virgen, mirando por la ventana la vida que bulle en la calle, siendo entretanto interpretada, entendida y empatizada compasivamente. El alma es hecha objeto de reflexión analítica, pero no es vivida, no es amada.
La técnica específica mediante la cual lo creativo puede ser despotenciado a favor de lo reflexivo recibe el nombre, en psicología analítica, de “retirada de proyecciones”. Este proceso es esencial, desde luego, si la consciencia del Yo debe resolver sus transferencias; pero es también la virtud que se convierte en vicio cuando da lugar a que se prefiera la imagen a la persona o a que prime el significado sobre la experiencia. La reflexión se entremezcla entonces inextricablemente con los malentendidos paranoicos propios del Yo, que intenta controlar la vinculación natural con el mundo mediante el ambicioso ideal de devenir “objetivamente consciente” acerca de él. Sólo cuando se lleva a cabo radicalmente, hasta sus últimas consecuencias, puede el abandono reflexivo de las proyecciones probar su verdadero valor. Ante todo se debe abandonar la proyección primaria sobre el Yo mismo, que lo convierte en el único portador de la consciencia conseguida por la reflexión. Esto conduce a sumergirse en el campo proyectado, entrando en él con amor, entrando en él hasta el punto de convertirse uno mismo en una proyección del reino imaginal, y nuestro Yo, a su vez, en fragmento de un mito. Las reflexiones pueden entonces verificarse de forma tan espontánea como las proyecciones, pero no serán ya el resultado de la voluntad ni del Yo, que buscan hacer consciencia abandonando las proyecciones.
Estas observaciones sobre la reflexión nos conducen a considerar el “eros terapéutico”, nombre que se da frecuentemente a la empatía compasiva. ¿Existe un tipo especial de eros propio de la profesión terapéutica, un eros que “haga bien”? Sócrates dijo que la psique humana tiene algo de divino (Jenofonte, Memorabilia IV, 3, 14) y que el primer deber de cada uno consistía en cuidar de su salud (Platón, Apología 30ª-b). Nosotros sabemos, por Platón y por Jung, que la salud de la psique equivale a su integridad psicológica y que el eros es el factor integrador que liga, mantiene unidos y conjunta los opuestos. Pero este eros no es ni benevolente, ni compasivo, ni tampoco tiene una especial preocupación terapéutica; es el amor como un todo lo que favorece la integridad. Y el amor total incluye el odio, de la misma manera que la creatividad incluye la destructividad. El llamado eros terapéutico tiene siempre en sí algo de ágape condescendiente, de maternal y paternal, es solamente bueno a secas. ¿Cómo puede entonces cerrar una herida desde abajo y desde dentro? El eros verdadero, sin embargo, se aleja de cualquier responsabilidad terapéutica, por la sencilla razón de que es siempre, curiosamente, más débil que el problema que tiene que afrontar. Tiene algo de chiquillo, es alocado, espontáneo, desconsiderado en su inmediatez, pero siempre alegre. Puede así, recrear desde dentro las heridas. No desea el bienestar ni la salud de la otra persona; desea a la otra persona. Lo que cura es la necesidad que tenemos uno de otro -incluyendo aquellos componentes que son mutuamente destructivos-, y no tu necesidad de ser curado, que lo único que hace es apelar a mi compasión. La terapia es el amor mismo, en su totalidad, y no una parte determinada de él. Podemos aquí de nueve remitirnos a Sócrates:
“Porque el amor, ese renombrado y sumamente engañoso poder, incluye todo tipo de deseo, de felicidad y de cosas buenas” (Banquete 205d).
“Y a esto se debe que, por mi parte, cultive y honre todos los elementos del amor, y recomiende a los otros que hagan otro tanto” (Banquete 212b).
“Quizás pueda ayudarte en tu búsqueda de lo bello y lo bueno porque yo mismo soy un amante. Cuando deseo a alguien, doy toda la fuerza de mi ser para ser amado por él en reciprocidad a mi amor, para desatar anhelo en respuesta a mi anhelo y para ver mi deseo de su compañía correspondido por el suyo” (Memorabilia II, 6, 28).
La totalidad del amor incluye mi himeros, mi deseo ardiente de ti, mi apetencia de cualquier cosa en relación contigo y mis insensatas idealizaciones que te mejoran, te hacen crecer, te transforman y te hacen encontrar tus alas; incluye también mi pothos, ese anhelo, esa ansiedad, esa añoranza de todo lo tuyo; e incluye, además, mi necesidad de tu anteros, de la correspondencia de tu amor; incluye todo aquello, en suma, que me hace sentir vergüenza al admitir que me encuentro estrechamente vinculado contigo, la otra persona, o conmigo mismo y mi propia alma. Este amor está siempre presente, al igual que el instinto creativo se encuentra potencialmente presente en todos nosotros, de modo que “en realidad todos somos amantes constantemente”. O, en palabras de Sócrates, “no podría nombrar un tiempo en el cual no haya estado enamorado de alguien”. Estar enamorado revela, como dice Gould, “lo que verdaderamente queremos tener”; porque estar enamorado es, siguiendo el Fedro (250d-252c), “el estado en el cual renacen a uno las alas espirituales”, ya que “l’ame, dans son acte essentiel, est donc amour”, y “el alma es enteramente alma cuando es amante”.
La terapia, por eso, es el amor al alma. El terapeuta que enseña y que cura -siguiendo el modelo socrático-platónico del filósofo que enseña y cura- se encuentra en el mismo plano ontológico que el amante; ambos surgen del mismo impulso primordial que subyace tras su búsqueda (Fedro 248d). La terapia como amor del alma es una continua posibilidad para cualquiera, y no depende ni de la situación terapéutica ni de un especial “eros terapéutico”, término inapropiado que es un constructo de la reflexión. Este amor debe mostrarse en la terapia a través del espíritu con el cual nos aproximamos a los fenómenos de la psique. Por desesperados que sean los fenómenos, el eros se mantendrá en relación con el alma y buscará el camino a seguir. Este espíritu está dotado de una ingeniosa inventiva y de una inteligencia creativa, cualidades que, como nos dice nuestra fábula, Eros ha heredado de su padre, ya sea éste Poros o Hermes. El amor no se limita a encontrar un camino y es, intrínsecamente, el “camino” mismo. Buscar las conexiones psicológicas por medio del eros es el camino a seguir por la terapia en tanto hacedora de alma. Y hoy en día éste es un camino, una via regia, para acceder a la psique inconsciente, tan regio como el camino que pasa a través de los sueños o el que atraviesa los complejos.
Las intuiciones creativas no son, así, solamente las reflexivas; son especialmente esas vivencias, esas excitantes percepciones que surgen de los vínculos. Las percepciones psicológicas informadas por el eros son dispensadoras de vida, vivificantes. Algo nuevo nace en nosotros mismos y en el otro. El amor ciega sólo la perspectiva usual, pero abre una nueva forma de ver; de hecho, uno sólo puede revelarse de forma plena a la vista del amor. Las intuiciones reflexivas pueden brotar, como el loto, del centro inmóvil del lago de la meditación, mientras que las intuiciones creativas surgen en las fronteras de la confrontación, salvajes y en estado natural pero también delicadas, en esos confines donde somos más sensibles y estamos más expuestos, y también, curiosamente, más solos. Para encontrarte, debo arriesgarme a mí mismo como yo soy. El hombre, en su desnudez, es puesto a prueba. Sería, sin duda, más seguro reflexionar en la soledad, que confrontarse contigo. Pero, la máxima favorita de la psicología reflexiva -una psicología que tiene por meta principal no tanto el amor cuanto la consciencia-, “conócete a ti mismo”, a través de la reflexión, por el “revélate a ti mismo”, lo que equivale al mandato de amar, pues en ningún otro lugar nos revelamos más que en nuestro amor.
En ningún otro sitio, tampoco, estamos más ciegos. ¿Lleva el amor en las esculturas y pinturas los ojos vendados tan sólo con la finalidad de hacernos ver su compulsión, su ignorancia y su sensual inconsciencia? El amor ciega para extinguir la falaz visión cotidiana, de tal manera que pueda abrirse otro ojo que sea capaz de percibir de alma a alma. La perspectiva habitual no puede ver a través de la espesa piel de las apariencias: del aspecto que tenemos, de lo que llevamos puesto o de nuestro estado. El ojo ciego del amor penetra en lo invisible, volviendo transparente el opaco error de mi amar. Veo el símbolo que eres tú y lo que significas para mi muerte. Puedo ver a través de esta ciega y alocada visibilidad que el resto de la gente también ve e indaga la necesidad psíquica de mi deseo erótico. Descubro que donde quiera que el eros vaya, allí acontece algo psicológico, y que donde quiera que la psique viva, allí constelará el eros inevitablemente. Como las figuras antiguas de Eros, estoy desnudo: soy visible, transparente; es decir, un niño. Como las figuras tardías de Amor, estoy ciego: no veo ninguno de los valores obvios y evidentes del mundo normal; estoy abierto sólo a lo invisible y a lo daimónico.
Hoy nuestra imagen de la meta ha cambiado: no es ya la del Hombre Iluminado, el que ve, el vidente, sino la del Hombre Transparente, que es visto diáfanamente, que es alocado, que no tiene nada que esconder, convertido en transparente a través de la aceptación de sí mismo; de ese hombre cuya alma es amada, completamente revelada, plenamente existencial; que es sólo lo que es, liberado del ocultamiento paranoico, del conocimiento de sus secretos y de su secreto conocimiento; y cuya transparencia sirve de prisma para el mundo y el no-mundo. Porque es imposible conocerse a sí mismo reflexivamente; únicamente la reflexión final de una necrología puede decir la verdad, y solamente Dios conoce nuestros verdaderos nombres. Siempre llegamos tarde con nuestras reflexiones, cuando el suceso ya ha pasado; o también puede que nos hallemos justo en el medio, donde vemos lo que sucede como a través de un espejo, es decir, confusamente.
¿Cómo podríamos conocernos a nosotros mismos por medio de nosotros mismos? Podemos conocernos a nosotros mismos a través de otro, pero no podemos conseguir solos ese objetivo. Este último proceder es el del héroe, que puede que fuera adecuado durante la fase heroica. Pero si algo hemos aprendido de los rituales de la nueva forma de vida, ese algo es precisamente que no podemos alcanzar esa meta por nosotros mismos. El opus del alma necesita de una conexión íntima, no ya para individualizarse sino también meramente para vivir. Por esta razón, necesitamos imprescindiblemente relaciones del tipo más profundo, a través de las cuales nos realicemos nosotros mismos, vínculos donde la autorrevelación sea posible, donde el interés por el alma y el amor por ella sean capitales y donde el eros pueda moverse libremente, ya sea en el análisis, en el matrimonio o en la familia, o entre amantes y amigos.
Coloquio dado por James Hillman (20 septiembre 2005, Emory University )
Traducción de Enrique Eskenazi

Pensando en este programa, me pregunto por qué estoy aquí. Y creo esta tarde que estoy aquí por una razón diferente de la que creía cuando pensaba en ello antes. (Risas) Estos últimos días, estas últimas tres semanas, estoy aquí por la imaginación estadounidense. Estoy aquí menos por la guerra y la paz, creo, que por este inmenso horror que es la imaginación estadounidense. La carencia de ella. Su fallo. Su ausencia. Y eso realmente es una especie de entumecimiento estético en el país. Y eso es lo que realmente me trae y lo que realmente me empuja.
Si no imaginamos, tenemos Irak. Tenemos Nueva Orleans. Tenemos irresponsabilidad criminal. McNamara dice «el fallo de imaginación». McNamara, «La Bruma de la Guerra», que dirigió el Ministerio de Defensa bajo Kennedy y luego bajo Johnson, la guerra de Vietnam: «Ahora podemos entender estas catástrofes como lo que fueron. Esencialmente los productos de un fallo de imaginación».
Donald Rumsfeld, hablando sobre la sorpresa y su consecuencia, dijo «Se debe a la pobreza de expectativas -el fallo de la imaginación». Y el director de la Agencia de Seguridad Nacional, Michael Hayden, dijo respecto a las torres gemelas «Acaso esta vez fue más un fallo de imaginación que la última». Refiriéndose a Pearl Harbor.
El fallo de la imaginación. ¿Qué va mal con nosotros? ¿Qué es este fallo de imaginación? Keegan, uno de los grandes escritores de guerra, dijo que uno de los aspectos esenciales de la guerra es la crueldad deliberada. Crueldad deliberada, no la crueldad accidental -no la crueldad de los desaciertos y afines- sino la crueldad deliberada. Y esto es lo que tenemos cuando planificamos y no imaginamos.
Sabemos cómo planificar. Teníamos planes para Nueva Orleans. Planes excelentes. Pero carecíamos de la imaginación de lo que podía pasar. Esto es muy importante porque ¿adónde va a la escuela la imaginación en los Estados Unidos? ¿Dónde está nuestra posibilidad estética, artística, fantástica, especulativa? Eso es lo que falta.
Sabemos cómo planificar. Podemos planificar una bomba de extracción. Podemos usar grandes palabras como evacuación. Podemos hablar sobre el puente. Pero no podemos imaginar lo que ocurre en los corazones de la gente real.
Por ejemplo, puesto que Nueva Orleans está en la mente de todos, a la gente se le dijo que evacuaran -evacuación obligatoria- ¿pero alguien se imagina que no tienes el dinero para la gasolina? ¿O para un coche? Eso es imaginación, no planificación. Somos excelente planificando… pero ¿podemos imaginar?
¿Podemos imaginar las consecuencias duraderas de la guerra? Los desplazamientos de la gente. El desperdicio. Las vidas desperdiciadas. Las heridas que perduran después para siempre. Y el número de daños psíquicos después para siempre: la vida de cada persona, su cuerpo, su familia, su barrio, llevando las heridas. Todavía llevamos las heridas de Vietnam, profundamente, pesadamente, implacablemente.
Y algo más que debemos entender es que mando y control, fundamentales en nuestro modo de pensar, encargarse, mando y control- fracasaron completamente respecto a Nueva Orleans. Y claramente no están funcionando en Irak. De modo que uno tiene que pensar no cómo reforzamos y reconstruimos el mando y el control… sino ¿cómo re-imaginamos qué es esto? ¿Y por qué no funciona? ¿Qué falla respecto al corazón humano respecto a eso?
Ahora, yendo a la guerra -que es lo que creo que tenemos que hacer, nosotros que estamos aquí en parte por la palabra ‘paz’ en el título de este acontecimiento- , esto es, nosotros somos palomas en el corazón, queremos la paz, pero somos los que han de volverse a la guerra y pensarla en profundidad. Porque si no lo hacemos, le dejamos la guerra a los halcones. A los colegios de guerra. A los planificadores de la guerra. Se la dejamos a Kristal y a Wolfowitz y compañía. Se la dejamos a los belicistas si los que están dedicados a la paz, y añoran la paz, no ocupan sus mentes en la profundidad de la importancia de la guerra.
Tenemos que recordar ahora que Kant, Immanuel Kant, el filósofo, dijo que «el estado natural de los seres humanos es la guerra». El filósofo francés Levinas dijo, «El Ser se revela como guerra». Quizás estaba regresando a Heráclito en los comienzos del pensamiento occidental, quien dijo: «La guerra es el padre de todas las cosas».
En otras palabras, estos son pensadores muy profundos que han dicho que la guerra es la primera cuestión… la guerra es la primera cuestión. Pensarnos a nosotros mismos en su verdad. En su realidad. Y si no hacemos este tipo de pensamiento, sólo podemos oponernos a la guerra -o buscar una salida a través de la guerra- yendo a la guerra.
Tenemos que ir a la guerra mentalmente. Y esa es la parte dolorosa del asunto. De manera que uno mismo, al sentirla e imaginarla, es herido por ella. No simplemente como espectadores de la TV, sino dándose cuenta de la fuerza arquetipal implacable, eterna de eso que viene… de que hay más guerras en la historia registrada que años en la historia registrada. El número de guerras -el hecho de que las guerras han estado con nosotros desde el comienzo del tiempo y siguen con nosotros a lo largo de este siglo. Incluso ahora, mientras estamos aquí sentados, hay no sé cuántas guerras llevándose a cabo en diferentes países del mundo.
De modo que como digo, la imaginación estadounidense está interesada en planificar, mando y control, y encontrar hechos. Pensad en Columbine, pensad en la escuela en Colorado. ¿Qué ocurrió con Columbine? Sellaron el lugar. Quitaron los agujeros de bala. El estudio de Columbine fue cuán pronto podríamos llegar allí -¿cuánto más rápido podría llegar la policía allí? ¿Por qué ocurrió esto? ¿Cuántos agujeros de bala había en las paredes? Se contaron todos. Se reunieron todos los hechos. Pero la imaginación de qué ocurría en los corazones de aquellos muchachos, ¿dónde está eso?
Sartre dijo: «Quien comienza con hechos nunca llegará a las esencias». Eso es. Es llegar a la esencia de las situaciones. Los hechos no nos llevan a las esencias. Reunimos los hechos. Tenemos comisiones para reunir hechos en cualquier acontecimiento. ¿Pero imaginamos?
Y entonces la imaginación continúa subrepticiamente como teorías de conspiración. El asesinato de Kennedy fue tratado como investigación de hechos en el Informe Warren. Cada condenada posibilidad de cómo entraron y salieron las balas y pasaron por otra cabeza y así sucesivamente, se contabilizó y se registró. Tenemos todos los hechos. Pero no afecta a la imaginación, que continúa y continúa y continúa en teorías de conspiración.
De modo que mi alegato es por la imaginación. Ahora ¿cómo imaginamos? ¿Y qué es imaginar? No es simple el modo en que lo entiendo: es entrar en el corazón del Otro. Es una actividad en el misticismo islámico. Es una actividad del corazón. El corazón imagina. Eso no es simplemente «sentir» al Otro, tal como aprendemos en psicoterapia: empatía y simpatía y así sucesivamente, o kibbutz. Es incluso otra cosa que la compasión, porque no tiene tanto que ver con el sentimiento como tiene que ver con imaginar al Otro.
¿Podemos imaginar al Otro? ¿Imaginar al enemigo? ¿Imaginar lo que él y ella y ellos viven y piensan y creen?
Si pensamos en Irak, entonces tenemos que pensar: ¿por qué la insurrección? ¿Qué hay en el corazón de la insurrección? Y luego tendríamos que retroceder y pensar dónde estamos en relación con lo que hay en su corazón. No el temor en nuestro corazón, sino qué hay en el corazón de ellos.
Y si uno piensa en esto… se pone uno en ello… vemos nuestros hombres exponiéndose a terribles riesgos en las calles de Bagdad o Fallujah o Nejaf y así sucesivamente… pero imaginemos cómo se ven si uno fuera irakí. Estos grandes hombres con sus uniformes y sus piezas y sus equipos y su material. Hay una especie de insulto estético en una cultura que tiene un modo estético de mirar al mundo. Algo acerca de lo que ni siquiera sabemos. Ni siquiera conocemos los lenguajes. Tenemos una gran escasez de traductores. Todos sabéis esto; es noticia. Pero lo que estoy tratando de decir es que hay modos de imaginar cómo les aparecemos a ellos. No nuestras teoría, no nuestra política, no nuestros ideales, no es eso lo que quiero decir. Nuestra presentación estética, nosotros tal como somos: lo que eso es para otro.
Tenemos que pensar, por así decirlo, como antropólogos en un viaje de campo a fin de comprender cómo somos percibidos, viéndonos desde el otro lado, este es el tipo de imaginación que reclamo.
Y no quiero hablar aún de paz. Creo que ya aparecerá en nuestra discusión. Pero quiero decir algo acerca del amor y la importancia del amor en la guerra. Lo que con frecuencia hemos olvidado es el hecho de que amamos la guerra. Hay amor en la guerra entre los soldados, hay amor por la guerra: la marcha hacia la guerra, y hay el amor de la guerra misma. La guerra está enamorada de sí misma y quiere seguir y seguir y seguir… continuando…
Hay un cierto tipo de amor que pertenece a la guerra. Tiene su propio amor. Tiene su propia belleza. Y hay muchos ejemplos de la caridad, de la amabilidad, la nobleza de alma, el sacrificio por el otro. La relación de lo camaradas con el otro -estos colegas pueden ser hombres y mujeres, no necesariamente sólo hombres- y este tipo de dulzura emocional que algunos dicen que nunca habían sentido en otros momentos en su vida, salvo en medio de la batalla.
También sintieron miedo y horror y miseria, sí, no niego eso, pero lo que necesitamos recordar es que hay un tipo de amor allí que sobrepasa para algunos que han estado en ello, y con ello, sobrepasa todos los otros tipos. No quiero leer pasajes sobre eso, hay mucho de ello en mi libro llamado «Un terrible amor a la guerra», pero está allí. Y hay una belleza, un amor por la belleza de la guerra que inunda a la gente.
Mientras la armada aliada avanzaba hacia la playas norteafricanas, Ernie Pyle, uno de los grandes escritores de la Segunda Guerra Mundial, escribió: «Hora tras hora permanecí en el carril, contemplando un casi sofocado sentimiento de belleza y el poder me envolvió». Un miembro del equipo de Patton en Sicilia escribió a su mujer: «y hablando de cosas maravillosas, el punto álgido y quizás la vista más hermosa y satisfactoria que yo haya contemplado fue un bombardero enemigo estallando con sus ocupantes contra el lateral de una montaña. Dios, fue suntuoso.»
Ese es un sentido de la belleza que la gente no quiere aceptar: que se conmueven, que encuentran algo superlativo, sublime, en medio de la guerra. De modo que si no entendemos la atracción, si no entendemos la atracción de la guerra, continuaremos siendo inocentes. Y esta es nuestra adicción estadounidense: la adicción a la inocencia. Esa es nuestra única adicción. No es drogas ni marihuana ni nada de eso. Es la adicción a no saber. No querer saber. (Aplausos)
De modo que podemos hablar acerca acabar la guerra y tener paz, pero hay algo en el Dios de la Guerra que atrae. Marte siempre fue aparejado con Venus. Venus es belleza, atracción, seducción, encanto, placer… Y si no llegamos a eso, si sólo retrocedemos y decimos «la guerra es horrible, no puedo mirar», permanecemos niños.
Así, hay muchos tipos de guerra y hay muchos tipos de amor. Y uno de los aspectos ha sido dicho por un filósofo francés, Foucault: «lo que la guerra ofrece es un máximo de intensidad y un máximo de imposibilidad a la vez». Eso está muy cercano a una intensa experiencia estética, mística.
Máximo de intensidad. Por eso cuando regresan no pueden hablar sobre ello, porque estaban en otro plano, en otro estado. Un máximo de intensidad y un máximo de imposibilidad. Muerte y amor en el mismo momento. Eros y Thanatos en el lenguaje de Freud.
Y así el alistamiento para la batalle para algunos, y frecuentemente comunicado por muchos en diferentes culturas: un momento sumamente sublime, romántico. Comparable sólo con enamorarse en el sentido apasionado, sexual. En otras palabras, el aspecto Venus de la pareja Marte-Venus. La imaginación mítica que cautiva.
Ahora la tercera parte que quiero destacar es la guerra que trasciende las causas humanas.
Moderador: Tiene un minuto más.
Bueno, nos saltaremos eso. Iremos a otra cosa (Risas). Debería haber tenido dos minutos.
De cualquier modo, aparte del hecho de que es arquetipal, trascendente y como dice Barbara Ehrenreich, «la guerra sólo quiere una cosa: continuar». Y por tanto es tan imparable y tan ingobernable. Quiere continuar.
Pero hay correas que se pueden poner al perro enloquecido y a eso creo que debiéramos llegar cuando tengamos nuestra conversación. ¿Qué correas humanas se pueden poner en lo que Shakespeare llamó «el perro enloquecido de la guerra»? Cuáles son las correas humanas -no las causas humanas- pero qué podemos hacer para moderarlo o mantenerlo en jaque.
Ahí está mi minuto. Gracias (Aplauso)
Como fundamentos para una Psicología Ecológica
(Este artículo está integrado por dos breves discursos: “Poniendo la mesa”, una charla dada en la la Universidad de California, en Sta. Barbara, 2000, y “Justicia y Belleza: Fundamentos de una psicología ecológica”, un discurso dado en Rimini, Italia, en octubre de 2001. Como un único artículo ha sido publicado en “City and Soul”, ed. Spring, 2006)

Trad. E. Eskenazi
Durante los últimos meses del siglo veinte el mundo moderno pasó por un ritual preparatorio. La presencia de lo impredecible, lo invisible amenazante. Llamamos a esta presencia “Y2K” y le dedicamos inmensa concentración y trabajo tedioso a los detalles de prevención. La imaginación se enfocó en lo que podría ir mal: catástrofe, apocalipsis.
El hecho de que nada ocurriera, que el anochecer y la mañana del nuevo milenio amanecieron y pasaron como de costumbre en cualquier otro día, otro año, otro siglo, sin incidentes, confirmó a la intelectualidad de la ciencia, el negocio, el gobierno y las academias, que podíamos confiar en la razón y la voluntad humana. La derrota de Y2K reconfirmó el triunfo de la mente occidental. No estaba “al final de su cordón” (H. G. Wells). La catástrofe apocalíptica era meramente un mito.
¿Podríamos arrebatar alguna derrota de las mandíbulas de esta victoria? ¿Podríamos sacar otra lección, diferente, de esa ansiedad de medianoche, los rituales preparatorios y la cuenta atrás de una noche de invierno?
Podríamos haber aprendido cuán inextricablemente interdependiente es el mundo para existir cotidianamente, que la maquinaria a la que hemos entregado los sistemas de sustento de nuestra vida pueden sufrir crisis masivas, que debemos dedicar más y más de nuestras vidas a sistemas de servicios que ni controlamos ni siquiera entendemos, pero de los cuales dependemos. Porque sin estos sistemas quedamos aislados en altos edificios, casas oscuras, frías, enmarañados en tráfico sin dirección, dependiendo de la amabilidad de extraños para la comida, el agua y el refugio, reducidos de golpe a esa condición que Hobbes (Leviathan I, 13) describió: “solitaria, pobre, repulsiva, brutal y estrecha”.
También podríamos haber aprendido que hay que atender a los “momentos señalados” del calendario. Pues el calendario es un instrumento divino, acaso adivinatorio, que se abre a poderes míticos, cuyos movimientos intenta registrar en números. El libro de planificación y la agenda semanal no pueden dejar fuera a los Dioses, los Feriados, los Días Santos, e incluso los mismos nombres de los días nos recuerdan sus presencias a lo largo de toda la semana. Su avance o su caída siempre es posible, y siempre son necesarios rituales que los reconozcan. Hemos estado más cerca del reconocimiento del poder del mito durante los últimos días frenéticos de 1999 que en la ignorancia triunfal de enero de 2000.
Durante el cambio de siglo la catástrofe aún estaba en el aire. Pero la catástrofe evitada no es la matanza del monstruo, y es en la presencia del monstruo y en el terror de impotencia que evoca que la psique arquetipal recupera su gran mito de creación, de supervivencia, y de una civilización heroicamente fundada.
La cuestiones que ahora enfrentamos en psicología se ubican en este periodo de calendario. Estamos “después de la catástrofe”, una frase que tomo de C. G. Jung. ¿Con qué cuestiones se enfrenta la psicología ahora? ¿Son sus fundamentos adecuados para esa temible medianoche? ¿Qué revisiones ha de soportar la psicología, en práctica y en pensamiento, cuando se mantiene ante la mente la catástrofe como la cuna a partir de la cual emerge la psicología de este siglo?
Los males y las situaciones que lo psicólogos presumen que son la divisa actual -familia, relación, espiritualidad, diversidad, violencia, género, consumismo, adicción, comunidad- son residuos de la última fase del último siglo. El lenguaje con el que encasillamos nuestros casos pertenece a un tiempo que ya parece extrañamente lejano: consciente e inconsciente, proyección e integración, ego y sí mismo, femenino y masculino, opuestos e integración, desarrollo y regresión, transferencia y contratransferencia- cuán profesional y técnico suena al oído, cuán cansado, gastado y marchito por el exceso de uso, y cuán lejos de comportar algo de la amenaza del monstruo, o alguna respuesta adecuada al poder que éste puede constelar.
Se requiere algo más grandioso, fundamentos de visión y de valor que ofrezcan validez universal, de otro modo la así llamada psicología profunda sólo removerá la superficie de nuestros jardines personales mientras “después de la catástrofe” está desplazando los entramados tectónicos sobre los que descansan nuestras propias tramas privadas. El monstruo exige que la psicología vaya más allá de sí misma, de sus técnicas, de sus modelos de pensamiento, de su lenguaje, especialmente su lenguaje, a fin de realizarse como defensora de la civilización, aventurera de la cultura y defensora del alma. Después de todo, la psicología profunda surgió en un punto elevado de la cultura de Europa central, con practicantes altamente civilizados y su nombre la proclama la defensora reflexiva de la psique.
Robert Sardello, Wolfgang Giegerich y Mary Watkins ya han visto la estrecha insuficiencia de la idea que la psicología tiene de sí misma: su obsesión con la subjetividad. Cada uno de ellos ha hecho una revolución importante: Sardello hacia el espíritu diferenciado, Giegerich hacia el pensamiento implacable, Watkins hacia la opresión social. Comparto con ellos una común incomodidad que se enciende hasta la pasión. Debiéramos liberar a la psique aprisionada de su confinamiento en su propia definición.
A la pregunta ¿qué es la psicología después de la catástrofe? mi respuesta consiste en retroceder, como lo hiciera el Renacimiento, hasta esa catástrofe que se llama psicología moderna. Ya topé con este movimiento hacia atrás, esta liberación de la cárcel, en las Lecciones Terry, “sugiriendo una base poética del alma y una psicología que no comience ni en la fisiología del cerebro, la estructura del lenguaje, la organización de la sociedad, ni el análisis de la conducta…” (1)
Si ahora ensoñáramos aún más esta sugerencia, podríamos llegar a otras bases para la psicología totalmente diferentes, más honestas con los deseos del alma y las necesidades de la cultura que los sentimentalismos de poca monta de la salud mental, las relaciones socorridas, el autodesarrollo o incluso el crecimiento en consciencia.
Un gran consenso de seres, sin tomar en cuenta su capacidad deliberativa y sus habilidades lingüísticas, sienten en diversos grados y estilos que este planeta, su hogar y el hogar de sus antepasados desde el comienzo, está ahora tan severamente amenazado que su viabilidad, y por tanto la de ellos, podría no durar otro siglo.
¿Qué papel ha desempeñado la disciplina de la psicología, en el sentido más amplio, en el progreso de este deterioro acelerado, y qué parte podría desempeñar para aminorar este progreso o, mejor aún, para alterar su curso? Creo que ésta es la única cuestión importante para la psicología hoy -psicología que aún atrae cientos de miles, si no millones de jóvenes estudiantes a lo ancho del mundo hacia claustros universitarios, laboratorios experimentales, e incluso a más números de todas las edades que buscan ayuda en clínicas, centros de asesoramiento y salas privadas de consulta de terapeutas de todo tipo. ¿Qué importancia tiene la psicología en el entorno, y puede la psicología volverse ecológicamente efectiva?
El récord no es estimulante. Aquí hemos de admitir que desde su comienzo en las universidades alemanas, asilos británicos y franceses y salas de consulta vienesas, la psicología tiene una tara fundamental. Entró en el mundo con un defecto de nacimiento. Llevaba la maldición ancestral del racionalismo cartesiano, que dividía el mundo en sujetos y objetos, mentes humanas conscientes y cosas materiales muertas. El mundo real no era provincia de la psicología.
La palabra compuesta “psyche-logos” declara que la psicología es el estudio del alma, y sin embargo desde la misma concepción de esta disciplina la psique ha sido confinada totalmente en lo humano, ubicada dentro de la piel humana, y se le ha negado la existencia en cualquier sitio fuera de lo humano. No sólo se ha identificado la psique con la subjetividad humana y su interioridad, sino que también el logos de psyche, su método de estudio, ha sido limitado a y por el método científico. Una máxima antigua de la disciplina afirmaba: “Lo que existe, existe en alguna cantidad y por tanto puede medirse”. De este modo todo lo no mensurable fue expulsado de la existencia, y el método aplicable a la res extensa cartesiana, el mundo extendido de los objetos materializados, se volvió el único método admitido para el estudio del alma.
Limitada a una ciencia del sujeto individual personalizado, la psicología tal como se la concibió y practicó se ha colocado fuera del “dilema planetario”. Aislada por el espejo autoreflejante de su visión del mundo, la psicología es bastante irrelevante para la angustia que afecta al gran consenso. E incluso esa angustia y esos dilemas se internalizan en “problemas” psicológicos personales a ser resueltos aparte de su fuente en un mundo feo, injusto e insano.
El resultado ecológico de esta herencia es doble. Primero, la psicología es antropocéntrica. Su definición de consciencia, por ejemplo, declara imposible, per definitionem, que algo sea consciente salvo los humanos. El sí mismo es imaginado aún como una glándula pineal, una unidad atomística auto-cercada, ni inherente ni necesariamente comunal. El planeta es un lugar extraño, esencialmente nihilista, al cual es arrojado el individuo humano, extrañado y anómico.
Segundo, la psicología humano-céntrica fomenta un planeta desordenado, sin sentido y esclavizado. Al desgarrar al alma humana de su matriz en el anima mundi, el alma del mundo, esta madre de todos los fenómenos se vuelve un cadáver, reducida a mensura, disección experimental y canibalismo de las partes de su cuerpo. Ríos y rocas, flores y peces definidos como sin alma sólo pueden hallar valor mediante la evaluación humana. A lo largo de muchos siglos en nuestra historia y en la mayoría de las otras culturas, la idea del alma del mundo dota a todos los fenómenos de significado e intenciones inteligibles y les reconoce su propia interioridad individual. La profundidad del alma no yace sólo en nosotros, reside en la propia naturaleza del planeta.
Claramente debemos comenzar de nuevo. Necesitamos principios que comiencen no en la mente humana sino que sean dados a la mente con el mundo. Necesitamos imaginar una psicología ecológica que tome su punto de partida no sólo en los intereses humanos, sino en los intereses del planeta y los intereses de sus seres, a los que nosotros, los humanos, servimos con nuestras capacidades mentales. Esto es, no excavamos en nuestra filosofía, nuestra ciencia o nuestra teología en busca de principios, ni nos volvemos tan sólo a nuestra experiencia humana, sino que podemos intentar formular los principios que ya operan en el cosmos, fundando así el valor de todos los participantes.
Propongo tres universales para fundamentar la psicología después de la catástrofe: Justicia, Belleza y Destino. Cualifican más exactamente la “base poética del alma”.
No me vuelvo hacia la ciencia para hallar fundamentos, no busco principios de explicación sino de valor. Las explicaciones como complejidad, genética evolutiva, o la microfísica dan sólo un frío alivio. Tampoco son mis tres alternativas para o intercambiable con trinidades familiares como cuerpo, alma y espíritu; negro, blanco y rojo; fe, esperanza y caridad; lo bueno, lo bello y lo verdadero. Justicia, Belleza y Destino ofrecen universales de fuerza arquetipal, esto es, son recurrentes en el tiempo y ubicuos en el espacio, intra o transculturales, inmensamente fecundos; conjugan expresión emotiva y simbólica y son instantáneamente reconocibles en los asuntos cotidianos. Son universales sobre los cuales dependen y ansían prosperar las comunidades culturales y la dignidad humana. Sin ellos la existencia se vuelve Hobbesiana -repulsiva y brutal. Con ellos la psique se encuentra en un cosmos moral, estético e intencional, y la psicología se vuelve el estudio de los modos en que cualquier fenómeno, incluyendo los seres humanos, miden (dan la talla de) su lugar en el mundo.
Las mismas palabras -Justicia, Belleza, Destino- inspiran. Evocan ideales que no pueden ni definirse ni realizarse, y sin embargo señalan anhelos del poder motivacional sustentador de vida. Incluso en tanto que ideales, Justicia, Belleza y Destino ofrecen piedras de toque prácticas para evaluar la conducta de cualquier fenómeno; dónde pertenece; qué es, qué cualidades muestra; que está intentando cumplir. Y reconocemos primeramente la presencia de estos principios del modo usual -mediante patologías: la furia por la injusticia, la repugnancia por la fealdad y la desesperación por la carencia de sentido.
Mi fuente empírica para estos fundamentos es el sufrimiento, esa fuente perenne de la psicología profunda. No importan las ontologías que se ofrecen para fundar el campo de la psicología en la física, en la evolución, en espiritualidades, su punto de arranque efectivo es la queja, el desorden, el sufrimiento. Así como Freud buscó las bases del sufrimiento en principios arquetipales -Eros y Thanatos- más allá del caso personal, así el sufrimiento puede hallar entendimiento poético en la poesies de la tragedia. La tragedia es una palabra antigua para la bestia agazapada, lo que Yeats previó como “anarquía”, “la marea oscurecida de sangre”, “la oscuridad gotea de nuevo”, de La Segunda Venida. Nuestro sentimiento refleja tragedia, no energía, no la psicodinámica de los opuestos y las psicodramáticas de la lucha, sino lo trágico abonado con su correlativo, la comedia. Para vivir con el perpetuo nihilismo de la bestia agazapada siempre en el umbral, ha de haber algo de justicia, algo de belleza y algún sentido de destino.
La herida a la hubris humanista infligida por Nietzsche, Marx, Darwin y Freud no puede ser reparada ni por el mejor de los sanadores heridos mientras no sea reconducida a la universalidad de la tragedia, sugerida por Y2K, como la destrucción auto-infligida de la civilización debido al defecto de su hubris.
La idea de Justicia apenas si ha sido importante para la psicología, que ha procedido como si la Justicia pudiera ignorarse. Sin embargo la Justicia es el principio rector de la sociedad, acaso también del mundo natural, formulada como ley natural. Los griegos consideraron a la Justicia (Themis) fundacional. Era una gran diosa de la tierra, como Gaia a la que Zeus también debía obedecer. Yace en las raíces de la polis, la ciudad, haciendo posible la cohesión estructural, dando a cada cual su lugar adecuado, permitiéndole pertenecer pero no salirse de sus límites. El ostracismo, el destierro, la exclusión por transgresiones han sido desde antiguo castigos basados en la inclusión cohesiva de la Justicia.
La Justicia es inherente a la sociedad a fin de hacer posible la sociedad, e inherentemente necesaria para la supervivencia individual en la sociedad, de modo que la Justicia es inherente en la persona individual, y acaso en todas las criaturas, sustentando sus aspiraciones a una existencia mutuamente dependiente. La Justicia yace tan profunda, se siente tan innata -opera como un instinto. Las transgresiones saltan rápido al ojo, la injusticia apesta y sus heridas supuran mucho tiempo. El sentido de Justicia viene con el alma más nueva. El niño más pequeño grita: “¡Eso no es justo!”
La Justicia hace posible una sociedad inherentemente correlacionada de seres donde la mutua dependencia se base no en la mutua utilidad y el intercambio económico, sino en el puro hecho de la existencia participativa. Si todos los seres pertenecen, entonces todos son necesarios y útiles, y la justicia prevalece para cada uno y para todos.
La psicología se ha encontrado con la justicia indirectamente. Autoridad (empowerment), derecho (entitlement), victimización -pierden de vista la dimensión arquetipal que revalúa estos sentimientos como reclamos éticos y políticos. Cuando la Justicia es fundamental, entonces la injusticia deviene un síndrome primario, quizás una categoría de diagnóstico, y un foco primordial de la terapia. La justificación de la propia vida se vuelve más significativa que su significado individualizado. La búsqueda de Justicia lleva a la psicología hacia la filosofía moral y política.
Y hacia la estética: le mot juste (la palabra justa). La Justicia insiste en el uso correcto del lenguaje, el gesto correcto, el ritmo que señala los requerimientos poéticos básicos de la psique. De todas las injusticias que la psicología debiera rectificar, la principal es hacer que sus palabras se adecuen al caso, y el caso es siempre el alma. Hacer las cosas justas -allí es donde convergen la ética y la estética, lo que ahora nos lleva a la Belleza.
“Divino realce del mundo terrenal” (2), esa idea neoplatónica de la Belleza abruma con su hermosa simplicidad! Divino realce -eso es lo que llega al corazón, nos detiene, contiene nuestro aliento, nos convoca, y puede brillar inesperadamente en cualquier cosa, en cualquier sitio, en cualquier momento. No es sorprendente que la palabra griega kalos (belleza) también tenga el significado de “llamar” (call). La Belleza llama: nos enamoramos, compramos el cuadro, la búsqueda inquieta por conocerse a sí mismo se desvanece a medida de que el conocimiento cede a la percepción y la apreciación. Una esperanza de alegría permanente es todo lo que uno necesita conocer.
Además de su poder de llamado que atrae hacia el mundo, haciéndolo deseable y despertando nuestro amor por él, además del placer y la vitalidad que proporciona, la Belleza ofrece una ventaja como fundamento psicológico: se desvanece antes de ser capturada en el literalismo. Cuando se toma al Destino literalmente, se vuelve determinismo, y la Justicia, legalismo; así la Belleza tomada literalmente se vuelve esteticismo, programado o formalizado o simbolizado o kitsch. En tanto que un a priori, la Belleza permanece como diáfano realce de las cosas, no una cosa misma, y por lo tanto ideal, visionaria, enteramente inmanente. Los primeros principios deben permanecer prioritarios en todos los sentidos para que puedan representar prioridades de valor hacia las que intenta avanzar la cultura y que el alma anhela.
El deseo de Belleza, con sus efectos tan profundamente transformativos, su universalidad en la presentación de la naturaleza y la cultura humana del cuerpo, de la comida, del lugar y de las herramientas, por no decir ya las artes, cuya vocación es traer ese realce inmanente a la percepción sensible- ¿qué podría ser más fundamental? Es increíble que las psicologías de la profundidad y sus terapias permanezcan tan aisladas de estos hechos cotidianos. Por lo menos la anestesia de la psicología deja una cosa en claro: necesitamos cruzar la frontera, abandonar nuestra cautividad.
La falta de Belleza como hecho cotidiano, como condición clínica, también fue descrita por los neoplatónicos: “Si el alma tropieza con lo feo” dijo Plotino, “al momento se repliega sobre sí misma y reniega y disiente porque no sintoniza con ello y es ajena a ello” (3) ¡No me digan que la psicología arquetipal no es clínica!
Sobre el Destino hay poco que decir. No es simplemente el sentido mítico de la vida, que estemos a la vez encadenados y llevados por fuerzas que pretendemos entender. Su poder emerge en nuestra conciencia como necesidad -Ananké. Y esta necesidad arquetipal se traduce en un sentido de destino personal, en momentos de sentirse necesario. Algo se significa, algo se quiere y algo esta viviendo junto con mi vida, dando codazos, impulsando, a veces tomando la rueda y dándole otro giro.
A menos que se construya un sentido de destino en los fundamentos de la psicología, esta se vuelve esencialmente anémica, careciendo de poesies, esa fuerza imaginativa para ocuparse con la desesperación, la soledad a la deriva y el pánico que la psicología está llamada a encontrar. Sin una idea de Destino, la psicología le falla a su propio destino.
El estudio de estas fuerzas que fingimos entender, este proceso de investigación es lo que hace interminable la actividad de la psicología. Es una actividad de observación fiel, que trae la amplitud de los poderes míticos al pequeño mundo de la gentecilla que susurra en la hierba. Advertir, escuchar y apreciar: algo siempre está hablando. La observación se vuelve una diaria práctica de observancias. Así como una psicología fundada sobre la Justicia se vuelve ética y política, y fundada en la Belleza debe ser sensible y estética, así el Destino exige que la psicología sea observante, es decir, religiosa y animista.
Sugiero que estas tres ideas arquetipales pueden transportar la psicología a través del umbral aportando una visión que sustente a la psique ante la catástrofe, ya sea del entorno, tecnológica o apocalíptica. Como ideas más culturales que puramente psicológicas, tienden a impedir que la psicología se aísle como una disciplina de especialistas o una práctica profesional. Así como el alma no pertenece a ninguna provincia de la investigación, las ideas sobre las que descansa la psicología no deben ser provinciales. Esa ha sido la aspiración de la psicología arquetipal desde el comienzo. Después de todo la psicología profunda es sólo una manifestación -tardía, menor y principalmente occidental, opulenta y blanca- de la cultura. De modo que nuestra base ha de encontrarse en principios de la cultura, y la cultura siempre intenta articular su destino revelando la belleza y defendiendo la justicia.
Los psicólogos arquetipales siempre hemos sabido en nuestros corazones que nunca el sufrimiento se suaviza tanto y nunca se soporta mejor la amenaza de crisis que cuando la fealdad y la injusticia pueden evitarse, cuando hay un vislumbre de belleza, algo de justicia inminente, y cuando el destino da el valor de lo importante a un golpe de tragedia.
He intentado poner la mesa para el próximo umbral de la psicología como una “aventura de las ideas” (Whitehead) para una psicología basada en valores, ideas que posiblemente podrían servir para impulsar a la psicología en el terreno peculiar con sus picos y valles de un siglo aún desconocido.
Sostengo que estos principios son básicos para las culturas en todas partes porque son dados con el mismo cosmos, y en tanto que dados primordialmente, son garantes ecológicos. La tarea de la psicología es reconstruir su aprendizaje y sus terapias sobre estos principios primordiales, a fin de que el grande y ancho mundo y sus seres nunca puedan quedar fuera de su alcance. Porque la Justicia, la Belleza y el Destino no son meramente humanistas, religiosos, científicos o regionales, admiten muchos modos de implementación, y sin embargo trascienden toda implementación con un pretensión ideal de valor trascendental, inspirando el arte, la dignidad y el cuidado respetuoso, e incitando a una perdurable rectificación de la fealdad, de lo errado y de los hábitos perdidos. Porque precisamente la fealdad, el error y la falta de compromiso son las causas principales de un planeta sufriente, esa bola azul envuelta en un remolino, tan frágil, flotando en un mar de estrellas.
James Hillman
traducción Enrique Eskenazi
©2007
Notas
1. J. Hillman, Re-Imaginando la Psicología
2. R. H. Armstrong, «The Divine Enhancement of Earthly Beauties», Eranos Yearbook 53 (1984), pp. 48-81.
3. Plotino, Eneadas I, 6, 2.