Fragmento de La Astrología como Ciencia Oculta. 1930. Editorial Kier. Oscar Adler
Seleccionado por Ale Bica alebica.blogspot.com
«Podría decirse que el mundo terrestre existiría aun sin constituir la experiencia de nadie, sin que nadie lo percibiese. Pero no es posible pensar lo mismo en lo referente al mundo de los sentimientos; no se puede creer en la existencia de procesos psíquicos que no fuesen experiencia psíquica particular de nadie. Y con esto, el mundo de Agua escapa a la esfera de la determinación objetiva.»
«Crearemos la ficción de un ser humano que sólo vive psíquicamente, la ficción del Hombre de Agua «puro».
Acaso nos acerquemos al máximo a la imagen de tal «Hombre de Agua puro» si recordamos el estado en que nos encontramos todos mientras dormimos y soñamos por la noche, pues en la esfera de lo onírico es donde vivimos una vida puramente psíquica.
El cuerpo físico ha sido dejado de lado; en nuestra condición de soñantes, ya no tenemos un organismo real y material; nuestro cuerpo material está acostado en la cama, pero, por cierto, no es el cuerpo que se atribuye el soñante, sino que éste tiene un cuerpo casi diríamos aparente, sometido a leyes totalmente distintas de las que imperan sobre su cuerpo físico. También han sido «dejados de lado», en cierto sentido, el «cuerpo mental» y el «yo». La vida del pensamiento ha sido reducida considerablemente y deja de funcionar según las leyes de la estricta lógica. En cambio los recuerdos cobran de inmediato una plasticidad de carácter onírico y se presentan en forma de toda clase de imágenes y figuras simbólicas que buscan su lugar en el medio onírico ondulante, o que, con bastante frecuencia, nos hablan por boca de seres creados sólo a estos efectos, apareciendo entonces en esos casos simplemente como palabras y frases que no son nuestras, sino que corresponden a ideas y opiniones de otros.
Y del mismo modo en que ha sido «despotenciado» nuestro pensar, también nuestro yo moral pierde realidad; ya no podemos «querer», sino que sólo podemos «desear»; a veces la despotencialización de nuestro yo va tan lejos que, por así decir, vemos nuestros destinos oníricos desde una atalaya invisible, como si fueran destinos ajenos o, como dice Rudolf Steiner, a menudo en el sueño no nos vivimos a nosotros mismos en primera, sino en tercera persona.
De modo que el «yo» y el cuerpo faltan en la vida onírica.
No es la voluntad, sino la vida de los deseos la que asume entonces la dirección de los episodios oníricos, y es, a la vez, el representante de aquello que en el mundo exterior es la ley natural, y en el mundo interior la ley moral.»
«Acaso –basándonos en los resultados de la investigación del genial onirólogo Simund Freud–, podamos considerar como la fuerza pulsora del mecanismo onírico total los impulsos volitivos y los apetitos. El contenido onírico se agrupa en torno de un elemento fundamental único, a saber: una positiva y otra negativa: se desea que ocurra o que no ocurra algo.
El deseo y el temor son los dos regisseurs [realizadores, directores] de la vida del Hombre de Agua.
«El hombre cree lo que desea y lo que teme.» Grabbe: Herzog Theodor von Gothland.
El miedo y la esperanza (el deseo) gobiernan la vida, y lo que en el mundo físico es respiración libre y falta de aire, es en la vida psíquica el sperare y el desperare, el «esperar» y el «desesperar».
Y así se forma un cambio periódico entre satisfacción psíquica e indigencia psíquica. Pero es precisamente este hecho el que revela un proceso que constituye el analogon de aquello que en lo físico significan la alimentación y la asimilación, la satisfacción y el hambre.
Pues, del mismo modo que el cuerpo físico tiene que tomar alimento material del mundo circundante, el cuerpo psíquico necesita de una especie de alimento psíquico, y este alimento sólo podrá tomarlo del medio psíquico que, por de pronto, configura para él el «prójimo» viviente.
El aire que respira, el alimento que toma, lo obtiene de su relación psíquica con el prójimo.
De lo expuesto hasta ahora, resultan dos importantes características. Una de ellas se refiere al comportamiento del Hombre de Agua con respecto al mundo material o a la realidad, en medio de la cual aquél se siente como un extranjero. Huye de la realidad; su problema principal no es el de cómo comportarse con respecto a ella, sino el de cómo huir de todo comportamiento al respecto.
La segunda característica es la de estar referido a los demás, la dependencia psíquica del «tú». Pero este «tú» tampoco es más que psíquico, es, como el propio Hombre de Agua, una entidad extraída a un cuerpo físico, de modo que su apariencia externa pierde importancia. La figura y el aspecto corporales, la posición social, la edad, la salud o la enfermedad, la inteligencia alta o baja, son factores secundarios, frente al interés, en una relación psíquica de carácter recíproco, de una «correspondencia», de la comprensión mutua por la alegría compartida y el dolor compartido.
Pero hay algo más.
La marcada dependencia de la relación psíquica con otros seres humanos y la ocupación intensa de esto, relacionada con los propios procesos psíquicos, crean un alto grado de sensibilidad psíquica, hasta llagar a lo «quejumbroso». De esto resulta una forma especial de «egoísmo», por ejemplo; antes bien podríamos caracterizarla con la expresión moderna de «egocentrismo». La preocupación constantemente alimentada por el miedo y la esperanza, la preocupación por la pureza de la propia vida psíquica, pone de relieve la forma de egoísmo del Hombre de Agua. No la dicta ninguna clase de ventaja material ni tampoco se crea a costa de tipo alguno de ventaja. El egoísmo del hombre de Agua pertenece puramente a la esfera del sentimiento; el Hombre de Agua quiere probar hasta el final el placer y el dolor; en el placer y el dolor, y en la forma en que los experimenta, el Hombre de Agua quiere vivirse a sí mismo lo más intensamente posible, quiere gozarse y olvidar, con ello, la «realidad». Esto convierte al Hombre de Agua en un ser de la irrealidad, en un romántico de la vida, en contraste con el Hombre de Tierra, a quien llamamos el clásico de la vida. El Hombre de Tierra quiere «completar»; el Hombre de Agua huye de toda «terminación», pus esto significaría el despertar de su vida onírica, el fin de su fabuloso mundo mágico.»
«Decíamos que el soñante no tiene cuerpo físico, sino tan sólo un cuerpo aparente, por cierto nada idéntico al cuerpo real. Y esto nos lleva a otra comparación que, a primera vista, parece grotesca, a la comparación con un sinnúmero de otros seres vivientes que tenemos al alcance de la mano en nuestro medio ambiente, y que, a la manera de nuestro ficticio «hombre psíquico» u Hombre de Agua, viven en este mundo desprovistos de cuerpo físico; estos seres vivientes son los «animales». El animal vive en este mundo, por así decir, «descorporizado», porque le falta la relación con el «yo», la única relación que podría convertir el cuerpo animal en «su» cuerpo. El animal no sufre en su propio cuerpo más que lo que sufre en el mundo exterior, el cual se le manifiesta únicamente bajo la configuración de tal «sufrir». La piedra que lastima al animal «duele» tanto como la parte afectada del cuerpo del animal. Para el animal no hay «mundo exterior» opuesto a un mundo interior, no sabe diferenciar entre lo «interior» y lo «exterior», de modo que tampoco tiene cuerpo en el sentido en que lo tiene el hombre despierto. Es decir que el animal también es un ser que vive sólo psíquicamente; vive, para decirlo en lenguaje humano, una mera vida onírica. Y en esta vida onírica, aquello que llamamos realidad, no existe como tal, sino que configura una parte de su vida psíquica en que el sujeto y el objeto no están separados entre sí.
Esto determina una curiosa relación, propia del Hombre de Agua, con respecto al «animal»; esta relación nos ayudará a captar una nueva característica del hombre de Agua. La relación que pueda tener el hombre con los animales que lo rodean, de ser «interior», sólo podrá revestir el carácter de «psíquica». De modo que si, por ejemplo, no utiliza al perro para cuidar su casa y al gato para cazar ratones, sino que busca el camino que lo lleve hasta el «alma» del animal, atinará a ponerse a «jugar» con éste. Mi perro está siempre dispuesto a jugar, tanto de día como de noche.
Pero es aquí donde se produce un gran malentendido entre aquello que significa el «jugar» para el ser humano y aquello que significa el «jugar» para el perro, para el animal. Al traerme el perro de vuelta diez veces la piedra por mí diez veces arrojada lejos, y mostrarse «pedigüeñamente» dispuesto a correr por oncena vez a buscarla, en cuento yo la arroje nuevamente, quien está «jugando» soy yo, pues para el perro esto mismo significa una actividad sagrada y seria. Lo que hace el perro, al traerme de vuelta en el hocico la piedra por mí arrojada, es para él como un acto de sacrificio que me ofrenda a mí, mientras que yo sólo estoy «jugando». Y en este sentido podemos entender que el Hombre de Agua posee una inexpugnable tendencia a «jugar». El Hombre de Agua no sólo es un «trasnochado», sino también un «juguetón», y para él, lo mismo que para el «animal», el juego cobra el significado de una sagrada y seria actividad.
También «juega» el Hombre de Tierra, también a él puede interesarle el juego; pero mientras que para éste la ganancia y la pérdida significan algo esencial, algo sin lo cual el juego pierde todo sentido, para el Hombre de Agua el juego es por el juego mismo.
El «juego», desligado de todo fin práctico, se convierte en la característica de lo específicamente humano en la esfera de Agua.»
«Es así que la propia vida se convierte en un extenso campo de juego de las pasiones y los sentimientos; el vivirlos es más importante que las causas que los han provocado. Resulta, pues, claro que la imagen del Hombre de Agua, tal y como la conocemos hasta ahora, se parece mucho a la imagen que muestra el hombre en su primera infancia. El niño también vive en una especie de mundo onírico irreal, también el niño es «soñador» y «juguetón». Puede decirse que casi todos los hombres de Agua conservan en este sentido, de por vida, algo de niños, que siguen siendo niños grandes durante toda la vida. Pero la infancia del Hombre de Agua se caracteriza las más de las veces por el hecho de alcanzar su condición de soñador un grado muy alto, aproximándose en mucho a la verdadera vida onírica.»
«En lo que respecta a su comportamiento con respecto a las realidades del mundo físico, todos los signos de Agua huyen lo más posible de tales realidades y tratan de rehuir todo enfrentamiento con ellas. Tratan de postergar lo más posible el despertar de su sueño, tratan de seguir siendo niños el mayor tiempo posible, de «jugar» lo más que puedan. Pero como esta fuga llega al fin a hacerse imposible, tarde o temprano se halla una salida que acaso pudiera ser caracterizada con las palabras que escogió Goethe para titular la confesión de su vida: Poesía y Verdad (Dichtung und Wahrheit). Poesía y verdad (realidad) no se refieren a una yuxtaposición, sino a una «correspondencia», de acuerdo a la cual toda poesía es a la vez la verdad que, para el Hombre de Agua, lleva en sí una realidad más elevada que la de la mera verdad histórica, que fuera el ideal del Hombre de Tierra. Es así que, sin necesidad de cobrar conciencia de ello, todo lo que el Hombre de Agua acepta de la realidad es luego recreado por éste de manera tal que puede transportarlo a su vida onírica. La realidad se le convierte en vestidura simbólica del curso de su vida, y este curso de su vida se le convierte en novela. El mundo de Agua se convierte en el suelo sobre el cual todo suceso real se convierte en novela, y dentro de la novela «biográfica», el mundo exterior recibe un significado simbólico similar al de las realidades de su medio onírico. Y del mismo modo que, por ejemplo, el niño cierra los ojos porque cree que de esa manera no verá nada de «lo otro», la política principal del Hombre de Agua es y sigue siendo, antes de haberse desligado de su mundo, la así llamada «política del avestruz».»
«La vida erótica del Hombre de Tierra se halla, marcadamente sometida al signo de la sensualidad. El Hombre de Tierra puro es un amante asiduo. Si no logra alcanzar su objetivo, se consuela, al poco tiempo, como los jóvenes de la antigua Roma, con otra pareja, que le hace olvidar la anterior.
Distinto es el estado de cosas en lo referente al Hombre de Agua; en su mundo no hay unión del mismo grado de realidad que en el mundo físico, pues las almas no pueden unirse de la misma manera que los cuerpos.
Es por eso que el erotismo del Hombre de Agua vive del sentimiento de la nostalgia constantemente inalcanzable. ¡Pero! Del mismo modo en que la realidad física es para él el símbolo de una verdad situada más allá de esta realidad, y que, a la vez, se transforma igualmente en poesía, el ser humano no es tomado en su forma física, es decir, en su aparición sensible, sino como símbolo de un fantasma situado más allá de lo sensual, por el cual el Hombre de Agua entró en el juego del amor. Es así que el Hombre de Agua es de nacimiento un «pretendiente sensual-extrasensual» de la figura fantasmal jamás realizable, de una creación amada en inclinación mística, por el ansia y el padecer de amar en cada mujer y en cada hombre al custodio de lo inaccesible.
En lo mental el Hombre de Agua muestra la tendencia a convertir al deseo en censor de sus ideas. La lógica del Hombre de Agua no reconoce a la realidad como última instancia para el valor de la verdad de sus ideas. […] Esta lógica ve, antes bien, en lo real o en lo que ha llegado a ser real, un caso particular de lo «posible». ¡Antes de que algo se convierta en realidad tiene que haber sido posible! Del seno de las posibilidades pudo haber surgido también una realidad distinta de la que ha surgido, de modo que en toda realidad lo único coercitivo como idea es el hecho de haber estado dada necesariamente su posibilidad previa.
Por eso la posibilidad es más importante que la realidad. La necesidad lógica se satisface en cuanto se reconoce la posibilidad en su raíz; la realidad que de ella surja es cosa secundaria.
En esta lógica se revela un elemento positivo creador: – + – que, desde luego, sólo reviste carácter recreador. A dicha lógica no le importa el arte de cálculo, sino el del «descubrimiento» de un estado de cosas, a partir de las condiciones de una regularidad presentida, de la cual el conocimiento inductivo no representa más que un caso particular. En tanto a este presentimiento se le confiere un alto poder cognoscitivo, se convierte en el suelo sobre el que se elevan aquellos edificios de ideas que, en forma plástica o simbólica, aspiran a representar en lo sensible «algo» más allá de lo sensible, en lo particular algo universal, en lo real el terreno mucho más vasto de lo posible. Y ahora resulta evidente la parte preponderante que tiene en la vida mental del Hombre de Agua la fantasía, hecho este que, en los casos extremos, puede llevar a la total desorientación en el mundo físico.»
«No es el cuerpo de la obra de arte, sino el alma que está «más allá» de dicho cuerpo, lo que le interesa primordialmente, como, por así decir, sustrato místico de todas las posibilidades, «una» de las cuales se materializó en la obra de arte.
«Las canciones más bellas son las que no se han cantado.»
Estas palabras, que Ibsen pone en boca de Skalden Jatgeir, en el Pretendiente a la corona, pueden servir de lema al Hombre de Agua.»
«En lo moral nos encontramos con la tendencia a convertir en fundamento de valoración moral, no al hecho, sino a sus trasfondos psíquicos, al conflicto psíquico que precedió al hecho.
Sentir este conflicto para poder comprenderlo psíquicamente es más importante que sentarse en un tribunal de justicia. Quien sabe «comprender» también sabe «perdonar». El Hombre de Tierra se las ve con el daño que el hecho infirió al mundo; el Hombre de Agua se las ve con la culpa. El daño pertenece al mundo exterior y la culpa al interior. Y esta culpa ya se produce allí donde simplemente se desea el mal, aun cuando jamás se ponga en práctica. Pero por el hecho de que todos nosotros, tal y como lo muestran nuestros sueños, estemos llenos de malos deseos, nadie podrá arrojar la primera piedra.»