Conferencia dada por James Hillman el 10 de febrero de 1997

Traducción de Enrique Eskenazi

«El cielo retiene dentro de su esfera la mitad de todos los cuerpos y los males» Paracelso.

Seguramente reconoceréis que el que haya venido aquí es muestra de considerable audacia. Osadía, incluso. Pues éste es vuestro campo de conocimiento, no el mío; vuestra profesión, no la mía; y vuestra responsabilidad.

El que no tenga yo responsabilidad respecto a esta antiguo tema y a esta profesión durante tanto tiempo apreciada -y difamada- me permite ser irresponsable en lo que pienso y digo esta mañana. Solo en virtud de tal irresponsabilidad puedo sentirme lo suficientemente libre como para decir algo que pueda ser útil para vosotros.

A diferencia de vuestro compromiso para con vuestro trabajo y con la defensa de vuestro campo, mi compromiso sólo es con un constante interés, incluso un amor, a la astrología como fenómeno arquetipal, esto es: extendido, intemporal, emocionalmente potente, profundamente resonador y generativamente inventivo y también poderosamente peligroso. Por ello, a causa de estas cualidades, la palabra arquetipal es adecuada para el mismo campo.

Si es arquetipal, la astrología está aquí para quedarse; porque no se irá, debe ser arquetipal. Y no se irá. El historiador de la cultura Theodore Zeldin escribe: «… En 1975 un grupo de 192 eminentes científicos, incluyendo diecinueve premios Nobel, dirigidas por un profesor de Harvard, publicaron un manifiesto declarando que les preocupaba la creciente aceptación de la astrología en varias partes del mundo… Uno de los firmantes, un profesor de astronomía en la UCLA, se quejó de que un tercio de los estudiantes de sus clases profesaban creencia en la astrología, y también su esposa». Zeldin informa además de que un tercio de la población en Francia e Inglaterra admiten creer en la astrología, y entre los franceses («donde la lucidez es una virtud nacional») «el 90 por ciento conoce su signo zodiacal» (Una Historia Intima de la Humanidad, Harper Collins, 1984, p. 339)

Acerca de su peligro, tendremos más que decir más adelante; su poder emocionalmente seductor me sorprendió hace unos 45 años, en Zurich, cuando me hicieron mi primer tema, aunque ya había aprendido los elementos simbólicos y la grafía antes de eso. Fue tal la convicción que vino junto a esa primera lectura que continué estudiando astrología. Este interés permanente, esta fascinación, este amor no me ha abandonado nunca. A la vez, tengo que aclararos que ni creo en ella, ni la practico, ni entiendo cómo «funciona», aun cuando la astrología forma una de mis lenguajes fundamentales para la reflexión psicológica.

Sencillamente, para mí la astrología devuelve los acontecimientos a los Dioses. Depende de imágenes tomadas de los cielos. Invoca un sentimiento politeísta, mítico, poético, metafórico de aquello que es inevitablemente real. Esto es lo que hace a la astrología eficaz como un campo, un lenguaje, un modo de pensar. Es el portador para la mentalidad popular de la gran tradición que sostiene que todos habitamos en un cosmos inteligible, propocionando así a las preguntas humanas respuestas más que humanas. Nos obliga a imaginar y a pensar en términos psicológicamente complejos. Es politeísta y por lo tanto va en contra de la mentalidad dominante de la historia de Occidente.

Tomo prestada la palabra «eficaz» de Paracelso, que dijo, «se vuelve médico sólo aquél que conoce aquello que es innominable, invisible e inmaterial, y sin embargo eficaz». Y tomo prestada la idea de las antiguas lecturas neoplatónicas de las posiciones e influencias planetarias. Los intérpretes neoplatónicos en el Renacimiento y aún antes encontraron una lectura beneficiosa, eficaz, aún de los planetas más difamados, como Saturno, y de las constelaciones menos auspiciosas. Todos los Dioses desbordan beneficios; era tarea humana, la tarea del intérprete, descubrir estos beneficios. De otro modo nos perdemos las bendiciones y las confundimos con maldiciones.

En mis propios decursos, encontré los beneficios de Saturno un día en Roma hace unos años. Estaba contemplando el viejo templo de Saturno, cerrado a los visitantes por las autoridades. Cerrado, como dicen en Roma, por restauración. La restauración podría durar ya quinientos años, y podría continuar otros quinientos años más; pues uno de los modos en que la Iglesia puede impedir que el pasado politeísta tiña nuestra religión actual es mantener cercados los antiguos lugares. Así que muchos de los viejos templos están en construcción, en restauración, o son considerados «arquitectónicamente peligrosos».

Como sea, se me ocurrió al estar ahí que las maldiciones que Saturno me había infligido : frialdad y alejamiento de la intimidad humana, obsesión con ideas, oscuros humores depresivos que paralizaban la acción, preocupaciones sobre situaciones concretas que yo intentaba poner en orden, un manejo torpe de la novedad, frivolidad y artificialidad electrónica, cargas del deber, periodos de rigidez y aspereza hacia mí mismo y hacia los demás- todas estas maldiciones habían sido tomadas literalmente. No había captado su eficacia: cómo me protegían, me mantenían en el camino, fiel al llamado, permitiéndome pensar y aceptar la soledad, y cómo habían permitido que el orden fuera derrotado en nombre de la ausencia y el vacío. En otras palabras, las maldiciones que atribuía a Saturno eran bendiciones. Además, aquel día en Roma me di cuenta de que somos nosotros quienes hacemos de Saturno un planeta maligno, negativo, interpretando las bendiciones que otorga sólo en un sentido rígidamente opresivo, como pesadas cargas en lugar de dones de peso. Perdemos una mitad: la mitad celestial del mal. Puesto que no es el Dios quien nos maldice, somos nosotros quienes maldecimos al Dios mal interpretando su eficacia.

La astrología neoplatónica encontró la razón de nuestra tozudez, nuestro sentimiento de victimización, por ejemplo por Saturno, en el hecho de que todas las almas están atrapadas en la estupidez del naturalismo, literalismo, concretismo. Tomamos literalmente nuestros sufrimientos: aprehendemos las cosas sólo tal como aparecen naturalmente; insistimos en que lo real es concreto. Estos errores de entendimiento se deben a que nuestras almas están encerradas en hyle, la palabra griega para el material rígido. De modo que el viaje del alma, de acuerdo con la alquimia de Michael Meier, comienza en Saturno y concluye en Saturno, esto es: comienza en la opresión y la victimización a la vez que, escondidas en la rigidez de nuestra mente, están las bendiciones de las metas de Saturno. Su verdadero propósito, escribían las autoridades, estaba «dirigido a la iluminación y guía del intelecto y a conducirlo al conocimiento de lo que es correcto y útil».

Debéis recordar aquí que eficaz no sólo significa positivo. Los dones de Saturno todavía pueden sentirse como opresivos y limitadores. Un don no es sólo lo que literalmente parece ser: tenemos que disfrazarlo bellamente para esconder que cada don es también potencialmente tóxico; cada don (gift) es también un Veneno (Gift), la expresión alemana para «veneno». En efecto, en algunas culturas, como la China, un don puede usarse como una maldición subliminal; y, a menos que rápidamente se lo repare con un contra-don al benefactor, uno permanece cautivo, esto es, obligado, atado, constreñido, limitado por ese don. Por ello es que cuando más uno tarde en escribir un agradecimiento, más se vuelve una carga: un don desprovisto de su envoltura revela su maldición latente.

La lectura neoplatónica de un tema devuelve todas las cosas a los Dioses, pero no hace las cosas ingenuamente positivas. El modo eficaz de leer tan sólo rehúsa a dividir las cosas simplemente en negativas y positivas, afortunadas y desafortunadas. Una cuadratura puede volverse un Beethoven, un trígono un Forrest Gump.

Así, la lectura eficaz de la «otra mitad» invisible que afecta a nuestros cuerpos y nuestros males, como dice Paracelso, no significa una lectura feliz de planetas felices en posiciones felices. Júpiter en Leo en la casa dos, o diez, no indica meramente optimismo, magnanimidad, calidez expansiva; sabemos que también invita a la exageración, al derroche, a entusiasmo indiscriminado. Las costas lejanas a las que Júpiter empuja pueden ser venturosas y a la vez infladas y superficiales. En cada situación debemos tomar en cuenta el sitio cultural de la persona a quien uno le habla, el portador del tema.

Quisiera acentuar esta idea de sitio. Un humano está situado; una carta está situada. El momento natal es siempre en algún sitio. Ese sitio no es sólo un mero conjunto de coordenadas geográficas, longitud y latitud. El sitio es también una cultura, una naturaleza, una historia, una política, una geografía, un lenguaje, un estilo, un carácter. El sitio no es un accidente de nacimiento, sino aquel sitio único y particular el cual, decía el neoplatónico Plotino, el alma escoge como una de sus cuatro elecciones básicas: los padres, el cuerpo, las circunstancias y lugar de entrada en este mundo (Ver mi «Código del Alma»). Dónde esté uno y dónde uno entre en el mundo parece importarle al alma. Y este «donde» rige distintivamente sobre todas las generalidades y comunidades que los astrólogos emplean al leer un tema.

Un residente de Bay Area en la proximidad de Tiburon o Larkspur puede responder casi sin notar a un «Buenos días». Una pequeña inclinación de cabeza, un pequeña sonrisa de acuerdo a una convención familiar. En Maine, «Buenos días» puede originar como respuesta un «Ya tengo otros planes». En Manhattan, «»métase en sus asuntos» y en Alabama «Oh, gracias, muchas gracias, y que también Ud. tenga un buen día, y vuelva a pasarse por aquí».

Acentúo estas diferencias en maneras de hablar porque manifiestan diferencias en situaciones. No es que ahora me interese destacar si estas diferentes localidades -Bay Area, Maine, Manhattan, Alabama- reflejan rasgos astrales pertenecientes a este o aquél signo zodiacal, sino que me interesa destacar la importancia del sitio en la lectura de una carta, puesto que cada sitio tiene su propio humor y su tiempo, su atmósfera y su botánica, su historia y su cultura.

Los diagnósticos psiquiátricos consideran el sitio como parte del cuadro clínica. Recuerdo a uno de mis profesores psiquiátricos en Suiza que advertía acerca de los diagnósticos de depresiones maníacas. Asegúrese de saber de dónde viene el paciente, ya que lo que puede parecer depresión puede ser culturalmente normal en los valles cristianos y rocas escarpadas de la Suiza interior, y lo que puede parecer manía puede ser la conducta habitual en un pueblo bávaro.

Nuestro planeta también es un planeta y necesita nuestro reconocimiento cósmico. La suavidad polinesia y el rigor espartano son más que leyendas; son determinantes. La cívicamente cohesiva Minneapolis y la decadentemente deliciosa Nueva Orleans son sitios planetarios que comportan tanto en el carácter y el destino como los sitios de los planetas en un tema.

Al comienzo dije que, puesto que la astrología es arquetipal, es poderosamente atractiva y por lo mismo peligrosa. Quiero ahora extenderme sobre este peligro. Es el peligro con el que he estado luchando durante muchos años de muchas maneras en mis escritos: el literalismo. Específicamente para nosotros hoy, el literalismo astrológico.

Dos tipos de literalismo afligen a la astrología, de modo que la astrología, como el psicoanálisis, puede correr el riesgo de volverse una fe fundamentalista. El primero tiene que ver con el tiempo. Llamémosle el Literalismo Temporal. Se ve reforzado por cálculos, tablas, exactitudes, minutos y segundos. No cuestiona suficientemente la idea de tiempo, sino que está cogido por el tiempo. Creo que es posible continuar haciendo estos cálculos matemáticos, pero considerarlos menos como rigurosas medidas de tiempo y más como un servicio ritual, un conjuro teúrgico necesario para constelar la visión psíquica, intensidad de foco, elaborar un procedimiento distanciador así como en otras artes, la medicina por ejemplo, se deben usar medidas cuidadosas y dosis exactas, y así como las curas nativas en culturas menos técnicas usan cuidadosa precisión en sus prescripciones, o como los cocineros realizan su arte en términos de tiempo y medidas. Pero todo esto es un ritual para enfocar la intuición y refinar las propias habilidades, más que para presentar los hechos verdaderos de lo que efectivamente está ocurriendo, u ocurrirá o ha ocurrido ya, en una incognoscible esfera invisible, aquella otra mitad más allá de este mundo.

Dejando de lado el apego literalista al tiempo podemos también liberarnos de otro poder peligrosamente atractivo en astrología: la tentación de predecir. El segundo literalismo es la creencia en la influencia causal de los cuerpos astrales o los planetas reales. El literalismo astrológico supone que podemos conocer esa «otra mitad» que reside en el Cielo y, por medio de cálculos matemáticos basados en la comprensión literal del tiempo, atribuir causalidad a estos poderes celestiales.

Creo que debemos deconstruir estos literalismos. Creo que la tarea que llama al astrólogo es pensar más poéticamente y metafóricamente, y menos causalmente, como si la astrología tuviera que obedecer a la ciencia Newtoniana. No creo que necesitemos atribuir propiedades causales a los planetas o sus constelaciones, y por lo mismo no necesitamos saber cómo funciona la astrología. Más bien podemos dejar que la carta opere como un mantra que proporciona revelaciones, una mirada en el más allá, un mapa de lo no visto, un compendio de poderes invisibles operando en conjunto. Incluso podemos hablar de estos poderes invisibles como dioses que gobiernan, como fuerzas que influencian. Sin pretender conocer dónde residen efectivamente, cómo operan, lo que intentan.

Sugeriría un modo más fenomenológico de leer y menos metafísico o teológico. La fenomenología trata con las cosas tal como aparecen. Deja de lado las especulaciones sobre orígenes, causas, explicaciones, teorías. Así es como trabajo en psicología. No tengo teoría de los sueños: cómo vienen, qué buscan, dónde se originan. Tampoco tengo una teoría de los síntomas, de las neurosis, de la locura o de la salud mental. No conozco las fuentes primarias de ninguna de las cosas que me encuentro en la práctica. No sé qué ha provocado los acontecimientos sobre los que se me informa, y no me preocupo en absoluto por sus orígenes. No atribuyo el poder literal de cuasalidad a un recuerdo paterno de abuso brutal o un recuerdo materno de descuidada crueldad. En cambio, contemplo los fenómenos. Estudio lo que se presenta: el problema, las imágenes, los dolores, los sorprendentes giros del destino -aspirando a salvar los fenómenos de las explicaciones para poder permanecer enfocado en sus rostros. Tomo cada cosa por lo que muestra. He asimilado entre mis hábitos mentales lo que la filosofía, tanto oriental como occidental, han enseñado: la causalidad en este simple sentido es ilusoria. Más aún: deviene un método para huir de la confrontación con los fenómenos que están justo enfrente de la propia nariz. Esto es lo que quise decir antes al afirmar que no entiendo la astrología. Además, no necesito ni quiero entenderla. Ya es suficiente para mí ese compromiso con sus proveedoras y eficaces revelaciones.

De modo que una cuadratura Júpiter-Saturno en signos fijos, tal como yo tengo, una Luna o un Plutón aislados con sólo débiles contactos o ninguno, no son causas de problemas o errores, miserias o luchas. Estas posiciones en un tema natal proporcionan imágenes a ser ponderadas por su riqueza simbólica y amplificaciones míticas. Proveen datos arquetipales, dones divinos.

Aquí intento mostrar el paralelismo entre un enfoque fenomenológico, arquetipal, en la práctica de la psicología y en la práctica de la astrología. También intento distinguir entre lo práctico y lo empírico. La astrología es un arte práctico, pero no una ciencia empírica. Algunos, como Gauquelin, pueden tratar de establecer una base empírica para ella, juntando pruebas estadísticas de datos reunidos. Yo no veo la necesidad de esto. Es que acaso establecemos el valor práctico y la veracidad del arte por medio de datos estadísticos? Nuestras pruebas tanto en la terapia como en la astrología no son de tipo científico sino de tipo humano: anécdota, testimonio, revelación.

Quizás no debiera plantear esta distinción con tanto rigor, esta distinción entre práctico y empírico. «Empírico» original y tradicionalmente no significaba establecer una idea por medio del método científico. Más bien, «empírico» se refería originalmente a los médicos, sanadores y practicantes que se guiaban y basaban sus prácticas en la observación y en la experiencia más que en la teoría. Lo que digo es que no tenemos que tener una teoría explicativa para las experiencias psicológicas y/o astrológicas a fin de practicar nuestras profesiones. Sólo necesitamos dedicarnos a los fenómenos; necesitamos estudiar, cuidar, vigilar, escuchar, a fin de ser practicantes responsables de nuestros artes.

He de confesar que tomo más bien literalmente las dos primeras palabras en la frase de Paracelso; «El Cielo retiene» (dentro de su esfera)». Y no arguyo con él acerca de las palabras «mitad» y «todo» (mitad de todos los cuerpos y los males). No creo que haya querido decir mitad matemáticamente, como cincuenta por ciento. Creo que quiso decir que uno sólo consigue una media-verdad, una cura parcial, un entendimiento defectuoso si uno descuida el Cielo. Respecto a la enorme generalización de esa palabra «todo», tengo que conceder que o bien el cosmos entero lleva los efectos del Cielo, o uno debe decidir qué partes no están bajo su gobierno, qué acontecimientos y cuerpos pueden declararse independientes de los efectos de los Dioses.

Pero en aquellas primeras palabras «El Cielo retiene»- he ahí el misterio! ‘Cielo’, la palabra, entró en el inglés a través del Sajón, el antiguo Alemán gótico. El origen último de la palabra “cielo“ (heaven), dice el diccionario, es desconocido. Se lo define como más allá del firmamento (sky); mientras que cielos, en plural, se usa para regiones, esferas, jerarquías bajo cuya ley vivimos, más allá y desconocidas, y a las cuales cada vida e incluso cada momento de la vida aspira como si fuera su fin o su meta. El Cielo connota lo divino, como cuando al probar una tarta borracha de chocolate amargo exclamamos «celestial, divino». Y «séptimo cielo» es el mayor júbilo, y «cielos arriba» invoca a los Dioses y Diosas.

Ahora atendamos a lo siguiente. Paracelso dice que este cielo que rige la mitad de nuestras vidas no está sólo más allá del firmamento y es invisible, externo a la esfera humana, sino que, horribile dictu, retiene, contiene, preserva, guarda, no deja ir, no se abre a esa mitad de nuestras vidas, nuestros cuerpos y nuestros males, así como a todos los cuerpos y males en la tierra.

¿Está Paracelso bajo la influencia de la vieja ecuación de Dios y Saturno, un dios controlador, retentivo anal, un Dios ausente que contiene la mitad del destino en sus manos y que sin embargo es un Dios que no puede ser visto, mostrar su rostro, manifestarse? Creo que esa visión del Cielo puede haber prevalecido en tiempos de Paracelso, también antes y después, pero no creo que fuera su visión, ni que él fuera ese tipo de criatura de Saturno.

Prefiero pensar que Paracelso insiste sobre la mitad invisible de nuestras vidas, la mitad astrológica retenida por esferas más allá de la naturaleza, de modo que esta mitad no es aprehensible directamente por ningún método de la ciencia natural, ningún tipo de comprensión mundana o naturalista. Intentamos llegar a los cielos mediante las especulaciones de la teología, el misticismo, la metafísica, la poesía, la matemática, pero el cielo se contiene, se retiene y se resiste, y así su esfera permanece hermética, secreta.

De modo que nosotros, humanos, conscientes de que vivimos sólo de medias-verdades y vemos sólo a través de un cristal oscuro, nos volvemos a la astrología para encontrar el camino de regreso al cielo, a la fuente invisible que afecta a nuestros cuerpos y a nuestros males. En términos de Jung, estamos en busca del Dios en la enfermedad , no meramente esta o aquella enfermedad (disease) literalmente clasificada, sino en la inquietud (dis-ease) llamada también vida. El astrólogo revierte los acontecimientos a sus causas en los cielos, sacando así a la persona fue de las circunstancias y orientándola hacia el cielo. De aquí el sentimiento revelatorio cuando se hace una interpretación conmovedora; la puerta del cielo Imprevistamente se abre, se hace la conexión entre las dos mitades, esta vida aquí y esa esfera allí. La astrología es entonces un arte divino, pero no el arte de la adivinación, pues eso es nuevamente literalismo: un literalismo de la predicción y del tiempo.

La tarea del astrólogo, entonces, como la del psicólogo arquetipal, es menos traer los dones del Dios a mi vida, que el dar vida a los Dioses. Cada visión, cada patología, cada trozo de buena suerte que conecto a los planetas mantiene vivos a los Dioses. A ésto los cristianos podrían llamarlo un movimiento redentor. Prefiero ver esta tarea de devolver los acontecimientos a los celestes invisibles, un proceso de epistrophé siguiendo la idea del Neoplatonismo, o ta’wil en el misticismo persa. Esta visión ve el mundo entero lleno de un innato deseo de retornar a su fuente imaginal, su esencia arquetipal, su otra mitad en el Cielo.

Así, por ejemplo, aquí estoy, digamos un ascendente Géminis, en todos mis males y en mi cuerpo: las vacilaciones del carácter, la atención distraída y dividida, la duplicidad, la divertida tortura de ver ambos lados y luchar con las oposiciones, nervioso, encantador e impaciente, a la vez la lengua presta del engaño que formula la vida, como un periodista o un predicador, antes de vivirla, la intensa sensibilidad, los pequeños acuerdos, las múltiples conexiones del prestidigitador, del charlatán y del murmurador, el agotamiento que llega con la prisa y la excesiva conectividad , todas estas características pertenecen a mi carácter, esto es, el depósito celestial en mi alma, un tesoro de mercurio tornasolado, un mineral metálico o un cuerpo planetario al cual mi vida, tal como la vivo, puede pulir y volver lustroso y útil. Este pulir de los males de lo dado es lo que los escritores como Blake y Keats y Lawrence han llamado «almificar» (soul-making). El almificar (soul-making) devuelve a los Dioses lo que me dieron y que traje conmigo al llegar, devolviéndolo más «refinado» y «sofisticado» como dicen los alquimistas.

Cada vez que una consulta astrológica puede devolver una característica a su divino personaje (character), pulir un problema para que brille en una luz diferente, revelar al Dios en la enfermedad, dejar al cliente ver claramente por un momento aquella otra mitad celestial, el astrólogo está realizando una epistrophé (conversión), devolviendo una mescolanza en lo humano a un mito en los Dioses.

Para que no concluyáis que mi énfasis en los dioses, lo divino, los cielos, los invisibles, es elevado e intelectual, recordemos que los planetas residen primariamente dentro de constelaciones de animales. Los planetas están principalmente guardados en las cuadras entre bestias. ¿Porqué este más allá del Cielo está diseñado por un mapa de formas animales, y estas formas son tan terrenales: no halcones y búhos y palomas, o ruiseñores o águilas, sino serpientes y escorpiones, peces y cangrejos, carneros y cabras, caballos y toros? ¿A qué viene esta preponderancia de animales?

Para nuestras mentes vulgares, arrogantes, recientes, occidentales, «animal» significa bruto, bestia, tonto, más bajo en la escala evolutiva. Sin embargo en la mayoría del mundo antes de nuestros tiempos y aún hoy mismo en muchos sitios del mundo, los animales son los verdaderos maestros de la humanidad, espíritus guardianes y constantes compañeros del alma. Algunas terapias intentan despertar esta conexión arcaica con el animal, pero la astrología ya lo hace para nosotros- así de simple! Nacido en el año del Tigre… Uau! Sol en el Cangrejo- oooohhh! Marte en el Toro y Venus en Escorpio: vigilad!!!

Estas formas animales que permean la imaginación astrológica presentan el animal como un contenedor cósmico de poderes invisibles. Los animales como formas de lo divino, que es exactamente lo que los antiguos egipcios sentían y que también es verdad para culturas desde el Japón Shintoista hasta la Polinesia, gran parte de África hasta los nativos de las regiones circumpolares. La astronomía continúa trabajando con espacios con forma de animales configurados por líneas entre los puntos brillantes de las estrellas. Conectad los puntos y veréis lo invisible volverse un toro, un león, un par de peces.

La astrología trabaja matemáticamente, y uno normalmente supondría que los números y los animales tienen poco que ver unos con otros, unos abstractos, los otros tan concretos como la sangre, los dientes, el pelo y el veneno. Pero dos pasajes básicos en los textos de cosmología que sustentan la cultura mitológica occidental e islámica unen a los animales y los números. El primero es el arca de Noé, descrita con medidas detalladas para dar forma a la nave que puede contener todos los animales. El segundo está en el Timeo de Platón (fr. 55c). Allí podemos leer acerca de una figura de doce lados usada por el creador para el «todo». Platón da una forma geométrica para los cuatro elementos, y luego de esta quinta y más comprensiva forma de todas, dice que contiene «esquemas de figuras animales». Esta figura de doce lados, con forma de animal, es paralela a otro pasaje de La República de Platón (589 b-c) donde presenta «la imagen simbólica del alma» como una bestia de muchas cabezas con un anillo de cabezas domadas y salvajes.

Para la cosmología antigua no había necesariamente separación entre lo geométrico y lo orgánico; se correspondían, lo que nos dice hoy que los cálculos matemáticos de la astrología no son sólo necesidades rituales para enfocar la conciencia en el caso a mano y abstraerlo en una cartas visible. Los números también son modos de hacer precisas las diversas fuerzas animales, la bestia de muchas cabezas que vitaliza y conduce el alma, la vida instintiva que nos guía como nuestra compañera del alma. De nuevo el peligro del poder compulsivo de la astrología: mientras jugamos con números y reconocemos los grados, también estamos reconociendo la casa animal que contiene el alma, de hecho la casa animal que contiene todo el cosmos. Y no olvidemos que son los animales -incluido el animal humano- los que el Dios bíblico considera la única parte de toda la creación merecedora de salvar, una salvación que requiere que Noé tenga que hacer antes deliberados cálculos matemáticos.

Finalmente, entonces, si no es verdadera, ni es explicativa, si sus matemáticas son ritual disfrazado y su referencia a los planetas concretas de la astronomía son metáforas, ¿porqué nosotros, gente inteligente, racional, educada y sabia, tales como vosotros y yo, nos hemos reunido aquí para volver a la astrología? ¿Porqué ajustados con cinturón de seguridad a un asiento en un avión que puede llevarnos directo a la muerte abrimos la revista justo en la página de los horóscopos del mes? ¿Porqué recogemos los consejos que se dan sobre un Mercurio retrógrado, o analizamos la conducta de nuestro amante en término de humores lunares, o esperamos algún cambio financiero radical en el próximo tránsito por nuestra casa dos? Incluso cuando leemos tenemos que suspender la falta de creencia, ocultando la pequeña vergüenza de que estamos leyendo la trivialidad de una adivina…

Entonces, ¿por qué volvemos a ello? ¿Qué busca el alma, qué desea, por qué nos atrae tan rápidamente? Mediante ese parágrafo de la última página regresamos a nuestro daimon-estrella individual que contiene una porción de nuestro destino, esa otra mitad. Buscamos de nuevo la conexión con nuestro compañero primordial, ese hermano-hermana en el cielo que vive fuera de este cuerpo sujeto por un cinturón de seguridad a su asiento, y que comparte nuestra vida en cada instante -y este instante elevados en el aire que puede también ser el instante de la muerte- porque conecta nuestra vida con Moira, el daimon de nuestro hado: Moira, la palabra griega que significa simplemente una parcela, la mitad de Paracelso.

Buscamos en esa página de atrás, esos consejos y avisos, las predicciones y asesoramentos, tan enigmáticos y sin embargo tan íntimos, volver a ligarnos a los poderes, ritmos y mitos del cosmos, elevarnos fuera del avión en su ascenso de 35,000 pies, a un más allá de personas planetarias, más allá de mi persona y sus problemas, de sus días buenos y sus días malos.

Ese párrafo acerca de Virgo o Libra en la última página de la revista nos eleva fuera de nuestras mentes hacia otro lenguaje no terrestre, el lenguaje de las estrellas y de las ruedas animalizadas de los cielos, donde el alma pueda alojarse en imaginación, su primer hogar imaginal. Aunque el cielo nocturno este cegado por la polución eléctrica, las estrellas eclipsadas, y los signos zodiacales convertidos en baratijas para el comercio diario, Marte y Venus reducidos al mundo gris del sexo de Juan y la infatuación de Luisa, la Luna un lugar para poner la bandera americana…, aún así el lenguaje de la astrología, sus rituales matemáticos, sus intérpretes sacerdotales, sus encantos y amuletos que puedo tatuar en un pectoral o colgar en mi cuello , todo ello preserva mis males conectados fuera de este cuerpo poseído por Gillette, Exon, Disney, Walmart y el Bank of America. Un toque de astrología, la más leve referencia exótica, y los cielos retornan, y el destino.

Así que, astrólogos, en verdad tenéis un llamado superior, estáis al servicio de lo otro-de-lo-humano, de la otra mitad. Y no os preocupéis por las elevadas palabras y las visiones superiores, por el peligro de la inflación. Los Dioses son implacables con los inflados. Saben cómo protegerse mejor que nosotros los mortales. El que se limiten el uno al otro preserva su poder y es acaso precisamente eso lo que los conserva tan duraderos, inmortales, seguros contra la usurpación por parte de cualquier ideología monoteísta.

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