José Antonio González Casanova ha sido catedrático de Teoría del Estado y Derecho Constitucional.

Es escritor. Autor de:

– El Dios presente: confesiones de un viejo cristiano (Kairós)

– Elogio de la astrología (Obelisco)

– La muerte y el horóscopo (Indigo)

– Astrología de la resurrección (Asociación Gallega de Astrología)

El artículo que puede leerse a continuación fue publicado el 12 de diciembre de 1985 en El Periódico (página 6)

Para el autor, los astros no son un augur que ha de acertar fatalmente, sino que son una luz que ayuda a vernos en el espejo. No dicen lo que pasará, pero avisan de la lógica interna que conduce a lo que haremos.

Carta a un astrólogo

Cuando hube contrastado mi manera de ser y mi vida pasada con los signos astrológicos que me correspondían en todos los horóscopos (griego, chino, árabe o azteca) y vi que coincidían y que me confirmaban, empecé a respetarte. Es verdad que aún no creo del todo en tus augurios, pero aciertas en lo fundamental de la estructura cíclica de las vidas humanas, más que como científico, como artesano descifrador de textos oscuros que tú entiendes y que, en el fondo, son claros como una noche estrellada en luna llena.

Tardé en saber que los astros no causan mi actitud o mis actos, sino que los reflejan como un espejo. Paracelso dijo que es el ciclo exterior el que muestra el camino del interior, pero eso no es así porque el hombre es un microcosmos hecho a imagen del Universo (o de Dios, según otro lenguaje) y, desde los pueblos más antiguos hasta el psicoanálisis de Jung, la astrología y los tests de proyección, utilizados en pedagogía y psicoterapia, responden a esa correspondencia armónica entre los seres y las cosas que hacen a unos y a otros signos recíprocos.

Plotino y los estoicos ya vieron en los astros testigos y actores nuestros, nunca autores o causantes, y Ptolomeo dijo que el sabio gobierna su estrella y el ignorante es gobernado por ella. Por eso, si conociéramos la conjunción de todos los elementos telúricos, animales ancestrales, familiares, que nos forman, podríamos dominarlos y conducirlos para alcanzar esa voluntad autónoma que nos hace libres. El Destino no sería una fatalidad, sino un proyecto.

No creo, pues, ni en el puro azar ni en la necesidad, pero sí en que existe un azar necesario, redondo y seguro, que me guiña el ojo como una estrella para que yo lea en el cielo lo que proyecto desde mi inconsciente; igual que el microfilme proyecta en una gran pantalla para una mejor lectura.

No sé quién dijo que la humanidad prisionera tiene como celda el cielo, en el que escribe sus graffiti. Y Bachelard añadió esto que el Zodíaco es el test de Rorschard de la humanidad infantil. En definitiva, como los antiguos marinos, nos guiamos por la carta astral, pero ese mapa es tan caprichoso y exacto como nosotros mismos, sus autores. No me extraña que seas el moderno guía de nuestros periplos azarosos, pues nos ayudas, como los psicoanalistas, a “ver” lo que, desde nuestros inconsciente, “queremos ver” y que no sabemos –racionalmente hablando- qué es.

Y, sin embargo, me dirás, los astros y sus estructuras relacionantes “están ahí”. ¿Por qué están situados físicamente a imagen de las nuestras? Eso es para mí un misterio que algún día se explicará en virtud de la estructura viva que forma todo lo creado. Lo importante es no verte como un augur que ha de acertar fatalmente, sino como una luz que ayuda a ver en nuestro espejo. Tú no nos dices lo que nos pasará seguro, sino que avisas de la lógica interna que conduce de lo que somos a lo que haremos, ya que la vida de uno –como la Historia de todos- es también una estructura coherente, pese a que no la vemos a primera vista.

Si el psicoanálisis nos ilumina el hondón del alma, tú apuntas el foco contra el texto hermético que forman las estrellas. Vuelves también a la infancia humana, primitiva, como el otro. El Destino no existe, tan sólo el misterio del hombre que quiere ser libre. Lo ha dicho Borges: “El camino es fatal como la flecha, pero en las grietas está Dios, que acecha”.

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